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Alas y Furia en Colisión

  CAPíTULO XX

  El coliseo se alzaba como un titán de piedra milenaria, sus muros altos y desgastados por el tiempo, surcados por grietas y runas que emitían un resplandor tenue, como si la esencia de los combates pasados ??aún palpitara en su interior. El aire estaba cargado de un calor sofocante, impregnado de un olor acre y penetrante: una mezcla de sudor rancio, hierro oxidado y tierra removida que se adhería a la garganta con cada respiración. El suelo, una vasta extensión de piedra agrietada y arena endurecida, estaba salpicado de manchas oscuras, huellas de sangre seca que contaban historias mudas de victorias y caídas.

  Desde las gradas, un mar de rostros enfebrecidos rugía con una energía salvaje, sus gritos y vítores resonando como un trueno continuo que hacía temblar el suelo y vibrar los huesos de los peleadores. El sonido era un torbellino ensordecedor: voces humanas que subían y bajaban como olas furiosas, mezcladas con el tintineo metálico de las armas al ser desenvainadas y el roce seco de botas contra la piedra. El viento caliente barría la arena, levantando nubes de polvo que danzaban en el aire, irritando los ojos y dejando un sabor áspero y terroso en los labios.

  En el corazón de este caos, dos figuras emergieron como colosos entre mortales, sus presencias dominando el campo de batalla con una intensidad casi tangible. Kawada, un Eterion a distancia, se erguía con la elegancia de un caballero blanco, su armadura resplandeciente como mármol pulido, con filigranas doradas que destellaban bajo el sol. Sus alas, amplias y etéreas, se extendían desde su espalda, un manto de plumas blancas que atrapaban la luz y la devolvían en reflejos cegadores. Su figura era esbelta, sus movimientos fluidos y veloces, como el viento mismo. Sus ojos, de un azul profundo y frío, brillaban con una calma concentrada, y su rostro, enmarcado por mechones de cabello plateado que ondeaban con la brisa, mostraba una serenidad que ocultaba su letalidad.

  Frente a él, Inoki se alzaba como una abominación viva, un Eterion cuerpo a cuerpo con la forma grotesca de un minotauro. Su cuerpo era una monta?a de músculos hinchados, cubierta de un pelaje oscuro y áspero que olía a bestia y tierra húmeda. Sus cuernos, negros y curvados como dagas de obsidiana, apuntaban al cielo, y sus ojos rojos ardían con una furia primitiva. Cada respiración era un resoplido profundo, un vapor caliente que escapaba de su hocico y se disipaba en el aire seco. Era lento, pero su presencia era una amenaza palpable: cada paso que daba hacía temblar la tierra, sus pezu?as resquebrajando la piedra con un crujido seco, como si el suelo mismo se doblegara ante su poder destructivo.

  La multitud estalló en un rugido ensordecedor cuando los dos guerreros se enfrentaron, sus miradas chocando como espadas invisibles. El aire entre ellos vibraba con una tensión eléctrica, el preludio de una tormenta inminente. Kawada alzó una mano con un gesto elegante, sus dedos trazando un arco en el aire, y una ráfaga de proyectiles de Yu se materializó frente a él: destellos de luz dorada que cortaron el viento con un silbido agudo, como flechas disparadas por un arquero divino. Los proyectiles se lanzaron hacia Inoki con una velocidad vertiginosa, una lluvia de estrellas fugaces que iluminó la arena con su resplandor.

  La pelea comenzó con un estallido de acción. Kawada alzó una mano, conjurando una ráfaga de proyectiles de Yu: destellos dorados que cortaron el aire con un silbido agudo. Los proyectiles volaron hacia Inoki como una lluvia de flechas divinas, iluminando la arena con su brillo. Inoki respondió con un rugido que hizo temblar el suelo, cargando directamente contra la tormenta de luz. Algunos proyectiles rebotaron contra su piel gruesa, mientras otros se hundieron en su carne, dejando marcas humeantes. Sin embargo, el minotauro no se detuvo; su avance era una avalancha de pura voluntad.

  Kawada desplegó sus alas y se elevó con gracia, esquivando la carga de Inoki mientras lanzaba otra andanada de proyectiles desde el aire. Los impactos resonaron como martillazos, golpeando el pecho y los hombros de Inoki, haciendo brotar sangre oscura que manchaba su pelaje. Pero Inoki no cedió. Con un bramido, golpeó el suelo con ambos pu?os, provocando una onda de choque que levantó una nube de polvo y escombros. Kawada fue empujado hacia atrás por la fuerza, sus alas batiendo con urgencia para mantener el equilibrio.

  Aprovechando el caos, Inoki cargó de nuevo, esta vez con una velocidad sorprendente para su tama?o. Kawada intentó elevarse más alto, pero el minotauro extendió un brazo y lo atrapó por una pierna, tirándolo al suelo con un impacto brutal. La multitud rugió mientras Inoki alzaba un pu?o masivo, dispuesto a aplastar a su oponente. Kawada, con un destello de ingenio, conjuró un escudo de Yu justo a tiempo: una esfera dorada que absorbió el golpe, resonando como un gong gigante. El escudo se agrietó bajo la fuerza, pero le dio a Kawada el segundo que necesitaba para rodar a un lado y ponerse en pie.

  Inoki, furioso por acabar de una vez por todo el combate, desata un ataque masivo que crea un peque?o cráter en parte de la arena, pero su respiración se agita, su visión se nubla. Kawada, sereno, usa su Yu para lanzar una ráfaga más veloz de lo perceptible y contraatacar con precisión.

