02:07 - Distrito 1. Tokio, Japón.
El Distrito 1 era un oasis de orden en el caos fracturado de Tokio, un lugar donde la Ley de Zona Segura aún mantenía su promesa de control. Los rascacielos se alzaban como centinelas de vidrio y acero, sus fachadas pulidas reflejando un cielo nocturno limpio de nubes, salpicado de estrellas que rara vez se veían en los distritos más salvajes. Las calles eran amplias y bien iluminadas, pavimentadas con un asfalto impecable que brillaba bajo las luces LED de las farolas. Aquí no había escombros ni edificios en ruinas; los callejones, aunque estrechos, estaban limpios, flanqueados por contenedores de reciclaje alineados con precisión militar. El aire era fresco, con un leve aroma a flores de cerezo artificial que emanaba de los purificadores instalados en cada esquina, un lujo que contrastaba con el hedor metálico y podrido de lugares como el Distrito 13. Los sonidos eran suaves y controlados: el zumbido discreto de los drones de vigilancia, el murmullo lejano de conversaciones educadas desde los cafés al aire libre, y el susurro del viento que apenas agitaba los árboles podados con esmero.
Hitomi Sasaki caminaba por uno de esos callejones pulcros, su abrigo gris de la CCG ondeando tras ella como una niebla líquida que desentonaba con la perfección del entorno. El peso de su quinque, Seijaku—un rinkaku guardado en su maletín—, era una presencia constante en su mano derecha, un recordatorio de la violencia que acechaba incluso en este distrito de apariencia intachable. Habían pasado días desde su encuentro con el ghoul fugitivo en el Distrito 11, ese espectro demacrado de ojos rojos y locura que había escapado entre las sombras. Sus palabras —"?Las voces me sacaron!"— aún resonaban en su mente, un eco que se mezclaba con el retorcido pensamiento de la sangre de Juuzou salpicando el suelo de algún almacén, siendo devorado, o incluso peor, torturado como a?os atrás. Cada noche, el peso de su muerte la arrastraba un poco más hacia un abismo de dudas, y el caso Igarashi—esas palabras garabateadas en un informe ensangrentado—era el único hilo que la mantenía en pie.
Un crujido suave la sacó de sus pensamientos: pasos deliberados sobre el pavimento impecable. Hitomi se detuvo, su mano apretando el maletín mientras giraba la cabeza hacia la fuente del sonido. La luz de una farola cercana iluminaba el fondo del callejón, y allí, recortada contra las sombras, emergió una figura. Era alto, de hombros anchos pero postura relajada, como si el Distrito 1 fuera su dominio natural. Su cabello negro caía en mechones desordenados sobre un rostro pálido y afilado, y sus ojos —un gris helado que destellaba con un rojo sutil bajo la luz— la observaron con una mezcla de curiosidad y diversión. Vestía una gabardina oscura que ondeaba ligeramente con la brisa artificial, y en su mano derecha sostenía una taza de café humeante, el aroma cálido y amargo chocando con la frialdad de su presencia.
—?Perdida, investigadora? —dijo el hombre, su voz suave pero cargada de un filo que cortaba el silencio ordenado del callejón—. Este distrito no es como los demás. Todo está en su lugar... excepto tú.
Hitomi entrecerró los ojos, su pulso acelerándose mientras abría el maletín con un chasquido seco. Seijaku se desplegó en un tentáculo afilado que brilló bajo la luz, apuntando hacia el desconocido.
—?Quién eres! —exigió, su tono firme pero te?ido de cautela—. ?Identifícate o te corto en pedazos!
El hombre rió, un sonido bajo y melodioso que resonó como una nota discordante en la calma del Distrito 1. Dio un sorbo a su café antes de responder, inclinando la cabeza ligeramente.
—Qué modales tan encantadores —dijo, dejando la taza sobre un contenedor cercano con un movimiento deliberado que rozaba lo teatral—. Me llaman Mushtaro. Solo eso. No necesito insignias ni rangos como ustedes en la CCG. —Sus ojos se clavaron en ella, y por un instante, el rojo en su mirada se intensificó, un kakugan que destelló como una advertencia silenciosa—. ?Y tú? ?Cómo te llamas, o solo eres otro número en sus archivos?
Hitomi dio un paso atrás, su quinque vibrando en el aire mientras evaluaba al ghoul frente a ella. No era como el fugitivo del Distrito 11, con su caos desenfrenado; Mushtaro exudaba una calma inquietante, una confianza que la ponía más nerviosa que cualquier amenaza directa.
