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El Despertar Volcánico

  CAPíTULO XXIV

  La noche había envuelto el coliseo del Torneo Mundial en un manto de oscuridad, roto solo por el resplandor anaranjado de las antorchas que chisporroteaban en los muros de piedra milenaria. El cielo, cuajado de estrellas, parecía observar en silencio el clímax de una batalla que quedaría grabada en la historia. La arena, devastada por horas de combates brutales, era un paisaje de desolación: grietas profundas surcaban el suelo como cicatrices, escombros de roca y madera rota se esparcían por doquier, y charcos de sangre seca se mezclaban con el polvo, formando un lodo rojizo que se pegaba a las botas de los últimos peleadores. El aire estaba cargado de una tensión opresiva, impregnado de un olor acre a sudor, sangre y ozono quemado, un aroma que raspaba la garganta y dejaba un sabor metálico en la lengua. El viento nocturno, frío y seco, barría la arena, levantando partículas de polvo que irritaban los ojos y se adherían a la piel sudorosa, formando una capa áspera que se sentía con cada movimiento.

  La multitud, que había rugido sin cesar durante horas, ahora guardaba un silencio sepulcral, sus miles de ojos fijos en el centro de la arena. El sonido era mínimo: el crepitar de las antorchas, el susurro del viento, y el jadeo entrecortado de los últimos combatientes, un eco que resonaba en el coliseo como un latido moribundo. En las gradas, Fuji, Alisse y Shizuka-Sensei observaban con el aliento contenido, sus rostros reflejando una mezcla de asombro, preocupación y reverencia. Fuji, con sus ojos brillantes como brasas, apretaba los pu?os con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, su cuerpo temblando de emoción. Alisse, con los brazos cruzados, mantenía una fachada de indiferencia, pero sus ojos oscuros traicionaban una chispa de ansiedad que no podía ocultar. Shizuka-Sensei, inmóvil como una estatua, observaba con una calma que parecía desafiar el caos, sus ojos grises brillando con un destello de orgullo silencioso.

  Arriba, en un trono de obsidiana que dominaba las gradas, el Eterno Eterion

  En el centro de la arena, solo quedaban tres peleadores: RenShunRikidozan

  Ren, de pie frente a Rikidozan, temblaba de furia, su cuerpo al borde del colapso pero su espíritu ardiendo con una intensidad que desafiaba su agotamiento. Su kimono, también gris con detalles celestes, estaba rasgado en los bordes, empapado de sudor y salpicado de sangre, pegándose a su torso musculoso como una segunda piel. El sudor corría por su frente, goteando por su mandíbula y cayendo al suelo, y sus ojos carmesí brillaban con una furia descontrolada, aunque el cansancio era evidente en la tensión de su mandíbula y el leve temblor de sus manos. Sus brazos, marcados por cicatrices y cortes recientes, sangraban ligeramente, la sangre deslizándose por su piel bronceada en hilos rojos que se mezclaban con el polvo.

  Rikidozan, el Eterion transformista, se erguía como un rey oscuro, su cuerpo escamoso brillando bajo la luz de las antorchas, las escamas negras reflejando destellos de fuego como si fueran obsidiana pulida. Su cabello morado, largo y desordenado, ondeaba con el viento, y sus ojos del mismo color ardían con una mezcla de arrogancia y furia contenida. Su figura era imponente, sus músculos tensos bajo las escamas, y cada movimiento suyo desprendía un olor a ozono y metal quemado, un recordatorio de su poder transformista. Su sonrisa burlona no desaparecía, un rictus de arrogancia que alimentaba la furia de Ren.

  —Esto termina aquí —dijo Rikidozan, su voz profunda y resonante, cortando el silencio como una daga. Alzó una mano, su Yu morado crepitando en sus dedos, preparándose para un ataque que prometía ser devastador.

  Pero algo cambió en Ren. Ver a Shun, su amigo, su compa?ero, inmóvil en la arena, desencadenó una transformación que ni él mismo sabía que podía alcanzar. Una presión abrumadora comenzó a crecer dentro de su cuerpo, una energía que parecía surgir de lo más profundo de su ser, un fuego que quemaba sus venas y hacía temblar su alma. Su respiración se volvió errática, cada inhalación un jadeo que resonaba en el silencio, y sus ojos carmesí se cerraron por un instante, su rostro contorsionándose por el dolor y la furia.

