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Entre visiones y sombras

  Después de bajarse del auto de Nahuel, Axel estaba perplejo. Su respiración, descontrolada, se entrecortaba con cada intento fallido por calmarse. Su visión borrosa le impedía distinguir el entorno, mientras su corazón latía con tal fuerza que sentía como si fuera a romperse en cualquier momento. Un nudo en la garganta lo mantenía al borde del colapso. Haber dado un rostro a aquel hombre de su sue?o lo horrorizaba. El simple hecho de conectar esa imagen con la realidad era demasiado para soportar.

  A un lado, Josué observaba a Axel con el ce?o ligeramente fruncido, una mezcla de confusión y escepticismo reflejada en su rostro. "?Le creo... o solo busca atención?", pensó, sintiendo cómo las dudas sobre su amigo comenzaban a oscurecer la atmósfera. Bajó la mirada a su reloj y notó que el tiempo seguía corriendo. Axel, perdido en su frenesí de emociones, no parecía capaz de moverse por sí mismo. Con un suspiro de resignación, Josué extendió una mano y la apoyó suavemente sobre su hombro, en un intento por devolverlo al presente.

  —Tenemos que entrar —dijo con voz calmada, intentando sonar relajado, aunque su incomodidad era evidente—. Samuel nos va a rega?ar si llegamos tarde. En el agua puedes sacar todo.

  Axel levantó la mirada hacia la acuática. El edificio parecía tan lejano como inalcanzable, pero las palabras de Josué lograron anclarlo un poco. Inspiró profundamente, llevando una mano temblorosa a su pecho, como si intentara sujetar su corazón desbocado.

  —Tienes razón... ya hay que entrar —murmuró, apenas audible, mientras evitaba la mirada de su amigo. "Debo calmarme, o los demás me verán así. No quiero pasar esa vergüenza", pensó con un amargo remordimiento. La idea de mostrarse vulnerable lo llenaba de pena, pero dio un paso al frente, esforzándose por aparentar una serenidad que no sentía.

  Josué, todavía mirándolo con recelo, no dijo nada más. Su silencio parecía ser su manera de concederle espacio, pero algo en su expresión sugería que las dudas persistían. Ambos avanzaron hacia la entrada, sus pasos resonando contra el concreto, mientras el aire frío de la tarde se sentía más denso, cargado de tensión no resuelta.

  Entraron a la acuática, donde el característico olor a cloro llenaba el ambiente, impregnándolo de una frescura que resultaba casi abrumadora. Las paredes, cubiertas de blanco con patrones de azul, reflejaban la inmensidad del lugar. Las luces altas iluminaban cada rincón, destacando el brillo del agua que parecía vibrar bajo la superficie.

  Axel y Josué pasaron junto a la alberca de clavados, donde un grupo de atletas entrenaba con una precisión casi militar. Los sonidos de sus zambullidas y los ecos de sus voces resonaban en el aire, envolviéndolos en una cacofonía que se mezclaba con el rumor del agua. Sin detenerse, se dirigieron a los vestidores.

  Una vez cambiados, caminaron hacia la piscina olímpica, el corazón del lugar, donde su equipo se reunía para entrenar día a día. El agua cristalina reflejaba las luces del techo, proyectando destellos irregulares en las paredes cercanas.

  Axel, todavía tembloroso, se acercó al borde y se dejó caer al agua con un movimiento decidido. Sentir cómo el agua lo envolvía por completo fue como un bálsamo. Sus pies no tocaban el fondo, pero no le importaba; de hecho, esa sensación lo tranquilizaba. En el agua, todo parecía diferente: los sue?os, las imágenes perturbadoras y los pensamientos opresivos se desvanecían, como si la corriente se los llevara lejos.

  Cada brazada que daba durante el entrenamiento era un alivio, una liberación. Su respiración, antes entrecortada, comenzó a estabilizarse al compás de sus movimientos. Axel sentía que el agua le daba un nuevo aire, que borraba las marcas que sus emociones habían dejado en él.

