CAPíTULO IX
El aire de la noche se impregnaba de una mezcla embriagadora de humedad y aires de calle, mientras las luces de neón parpadeaban en las aceras de la ciudad clandestina. Había pasado una semana desde aquel revelador encuentro en el bosque con Alisse, y el tiempo había trabajado en el cuerpo y el espíritu de Ren. Ahora, su figura había evolucionado; se había vuelto más definido, con músculos esculpidos que contaban historias de innumerables combates y arduos entrenamientos. Su estilo, equilibrado y de cuerpo a cuerpo, mostraba el fruto de su disciplina: cada movimiento, cada esquiva, era a la vez elegante y poderosa, fusionando la determinación con el control del Yu.
Esa noche, Ren, acompa?ado por Shun y Alisse, se encontró en un lugar oscuro y secreto, un escenario improvisado en el corazón de un callejón olvidado por el tiempo. El ambiente estaba saturado de aromas: una mezcla de humo de le?a, el inconfundible olor a sudor de la lucha, y un toque a grasa de motores y asfalto calentado. El murmullo de la multitud, expectante ya veces burlesco, se mezclaba con el eco de golpes y el retumbar de las pisadas sobre el suelo irregular.
El combate de esa velada era un intercambio amistoso, un sparring que se llevaba a cabo para mostrar la evolución de Ren y para afinar aún más su técnica. Shun y Alisse se encontraban en una posición de apoyo, observando con atención cada movimiento, cada paso que daba Ren en ese ring improvisado. La figura de Ren brillaba bajo las luces tenues; su rostro, marcado por la determinación y el esfuerzo, reflejaba la serenidad de un guerrero en control. Sus ojos, fijos y penetrantes, se movían con la precisión de un depredador que acecha, evaluando cada detalle del oponente.
Fue en ese preciso instante cuando apareció Fuji.
Fuji era un ni?o de apenas 10 a?os, con ojos grises que destilaban curiosidad y asombro, y un cabello rubio, desordenado pero encantador. Sus gafas, ligeramente caídas sobre su nariz, le daban un aire de inocencia y fragilidad que contrastaba con la imagen poderosa de Ren. La figura diminuta de Fuji emergió de la penumbra del callejón, casi como una aparición, mientras sus pasos temblorosos resonaban en el silencio de la noche.
—?Miren! —exclamó Fuji con voz temblorosa y emocionada, apuntando con el dedo hacia Ren—. ?Ahí está, mi héroe!
Los murmullos en la multitud se intensificaron al oír sus palabras. Shun y Alisse intercambiaron una mirada cómplice; ambos sabían que la figura de Ren había dejado una huella inspiradora en muchos, pero jamás habían visto a alguien tan peque?o y determinado como Fuji acercarse a su héroe.
Ren, concentrado en su combate, apenas notó al principio la figura diminuta que se acercaba con pasos vacilantes. Fue durante uno de sus rápidos desplazamientos, cuando esquivó un golpe y lanzó una serie de pu?etazos coordinados, que vio moverse a lo lejos a ese peque?o espectador. Sin embargo, al terminar el intercambio, cuando la adrenalina se disipó ligeramente, Ren levantó la mirada y sus ojos se cruzaron con los de Fuji, que brillaban con una mezcla de admiración y temor.
— ?Qué haces aquí, chico? —preguntó Ren, con voz áspera y cansada, intentando disimular la sorpresa.
Fuji, sin detenerse, se acercó tambaleante, sin quitar la vista del rostro de Ren.
—?Soy Fuji! —dijo el ni?o, casi gritando con emoción—. Mi padre es organizador de algunas peleas clandestinas, y siempre me dice que cuando crezca, será aún más fuerte que tú. ?Eres mi ídolo!
El corazón de Ren dio un vuelo. La inocencia y la pasión del peque?o le recordaron al guerrero que había sido en sus inicios, cuando también so?aba sin reservas con la grandeza, sin medir el precio del camino. Sin embargo, la dura experiencia lo había endurecido, y parte de él se estremecía al ver esa mirada llena de esperanza.
—Mira, peque?a —respondió Ren, intentando mantener la compostura mientras su voz se tornaba un poco dura—, no es lugar para ni?os. Estas peleas no son un juego.
Pero Fuji, con la energía inagotable de la ni?ez, replicó sin dudar:
—?No me importa! Quiero seguirte. Quiero aprender, quiero ver tus combates y saber cómo te vuelves tan fuerte. ?Quiero ser como tú!
La insistencia del ni?o se hizo eco en el silencio del callejón. Algunos en la multitud comenzaron a murmurar, otros se rieron discretamente, pero Shun y Alisse se acercaron para mediar la situación. Alisse, con voz suave y maternal, se inclinó hacia Ren.
—Ren, déjalo estar —dijo en un susurro—. Es solo un ni?o. Tal vez él solo necesita un poco de guía.
Shun afirmó y agregó:
—He visto esa mirada en muchos que empiezan en el camino. No lo rechaces, podría ser el inicio de algo grande.
Ren miró de reojo a Fuji, quien seguía insistente, casi tropezando con sus propios pies mientras se acercaba. El habló sin cesar, relatando entre frases cortas y aceleradas las haza?as que ni?o había oído de su padre, describiendo con asombro cada combate y cada movimiento de Ren. Sus palabras eran como una corriente de entusiasmo, una mezcla de admiración y sue?os infantiles. La voz de Fuji, llena de timidez y determinación, se elevaba entre el bullicio, y poco a poco, la muralla de dureza en Ren empezó a debilitarse.