—No estoy aquí para charlar —replicó, su voz cortante—. Si sabes algo de Igarashi, habla ahora. ?No tengo paciencia para juegos!
Mushtaro sonrió, una curva lenta que mostró dientes afilados mientras su kagune koukaku emergía de su hombro izquierdo: una espada con espinas que brillaba con un tono carmesí bajo la luz prístina del callejón.
—?Igarashi? —dijo, como si saboreara el nombre con un dejo de burla—. Un nombre que pesa en tu lengua, ?verdad? Pero antes de blandir esa arma, déjame preguntarte algo más interesante. —Dio un paso adelante, la punta de su koukaku rozando el suelo y dejando un leve ara?azo en el pavimento impecable—. ?Alguna vez te has preguntado qué eres en realidad? —Su voz estaba te?ida de una curiosa mezcla de desafío y lástima, como si ya supiera la respuesta y solo quisiera verla enfrentarla.
Hitomi entrecerró los ojos, pensativa, y tras un instante respondió, cautelosa:
—?A qué te refieres con qué soy?
Mushtaro inclinó la cabeza, su sonrisa amarga ensanchándose mientras la miraba como un maestro observa a un estudiante perdido.
—Me refiero a ti, Hitomi Sasaki —dijo, pronunciando su nombre con una precisión que la hizo estremecerse—. A tu lugar en esta sociedad tan pulcra y ordenada. Como ser vivo, ?qué eres? —Hizo una pausa, dejando que las palabras flotaran en el aire como un veneno lento—. ?No te sientes como una bestia?
Hitomi frunció el ce?o, algo a la defensiva, aunque una peque?a sombra de duda comenzó a crecer en su mirada.
—?Una bestia? —replicó, su voz firme pero con un leve temblor—. ?Por qué tendría que sentirme así?
Mushtaro dio otro paso, su espada koukaku alzándose ligeramente, no como amenaza, sino como un gesto casual que contrastaba con la intensidad de sus palabras.
—?De verdad no lo entiendes? —insistió, su tono cortante ahora, como un látigo que desgarraba el silencio—. Ustedes nos llaman monstruos porque los cazamos. Nos ven como amenazas, como bestias. Pero, dime, Hitomi, ?no hacen ustedes lo mismo con los animales? —Pausó un segundo, observando cómo sus palabras empezaban a impactar, sus ojos grises escudri?ando cada reacción en el rostro de la investigadora—. Destruyen sus hábitats con sus torres de cristal, como estas que nos rodean. Exterminan sus manadas por comida o por deporte. Matan a sus crías para pavimentar calles como esta. —Se?aló el suelo con un movimiento de su kagune, el ara?azo que había dejado brillando bajo la luz—. Se masacran hasta entre ustedes: guerras, traiciones, venganzas. Y aun así, ?se atreven a llamarnos a nosotros bestias?
Hitomi apretó los dientes, su mente tambaleándose ante la crudeza de sus palabras. Eran un pu?al clavándose en sus certezas, desgarrando la fachada de justicia que había sostenido desde que se unió a la CCG. Sus manos temblaron alrededor de Seijaku, y un leve destello de confusión cruzó sus ojos, como si su mente luchara por procesar una revelación incómoda y dolorosa. Recordó a Juuzou, su risa infantil mientras cortaba ghouls sin dudar, y luego su cuerpo roto en el almacén. ?Era eso justicia, o solo otro eslabón en la cadena de violencia que Mushtaro describía?
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—No... —murmuró, su voz apenas audible, pero Mushtaro no la dejó terminar.
—No somos monstruos ni bestias, como les gusta llamarnos —continuó, su voz firme ahora, cortante como el filo de su kagune—. El problema es que no soportan no estar en la cima de la cadena alimenticia. —Dio un paso más, acercándose lo suficiente para que Hitomi oliera el café en su aliento, mezclado con un leve rastro de sangre que no podía ubicar—. La verdad es que su ego se siente herido, porque esta vez ustedes no tienen el control. Los humanos construyeron este mundo perfecto —hizo un gesto amplio hacia los edificios relucientes del Distrito 1—, pero cuando alguien como yo lo amenaza, se derrumba como un castillo de naipes. ?No te cansas de defender un sistema tan frágil?
Hitomi alzó a su quinque, aquel apodado 'Seijaku'. El tentáculo cortando el aire hacia él en un reflejo de furia y miedo.
—?Cállate! —gritó, su voz temblando mientras el quinque chocaba contra la espada de Mushtaro con un clang que resonó en el callejón. él no contraatacó, solo bloqueó el golpe con una facilidad insultante, su sonrisa intacta.