  De repente, un rugido primal emergió de su pecho, un sonido que resonó como el bramido de un volcán despertando, y su cuerpo comenzó a transformarse. La arena tembló bajo sus pies, las grietas extendiéndose como venas rotas, y una onda de energía dorada brotó de su cuerpo, iluminando la arena como si un sol hubiera nacido en el centro del coliseo. Su piel se volvió de un color marrón volcánico, como si la energía misma del planeta estuviera fluyendo a través de él, cada poro de su cuerpo brillando con un fulgor ardiente. Su cabello, antes oscuro, se iluminó y se tornó dorado, emitiendo un brillo casi cegador, similar a la luz del sol, reflejando el poder recién despertado en su interior. Sus ojos se abrieron, ahora dorados, irradiando una intensidad tan pura que parecían brillar como dos soles, su mirada perforando la oscuridad con una furia divina.

  El kimono de Ren, incapaz de soportar la transformación, se desgarró por completo, los jirones de tela cayendo al suelo como hojas quemadas, dejando al descubierto su musculatura, que se había vuelto más voluptuosa y poderosa, cada músculo definido como si hubiera sido tallado en roca viva. Pero lo más impactante fue lo que emergió de su espalda: cuatro brazos de Eón puro, hechos de energía dorada, se alzaron como extremidades de un dios, rodeados de un aura de luz que crepitaba con poder eónico. Los brazos, largos y musculosos, brillaban con un fulgor que iluminaba la arena, cada movimiento suyo desprendiendo un olor a ozono y fuego, un aroma que quemaba las fosas nasales y hacía temblar el aire.

  La transformación de Ren, el Despertar Volcánico

  Alisse, a su lado, dejó caer los brazos, su fachada de indiferencia desmoronándose por completo. —Esto... esto no es posible —murmuró, su voz temblorosa, sus ojos oscuros reflejando el fulgor de Ren, una mezcla de asombro y respeto en su expresión.

  Shizuka-Sensei, inmóvil como siempre, permitió que una sonrisa sutil curvara sus labios, un gesto raro que suavizó su rostro severo. —Lo ha logrado —susurró, su voz profunda y calmada, sus ojos grises brillando con orgullo. —El Despertar Eterion... Ren ha encontrado su verdadero poder.

  Arriba, en su trono, el Eterno Eterion se inclinó hacia adelante, sus ojos dorados destellando con un interés renovado. Por primera vez, su rostro mostró un atisbo de emoción, un destello de sorpresa que rompió su máscara de serenidad. —Un Despertar Volcánico —murmuró, su voz resonando como un eco lejano, audible solo para los jueces cercanos. —No había visto uno en siglos.

  Rikidozan, por primera vez, se detuvo, su sonrisa burlona desvaneciéndose, su expresión transformándose en una de seriedad absoluta. La energía de Ren lo había sobrepasado, y su apariencia misma era una amenaza tangible. Sus escamas negras brillaban bajo la luz dorada, pero sus ojos morados mostraban un destello de cautela, un reconocimiento del peligro que ahora enfrentaba.

  —Así que esto es lo que escondías —dijo, su voz baja pero cargada de tensión, mientras transformaba su cuerpo, sus escamas endureciéndose hasta parecer acero, sus músculos hinchándose con una fuerza renovada.

  El combate verdadero comenzó con un estallido de poder que sacudió la arena. Ren se lanzó hacia Rikidozan con una velocidad y una fuerza indescriptibles, sus cuatro brazos de Yu moviéndose como relámpagos, cada uno lanzando un golpe devastador que resonaba como un trueno. El primer brazo golpeó el pecho de Rikidozan, un impacto que hizo temblar el suelo, las grietas extendiéndose como venas rotas. El segundo brazo conectó con su mandíbula, un uppercut que resonó como un ca?onazo, la sangre brotando de la boca del transformista en un arco negro que salpicó la arena. El tercer brazo golpeó su abdomen, un pu?etazo que lo hizo doblarse, el aire escapando de sus pulmones en un jadeo agudo. Y el cuarto brazo lo remató con un gancho al costado, un impacto que lo lanzó hacia atrás, su cuerpo estrellándose contra un montón de escombros con un crujido de roca y hueso.

  El cielo se oscurecía con la intensidad del combate. Ren, con su nuevo poder, se erguía majestuoso, sus cuatro brazos de Eón brillando con una energía inhumana. Rikidozan, el guerrero indomable, sentía la presión de una fuerza que jamás había enfrentado. Ambos sabían que este sería un duelo que marcaría la historia.

