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El Chico de los Puños Soñadores

  CAPíTULO I

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  Era tarde por la noche. El cielo estaba completamente despejado, y la luna brillaba con una intensidad casi mística, rodeada de estrellas que salpicaban el firmamento como diminutas linternas encendidas en un lienzo oscuro. El crujir de las hojas secas bajo los árboles de cerezo se camuflaban con el viento y el aire se impregnaba de un sutil aroma a hierbas y jardín fresco, un perfume natural que recorría las afueras de los hogares y parecía susurrar secretos antiguos. Esta paz serena contrastaba con el tenue sonido de los grillos y radicalmente con el mundo turbulento y lleno de desafíos en el que so?aba adentrarse Ren.

  Mizuki Ren, un chico de apenas 12 a?os, su figura delgada escondía una fuerza inesperada: cabello casta?o, oscuro y ondulado, piel inmaculada y unos ojos marrones que, aunque caídos y marcados por las noches de desvelo, brillaban con la intensidad de un guerrero en ciernes. A simple vista, Ren parecía frágil e indefenso, pero en su interior ardía la pasión por las peleas y las artes marciales. En su habitación, las paredes estaban adornadas con docenas de grabaciones de combates legendarios y fotos de peleadores icónicos; Allí, entre sacos de boxeo y carteles de sus héroes, Ren se entregaba a golpear el aire, imaginando que sus pu?os eran los de un profesional. Su mayor sue?o era forjarse un destino similar al de aquellos guerreros épicos, dominando el Yu con la misma elegancia y ferocidad que veía en sus héroes.

  En ese mundo de humanos, el Yu era una energía omnipresente y vital. No todos sabían controlarlo, y los que lo hacían debían someterse a entrenamientos físicos, mentales y espirituales de extrema exigencia. Las batallas eran duelos tan devastadores que podían destruir el cuerpo, dejando cicatrices físicas y emocionales imborrables. La fragilidad de la condición humana se media en la capacidad de sintonizar cuerpo y mente con esa energía ancestral, un reto que pocos pudieron superar.

  En el televisor de Ren se desplegaban imágenes asombrosas: pu?os y patas ejecutadas con una precisión casi sobrenatural, movimientos que parecían bailar al ritmo de un destino ineludible. Los ataques, imbuidos de Yu, se transformaban en destellos de luz y fuerza, como pirotecnia en una noche de verano. Los cuerpos de los peleadores no eran simples músculos; Parecían entidades místicas, esculpidas en el cruce de la destreza física y un poder sobrenatural.

  —?Ya van a usar su "Despertar"! —exclamó Ren, su voz cargada de emoción y asombro, casi como un grito que rompía el silencio de la noche.

  En la pantalla se proyectaron dos figuras marcadas por la contienda: dos guerreros, heridos pero con rostros que destilaban una satisfacción feroz, como si en cada cicatriz se ocultara el eco de una victoria inminente. Ambos se reconocían como rivales formidables; en sus ojos se leía la convicción y la determinación de que, a pesar de la admiración mutua, solo uno saldría vencedor.

  Allí, en el centro del combate, se encontraba Nenji, el peleador de cabellos blancos como la nieve, cuyos ojos verdosos recordaban la profundidad de un bosque milenario. Su figura, esbelta y fornida, evocaba la elegancia y la ferocidad de un tigre blanco. A pesar de las heridas —moretones, rasgu?os y la sangre que aún se mezclaba con la nieve de su piel—, su presencia imponía respeto. Su kimono, rasgado en múltiples puntos, parecía contar historias de batallas pasadas, mientras delgadas líneas de tela intentaban desesperadamente cubrir un torso marcado por el sufrimiento.