—Esa furia —dijo suavemente, sus ojos brillando con algo que parecía compasión fingida—. La reconozco. Alguien te arrancó algo, ?verdad? ?Un amigo? ?Alguien sumamente cercano? —Dio un sorbo a su café, como si no estuvieran en medio de un enfrentamiento, el vapor alzándose en volutas frente a su rostro—. Yo también perdí cosas: familia, hogar, un nombre que ya no uso. Pero aprendí a encontrar belleza en el caos. ?Y tú, Hitomi Sasaki? ?Qué encuentras en esa sangre que cargas en las manos?
Hitomi se congeló, su respiración agitada mientras las palabras se clavaban más profundo. Juuzou. El almacén. La sangre. Todo volvió en un torrente que nubló su visión, y por un instante, el rostro sonriente de su compa?ero muerto se superpuso al de Mushtaro.
—?No sabes nada de mí! —gritó, lanzándose hacia él con Seijaku en un arco mortal. Mushtaro alzó su espada, el choque de metal contra metal enviando chispas al aire, pero no contraatacó. Solo la miró, esos ojos grises perforándola como si pudieran ver hasta el fondo de su alma fracturada.
—Sé más de lo que crees —dijo, su voz baja y casi tierna—. La próxima vez, piensa antes de blandir esa arma. Podrías cortarte a ti misma con tus propias dudas. —Con eso, retrajo su kagune con un sonido húmedo y dio media vuelta, su gabardina ondeando mientras se alejaba por el callejón, su figura desvaneciéndose en la penumbra ordenada del Distrito 1.
Hitomi quedó allí, jadeando, el quinque temblando en sus manos. Las palabras de Mushtaro la perseguían, un eco que se mezclaba con el zumbido suave de los drones sobre su cabeza. ?Qué soy? No tenía respuesta, y eso la aterrorizaba más que cualquier ghoul.
03:33 - Distrito 11. Tokio, Japón.
A kilómetros de la pulcritud del Distrito 1, el Distrito 11 era un cementerio de edificios rotos y calles olvidadas, un lugar donde el caos reinaba sin control. El viento cortaba como una navaja, arrastrando el olor a basura y metal quemado por los callejones desiertos. Kiyoshi Udagawa se arrastraba entre las sombras, su cuerpo demacrado envuelto en harapos que colgaban como piel muerta. La sangre seca cubría sus manos, restos de su escape de Cochlea y su enfrentamiento con Hitomi días atrás, y sus ojos, hundidos en órbitas oscuras, brillaban con un rojo intenso que cortaba la penumbra. Las heridas en su hombro y muslo aún sangraban, un dolor sordo que lo mantenía al borde del colapso, pero no se detenía. No podía detenerse.
Las voces rugían en su cabeza, un coro ensordecedor que golpeaba sus sienes como martillos. Se tapó los oídos con las manos, las u?as rotas ara?ando su piel, pero no servía de nada. La imagen de la mujer del abrigo gris —esa investigadora que lo había enfrentado— lo perseguía como un faro en la tormenta. No sabía su nombre, pero sus ojos, fríos y calculadores, se habían grabado en su mente fracturada. susurraban las voces, mezclándose con otras más oscuras:
Desde un tejado destrozado, oculto tras un letrero oxidado, Kiyoshi vio algo que lo hizo detenerse. Allí estaba ella otra vez, caminando por una calle llena de escombros, el maletín en la mano y su abrigo gris manchado de sangre seca. Había vuelto al Distrito 11, quizás buscándolo, quizás siguiendo otra pista. Su figura era un faro en la oscuridad, y algo en su postura —tensa, agotada— lo golpeó como un relámpago. gritaron las voces, y por un instante, el caos en su mente se aquietó, reemplazado por una obsesión enfermiza.
Kiyoshi bajó del tejado, aterrizando con un golpe sordo que envió una punzada de dolor por su pierna herida. Se acercó, manteniéndose en las sombras, su respiración entrecortada formando nubes débiles en el aire frío. Ella no lo vio, no aún, pero él podía olerla: acero, sudor, y un dejo de sangre que lo hizo salivar. rugió una voz, pero otra lo detuvo:
Un grito lejano lo hizo girar: civiles corriendo por una calle cercana, huyendo de algo invisible. Su paranoia se disparó, y sin pensarlo, se lanzó tras ellos, sus kagunes brotando en un estallido de carne y sangre. Los tentáculos rinkaku desgarraron el aire, atrapando a una mujer joven con ojos desorbitados y levantándola del suelo.
