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Un encuentro agobiante

  El camino hasta el punto de encuentro acordado por Dolos y Nahuel no fue largo, pero la expectación de lo que se avecinaba llenaba el aire. Al llegar, se encontraron frente a una bodega de gran tama?o, cuyo estado de abandono era evidente. La maleza se asomaba por las grietas de sus paredes, las ventanas rotas, y todo parecía emanar una energía que oscilaba entre lo macabro y lo misterioso.

  A lo lejos, divisaron una entrada, accesible por unas escaleras acromáticas y desgastadas. Sin vacilar, se dirigieron hacia allí. Nahuel, con la determinación de quien sabe que en ese mismo día podría obtener más respuestas y calmar sus peores temores, fue el primero en subir.

  Axel lo siguió, pero su inquietud crecía con cada paso. El cambio abrupto en su amigo lo mantenía en vilo, y el lugar, con su aire sombrío, no hacía más que avivar su ansiedad.

  Cuando entraron, unas antorchas se encendieron una por una, iluminando un camino que llevaba hasta Dolos, quien esperaba a Nahuel al final. Sin embargo, la llegada de Axel no la había anticipado. La voz de Dolos resonó en el lugar, rompiendo el silencio.

  —Pensé que no tenías amigos, Nahuel —dijo Dolos, su voz sin burla pero cargada de una incomodidad palpable.

  En un parpadeo, se plantó frente a Axel, apagando las antorchas a su alrededor con un gesto sutil, casi imperceptible. La oscuridad, tan densa y repentina, se tragó el espacio a su alrededor, como si la propia bodega respirara en silencio.

  Poco a poco, las antorchas se encendieron de nuevo, iluminando lentamente la escena, pero no sin antes dejar en el aire una sensación extra?a de claustrofobia y poder. Dolos no movió ni un músculo, pero su presencia llenaba cada rincón, su mirada fija en Axel como si estuviera descifrando algo que no se veía a simple vista.

  —?Quién eres tú? —su voz resonó en el espacio, grave, imponente.

  Axel tragó saliva, incapaz de apartar la vista de aquel ser que desbordaba una calma inquietante.

  —Soy Axel, amigo de Nahuel. él me pidió que viniera—. La voz de Axel sonó temblorosa, como si sus palabras pudieran traicionar el miedo que ya sentía, el cual recorría su espalda en forma de escalofríos que lo hacían sudar frío.

  Dolos volteó a mirar a Nahuel con una expresión despectiva, como si lo estuviera observando desde una altura que ni siquiera sus amigos pudieran comprender. Su siguiente pregunta salió como una pedrada directa, hiriente, cortante.

  —?Por qué lo trajiste?

  La atmósfera cambió de inmediato. La sombra de Dolos pareció alargarse, invadiendo el espacio hasta los pies de los dos amigos, como si la oscuridad misma se estuviera tragando sus esperanzas. Un peso invisible se dejó caer sobre ellos, y el miedo se volvió palpable.

  Nahuel tragó saliva, incapaz de sostener la mirada.

  —Ambos queremos respuestas—su voz tartamudeaba, y el sudor le empapaba la frente.

  —?A qué preguntas?

  Axel, intentando reducir el peso de la situación, centró la atención en él. Le costaba respirar, pero sabía que debía hacerlo. Su voz salió más firme de lo que se sentía, buscando desviar la atención de su amigo.

  —He tenido sue?os raros, y coinciden con cosas que han pasado.

  Dolos no mostró ninguna reacción visible, pero la oscuridad de su mirada se intensificó.

  —?Y eso a mí qué? —su voz era como una daga, afilada, penetrante, capaz de atravesar cualquier resistencia.

  Axel dio un paso al frente, su respiración agitada, el miedo apretándole el pecho.

  —Quiero saber cómo pararlos—dijo, y su voz quebró en un grito ahogado, apenas un susurro entrecortado. Algunas lágrimas comenzaron a deslizarse por su mejilla, las cuales trató de ocultar, pero la desesperación lo invadía. ?Qué estaba buscando realmente? ?Una respuesta? ?Un consuelo? ?O solo una salida de esa pesadilla que no parecía terminar nunca?