  En un instante decisivo, Nenji entrecerró sus ojos, dejando entrever la intensidad de su mirada verde. El tiempo pareció detenerse: el cuerpo del peleador, inmóvil unos segundos, comenzó a cambiar. Una energía oscura y ancestral lo envolvió, y su Despertar había comenzado.Nenji se transformó ante los ojos de la audiencia. Su figura se alargó hasta superar los 190 cm, adquiriendo una apariencia inquietante, mezcla de lo humano y lo monstruoso. Su piel, de un gris pálido semejante a la corteza marchita de un árbol antiguo, latía con una vitalidad antinatural. De sus codos, hombros y torso emergían protuberancias y ramas, como si la esencia del bosque reclamara su ser. En la cima de su cabeza, ramas retorcidas se erguían como cuernos, proyectando sombras siniestras que se fundían con la penumbra. Su rostro se había tornado un abismo carente de rasgos humanos, salvo por un único ojo rojo que ardía con una intensidad capaz de atravesar el alma. Era el único vestigio de humanidad en su semblante transformado.

  El nuevo cuerpo de Nenji era un testimonio de su naturaleza ultraterrena: músculos definidos bajo una piel marcada por cicatrices y texturas ásperas, evidencia de incontables batallas en reinos más allá del entendimiento mortal. Su brazo izquierdo estaba envuelto en orbes rojos de Yu, símbolo de una energía controlada con la destreza de una extensión de su propio ser. En su hombro derecho, una armadura negra resplandeciente hablaba de la maestría y la experiencia de un guerrero forjado en eones.

  La mera presencia de Nenji hacía que el aire a su alrededor se densificara, cargado de una energía a la vez aterradora y fascinante. Se había convertido en un ser de pesadilla y ensue?o, un guardián del bosque o, quizá, un heraldo del fin de los tiempos. Su Despertar evocaba asombro y temor, recordando a todos que ciertos Eterions del mundo era mejor dejarlos en reposo.

  En el otro extremo del combate estaba Terrence, un hombre de piel morena oscura cuyos ojos marrones, profundos como pozos insondables, podían atrapar a cualquiera en su mirada. Su cabello, corto y rizado al estilo militar, y su barba algo desali?ada, contrastaban con la imponente figura de un guerrero de verdad. Terrence era la encarnación de la fuerza bruta: músculos voluminosos, hombros anchos como murallas y extremidades que parecían esculpidas para la guerra. Su físico, casi ogro, transmitía una determinación implacable.

  Al percibir que Nenji iniciaba su Despertar, Terrence no se quedó atrás. Adoptó una postura en cuclillas, con los pies firmemente plantados y los brazos extendidos, pu?os cerrados con una fuerza capaz de aplastar el metal. Las venas de su cuerpo se marcaban con evidente esfuerzo y sus ojos empezaron a brillar con un tono cian, anunciando su propia transformación.

  Con un rugido silencioso, Terrence activó su Despertar. Su cuerpo se transformó en una fortaleza de músculo denso y escamas negras, tan opacas que parecían absorber la luz, elevándose a más de dos metros de altura. Sus extremidades, robustas y terminadas en garras afiladas, amenazaban con partir la tierra misma en cada movimiento. Pero lo que realmente helaba la sangre eran las cabezas que emergían de su cuello: dos cráneos blanquecinos, erosionados por la intensa energía del Yu, con mandíbulas repletas de dientes desiguales listos para destrozar cualquier obstáculo. En los huecos de sus ojos resplandecía un fulgor turquesa, un destello espectral que cortaba la oscuridad como cuchillos de luz.

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  Sin embargo, lo que verdaderamente imponía terror era el Yu que lo envolvía. Arcos de electricidad azul cian danzaban sobre su piel, crepitando con un zumbido inquietante. Esta fuerza emanaba de su interior, iluminando las grietas de sus escamas y esculpiendo la silueta de sus músculos tensos. En las cabezas, la energía se concentraba en explosiones de luz que dispersaban fragmentos brillantes en el aire, como si el poder mismo luchara por liberarse de su contención.

  Bajo sus pies, el suelo se convertía en un espejo del caos: un charco oscuro, salpicado de motas rojas y atravesado por destellos eléctricos que marcaban el paso de un ser casi divino. Terrence era la perfecta unión entre la belleza y el horror; un coloso atrapado en un instante de adrenalina pura, un recordatorio brutal de un poder que rozaba lo inhumano.