  Ren desapareció de la vista por un instante, y antes de que Rikidozan pudiera reaccionar, sintió el impacto de un pu?o en su abdomen. No uno, sino cuatro golpes simultáneos que sacudieron su ser y el suelo bajo sus pies. El eco de la embestida resonó en el aire, y Rikidozan fue lanzado varios metros hacia atrás, deteniéndose solo cuando su cuerpo impactó contra una formación rocosa, que se hizo a?icos al contacto.

  Sin perder un solo segundo, Ren apareció sobre él, sus ojos brillando con furia y determinación. Rikidozan, con su experiencia y tenacidad, bloqueó el siguiente golpe con una guardia reforzada, pero apenas pudo sostenerse antes de ser lanzado una vez más por la incesante furia de los brazos de Ren. Cada ataque de Ren era más que un simple golpe; era una ráfaga de energía destructiva que hacía temblar el terreno a su alrededor.

  Rikidozan rodó por el suelo y, con un rugido de desafío, activó su transformación. Su cuerpo creció, su musculatura se expandió y su piel adquirió un tono metálico. Con su nueva forma, cargó contra Ren, esquivando un par de golpes y lanzando un pu?etazo demoledor que impactó en el torso del guerrero de cuatro brazos. Ren sintió el golpe, pero en lugar de retroceder, giró con el impacto y contraatacó con un gancho ascendente que hizo que Rikidozan escupiera sangre.

  La batalla se intensificó. Ambos luchadores se movían a velocidades sobrehumanas, intercambiando golpes que podrían destruir monta?as. Rikidozan intentó adaptarse, cambiando su forma constantemente para igualar el ritmo de Ren, pero este último ya no peleaba con ira descontrolada. Cada uno de sus ataques era meticulosamente calculado, como si cada brazo tuviera una conciencia propia, atacando en perfecta sincronía.

  Un golpe cruzado de Ren conectó con el rostro de Rikidozan, seguido de una serie de impactos en el torso y piernas que lo desestabilizaron. Rikidozan contraatacó con una combinación de patadas giratorias, pero Ren las bloqueó con facilidad, utilizando sus múltiples extremidades para atrapar la pierna de su oponente y estrellarlo contra el suelo con una fuerza descomunal.

  Rikidozan, sorprendido pero no derrotado, se levantó con un rugido, su cuerpo transformándose de nuevo: sus escamas se retrajeron, su figura se volvió más delgada y ágil, y lanzó un tentáculo escamoso hacia Ren, el apéndice cortando el aire con un silbido mortal. Ren, con una velocidad inhumana, esquivó el ataque, su cuerpo moviéndose como un borrón dorado, y contraatacó con sus cuatro brazos, cada uno golpeando con una fuerza que hacía temblar la arena. Los golpes eran una danza perfecta de combate, una sinfonía de poder y furia que resonaba en el coliseo, el aire vibrando con cada impacto.

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  Pero Rikidozan no se rendía; sin embargo, el cambio constante en su cuerpo lo iba agotando física y mentalmente, su Yu era cada vez más débil y estaba siendo drenado. A pesar del castigo recibido, se levantó una vez más, transformándose en su forma definitiva. Su cuerpo ahora estaba cubierto por una armadura etérea, su velocidad y fuerza aumentadas al máximo. Con un grito de guerra, lanzó un golpe que rompió la barrera del sonido, impactando en el rostro de Ren y enviándolo a través de un bosque cercano. árboles se derrumbaron como si fueran de papel, y una nube de polvo se levantó en el aire.

  Ren emergió de la destrucción, sonriendo. Por primera vez en mucho tiempo, estaba disfrutando de un combate verdadero. Sin perder el tiempo, se lanzó nuevamente al ataque, esta vez con una ferocidad sin igual. Los cuatro brazos de Yu se movieron como un torbellino de destrucción, cada golpe siendo más fuerte que el anterior. Rikidozan intentó resistir, pero cada vez que bloqueaba un ataque, otro impactaba desde un ángulo inesperado.

  La furia de Ren por ver a Shun herido era algo que desataba una erupción de lava, pero sus ojos están nublados por la rabia. Shizuka-Sensei gritó: ─?Ren, controla tu Armonía o te consumirás!"

  Shizuka sabía que si Ren se dejaba llevar por la ira podría ocasionar algo peor, no solo la muerte del transformista, si no los cientos de heridos que se encontraban en las gradas.

