home

search

Puto Pólvora Jund

  Los callejones se abrían como heridas sin horizonte entre bloques de cemento.

  <>

  Jund, el puto y larguirucho Pólvora Jund, arrastró su gabardina amarilla, desgarrada contra las paredes rugosas. Los hombros rozaban ambos muros y el aire no le llegaba a los pulmones. Huía. Una jodida vez más.

  Gritos a sus espaldas. Ininteligibles. Pasos, pasos, pasos. Risas estúpidas que reverberan en las agrietadas fachadas hasta más allá del tajo gris del cielo.

  —?No tengo… comida, joder! —gritó entre resuellos—. ?Perdéis… el puto tiempo! ?Mejor… estaríais buscando… lombrices!

  Risas histéricas. Pasos, más pasos. Y el jodido zumbido.

  <>

  —Mierda… mierda, mierda…—musitó con los dientes apretados y la planta del pie, reblandecida, palpitando inflamada.

  Un glub y la bota se hundió en el lodo. Forcejeó inútilmente: el barro no cedía su presa. Sacó su jodido pie desnudo del problema. Continuó balanceándose sobre el crujido de sus muletas.

  —?Me cago en mi vida! —aulló arrancándose un jirón de camisa—. ?Ni puta bota tengo! ?Me oís, joder? ?Me oís?

  Chapoteos acelerándose tras él. Más, más y más. Risas eufóricas. Cerca, más cerca, más cerca.

  <>

  —Les da igual lo que les diga — rio con amargura. La frente empapada y las axilas ardiendo, aplastadas contra las muletas—. Son imbéciles de remate... ?Imbéciles! ?Me oís? Imbéciles...

  <>

  Hundió las putas muletas en el fango. Una vez más. Un metro más. Una vez más... ?Una vez más!

  Su pie se afianzaba mejor al terreno que su vieja y puta bota. Tanto era así que se confió: resbaló, sus manos sudadas se escurrieron de sus soportes. ?Thud! El mu?ón purulento de su rodilla se clavó como una estaca en el frío lodo.

  Risas hirientes. Pasos. Más despacio. Pasos. Pasos. Más despacio los pasos. Más. Los pasos enmudecen.

  Intentó alzarse sobre las muletas. Los brazos temblando. La madera se resquebrajó. Jund chilló como si se hubiera roto un hueso. Cayó de espaldas con una muleta totalmente astillada. Su melena grasienta pegada al rostro como un alga muerta. Se acabó… El zumbido… El puto zumbido…

  <>

  —?Joder! ?No estoy huyendo de vosotros, piojosos de mierda! —gritó con los pulmones ardiendo—. ?Es que no oís ese puto zumbido?

  <>

  Carcajadas. Carcajadas sobre Jund. El cielo parece oscurecerse.

  Un harapiento se encaramaba a las paredes como una puta ara?a emboscada. Manos y pies aferrados a la estrechez del callejón, cuchillo entre los dientes. Apestaba a hierbas mágicas, y sus ojos amarillentos —abiertos como pu?os— miraban con una rabia que contrastaba con su risa desbocada. Solo era un puto crío de mierda…

  ?Soy de la Orden del Perro! ?No ves esta puta gabardina? —imploró Jund con la voz rota y el corazón martillándole el pecho—. ?No puedo haceros da?o! ?He hecho un voto de no vio…!

  Un chorro de líquido, casi hirviente, le empapó la barba larga de chivo. Se retorció asqueado, soltando putas y joderes.

  La mano de Jund hurgó en su gabardina y sacó un cuchillo para cortar pan, oxidado y partido por la mitad. El crío, sorprendido, saltó al suelo. Jund culebreó para sentarse, con la espalda pegada a la pared, medio erguido y el arma en alto. Dos salvajes lo flanqueaban: el ni?o, flaco como un galgo, aún meaba sonriendo. Malicia salvaje y alegría pura. Trazaba frenéticas eses en el aire con su cuchillo.

  El otro no era solo grande; era aterradoramente fuerte, demasiado bien alimentado para ser una cucaracha de callejón. Su cabeza pelada como una roca, su mueca de disgusto bajo cejas frondosas. Parecía jodidamente asqueado. Sus dientes de plata, peque?os y separados, despedían hedor a cebolla hervida y buen guiso. Por lo menos no tenía la polla fuera.