—?No! —gritó ella, pero el sonido se cortó cuando Kiyoshi la arrojó contra una pared, el crujido de huesos resonando en la noche. aullaron las voces, y él obedeció, sus dientes hundiéndose en el brazo del cadáver mientras la sangre caliente llenaba su boca.
Hitomi giró al oír el grito, su mano volando al maletín. Corrió hacia el sonido, llegando justo a tiempo para ver a Kiyoshi alzarse sobre el cuerpo destrozado, su rostro manchado de rojo.
—?Tú otra vez! —gritó, aquel Seijaku desplegándose en un tentáculo que cortó el aire hacia él.
Kiyoshi la miró, sus ojos vidriosos brillando con una mezcla de miedo y reconocimiento. gritaron las voces, y por un instante, dudó. Pero el instinto tomó el control, y sus tentáculos rinkaku se lanzaron hacia ella. Hitomi esquivó, el quinque bloqueando un golpe y cortando otro, pero no atacó para matar.
—?Para! —ordenó, su voz temblando mientras retrocedía—. ?No quiero hacer esto!
rugió una voz, pero otra susurró: Kiyoshi gru?ó, su mente desgarrándose entre los impulsos, y antes de que pudiera decidirse, un ulular de sirenas cortó la noche. Retrocedió, sus kagunes retrayéndose mientras huía entre las sombras, dejando a Hitomi sola con el cadáver.
Ella jadeó, su corazón latiendo con fuerza mientras miraba el cuerpo destrozado.
—Tengo que detenerlo —murmuró, ajustando su abrigo gris—. Pero... ?qué lo está destrozando así?
Hitomi sentía que algo no estaba bien en Paranoia. Es un ghoul, ella está entrenada para erradicarlos totalmente, pero siente un peso que no entiende en su pecho. ?Se habrá dado cuenta de todo el da?o que los humanos le hicieron a su ser?
04:15 - Base de la CCG, Distrito 23.
En la base de la CCG, Hitomi irrumpió en la sala de operaciones, su abrigo gris manchado de sangre y su expresión tensa. Koji Takamura revisaba informes en una mesa cubierta de mapas y fotos, su figura fornida destacando bajo la luz fría de las lámparas. Alzó la vista al verla, frunciendo el ce?o.
—?Sasaki! —dijo, su tono cortante—. ?Qué pasó? Pareces un maldito desastre.
Hitomi dejó el maletín sobre la mesa con un golpe seco, su respiración aún agitada.
—Un ghoul. Paranoia —respondió, su voz baja pero cargada de frustración—. El mismo fugitivo de Cochlea. Mató a una civil en el Distrito 11 antes de que pudiera atraparlo. Pero no es solo eso... —Hizo una pausa, sus ojos fijos en Koji—. Me crucé con otro en el Distrito 1. Se hacía llamar Mushtaro. No peleó, solo habló. Dijo cosas que... no puedo sacarme de la cabeza.
Koji cruzó los brazos, su expresión endureciéndose.
—?Mushtaro? —repitió, su tono escéptico—. ?Y qué dijo este ghoul parlanchín para ponerte así?
Hitomi dudó, las palabras de Mushtaro resonando como un tambor en su mente.
—Preguntó qué soy —dijo finalmente, su voz temblando ligeramente—. Dijo que los humanos nos creemos superiores, pero hacemos lo mismo que los ghouls: matamos, destruimos. Que no soportamos no estar en control. Que... tal vez nosotros somos las bestias.
Koji soltó una risa seca, levantándose de la silla.
—?Eso es mierda pura! —espetó, golpeando la mesa con el pu?o—. Los ghouls son monstruos, Sasaki. Matan por placer, no por necesidad. No dejes que te llenen la cabeza con esas tonterías. Tenemos un trabajo: eliminarlos. Punto.
—No estoy tan segura —murmuró Hitomi, sus ojos fijos en el suelo—. No después de hoy. Ese Mushtaro... no era como los demás. Y el fugitivo... hay algo roto en él. Algo que no entiendo.
Koji la miró, su expresión suavizándose por un instante antes de endurecerse de nuevo.
—Estás agotada —dijo, su tono más suave pero firme—. Ve a descansar. No podemos permitirnos dudas ahora. Si este Mushtaro está con Igarashi, lo encontraremos y lo acabaremos. Igual que al otro.
Hitomi asintió, pero no respondió. Mientras salía de la sala, las palabras de Mushtaro y los ojos de Kiyoshi la perseguían, un eco que se mezclaba con el zumbido de la base. No sabía qué creer, y eso la asustaba más que cualquier ghoul.
MUSHTARO