  Alrededor, sus compa?eros nadaban, turnándose para liderar el grupo, cada uno concentrado en su ritmo y técnica. Después de un tiempo, los entrenadores quitaron los carriles que dividían la alberca, dejando el espacio abierto. Un grupo colocó porterías flotantes en ambos extremos; el entrenamiento de waterpolo estaba por comenzar.

  Axel se permitió una ligera sonrisa mientras se posicionaba con su equipo. La familiaridad del deporte y la energía de sus compa?eros lograban finalmente disipar las sombras que lo habían perseguido hasta allí.

  Los gritos tan familiares de su entrenador samuel, y las bromas que entre todos se hacían, le ayudaban a refrescarse todos los días.

  Alex siempre jugaba junto a Axel y Josué, lanzando bromas y realizando movimientos exagerados, como si el entrenamiento fuera más un juego que una práctica seria. Sus risas resonaban en la piscina, aligerando el ambiente. Sin embargo, algo cambió de pronto.

  Su visión de poco se fue ensombreciendo. Su cuerpo comenzó a temblar, y el balón que sostenía resbaló de sus manos, cayendo con un chapoteo sordo al agua.

  De repente, Axel sintió como si su consciencia se deslizara fuera de su cuerpo. La perspectiva cambió, y se vio a sí mismo en tercera persona, hundiéndose lentamente en la alberca. Las burbujas ascendían en un ritmo hipnótico, bloqueando su vista. Cuando estas finalmente desaparecieron, la escena se transformó.

  Axel ahora flotaba sobre una visión aérea, como si estuviera mirando desde el cielo. Allí estaba aquella casa quemada, el lugar donde había vivido Maslum. Se acercaba rápidamente, como arrastrado por una fuerza invisible, hasta que los detalles de la fachada chamuscada se hicieron claros. De entre las sombras de la entrada emergieron unos ojos que Axel reconoció al instante: los mismos que habían atormentado sus sue?os, ahora ocultos bajo una capucha negra que envolvía el rostro en un vacío impenetrable.

  —?Quién eres? —gritó con desesperación, su voz resonando como un eco que se perdía en la nada. Al hacerlo, sintió cómo el agua de la alberca invadía su boca, como si su cuerpo real y su mente estuvieran en conflicto.

  No quería despertar. "Si abro los ojos, perderé esta oportunidad. ?Son los ojos de Maslum... o pertenecen a alguien más?", pensó, con el corazón latiendo frenéticamente.

  El hombre encapuchado no respondió. En cambio, algo terrible comenzó a suceder. De su espalda emergieron los Cehuetzintli, criaturas deformes que parecían encarnar una energía oscura, gris y profundamente triste. Axel sintió una mezcla de terror y repulsión al verlas. Eran como un eco de algo muerto, pero a la vez demasiado vivo, una contradicción que hacía que la sola idea de mirarlas fuera insoportable.

  El aire a su alrededor parecía espesarse con la presencia de las criaturas, y Axel retrocedió instintivamente. La oscuridad que emanaban no solo lo asustaba, lo aplastaba, como si cada paso hacia atrás fuera arrancado de sus propias fuerzas. En su huida, tropezó con su propio pie y cayó hacia atrás, la escena ante él girando vertiginosamente.

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  Cuando tocó el suelo, todo cambió otra vez. Ahora no era él. Al mirar sus manos, reconoció que estaba en el cuerpo de Nahuel, experimentando su perspectiva. Las criaturas seguían avanzando, su energía apabullante devorando todo a su paso. El miedo lo paralizaba, pero una nueva presencia apareció en la distancia: una fuerza aún más imponente.

  Era Dolos. Su energía era inconfundible, una fuerza abrumadora que parecía consumirlo todo a su alrededor. Era tan inmensa que Axel, atrapado en el cuerpo de Nahuel, sintió como si sus ojos estuvieran siendo quemados por la intensidad de su luz. La energía de Dolos contrastaba de manera absoluta con la de los Cehuetzintli: donde ellos exudaban oscuridad y tristeza, Dolos irradiaba algo aún más imponente, una presencia tan vasta que era imposible de abarcar con la mente.