  Rikidozan, con su habilidad transformista ya desgastada, intentaba adaptarse, sus escamas endureciéndose, su cuerpo cambiando de forma para bloquear los ataques, pero era totalmente inútil, Ren era implacable, sabía que la debilidad era en el momento del cambio de forma. Sus cuatro brazos golpeaban sin descanso, cada impacto resonando como un trueno, sus patadas eran precisas y veloces como relámpagos,. La sangre de Rikidozan salpicando la arena con cada golpe, un líquido negro que contrastaba con el fulgor dorado de Ren. El transformista, por primera vez, mostraba signos de esfuerzo, su respiración pesada, su cuerpo temblando bajo la presión y el desgaste de Yu, sus escamas agrietándose con cada impacto.

  Finalmente, Ren canalizó todo su poder en un ataque final. Sus cuatro brazos de Yu se pusieron frente a él, brillando con un fulgor dorado que iluminó la arena como un sol en miniatura, y empezó a generar una esfera dorada que brillaba con la furia de cientos de soles. Aquella esfera se dirigió con toda la velocidad del mundo hacia su contrario. Un golpe que resonó como una explosión. El impacto conectó con el pecho de Rikidozan, rompiendo su defensa como si fuera papel, el sonido del hueso al romperse audible incluso sobre el rugido de la multitud. Seguido de aquel estallido, apareció Ren frente a Rikidozan con una velocidad abismal, sus seis brazos totales se juntaron como si fuesen uno solo, dándole aquel golpe final en múltiples zonas de su rostro. Rikidozan fue lanzado hacia atrás, su cuerpo volando por el aire y estrellándose contra el suelo con un golpe sordo, levantando una nube de polvo que oscureció la visión. Cayó inmóvil, su respiración superficial, su cuerpo escamoso cubierto de grietas, la sangre goteando de sus heridas y formando un charco negro a su alrededor.

  El silencio cayó sobre el campo de batalla. Rikidozan yacía inmóvil, su cuerpo herido pero aún respirando, su Despertar se desvaneció lentamente dejando ver la frágil forma de un hombre delgado. Ren lo observó por un momento, luego relajó su postura. No necesitaba matarlo; la victoria ya estaba decidida. Había demostrado su verdadero poder y, más importante aún, había encontrado un rival digno. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y se alejó, dejando tras de sí una escena de devastación y el eco de un combate legendario.

  Ese silencio se apoderó de la arena por un corto periodo de tiempo, un respiro reverente ante la caída de un titán. Luego, la multitud estalló en un rugido ensordecedor, sus vítores resonando como una tempestad, un coro de miles de voces que celebraba la victoria de Ren. En las gradas, Fuji saltaba de emoción, sus manos agitándose frenéticamente.

  —?Lo hizo! ?Ren lo hizo! —gritó, su voz aguda cortando el aire, sus ojos brillando con lágrimas de alegría.

  Alisse, con una sonrisa que no podía ocultar, asintió lentamente. —Ese tonto... realmente lo logró —murmuró, su tono suave pero cargado de admiración, sus ojos oscuros reflejando el fulgor dorado de Ren.

  Shizuka-Sensei, con una expresión de orgullo silencioso, cerró los ojos por un instante, su sonrisa sutil ensanchándose. —Has superado mis expectativas, Ren —susurró, su voz profunda y calmada, un eco de satisfacción en su tono.

  El Eterno Eterion, desde su trono, se puso de pie, un gesto que hizo que los jueces cercanos contuvieran el aliento. Sus ojos dorados brillaban con una mezcla de asombro y respeto, y por primera vez, su voz resonó en la arena, un sonido que parecía venir de todas partes y de ninguna.

  —Un Despertar Volcánico... un poder digno de un Eterion —dijo, su tono cargado de reverencia. —Este chico... tiene un futuro brillante.

  Ren, exhausto, sintió cómo la energía que lo había impulsado comenzaba a desvanecerse. Sus cuatro brazos de Yu se disiparon en un destello de luz dorada, su piel marrón volcánica volviendo a su tono blanquecino, su cabello dorado oscureciéndose de nuevo, y sus ojos dorados regresando a su amarillo natural. Cayó de rodillas, su cuerpo temblando por el esfuerzo, la sangre goteando de sus heridas y manchando la arena. Su respiración era un jadeo entrecortado, cada inhalación un esfuerzo que quemaba sus pulmones, y el sudor empapaba su rostro, goteando por su mandíbula y cayendo al suelo.