  —?Qué pasa co?o os pasa? ?Qué es lo que queréis?—dijo, mirando alternativamente a ambos lados—. ?Carne o culo?

  Un pu?etazo traicionero del ni?ato le impactó en pleno oído. Jund sintió un relámpago blanco y húmedo ramificarse en el interior del cráneo**. Agitó ciegamente el cuchillo aserrado, muy cerca de la piel y los huesos del crío. Al crío se la sudó. Ni trató de apartarse. Una ráfaga de hostias le machacó la cabeza. Sin saber ya de dónde le llovían, el puto Jund tiró el cuchillo a un lado, esperando que así la tormenta cesara**.

  Stolen story; please report.

  No... lo veis? —dijo sofocado, el morro partido y la ceja palpitando, empapando de sangre un ojo hinchado—. No puedo haceros nada... subnormales de mier..

  El cuello no le sostenía la cabeza, y creyó tener —por fin— la suerte de desmayarse. Pero el jodido Dientes Plateados lo sujetó de las gre?as hasta hacerle crujir el cuero cabelludo. Se puso de cuclillas frente a él. Sus ojos eran de un azul buen día, pero esa cara rastrillada de cicatrices no iba a aguantar ni media puta broma.

  <>

  —No eres feo… —susurró Jund, aferrando las gruesas mu?ecas a Dientes de Plata. Tenía que hacer tiempo. Un feo pitido en su oído casi había sustituido al zumbido—. No eres feo, así que… espero que no quieras carne —trató de gui?ar un ojo, pero sus ojos no estaban para mierdas.

  <>

  Dientes de Plata soltó una risa y una bofetada en la cara de Jund, que jodió más que un pu?etazo a estas alturas de la paliza. Las muelas le vibraban. ?El zumbido!

  —El zumbido… ?EL ZUMBIDO! —gritó Jund, zarandeándose como un ciervo en un cepo—. ?Al suelo! ?Al suelo!

  <>

  Dientes de Plata era imperturbable. Cayó otro bofetón. Y otro más, por si acaso.

  Jund se preguntó si el zumbido no sonaba más que en su cabeza, y si no llevaría todo el puto día huyendo de su propia imaginación.

  El grueso dedo índice del salvaje se puso entre los ojos de Jund, haciéndolo bizquear. El zumbido aumentó. Dientes de Plata volvió a poner su cara agria y dijo con un acento de mierda:

  —La Nación del Jabalí tiene un mensaje para ti, perro…- acercó sus labios cerca del cuello de Jund y dijo con un aliento cálido:-. Y viene con dientes.

  <>

  El zumbido se había vuelto atronador. La respiración de Dientes de Plata se aceleró. La yugular del puto Pólvora Jund palpita, palpita, palpita…

  <>

  La oreja izquierda de Dientes de Plata estalló en un borbotón rojo.

  <>

  El zumbido se esfumó. Dientes de Plata ya corría a tres patas en dirección opuesta, con la mano sujetando el pingajo de lo que quedase de oreja.

  —Mensaje recibido… —Jund se limpió un jirón de carne cartilaginosa de la mejilla—. Hostia puta.

  ?Y el otro imbécil? Jund giró y vio al crío flaco, de rodillas, con un agujero del grosor de un cigarro en el cuello, por el que silbaba el aire del callejón.

  —?Mierda!

  Se abalanzó, lo agarró y lo usó como escudo, dejándolo caer sobre él. El ni?o temblaba, empapándolo en sangre. Jund contuvo la respiración. El zumbido había desaparecido. ?Verdad?

  —No me jodas… —murmuró, quitándose de encima al crío.

  —Menudo asco. ?No te has muerto? —musitó Jund, mientras el ni?o boqueaba como un pez fuera del agua—. Joder…

  Suspiró y hundió la mano en el fango hasta la mu?eca. El barro que extrajo, frío y viscoso, escupió burbujas fétidas al ser comprimido entre sus dedos. En segundos había exprimido la humedad, moldeando una bola arcillosa dura como una piedra.