  Ahora en el suelo, Inoki estaba en desventaja, pero no se rindió. Intentó levantarse, pero Kawada lanzó un proyecto concentrado al pecho de Inoki, un estallido de luz que perforó su piel y lo hizo retroceder con un gru?ido de dolor. Inoki, furioso, respondió con un golpe lateral que Kawada apenas esquivó, sintiendo el aire vibrar junto a su rostro. El minotauro estaba herido, pero su resistencia era asombrosa; cada paso que daba seguía sacudiendo la tierra.

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  A lo lejos, Ren y Shun observaban el enfrentamiento con una mezcla de asombro y cautela, sus propios combates tejiendo un telón de fondo caótico. Ren, con su estilo de lucha equilibrado pero feroz, era un torbellino de fuerza controlada. Sus pu?os, envueltos en vendas blancas ahora manchadas de rojo, golpeaban con una precisión brutal, cada impacto resonando como un tambor de guerra. El sudor corría por su frente, goteando por sus sienes y dejando un rastro brillante sobre su piel bronceada. Sentía el calor del kimono pegándose a su espalda, el roce áspero del tejido contra sus músculos tensos, y la tierra bajo sus pies cediendo con cada paso firme. Su respiración era profunda, rítmica, pero el esfuerzo comenzaba a notarse en la tensión de su mandíbula y el leve temblor de sus manos.

  Shun, a su lado, era una sombra letal, sus movimientos precisos y elegantes como los de un bailarín mortal. Su figura esbelta se deslizaba entre los enemigos, sus ojos verdes brillando con una intensidad fría mientras evaluaba el campo de batalla. No confiaba en la fuerza bruta, sino en la distancia y la estrategia. Sus manos conjuraban ráfagas de Yu, destellos dorados que cortaban el aire con un silbido afilado, como cuchillas invisibles. Un arquero intentó atacarlo desde lejos, su flecha de Yu trazando un arco brillante en el cielo. Shun la vio venir; con un giro rápido, lanzó una ráfaga propia que chocó contra el proyecto en pleno vuelo, el impacto resonando como un trueno lejano. El arquero retrocedió, pero Shun ya estaba sobre él, su pu?o envuelto en una chispa de Yu golpeándolo en el pecho con una precisión quirúrgica, dejándolo sin aliento y desplomado en la arena.

  Aun mientras luchaban, sus miradas se desviaban hacia la colisión entre Kawada e Inoki. Ren murmuró, su voz baja y cargada de reflexión:

  —Tiene un límite.

  Shun, sin apartar los ojos de su próximo oponente, acercándose ligeramente.

  —Kawada es rápido, pero cada proyecto consume su Yu. Inoki es resistente; si sigue presionando, lo agotará.

  La pelea se volvió una tira y afloja. Kawada, consciente de que su energía Yu se agotaba con cada ataque, cambió de táctica. Se mantuvo a media distancia, moviéndose con agilidad para evitar los embates de Inoki mientras lanzaba proyectiles más peque?os pero precisos, buscando debilitarlo poco a poco. Inoki, por su parte, usó su fuerza bruta para acortar la distancia, lanzando golpes devastadores que obligaron a Kawada a retroceder o defenderse con escudos temporales.

  Entre las gradas Shizuka se dirigió a Fuji, con unas palabras serenas y llenas de sabiduría: ─

  En un momento crítico, Inoki logró conectar un golpe directo, su pu?o impactando el pecho de Kawada con un crujido audible. El caballero blanco cayó de rodillas dejando un rastro de polvo por el choque. Su armadura abollada y su respiración entrecortada. La multitud contuvo el aliento mientras Inoki se alzaba sobre él, listo para terminarlo. Pero Kawada, con una chispa de determinación en sus ojos, conjuró un último proyecto masivo, canalizando parte de su energía restante. Sus alas se alzaron como si fuese a volar y cada pluma hecha de Yu se lanzó encontrando al gigante. Aquellos proyectiles puntiagudos fueron directamente al rostro de Inoki, un destello cegador que explotó al impactar.

  Inoki rugió, tambaleándose mientras la sangre brotaba de su rostro. Los proyectiles habían golpeado justo entre toda su cara y parte de su cabeza, aturdiéndolo. Kawada, jadeando y con el cuerpo temblando por el esfuerzo, se levantó y lanzó un ataque final: un proyecto más peque?o pero certero que se hundió en el pecho del minotauro. Con un bramido final, Inoki cayó de rodillas, su cuerpo inmenso desplomándose en la arena con un golpe sordo que levantó polvo a su alrededor.

  El silencio reinó por un instante antes de que la multitud estallara en vítores. Kawada, exhausto, se mantuvo en pie, su armadura manchada y sus alas plegadas. Su victoria había sido dura, ganada con astucia y resistencia frente a la fuerza abrumadora de Inoki. La pelea había sido pareja, un choque épico entre dos titanes, pero al final, la estrategia de Kawada prevaleció.

  Inoki, derrotado, golpea el suelo con frustración: " " Kawada, caminando hacia el vestidor, susurra para sí mismo: " "

  Ren y Shun, desde su posición, observaron la escena con una mezcla de respeto y cálculo.

  —Si seguimos adelante, podríamos enfrentarlo cuando esté más débil.

  Shun ascendiendo, su expresión seria mientras limpiaba el sudor de su frente con el dorso de la mano. —Pero primero, debemos sobrevivir.

  La batalla continuaba a su alrededor, el número de peleadores reduciéndose con cada instante. Los cuerpos caían, algunos inconscientes, otros retirados por los jueces, y la arena, que una vez había albergado a cientos de guerreros, ahora se reducía a unos 50. El aire estaba cargado de tensión, el suelo temblando con cada impacto, el aroma a sangre y sudor impregnando cada respiración. El Torneo Mundial avanzaba hacia su clímax, y solo los más fuertes seguirían en pie.

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