  —Suenas desesperado, ni?o —la voz de Dolos, aunque firme, dejó entrever algo de compasión, un resquicio que parecía fuera de lugar en su tono imponente.

  —Lo estoy —respondió Axel sin vacilar, dejando que la vulnerabilidad que usualmente mantenía oculta se filtrara en sus palabras. Era difícil admitirlo, pero allí, frente a Dolos, en ese lugar sombrío, las emociones lo superaban. —Solo quiero... quiero saber qué está pasando, tanto yo como Nahuel.

  —Si él tuvo una visión con mi abuelo... —interrumpió Nahuel, su voz quebrada, llena de angustia. —No entiendo qué está pasando, pero si sus sue?os están relacionados con algo que ocurrió... tal vez puedan ayudarnos a entenderlo.

  Axel giró hacia su amigo, tratando de ofrecerle apoyo, aunque su propio miedo era evidente. Dolos los observaba con una mirada que, si bien era fría, no podía ocultar una ligera curiosidad.

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  —Ni yo sé —la respuesta de Dolos cayó como una losa. La incertidumbre se posó sobre ellos, más pesada que antes. —No sé nada desde que se selló el otro mundo. No sé si se avecina una guerra, ni qué relación tienen esos sue?os con lo que está por venir. Pero si algo se acerca... —la atmósfera pareció volverse más densa, y en su rostro se reflejó un destello de preocupación, casi imperceptible. —Lo único que sé es que lo único que puedo hacer por ti es ense?arte a defenderte.

  Un escalofrío recorrió la espalda de Axel al escuchar esas palabras, un indicio de que Dolos, aunque parece todo poder, también estaba sometido a la misma incertidumbre. La angustia era palpable en su voz, algo que nunca había mostrado antes.

  Nahuel tragó saliva, mirando a Axel con los ojos llenos de miedo y esperanza, sin entender del todo lo que estaba sucediendo, pero con la certeza de que el futuro dependía de las respuestas que aún no tenían.

  —Se lo debo a tu abuelo... No estuve ahí para ti—. La tristeza quebró el espíritu que siempre había parecido inquebrantable en Dolos. Sus ojos, cargados de un dolor profundo, parecían a punto de derramar lágrimas.

  El calor de las antorchas apenas lograba atenuar el frío que impregnaba el ambiente. La escena parecía congelada en el tiempo, como si cada uno de ellos cargara con el peso de una respuesta que no llegaba. Ninguno de los tres se atrevía a hablar; sus miradas se cruzaban en busca de consuelo, pero las palabras permanecían atrapadas, incapaces de surgir en aquel momento de incertidumbre.

  —?Qué es lo que has visto en tus sue?os ni?o? — Dolos fue el primero en quebrantar esa pausa pesada que llenaba todo el lugar

  Axel no dio palabra, en cambio el peso de sus ojos se dirigió hacia el húmedo piso monocromático.

  Nahuel observó con cuidado a su amigo, buscando palabras de consuelo que no llegaban. El peso de su sentir se le clavaba en el pecho, hundiéndolo como un cráter en la tierra.

  —Dime, ya que, si el amigo del hijo de la persona a la que me debo está mal, yo debo atender —insistió el hombre, con un aura impotente y un suave matiz de urgencia en sus palabras.

  —Yo… —El desvelado, agobiado por las terribles imágenes que lo acompa?aban, comenzó a ceder. Su compostura se rompía poco a poco, y, sin otra opción, comenzó a manifestar sus aterradores sue?os.

  Dolos se centró en el relato de Axel, sumido en la duda y la ingenuidad. El aire se filtraba por las ventanas rotas, y el fuego de las antorchas crepitaba suavemente, como un arrullo lejano. Nahuel quedó aún más asustado por la crónica de su amigo.

  El desasosiego aumentaba en el entorno. Las aclaraciones no llegaban, pero una idea llegó al hombre de aura imponente, quien dejó escapar sus palabras.

  —Si son visiones, debemos tener cuidado —dijo, tratando de calmar el ánimo. —Las mariposas podemos verlas como una evolución, y el fuego puede tanto da?ar como limpiar.

  Su explicación parecía dirigida más a sí mismo, como si buscara una solución a un problema incierto. De pronto, la sorpresa cruzó su rostro mientras meditaba en silencio.