  <>

  —?Ah! No, no… ?Otra vez no! —La bola de barro se le resbaló entre los dedos, desintegrándose—. Mierda, mierda… Vamos... vamos... —Volvió a empezar con movimientos frenéticos. Hundió el me?ique en la masa y escupió dentro, mezclando saliva y arcilla con dedos ágiles, antes de volver a darle forma.

  <>

  Aplastó la bola de barro y babas contra la herida. Masajeó esa pasta sanguinolenta por el cuello y la nuca, permitiendo que penetrara en la carne. Luego le dio una bofetada para acabar de ponerlo en marcha.

  El ni?o tragó aire. Sus ojos, como locos.

  —?Ya viene! Ni se te ocurra respirar —le susurró Jund al oído, apresuradamente. Se tumbó sobre él, mientras trataba de proteger su propia cabeza con los brazos—. Mierda... se acabó...

  <>

  El crío se retorció bajo Jund. Jund quiso gritarle: "?Quieto, subnormal!", pero el estruendo del zumbido ahogó su voz. Entreabrió los ojos y vio al ni?o mirando algo detrás de él. Las pupilas del chaval brillaban con un reflejo azulado. Allí estaba: el mismo monstruo que le había reventado la tráquea un minuto antes, suspendido en el aire, haciendo todo el puto ruido del mundo. El ni?o lo miraba fijamente. Y el muy cabrón se reía. A carcajadas.

  ?Qué co?o estaba viendo?

  El zumbido desapareció. No se alejó ni cesó. Había dejado de existir. Y eso bastaba.

  El ni?o ya no reía. Jund se arrastró, gusano amarillo, contra la pared. ?Iba a ser agradecido el salvajillo? Ni puta idea.

  Se tocó el cuello. ?Entendía el ni?o? Jund tampoco. El ni?o abrió la boca, desgarrando las comisuras en un grito mudo. Miró a Jund: ojos de terror. El efecto de las hierbas había acabado, y la realidad le daba una patada en la boca al muchacho.

  —?Sorprendido...? —dijo Jund, mirando al suelo.

  ?Dónde había caído el puto cuchillo?

  —Eso que tanta gracia te hacía te reventó las cuerdas vocales. Mudo. Hazte la idea, imbécil.

  El crío lo miró, silencioso. Lágrimas gruesas le rodaban por la cara. Sus pu?os apretados, amoratados. Ese mocoso ojeroso de piel amarillenta no pasaba de los once a?os. Y ahí estaba el cuchillo de Jund: al lado del puto ni?o.

  Jund lo vio. El ni?o también.

  Lo agarró antes de que Jund respirara y le plantó el filo serrado sobre la nuez.

  —Yo… yo… —empezó Jund—. He hecho lo que he podido con el barro… ?No soy un puto mago! ?De acuerdo?

  El crío, muy serio, se se?aló el cuello con dos palmaditas. Apartó el cuchillo lentamente, muy lentamente, con la frente arrugada como un anciano… Y lo clavó con violencia en el barro. Lo clavó y lo clavó, quizás mil putas veces. Pólvora Jund, brazos tensos contra la pared, contuvo el aliento. Finalmente, el crío cayó de bruces al suelo, derrotado.

  No se movía, salvo leves espasmos. De él surgía un gru?ido, como el aviso de un perro antes de morder. Hasta que no dejo de moverse, Jund no se atrevió a acercarse. Escupió un diente. El puto truquito del barro no funcionaba siempre. Alzó al crío sobre el regazo. Pesaba menos que una paloma muerta. Olía a mierda.*

  —En fin… —dijo con fastidio—. El crío iba a sustituir a su muleta. Ahora sí que estaba jodido.

  Entonces Jund descubrió de dónde provenía aquel rugido. Su muleta estaba viva, pero parecía que iba a haber que alimentarla. Y para eso no contaba con ningún puto truco. Su propio estómago tocaba una música semejante.

  —?Qué co?o coméis los que… vivís aquí fuera? —masculló.

  La respuesta era obvia: nada.

  El ni?o abrió los párpados temblorosos, ojos secos y enrojecidos, clavados en un lejano punto azul en el cielo gris. Pólvora Jund miró también hacia allí sin entender y se hizo una pregunta muy sincera:

  —Jund… Puto Jund. Larguirucho, hambriento, perdido y jodido Pólvora Jund. ?Exactamente... qué co?o haces aquí?

Recommended Popular Novels