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7

  Taco presionó su pu?al en la garganta de Maxxie.

  —Despierta, Despierta —dijo burlón, casi cantando —. Anda, naranjita, despierta. Ahora es que comienza la diversión.

  Maxxie abrió los ojos de inmediato. Todos sus sentidos gritaban peligro.

  Intentó moverse, pero no pudo, tenía los brazos y piernas bien amarrados. Trató de hablar, pero una mordaza se lo evitó.

  “?Qué está pasando? ?Cómo me capturaron sin que me diera cuenta?” se preguntó, angustiado. Estaba entrenado para siempre estar alerta, para despertarse y estar en guardia con el más mínimo ruido. ?Qué había fallado?

  “La caminata…”

  Aunque no lo había querido admitir, se encontraba agotado. Podía enga?ar a su mente, pero no a su cuerpo. Ahora pagaría las consecuencias de su necedad.

  —?Qué te liberemos? ?Qué te disculpas con nosotros? —respondió Taco a los ruidos ininteligibles que Maxxie emitía por la mordaza.

  En realidad, no era eso lo que decía. Les exigía que lo liberasen en nombre de la ley. Aunque sabía que no sería tan fácil, era lo único que se le ocurría intentar.

  —?Quieres que tengamos piedad contigo? Pobre minino, debe estar muy asustado —agregó el chihuahua, irónico.

  Estaban disfrutando eso, él y sus compa?eros. Otto, Bronco y Bernard, situados a la distancia correcta para que Maxxie no pudiera verlos, pero si oírlos, se mofaron. Podía imaginarlos riéndose, disfrutando del momento.

  Intentó zafarse del agarre del chihuahua, pero solo logró cortarse un poco con el cuchillo. Sintió la sangre correr por su pelaje amarillo. Antes estaba nervioso, enfadado. Pero ahora, al contemplar sus posibilidades, comenzó a sentir miedo. Trató de evitarlo, pero no fue posible. Nunca se había sentido así, no se suponía que debía sentirse así. Los rostros de sus compa?eros y su capitán pasaron por su mente ?Qué dirían si lo vieran en ese momento? ?Qué diría su padre?

  —Hey, hey, hey. ?Estas tan emocionado por comenzar a jugar? Lo siento, pero aún no puedo cortarte el cuello. Admito que quiero hacerlo, sí, pero así tan pronto no sería divertido. Sin embargo…

  Taco le quitó el cuchillo del cuello y lo levantó frente a él. El metal reflejó la débil luz de la fogata, ya extinguiéndose por falta de combustible, y Maxxie lo reconoció. Su odio aumentó al ver que el bandido empu?aba el pu?al de su padre, el pu?al que siempre tenía con él desde que se lo había entregado, el pu?al con el que se juramentó a si mismo defender la ciudad tal como su padre lo hizo antes que él.

  La ironía era absurda, terrible.

  —Que lindo pu?al ?A todos los guardias les dan uno así? ?Esto es lo que vale su hombría? —se detuvo a observar Taco, admirando la empu?adora dorada con los elegantes patrones que simulaban lenguas de fuego. Lo zarandeó en el aire y esperó la respuesta de sus compa?eros, quienes murmuraron cosas que Maxxie no llegó a escuchar —. A nosotros de milagro nos dan la armadura, y eso solo luego de que nos mandaron a esta misión de mierda. Antes me tenían lavando letrinas — escupió al suelo, al lado del rostro de Maxxie —. A Otto también… ?A ti Bronco?

  Bronco no respondió, pero sí hizo un ruido que denotaba disgusto.

  —A Bronco lo usaban como mula de carga. Un canino de su porte y su poder, rebajado al trabajo de un simple equino. Llevar su cochina comida y porquerías de aquí para allá, todo el día — dejó de juguetear con el cuchillo y le dirigió una mirada fija a su presa —. El maldito imperio que juraste proteger nos tiene como esclavos… Peor que a ustedes, sí, aunque cueste imaginarlo.

  —Se merecen es la muerte, ratas inmundas —dijo Maxxie, aunque sus palabras se distorsionaron gracias a la mordaza, perdiendo significado.

  — Sí, sabemos que no nos merecemos eso, ?Verdad chicos? —más ruidos asintiendo, aunque ahora Maxxie se daba cuenta que parecía solo ser uno de ellos quien respondía —. No merecemos que nos traten así. Merecemos ser libres, comer su comida, coger sus felinas… o, como mínimo, realizar las mismas tareas que hacen los mejores de los guerreros. Después de todo, somos muy buenos matándolos, ?Cierto? ?Eso fue lo que quisiste decir?

  —Hijo de puta, espera que me suelte, usaré ese pu?al para terminar lo que mis hermanos no se atrevieron a hacer por cumplir las reglas.