  Nahuel lo observaba, comiéndose las u?as en un gesto de creciente desesperación, ansioso por escuchar lo próximo que aquel hombre diría.

  —Si se abren los sellos, los humanos pueden comenzar un despertar que ha permanecido en silencio durante milenios.

  Sus palabras, confusas, no dejaban entrever una respuesta clara ante la situación desfavorable que planteaba.

  —No sé a qué te refieres, pero yo solo quiero dejar de sufrir—. Las palabras de Axel salieron como una súplica, cargadas de una sinceridad desgarradora.

  —No puedo ayudarte en eso—. Dolos respondió cruzándose de brazos, con un gesto que parecía definitivo.

  —Pero ya en serio, ?a qué te refieres? —. Nahuel interrumpió, su voz delatando el pánico que crecía dentro de él al no comprender del todo la situación.

  —Si se rompe algún sello más, puede que algunos humanos obtengan poderes como nunca antes han visto—. Dolos dejó de cruzarse de brazos y comenzó a caminar en círculos, pensativo, con una mano en la barbilla.

  Se detuvo de golpe y dirigió su mirada hacia Nahuel, cargada de una determinación casi imponente. —No puedo arriesgarte, Nahuel. Te entrenaré—.

  Luego, su atención pasó a Axel. —En cuanto a ti, puedes elegir entrenar conmigo. Tal vez tus visiones puedan ayudarnos a prevenir lo peor.

  —No—. La respuesta de Axel fue inmediata, casi un susurro, cargado de desesperación. —Yo solo quiero volver a la normalidad... por favor—. Su voz quebrada acompa?ó el movimiento de sus brazos, que rodeaban su torso en un gesto de protección.

  —?Yo no tengo elección? —. Nahuel tartamudeó, su nerviosismo evidente en cada palabra.

  —Obvio que no—. Dolos respondió con un tono molesto, aunque sus ojos permanecieron fijos en el atormentado Axel. Por un instante, una pizca de nostalgia cruzó sus ojos, que parecían crisálidos atrapando destellos del pasado.

  —Mira, ni?o, a mi parecer tienes dos opciones: tomar la circunstancia que te atormenta y hacerte más grande que ella, o dejar que siga creciendo hasta aplastarte —dijo Dolos con una comprensión inusual en su voz, como si sus propias experiencias se reflejaran en el consejo. Había un matiz de calma, casi de consuelo, en sus palabras.

  Axel quedó perplejo. Quería luchar contra sus visiones, pero no sabía cómo. El miedo seguía creciendo dentro de él, alimentado por la incertidumbre que emanaba de Dolos.

  Nahuel observaba la escena con disimulo, aunque la curiosidad en sus ojos era innegable. Se sentía identificado con el terror reflejado en el rostro de su amigo, pero sabía que no tenía otra elección.

  El ambiente se tensó aún más. El aire se volvía pesado, casi opresivo, mientras la lluvia intensificaba su tamborileo contra el techo, como si quisiera ahogar cualquier pensamiento claro. Ninguno de los presentes sabía qué hacer.

  —Lo siento, pero no puedo con esto —replicó Axel, su voz quebrada por la angustia, mientras se secaba las lágrimas que se habían derramado sin su consentimiento. Tras un breve silencio, salió corriendo, dejándole a Nahuel un vacío que era más pesado que cualquier palabra. La sensación de impotencia lo ahogaba, sin saber cómo podía ayudar a su amigo. Aquella incertidumbre quebraba lo poco de esperanza que aún le quedaba, dejándolo atrapado en una quietud que no sabía cómo enfrentar.

  Dolos observó la escena, un lamento atrapado en sus sienes, mientras aceptaba la decisión del joven, quien dejaba su huella en el agua, ahora abundante por la lluvia. Sus ojos se posaron en Nahuel con una comprensión profunda, pues su vasta vida le había ense?ado que la sensación que su protegido experimentaba en ese momento no era nada agradable.

  —Bueno, chico, es hora de empezar —dijo Dolos, tocando suavemente el hombro de su nuevo alumno, como un gesto que, aunque corto, intentaba transmitir algo de consuelo en medio de la tormenta de emociones.

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