  El escalofrío que recorrió a Axel fue inmediato y paralizante. La llegada de Dolos no ofrecía alivio ni esperanza; al contrario, intensificaba el horror, como si el equilibrio mismo de esa escena estuviera a punto de romperse. Era una fuerza que no pertenecía a este mundo, un eco de algo que trascendía todo entendimiento humano. Axel no podía evitar sentirse peque?o, insignificante, frente a algo tan colosal.

  De repente, la escena cambió. Todo se desvaneció en un parpadeo, y Axel ahora observaba a Nahuel. Estaba inmerso en una especie de tanque transparente, suspendido en el agua como si flotara en un sue?o eterno. Su cuerpo era perfecto, como si hubiera sido moldeado por manos divinas. Las imperfecciones habían desaparecido, y sus facciones irradiaban una serenidad inquietante.

  El agua en el tanque parecía estar viva, pulsando en sincronía con Nahuel, rodeándolo como un capullo protector. Axel observó con fascinación y temor cuando Nahuel abrió los ojos. Su mirada, cargada de una calma infinita, parecía abarcarlo todo, como si pudiera ver más allá de lo que existía.

  Entonces, sin previo aviso, el tanque explotó. El estallido resonó como un trueno, y el agua salió despedida en todas direcciones, dejando un impacto que dibujaba la forma de una mariposa en las superficies cercanas.

  "?Qué es esto? ?Quién es ese hombre?" Las dudas inundaban la mente de Axel mientras avanzaba con pasos inseguros hacia el agua esparcida. Su respiración era errática, y el aire a su alrededor parecía más denso, como si el tiempo se hubiera detenido. Al mirar su reflejo en el charco frente a él, notó algo extra?o: su figura, deformada por las ondulaciones del agua, parecía dibujar una corona sobre su cabeza.

  Un escalofrío recorrió su cuerpo, una mezcla de desconcierto y un poder que no comprendía. En ese instante, lo sintió todo: el frío húmedo del suelo bajo sus manos, las miradas fijas que lo observaban, cargadas de incertidumbre y temor.

  Axel abrió los ojos lentamente. La luz del techo de la acuática lo cegó por un momento, mientras su pecho subía y bajaba con dificultad, acompa?ado de un ruido ahogado mientras tosía agua. Su garganta ardía, y su cuerpo temblaba, aún atrapado entre la sensación de la visión y la realidad.

  Cuando finalmente enfocó su entorno, lo comprendió: estaba despierto. La familiaridad de la piscina y el murmullo de voces a su alrededor confirmaban que había regresado al presente. Miró a su alrededor y vio los rostros de entrenadores, compa?eros de equipo y médicos, todos observándolo con una mezcla de miedo y preocupación.

  La tensión en el ambiente era palpable. Nadie se atrevía a romper el silencio, pero sus expresiones decían más que mil palabras. Para ellos, Axel no solo había sufrido un desvanecimiento; algo en la forma en que se había hundido y en el aura que lo rodeaba ahora parecía fuera de lo normal.

  Axel se llevó una mano al pecho, sintiendo el latido frenético de su corazón. No sabía qué decir, cómo explicar lo que había experimentado. Su mente todavía giraba en torno al hombre encapuchado, los Cehuetzintli, Dolos y esa imagen de la corona.

  El entrenador Samuel fue el primero en dar un paso al frente. Con el ce?o fruncido, su voz grave rompió el tenso silencio:

  —?Estás bien, Axel? ?Qué te pasó?

  Axel no respondió de inmediato. Todavía se sentía atrapado entre dos mundos, pero sabía que no podía permanecer en silencio por mucho más tiempo.

  —Nada —murmuró Axel, su voz apenas audible.

  Josué lo observó con el ce?o fruncido. Sabía que esa respuesta no era sincera, pero decidió no insistir. Podría obtener más respuestas cuando Axel estuviera más tranquilo.