  —Sí, tienes razón, merecemos estar sentados en el hediendo excusado que ustedes llaman trono, lo se. Pero no te pases de ambicioso, naranjita, nos conformamos con que nos traten como iguales… Bueno, no. Lo siento, no fingiré que no somos superiores ?Sabes lo que hacíamos antes? ?Antes de que nos capturaran? Secuestrábamos gatos de la capital y los vendíamos como esclavos. Buenos tiempos…

  — Sí, buenos, muy buenos, muy buenos —agregó Otto entre resoplidos, parecía emocionado.

  Ninguno de los otros dijo nada.

  —?Escorias!

  —Claro que sí. Ustedes, tras sus muros, viven una vida de mentira, ya que no pueden vivir en el mundo de verdad. El único lugar bonito y tranquilo bajo la presencia de los celestiales es la nauseabunda Miaurnia. Sus calles y castillos son muy bonitos, sí, pero les hacen olvidar como es vivir de verdad. Nosotros tan solo nos dedicábamos a que lo recordasen. A que los afortunados nacidos en la capital conocieran como es el mundo que se merecen, no el que creen merecer por tan solo ser producto de dos nobles ignorantes cogiendo sin miedo en sus camas con sabanas de seda. Deberían agradecérnoslo. Pero bueno, la culpa no es de ustedes, si no de su Emperador.

  — Sí, el Emperador, maldito y estúpido Emperador —interrumpió Otto de nuevo.

  Bronco solo hacía ruidos que parecían ser en forma de aceptación.

  —Pero bueno, mucha chachara. El Emperador seguirá haciendo uso de todo su poder y de todo su dinero para que la gente de la ciudad viva una vida de ensue?os mientras el resto del mundo se pudre en su propia inmundicia. Nosotros solo tenemos que sobrevivir, aportando con eso ?Por qué está mal quitarles a quienes nos han quitado tanto? Tan solo los ayudamos a ver la realidad.

  — Sí, quitarles, quitarles. No lo merecen.

  Otro ruido de Bronco.

  A Maxxie, el discurso del criminal le parecía un montón de sinsentidos resentidos. Pero eso no era lo que le importaba ahora. No podía concentrarse en el discurso de un necio. No iba a ganar nada combatiendo sus argumentos con palabras para hacerlo entrar en razón. Para él, la gente se dividía en dos grupos, aquellos que entendían la verdad de las acciones y promesas de su Emperador, y los que no. Su trabajo era evitar que aquellos que no respetaban el orden amenazaran a los que sí. Ese grupo debía perecer allí mismo, y él era quien debía impartir dicha justica, si tan solo lograba soltarse.

  —?Ves esto? —preguntó Taco se?alándose su oreja izquierda. Maxxie no se dio cuenta antes, pero le faltaba medía oreja —. Los hijos de puta de los guardias me la cortaron luego de que nos entregamos. Nos tenían rodeados, nos rendimos y me la cortaron de todas maneras. Imagínate que felicidad la de ellos. No los culpo, no tienen otra manera de ver sangre canina.

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  ? Y bueno, ya que estamos hablando de quitarle a quienes nos han quitado…

  Maxxie observó con horror el pu?al de su padre dirigirse al lado izquierdo de su cabeza. Taco le tomó la oreja y con un solo corte del afilado metal la desprendió de su cabeza. Maxxie gritó a todo pulmón. Comenzó a ver borroso por el dolor. Sintió la sangre brotar en grandes cantidades, empapándole ese lado de su cara y enfangando la tierra bajo ella. Sus pensamientos se volvieron caóticos. Terminó por convencerse de que ese grupo estaba loco, si no hacía algo podría morir allí mismo, esa noche, en medio de la espesura del bosque. Así como así sus pensamientos de justicia cambiaron a unos de sobrevivencia.

  —Shhh, shhhh —articuló Taco mientras le ponía un dedo en la boca, sobre el vendaje —. Tranquilo, tranquilo. Apenas estamos empezando, no te desesperes

  El canino, tomando a Maxxie de los mechones naranjas, le volteó la cabeza para que mirara al grupo tras de él.

  —?Ves a Bronco?

  “Maldita sea… Maldita sea” fue lo único que pasó por la cabeza de Maxxie. Todo estaba borroso, pero no tuvo que verlo para recordar el rostro del rottweiler. A Bronco le faltaba el ojo derecho.

  —Y a Otto… Bueno, ?Qué te han quitado, Otto?

  —?A mí? Nada…

  —Bueno, te quitaron la libertad, ?No? Con eso podrías elegir cualquier parte de su cuerpo, es justo, ?Cierto?