  Shun, que había comenzado a recuperarse, se arrastró hacia Ren, su cuerpo aún débil pero su espíritu intacto. La sangre manchaba su rostro, y su kimono estaba rasgado, pero sus ojos verdes brillaban con una mezcla de gratitud y respeto. Se arrodilló junto a Ren, posando una mano en su hombro, el tacto cálido y firme contra la piel sudorosa de su amigo.

  —Lo lograste, Ren —dijo, su voz suave pero cargada de emoción, una sonrisa curvando sus labios—. Sabía que podías hacerlo.

  Ren alzó la vista, sus ojos amarillos encontrándose con los de Shun, y por un momento, el mundo pareció detenerse. Reflexionó sobre todo lo que había vivido: los entrenamientos agotadores, las batallas brutales, las lecciones de Shizuka-Sensei, la camaradería con sus amigos. Y entonces, una verdad se asentó en su corazón, una certeza que lo llenó de paz.

  —No necesito al Eterno —murmuró, su voz baja pero firme, sus ojos brillando con una determinación tranquila—. Si estas personas lograron ser tan fuertes sin ayuda del Eterno Eterion, entonces yo también lo seré —aquellas palabras salían de su boca recordando a los Eterions que pisaron el campo de pelea.

  Shun, sorprendido, lo miró con una mezcla de asombro y comprensión. Ren se puso de pie, su cuerpo protestando con cada movimiento, y alzó la voz, dirigiéndose a los jueces y al Eterno Eterion.

  —Me descalifico —dijo, su tono resonando en la arena, cada palabra cargada de convicción—. Shun será el vencedor del Torneo Mundial.

  La multitud jadeó, el silencio roto por murmullos de incredulidad. En las gradas, Fuji abrió la boca, su expresión una mezcla de confusión y asombro.

  —?Qué está haciendo? —preguntó, su voz aguda, sus ojos abiertos de par en par.

  Alisse, con una sonrisa suave, sacudió la cabeza.

  —Ren... siempre tan noble —murmuró, su tono cargado de afecto, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de orgullo y tristeza.

  Shizuka-Sensei asintió lentamente, su expresión serena.

  —Ha encontrado su propio camino —dijo, su voz profunda y calmada, un eco de satisfacción en su tono—. Eso es lo que importa.

  El Eterno Eterion, desde su trono, inclinó la cabeza en un gesto de respeto, sus ojos dorados brillando con una mezcla de sorpresa y admiración.

  —Un guerrero que elige su propio destino... interesante —murmuró, su voz resonando como un eco lejano, audible solo para los jueces cercanos.

  Shun, con una sonrisa de gratitud, se puso de pie, su cuerpo aún débil pero su espíritu fortalecido.

  —Gracias, Ren —dijo, su voz suave pero cargada de emoción, sus ojos verdes brillando con lágrimas contenidas. —Aceptaré esta victoria... pero sé que tú eres el verdadero ganador.

  El Torneo Mundial había terminado, y Shun fue declarado el vencedor oficial, destinado a entrenar con el Eterno Eterion. Pero para Ren, la victoria era otra: había encontrado su verdadero poder, su verdadero propósito. No sentía tristeza ni arrepentimiento; su corazón estaba lleno de una paz que nunca había conocido. Sabía que su viaje estaba solo comenzando, que el camino hacia convertirse en un verdadero Eterion era largo y lleno de desafíos, pero ahora tenía la fuerza interior para enfrentarlos, para alcanzar la grandeza por sus propios medios.

  El grupo se reunió al borde de la arena, los Eterions Sanadores atendiendo a Shun y Rikidozan mientras Ren, Fuji, Alisse y Shizuka-Sensei se acercaban. Fuji corrió hacia Ren, abrazándolo con fuerza, su voz aguda llena de emoción. —?Eres increíble, Ren! ?Nunca había visto algo así! —dijo, sus ojos brillando con lágrimas de alegría.

  Alisse, con una sonrisa suave, posó una mano en el hombro de Ren, el tacto cálido y firme contra su piel sudorosa. —No sé si eres un genio o un idiota —dijo, su tono cargado de afecto, su mirada brillando con una mezcla de orgullo y diversión—. Pero estoy orgullosa de ti.

  Shizuka-Sensei, con una expresión de orgullo silencioso, se acercó a Ren, sus ojos grises encontrándose con los suyos.

  —Has encontrado tu camino, Ren —dijo, su voz profunda y calmada, un eco de satisfacción en su tono—. Eso es lo que importa. El resto... vendrá con el tiempo.