  —Vamos a necesitar observarte un rato más. Ve por tus cosas —dijo finalmente uno de los médicos, rompiendo la tensión. Habían evaluado a Axel y no habían encontrado se?ales de da?o, lo que les permitió respirar con alivio.

  —?Cuánto tiempo estuve inconsciente? —preguntó Axel, mientras pasaba una mano por su cabello húmedo. Un leve dolor de cabeza lo obligó a cerrar los ojos por un momento.

  —Cinco minutos —respondió el médico con calma.

  Aunque el tiempo parecía corto, para Axel había sido eterno. Con la ayuda de los presentes, se puso de pie lentamente. Josué fue el primero en ofrecerle apoyo, colocándose a su lado como un pilar silencioso. Caminaron juntos hacia los vestidores, donde Axel recogió sus pertenencias. Aunque no intercambiaron palabras, la presencia de Josué le brindaba una sensación de seguridad, por mínima que fuera.

  Cuando llegó a la enfermería, Axel tomó asiento mientras los médicos terminaban de evaluarlo. La angustia comenzó a apoderarse de él nuevamente. "?Qué significa todo esto? ?Y Nahuel...? ?Estará bien?" La culpa lo invadió al recordar su visión. Sacó su teléfono y, sin pensarlo demasiado, escribió un mensaje a Nahuel.

  Mientras esperaba una respuesta, su mente volvía al sue?o. Los ojos encapuchados, la explosión del tanque, los Cehuetzintli, Dolos... todo parecía una mara?a imposible de descifrar. Quería buscarle sentido, pero las dudas lo asaltaban desde todas direcciones, como un enjambre caótico.

  Pasaron algunos minutos y los médicos finalmente le dieron permiso para marcharse. La práctica había terminado y la acuática se vaciaba. Axel salió del lugar acompa?ado por Josué, quien había regresado tras finalizar el entrenamiento.

  Caminaban hacia la parada del camión en silencio. Josué, con el rostro marcado por la preocupación, no pudo contenerse más.

  —?Estás bien? ?Qué pasó?

  —Dame tiempo para pensarlo —murmuró Axel, su tono cargado de desesperanza. Sabía que las respuestas que buscaba no llegarían pronto, y ese pensamiento lo consumía.

  Josué lo miró con una mezcla de preocupación y resignación, pero no insistió. Subieron juntos al camión que los acercaría a sus respectivos hogares, teniendo que separarse en un punto para cada uno irse a donde debían.

  La noche era fría, y el aire húmedo hacía que cada respiración se sintiera pesada. Axel se encogió un poco bajo su sudadera, tratando de mantener el calor. Su cabello mojado le enviaba escalofríos por la nuca, mientras la mochila que llevaba al hombro le parecía más pesada de lo habitual, impregnada del agua que habían absorbido sus trajes de ba?o.

  El camino hacia su casa era familiar, pero esa noche se sentía distinto. Cada paso resonaba más fuerte en sus oídos, acompa?ado por el eco distante de sus pensamientos. Cerraba los ojos por momentos, buscando en la oscuridad de su mente algún consuelo, pero lo único que encontraba eran fragmentos: el reflejo en el agua, la corona, los ojos bajo la capucha y la marca de mariposa.

  Finalmente, llegó a la puerta de su casa. La luz cálida que se filtraba por las ventanas contrastaba con el frío de la calle, pero no lograba reconfortarlo del todo. Entró sin decir palabra y dejó caer su mochila junto a la puerta, como si cargarla un segundo más fuera insoportable.

  Antes de que su cuerpo pudiera rendirse al cansancio, sacó su teléfono. "Quizá Nahuel ya respondió", pensó con un atisbo de esperanza que rápidamente se desvaneció al ver la pantalla vacía. Sus dedos dudaron por un momento, pero al final escribió un último mensaje:

  "Quiero hablar de lo que pasó. Márcame cuando puedas, por favor."

  Suspiré al enviarlo, dejando el teléfono a un lado mientras se hundía en su cama. Su mente seguía girando en torno a las imágenes y emociones del día, pero el agotamiento terminó por imponerse.

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