  —?Si! ?Es verdad! ?Claro que sí! ?Corta su miembro! —exclamó Otto, extasiado de emoción.

  Taco estalló en carcajadas.

  —Maldita sea, Otto, siempre pensando en obscenidades. Pero bien, tus deseos son órdenes ?Un pene de soldado Imperial saliendo! Si no se lo han cortado ya sus superiores, claro —se volvió hacía Maxxie —. ?Por dónde prefieres que comencemos?

  El pobre soldado ya no podía contener el pánico, estaba muerto de miedo, ensangrentado y con los ojos llenos de lágrimas.

  “Hasta aquí llega mi honor” pensó “Me van a matar, y por si fuera poco lo van a hacer con el pu?al de mi padre.”.

  Los perros discutieron, decidiendo como empezar con la tortura, hasta que al fin parecieron ponerse de acuerdo.

  Momentos más tarde Maxxie se movió violentamente, intentando soltarse, mientras la punta de su pu?al se dirigía a su ojo derecho.

  En un segundo que pareció apartado de la realidad, envidió la habilidad con la que los caninos lo ataron. él nunca hubiera podido hacer un nudo tan resistente y…

  Cerró los ojos, no podía ver el pu?al acercarse, pero lo sentía.

  —Ya es suficiente —escuchó decir a la voz cansada pero autoritaria del San Bernardo.

  —?Calla, viejo inútil! No te metas —respondió Taco.

  Se escuchó el ruido del acero siendo desenfundado.

  —Dije que fue suficiente.

  Maxxie abrió los ojos de nuevo e intentó ver donde se encontraba Bernard, el otro canino que lo acompa?aba en su viaje. No lo logró, pero si observó a Taco levantarse, liberándolo de su peso mientras se ponía en guardia contra un enemigo que estaba justo frente a él.

  —También quieres morir, ?Eh?

  Silencio.

  En eso, Bronco se adelantó y posó una enorme mano en el hombro de su compa?ero. Taco volteó la cabeza y vio como este movía la suya formando una lenta negación. El chihuaha dudó un momento, pero luego cedió. Guardó la daga en su cinto y escupió a la cara de Maxxie. La saliva le cayó en un ojo.

  —?Ahora estas defendiendo a los soldados, Bernard?

  —Defiendo a este soldado. él no te ha hecho nada.

  —?Nos hizo caminar durante un día entero!

  —?Y por eso merece morir?

  —… Veo que has cambiado —acusó —, te ablandantes. Me consta que tu matabas por menos, Bernard.

  —Y lo pagué en creces —respondió el viejo —. Ya no somos los mismos caninos. Juramos servir al reino a cambio de nuestras vidas y no pienso romper ese juramento.

  —Fue un juramento falso. Era la única opción. Servir hasta que pudiéramos escapar…

  —No, no lo era. Tenías la opción de morir y pagar inmediatamente por todo el mal que has causado. Todos la teníamos.

  —Nunca imaginé que te hubieras convertido en… En esto. Debería matarte justo ahora y…

  Bronco avanzó y se interpuso entre los dos. Volvió a negar con la cabeza.

  —Gracias, Bronco. Gracias por seguir siendo sensato —dijo Bernard. Se escuchaba terriblemente cansado.

  A Maxxie le sorprendió que encarara al grupo, y más aún que lo respetasen. No llegó a preguntarse por qué lo hacía, por qué se ponía de su lado, en ese momento no importaba, lo estaban salvando.

  —Tomen lo que quieran y váyanse —prosiguió, y luego, como si se le olvidará agregó —. Por favor, déjennos en paz.

  El grupo de caninos comenzó a moverse rápidamente sin decir una palabra más. Los escuchó abrir zurrones y mover cosas de un lado al otro.

  —?Ah! Dejen ese botiquín —exclamó Bernard —. Necesito curarle las heridas al muchacho.

  ***

  El alba llegó y el Celestial Mayor comenzó a infundirle su vida a las cosas. Maxxie estaba sentado, recostado en un árbol, mientras que Bernard terminaba de vendarle la cabeza. Tenía suerte de que el corte fuera preciso y la hoja no tuviera ni un milímetro de su hierro oxidado. Maxxie debía agradecer su esmerado cuidado con su pu?al por no haberle complicado su herida.

  Se maldijo. Su pu?al era la única pertenencia personal que tenía, el único recuerdo físico de su padre, y se lo acababa de arrebatar un criminal. Parecía que eso era lo que más le dolía, más que la misma herida. Asimiló que, en ese momento, el pu?al representaba su orgullo, enarbolado y perdido en vergüenza.