  Las gradas se sumieron en un silencio reverente al presenciar los Despertares de aquellos peleadores. Incluso el narrador, acostumbrado a relatar historias de epopeya, quedó sin palabras durante largos instantes. Nadie imaginó que en un torneo amistoso, Kitō Nenji y Terrence Bell desatarían tal magnitud de poder, un evento que cambiaría el rumbo de la pelea para siempre.

  —?Ambos peleadores usaron su Despertar al mismo tiempo! —anunció el narrador desde la televisión, mientras el estruendo del público se mezclaba con vítores y exclamaciones.

  Los ojos de Ren se abrieron desmesuradamente, reflejando el brillo de la adrenalina y el asombro, a pesar de haber visto combates similares en incontables ocasiones.—?El Despertar! ?Por fin! —gritó con una fuerza que temblaba en su voz, casi como si cada palabra fuese un clamor de esperanza.

  La noche, sin embargo, se vio interrumpida por la voz de su madre, que, con tono de reprimenda, le pidió silencio. Era tarde, y para Ren las madrugadas eran sagradas, un tiempo en que se sumergía en su pasión por las peleas, ignorando las advertencias de la realidad.

  —Dos Eterions en una pelea, esto es increíble... —susurró el peque?o, incluso cuando el rega?o de su madre parecía disipar momentáneamente la magia del momento.

  Y en ese preciso instante, los ojos de Ren se abrieron aún más, revelando el cansancio y la determinación marcados en sus ojeras. El segundo round había comenzado, y en la pantalla, la batalla se intensificaba con una fuerza que parecía desafiar los límites de lo humano y lo sobrenatural.

  Ambos guerreros, con sus Despertares aún activos, se miraron fijamente. El aire se cargó de Yu, y por unos instantes, el universo pareció concentrar toda su energía en ellos. Las miradas se convirtieron en puentes entre almas, llenas de dolor, coraje y la certeza de que solo uno saldría vencedor. La determinación en el ojo rubí de Nenji se fusionaba con el implacable fulgor cian de Terrence, creando un espectáculo que llenó a los espectadores de escalofríos y adrenalina.

  Con una velocidad sobrehumana, ambos Eterions se lanzaron el uno contra el otro, chocando con una fuerza que estremeció el suelo y sacudió hasta al propio Ren. El golpe del brazo de Terrence contra la pierna de Nenji resonó en la arena, generando un eco que parecía anunciar el inicio de una batalla épica.

  —?Y comienza el segundo round entre Eterions! ?La Sombra y El Coloso! —la voz del presentador rompió el silencio, y las gradas se inundaron de gritos y vítores.

  Al separarse pasaron unos cortos segundos para que Nenji usara las esferas de su brazo derecho. Lo puso de manera horizontal apuntando hacia su contrincante. Lanzó tres de aquellos orbes—los cuales volvían a generarse en su brazo—quienes iban directo al rostro de Terrence. El Coloso logró desviarlos todos con precisión y rapidez, demostrando la resistencia descomunal que proporcionaba su estado actual. Pero en un peque?o descuido la Sombra agarró uno de estos orbes con su mano izquierda y de el disparó un rayo directo al pecho del Coloso. Terrence reaccionó lo más rápido que pudo y cubrió su cuerpo con ambos brazos los cuales absorbieron mayor parte del impacto. Antes de que el ataque estallara, el Eterion Colosal desvió aquel Yu devastador hacia el cielo, hubo una explosión entre las nubes que hizo al público sorprenderse. Eso ataque masivo hubiese explotado en el cuerpo de Terrence.

  El humo en la arena de pelea había nublado por unos segundos la vista de Nenji, el cual empezó a dar saltos hacia atrás para apartarse de su oponente. Nenji era un peleador a distancia y Terrence era un peleador cuerpo a cuerpo, ambos podían explotar sus debilidades, pero también podrían sacarse provecho. En un arranque abrumador, El Coloso apareció justo frenta a Nenji, su pu?o venía cargado de aquel Yu cian con una fuerza que podría devastar la arena entera. La Sombra sin pensarlo creó una barrera de energía la cual chocó contra el peso de Terrence haciendo que el cuerpo grisáceo arrastrara sus pies hacia atrás dejando unas marcas profundas en el pavimento y un rastro de polvo con él.

