Mi nombre es Fufu y soy un cerdo que habla o por lo menos eso fue lo que creía durante toda mi vida porque al final resulta que no lo era. Esta es la historia de cómo descubrí mi verdadera naturaleza y comenzó el mismo día en que Sabela se marchó a la ciudad de Nebula para entregar una carta.
Después de hablar con mi hermana en el Pinar, regresé a casa y me sentía bastante desanimado. Y por si eso fuera poco, allí me encontró con un se?or desconocido con una cara de palo tremenda, de esas que parecen incapaces de crear la más miserable de las sonrisas.
Conocía a papá de algo, supongo que de cuando era aventurero. Yo no quería hablar con él, a los humanos no les gusta demasiado ver a un cerdo que habla. Además, no me apetecía ir a casa ahora que Sabela ya no se encontraba allí. No sé cómo decirlo, no se sentía como un hogar de verdad.
Decidí ir al Bosque Púrpura, pese a que tenía prohibido ir yo era incapaz de resistirme. La razón es bastante simple; es por la Canción que solo yo puedo escuchar, la Canción que viene más allá del bosque y de la Barrera del Rey. Venía de las profundidades de la Nación de la Pesadilla y cada a?o se va haciendo más y más fuerte. Es bastante bonita, suena como la nana que le canta una mamá a su bebé, para que se duerma de una vez.
Me adentré en el Bosque Púrpura y os cuento que la Canción no era el único motivo por el que iba allí. Allí podía encontrar una gran cantidad de trufas y me encantaba comérmelas. Además, algunas crecían hasta ser tan grandes como las cabezas de bebés y en ocasiones tenían nariz, boca, ojos y hasta orejas.
Olisqueé por el bosque a ver si me encontraba con alguna trufa, pero por desgracia mi hocico no captaba nada especial: el sudor rancio de los árboles morados, el aroma salvaje de una familia de trasnos que se había montado una guarida en una cueva cercana, la electricidad azulada que emanaba de la Barrera del Rey. Chasqueé la lengua, el día iba de mal en peor y si continuaba así, era posible que terminase en una barbacoa. Negué con la cabeza, mejor no darle patas a ese tipo de pensamientos.
Pensé en ir a visitar a los trasnos para ver si querían ser amigos míos porque los humanos eran más de gritarme y tirarme piedras. El razonamiento es que como estos también trataban fatal a los trasnos, era posible que estos me tratasen bien a mí. Antes de ponerme en marcha, olí algo familiar: era papá y me pareció raro, él normalmente no se adentra tanto a bosque. Olía al perfume barato que se tiraba por la cabeza, mezclado con el sudor provocado por tanto cortar árboles.
También reconocí el delicioso perfume floral de Lucía, amiga mía y también de mi hermana. Ella era de diez, porque siempre me daba de comer golosinas y me rascaba la panza. Acompa?ado a esos dos olores tan reconocibles, había otro que no lo era tanto: sangre y muerte. Era el se?or que tenía una cicatriz de ara?a en la cara.
Lo más seguro es que estuvieran buscándome y como papá no quería que fuera al bosque, decidí esconderme. Yo iba a volver y volvería, por mucho que me diera la lata, haría oídos sordos. Escuche como hablaba sobre la Barrera del Rey, se acercaban a ella y eso era raro: los humanos pocas veces se acercan porque les da miedo lo que hay al otro lado. El eterno desierto de la Nación de las Pesadillas, allí dónde lo único que sobrevive son monstruos. Supongo que ser testigos de la magnitud de ese paraje desolado les hace comprender lo insignificantes y miserables que son.
Decidí seguirlos y a medida que nos adentrábamos en el bosque, los árboles se iban volviendo cada vez más raros: empezaron a aparecer en la madera rostros de seres humanos o más bien cosas que querían parecerse a humanos y acababan siendo engendros deformes. Por si fuera poco, las ramas de los árboles fueron perdiendo poco a poco el follaje y a cambiar hasta tener la apariencia de brazos con manos y todo. Lo más curioso es que, en un momento dado, los brazos hasta comenzaban a moverse de manera errática, sin sentido alguno, simplemente se movían por el placer de moverse. También el suelo se fue haciendo más peculiar porque ahora, en vez de tener hierbas, malas hierbas, matojos y de todo lo habitual del suelo del bosque, ahora tenía la misma textura morada de carne que los árboles.
Llegados a un punto, los troncos de los árboles estaban completamente cubiertos de aquellas cabezas que simulaban ser humanas y algunas comenzaron a moverse, movimientos sin orden ni concierto, con el caos como único guía. Pesta?eaban de manera descoordinada, los ojos se movían en direcciones diferentes, las bocas se abrían y cerraban haciendo que sonasen los dientes. Pero todo puede volverse incluso más raro: comenzaron a hablar, primero una palabra suelta fue lo que escuché: ?Izquierda!, unos pasos más adelante: ?Perfil, militante!. De pronto, el bosque era una lluvia de palabras inconexas: ?Camarero! ?Examen! ?Caballos! ?Gallina! ?Fogata! ?Córdoba!