  “Lo recuperaré” se dijo en un momento, decidido “No sé cómo, ni cuándo, pero luego de rescatar a la princesa saldré en su búsqueda. Encontraré a ese trío de dementes y me vengaré antes de que hagan más mal al Imperio Felino”.

  Impulsado por esos pensamientos, se apuró a emprender el camino para cumplir su misión no más Bernard lo desató. Pero no llegó muy lejos antes de que el viejo canino lo interceptara y tratara de convencerlo de esperar. No escuchó, y al demostrar que no tenía intenciones de aceptar los consejos de Bernard, éste lo inmovilizó de nuevo para evitar que fuera tras los criminales.

  Aunque Maxxie no estuviera en sus cabales para escuchar razones, los argumentos del san bernardo eran válidos. Lo habían despojado hasta de su espada y armadura, no tenía como luchar y eran tres, tres matones sedientos de sangre.

  Bernard le despertaba mucha curiosidad, los otros caninos lo escucharon y obedecieron. Se preguntó si eso sugería que era su líder, o quizás solo un veterano reconocido en su mundo, si era posible que ese amable y tranquilo anciano también fuese un bandido. No tenía respuesta para ninguna de esas preguntas y Maxxie no se atrevía a interrogarlo, aún no al menos. No tenía ganas de hacerlo, no quería hablar con delincuentes.

  Se dejó tratar la herida pues si no lo hacía lo más seguro es que moriría por una infección antes de lograr volver a la capital. Pero no podía seguir con él. Pensó un momento en apresarlo, pero no tenía los medios. Ni siquiera tenía una espada.

  “?Cómo hare cumplir mi autoridad así? ?Desarmado y herido?”

  Luego estaba el hecho de que era él quien lo había salvado. Bernard evitó que Taco y los demás lo cortaran pedazo a pedazo hasta matarlo. No entendía el motivo, ni se le ocurría como recompensarlo por eso. Si quiera aceptaba el hecho de agradecerle, su honor como Guardia Imperial se lo impedía. Pero tampoco le parecía correcto traicionarlo luego de que se arriesgara para salvarlo.

  Al terminar de tratarlo, el canino también se sentó, apoyándose en un árbol a su lado, y comenzó a contemplar el amanecer en silencio, el cómo la luz del Celestial Mayor atravesaba las ramas de los árboles y ahuyentaba el frío de la noche.

  No compartieron palabra alguna por un buen rato.

  Al transcurrir lo que pudo haber sido una hora, Maxxie se levantó y comenzó a caminar al sur. Bernard lo observó y, tan solo medio minuto después, comenzó a seguirlo.

  Gracias a que los otros tres los saquearon por completo la noche anterior, no tenían campamento que levantar, así que abandonaron el lugar sin más.

  —?Por qué me sigues? —preguntó Maxxie al rato.

  —Entiendo que aún tenemos una misión que cumplir, ?Estoy en lo correcto?

  —No, yo tengo una misión. Tu… Tu solo eres un criminal. No puedo arrestarte, no tengo los medios. Además, me salvaste la vida, por lo que te perdonaré como mi Emperador te perdonó una vez. Pero no más.

  —Joven Maximilian, le pido que no me llame criminal. Ya no soy lo que solía ser…

  —Un criminal nunca deja de ser un criminal —respondió Maxxie, tajante.

  —?Ah no? Disculpe mi atrevimiento, joven se?or, pero… ?Usted como sabe eso? ?Acaso fue un criminal anteriormente?

  —?No me insultes! —exclamó Maxxie, deteniéndose y plantándole cara al anciano —. No se te ocurra volverme a comparar con escorias como Taco y los otros dos malditos. Ni siquiera lo insinúes.

  —Pido disculpas, pero también me gustaría pedirle que no me compare con ellos tampoco. Como dije anoche, hice un juramento, ahora protejo los intereses del Imperio.

  —?Así? ?Sin más? ?Consideras que eso es suficiente para que te vea como un igual? ?Cómo un honorable soldado de la Guardia Imperial?

  —?Yo? Lo que yo considere no tiene importancia, joven Maximilian. Sin embargo, el mismísimo Emperador fue quien nos dio esta oportunidad. Eso quiere decir que el si considera que ahora somos iguales.

  Maxxie estaba listo para seguir discutiendo, pero su argumento lo detuvo en seco. él no era nadie para juzgar el juicio del Emperador. Si el Emperador consideraba que los criminales podían convertirse en Guardias Imperiales, él no tenía derecho para pensar lo contrario. Aun habiendo vivido la experiencia de la noche anterior.

  Quiso disculparse con Bernard, pero, de nuevo, no se atrevió. Esta vez no fue su juramento que se lo impidió, si no la ira.

  —Está bien —dijo en su lugar —, que sea como considere el Emperador.

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