  Ren, con la cabeza alta, sonrió, una sonrisa que reflejaba su paz interior. Miró a Shun, quien le devolvió la sonrisa, un gesto de entendimiento y camaradería que trascendía las palabras. El Torneo Mundial había terminado, pero la historia de Ren estaba lejos de acabar. El camino hacia convertirse en un verdadero Eterion solo había comenzado, y ahora, con su Despertar Volcánico y la fuerza de sus amigos a su lado, estaba listo para enfrentar cualquier desafío que viniera.

  La arena, ahora silenciosa, parecía contener el aliento, un testigo mudo de la grandeza que había presenciado. Y mientras el grupo se alejaba, el coliseo se alzaba bajo el cielo estrellado, un monumento a las batallas libradas, a las victorias ganadas, y a los caminos que aún estaban por recorrer.

  Ren miró hacia donde se encontraba Rikidozan, aquel flacucho lo miraba con respeto y recelo. Sus miradas se encontraron y el chico simplemente le sonrió para luego derramar unas palabras ante el silencio:

  —Gracias.

  El coliseo, ahora envuelto en un silencio reverente, parecía contener el eco de las batallas que habían marcado su historia, un testigo eterno de la grandeza y el sacrificio que había presenciado. Ren, con el cuerpo agotado pero el espíritu inquebrantable, caminó junto a sus amigos hacia la salida de la arena, el peso de su Despertar Volcánico aún resonando en su interior como un fuego latente. La luz de las antorchas proyectaba sombras largas sobre el suelo agrietado, y el viento nocturno, fresco y seco, acariciaba su piel sudorosa, llevándose consigo el aroma a sangre y ozono que había impregnado la batalla. Shun, apoyado en el hombro de Ren, caminaba con pasos lentos pero firmes, su sonrisa de gratitud iluminando su rostro pálido, un reflejo de la camaradería que los unía más allá de cualquier victoria. Fuji, Alisse y Shizuka-Sensei los seguían de cerca, sus figuras recortadas contra el cielo estrellado, un grupo unido por la adversidad y el triunfo.

  Mientras cruzaban el umbral del coliseo, Ren alzó la vista al cielo, sus ojos carmesí brillando con una determinación tranquila. Había encontrado su verdadero poder, su verdadero propósito, y aunque había cedido la victoria a Shun, sabía que su camino hacia la grandeza apenas comenzaba. El Despertar Volcánico había sido solo el primer paso, un destello de lo que podía llegar a ser, pero en su corazón ardía una pregunta que lo impulsaba hacia adelante: ?qué otros secretos guardaba su alma, qué otros poderes esperaban ser desatados? La respuesta, lo sabía, estaba más allá del horizonte, en un mundo lleno de desafíos que aún no podía imaginar.

  Miró a Shun y con una sonrisa juguetona y llena de admiración pronunció: —Serás entrado por el Eterno Eterion, espero seas más fuerte que yo

  Las risas en ese grupo de amigos estalló, convirtiéndose esa peque?a parte de su vida en algo más grande hacia su historia. Ese momento quedaría grabado en ellos hasta el fin de sus días, y quizá, trascendería mucho más allá.

  En las gradas, el Eterno Eterion observaba su partida, sus ojos dorados destellando con un interés que no había sentido en siglos. Murmuró, su voz resonando como un eco lejano, audible solo para los jueces que lo rodeaban: —Su historia no termina aquí. —Con un gesto lento, se puso de pie, su figura envuelta en sombras desapareciendo en la oscuridad, dejando tras de sí una promesa tácita: el Torneo Mundial había sido solo el comienzo, y el destino de Ren y Shun estaba entrelazado con fuerzas mucho mayores de las que ellos podían comprender.

  A lo lejos, mientras el grupo se perdía en la noche, un rumor comenzó a circular entre los espectadores, un susurro que hablaba de un nuevo torneo, uno que reuniría a los Eterions más poderosos de todos los rincones del mundo, un evento que pondría a prueba los límites de lo imposible. Ren, ajeno a estos rumores, sintió un cosquilleo en su interior, una chispa de energía que parecía susurrarle al oído, prometiéndole batallas aún más grandes, enemigos aún más temibles, y un poder que apenas comenzaba a despertar.

  El camino hacia convertirse en un verdadero Eterion estaba lejos de terminar, y mientras las estrellas brillaban sobre ellos, Ren sonrió, listo para enfrentar lo que viniera, con sus amigos a su lado y un fuego volcánico ardiendo en su alma.

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