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Llegamos a la Barrera del Rey y pude ver una grieta de dos metros de altura. Eso no era bueno porque podían entrar monstruos del otro lado y lo único que querían hacer ellos era matar y comer humanos. Lucía se puso en frente de la grieta y colocó ambas manos sobre ella, de ambas nació una luz azul que cubrió la herida de la Barrera y comprendí por qué habían venido hasta las profundidades del Bosque Púrpura: iban a utilizar la Fe de mi amiga para cerrar la grieta. Bien, supongo que era eso bueno.
A través de la Barrera del Rey podía verse la Nación de las Pesadillas, era como un desierto sin fin, sin vegetación, sin animales solo monstruos. Y un monstruo era justamente lo que se acercaba a toda velocidad: tenía un cuerpo redondo y cubierto de un pelo negro, pero más que cabello parecían tentáculos de los grandes y gruesos que eran, también contaba con un gran número de piernas y gracias a ellas era capaz de moverse tan rápido como un caballo desbocado
Al estar más cerca, pude ver que tenía una boca de labios gruesos con muchos dientes que eran como agujas. Me pareció raro que ninguno de los tres hiciera algo respecto al monstruo, pero al mirarlos me di cuenta de por qué no hacían absolutamente nada: no se daban cuenta de que venía hacia ellos. Papá miraba el cielo mientras se metía un dedo en la nariz y el se?or de la cicatriz le quitaba los pétalos a una flor. Por último, Lucía se encontraba tan concentrada en cerrar la grieta que no se había fijado en el monstruo. Menuda panda de idiotas.
—?Cuidado! ?Un monstruo! —grité, pero fue demasiado tarde.
El monstruo chocó contra la barrera y la rompió, dejando abierto un espacio bastante grande por el cual podrían entrar una gran cantidad de monstruos. Lucía se cayó al suelo debido a la mezcla del impacto y la sorpresa, aunque no se hizo nada de da?o. El monstruo se acercó a mi querida amiga, relamiéndose los labios.
—?Oh, por Helios! —gritó Lucía.
Papá le dio un hachazo a la criatura y la partió en dos, después cogió un cristal rojo que palpitaba en el interior del monstruo y lo estrujó hasta romperlo. Lo malo no acabó ahí: la tierra comenzó a temblar y el suelo se abrió con la forma de una sonriente boca de más de tres metros de longitud, con unos dientes más grandes que yo.
A su lado, la carne empezó a transformarse en varios tentáculos de más de dos metros de altura: Lucía, mi papá y el otro se?or se abrieron paso utilizando sus armas. Yo iba a seguirlos, pero entonces fue cuando un tentáculo me agarró y me levantó en el aire.
—?Nooo! ?Socorro! ?Qué me ha pillado la cosa esta! —grité, muerto del terror.
—?Fufu! —gritó Lucía y ya iba rápida a salvarme, pero papá la agarró por el hombro.
—Es mejor así —dijo papá.
— ??Qué dices?! ?Que se lo va a comer!
Papá le pegó un pu?etazo tan fuerte en la barbilla que la dejó inconsciente.
—?Era necesario? —preguntó el se?or de la cicatriz.
—??Qué quieres qué haga!? ??Que ella arriesgue su vida para salvar a esa cosa!? Siempre lo supe, debí cocinarme el Huevo Negro —murmuró papá y ni siquiera me miró sino que se puso a Lucía en el hombro y se fue junto al otro se?or dejándome solo con la boca monstruosa.
En esos momentos no me importaba que me comiera porque comprendí que papá nunca me había visto como un hijo y nuestra relación no había sido nada más que una mentira. él nunca me quiso, solo me soportó hasta que al final dejó de hacerlo. El tentáculo me bajó hasta la boca, pero aquellos dientes no me hicieron picadillo, sino que la boca se cerró y me dio un beso. Después me dejó libre. ?Qué raro era que el monstruo me tratase mejor que mi propio padre!
—??Por qué no me has comido!? —le grité, pero no obtuve ninguna contestación.
No me sentía contento, no podía volver a casa porque papá estaría allí y él ya no me quería. Pensé que lo mejor sería que creyeran que morí devorado. A decir verdad, no sabía por qué deberían de gustarme los humanos, puesto que aparte de Sabela y Lucía ninguno de ellos me trató especialmente bien. Me acordé de los trasnos que vivían en una cueva cerca, quizás podría encontrar mi lugar junto a ellos. Prefería arriesgarme con los monstruos a darle una segunda oportunidad a los humanos.