  La pelea fue escalando cada vez más, con golpes destructores por parte de Terrence y ataques energéticos de Nenji. Su contienda fue tan brutal que tuvieron que salirse todos los civiles del coliseo, dejándolos solos en su salvaje batalla. Sus cuerpos estaban al borde del cansancio. En unos largos minutos de pelea su Yu estaba completamente agotado, ambos lo estaban. Su estado Eterion se esfumó y quedaron nuevamente con sus cuerpos naturales. La parte superior de sus kimonos era inexistente, y la parte inferior estaba totalmente desgastada.

  Ambos se miraban con ojos de respeto y entusiasmo, sabían que habían dado una de las peleas del siglo, hasta quizá del próximo. Pero eso no los detuvo, seguían siendo dos Eterions orgullosos y no iban a dejarlo en empate hasta desplomarse uno o el otro. Mutuamente, muy cerca de desmayarse, corrieron con sus últimas fuerzas para dar un golpe final y... el televisor es apagado.

  —??Qué!? —exclamó Ren, inundando de incredulidad la oscura habitación.

  Giró la cabeza y se encontró con la figura cansada y seria de su padre, quien sostenía el control de la televisión. La interrupción había cortado la inspiración de aquel combate épico.

  —?Papá, no apagues eso! —exclamó Ren, con la voz cargada de una mezcla de frustración y desilusión.

  —Ren, esto no es un juego —replicó su padre, sin perder el tono severo—. Tus calificaciones están cayendo y no voy a quedarme de brazos cruzados.

  Los ojos de Ren se llenaron de una mezcla amarga de tristeza y enojo. Sabía que su padre tenía razón, pero se resistía a aceptar la realidad. Con voz cortante y temblorosa, replicó:

  —Las calificaciones no me ayudarán en nada siendo peleador —entre dientes mientras apretaba sus pu?os contra sus muslos hasta que temblaron.

  Su padre, con un leve gesto de impaciencia, pellizcó suavemente el puente de su nariz, recordándole que él mismo había pasado por lo mismo.

  —Hijo, por favor, ya hemos hablado de esto —dijo con voz cansada pero comprensiva.

  —No, papá. Abuelo fue un peleador increíble. Tú querías seguir su camino, y él no te lo permitió. ?Ahora quieres prohibírmelo a mí? —inquirió Ren, dejando entrever la herida de una tradición familiar rota.

  Mizuki Haruka, el padre de Ren, apenas pudo ocultar su frustración, tratando de suavizar el conflicto mientras se encaminaba hacia la puerta de la habitación.

  —Mira, hablaremos de esto cuando te despiertes, ?sí? Ahora, por el amor a tu madre, descansa; Ma?ana tienes examen.

  La puerta, con un chirrido apenas perceptible, se cerró, dejando a Ren en la penumbra de la habitación, rodeado de sus recuerdos de batalla. Ren miró el televisor apagado en la oscuridad, sintiendo que su lugar no estaba allí, la ausencia de luz contrastando con sus sue?os. Con el paso, reconoció sus pertenencias: una réplica del kimono de Nenji, su símbolo de inspiración, aquel kimono blanco con toques de rojo, junto con guantes, bandas y demás implementos de entrenamiento lento. Empacó su mochila, cargada de sue?os y ahorros, mientras el eco de la pelea aún resonaba en su mente.

  Al amanecer, cuando los primeros rayos del sol comenzaban a disipar la oscuridad y el canto de los pájaros llenaba el aire, Ren salió a las afueras de su hogar. La brisa fría le acarició el rostro, insuflándole un aire renovado, como si la naturaleza misma lo alentara a dar un salto hacia lo desconocido. En ese instante, comprendió que su vida estaba a punto de cambiar radicalmente; Ya no podía esperar más.

  Con la determinación de un guerrero y el corazón lleno de sue?os, aquel chico de pu?os so?adores decidió transformar su destino. No era solo el inicio de un nuevo día, sino el comienzo de su camino para convertirse en un verdadero peleador, un hombre forjado por el fuego de la pasión y el sacrificio, dispuesto a desafiar el destino para convertir sus sue?os en realidad.

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