—Escucha, Ren —dijo Fuji, sin detenerse, mientras sus gafas se deslizaban un poco por su nariz—. Mi papá me dice que tú serás el mejor, que nadie de tu edad pelea como tú. Quiero aprender a ser valiente, a no tener miedo.
Ren, sintiendo que aquella pasión lo desarmaba, susspiró profundamente. La noche estaba cargada de sonidos: el retumbar distante de pasos sobre el asfalto, el murmullo de conversaciones y el incesante latido de un corazón que, a pesar de la experiencia, seguía siendo vulnerable ante la inocencia. Lentamente, se agachó para estar a la altura de Fuji. Su rostro, que llevaba las cicatrices de innumerables peleas, se suavizó al encontrarse con la mirada del ni?o.
—Solo te digo esto, peque?o —dijo Ren, con voz menos áspera y un toque de complicidad—: Solo no te metas en problemas. Entiendes, ?verdad?
Fuji avanzando con entusiasmo, sus ojos brillando con lágrimas de felicidad y asombro. En ese instante, mientras Shun y Alisse observaban la escena, la multitud se tornó en silencio, como si todos presenciaban el nacimiento de una nueva promesa en el camino de la lucha.
Más tarde, en el calor de la noche, después de la pelea, Shun y Alisse se retiraron a un rincón apartado del callejón para conversar en voz baja. El murmullo del viento entre los edificios, el aroma a incienso ya le?a quemada, y el eco distante de risas y charlas creaban una atmósfera íntima.
—No puedo creer lo terco que es el chico —comentó Shun, frotándose la frente con una expresión de asombro y simpatía—. Pero, al mismo tiempo, tiene esa chispa, ese fuego en los ojos que yo tenía cuando empecé.
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Alisse sonrojada, acariciando suavemente la melena oscura de Ren, quien ahora observaba a Fuji con una mezcla de resignación y ternura.
—Todos fuimos peque?os alguna vez —dijo ella—. Mira, incluso el peleador más fuerte comenzó como un ni?o lleno de sue?os y sin experiencia. Quizás, si le das una oportunidad, Fuji te ense?a lo que tú mismo olvidaste en algún momento: la pureza del inicio y el valor de creer sin reservas.
Ren avanza lentamente. Mientras tanto, Fuji, que había estado intentando seguir a Ren a lo largo del callejón, regresó corriendo, tropezando con entusiasmo y exclamando sin parar acerca de sus propias ideas y sue?os. Cada palabra, cada risa infantil, llenaba el ambiente de una energía renovada. La ciudad, con sus luces intermitentes y su incesante murmullo, parecía haber sido detenida para escuchar las aspiraciones del peque?o seguidor.
Ren, aún luchando por equilibrar la dureza que le había forjado el camino y la ternura que ahora emergía en su interior, se agachó nuevamente ante Fuji y le puso una mano en el hombro.
—Está bien, te dejaré seguirme —dijo con voz suave, apenas perceptible por encima del murmullo—. Pero recuerda, este camino no es para juegos. Tienes que aprender a ser cuidadoso. ?Lo entiendes?
Fuji, con una sonrisa radiante y ojos que brillaban como estrellas en la oscuridad, avanzaba vigorosamente.
—?Sí, sí, lo entiendo! ?Prometo no meterme en problemas!
La risa y la complicidad que siguieron se extendieron como una caricia en la noche. Mientras la multitud comenzaba a dispersarse y las luces parpadeantes se iban apagando una a una, Ren se quedó mirando al peque?o seguidor, sus pensamientos llenos de recuerdos de un tiempo en que él también había so?ado sin límites. En ese instante, la dualidad de su ser se hizo evidente: el guerrero endurecido por el combate y el hombre que, en lo profundo, aún albergaba la inocencia y la pasión de su juventud.
Los siguientes días fueron testigos de un cambio sutil pero poderoso en el ambiente del grupo. Fuji se convirtió en una presencia constante, corriendo detrás de Ren con la energía inagotable de la ni?ez. A veces, en el entrenamiento, Fuji intentaba imitar los movimientos de Ren, tropezando torpemente mientras sus gafas resbalaban por su peque?a nariz. En otras ocasiones, se le veía observando atentamente los combates, sus ojos grises absorbiendo cada detalle, cada técnica, como si quisiera grabar en su mente la esencia de cada movimiento.
En una de esas tardes, mientras el sol poniente ba?aba el cielo de un cálido tono anaranjado, Ren y Shun se encontraron en un peque?o parque, entrenando en una especie de sparring amistoso. La hierba, fresca y húmeda, se mecía bajo la brisa y el aroma a tierra mojada se mezclaba con el olor a incienso quemado de un lugar cercano. Ren, ya visiblemente más definido, se movía con una cadencia que combinaba su fuerza y ??la técnica perfeccionada a lo largo de meses de combate. Shun, siempre sereno, se desplazaba con la gracia de un bailarín, sus movimientos un testimonio del equilibrio entre el cuerpo y el espíritu.
Mientras entrenaban, Fuji apareció de nuevo, corriendo detrás de ellos. Tropezó con una piedra, y cayó al suelo con un sonido sordo que captó inmediatamente la atención de todos. Ren se detuvo, se agachó para ayudarlo, y sus manos se encontraron con las del ni?o, firmes y peque?as a la vez.
—?Estoy bien! —exclamó Fuji entre risas nerviosas—. Solo... solo quería ver de cerca cómo pelean ustedes.
Shun, desde una distancia prudente, observaba con una sonrisa indulgente y dijo a Alisse en voz baja:
—Este chico tiene el alma de un guerrero. La misma que muchos pierden en el camino.
Alisse se acercó y respondió:
—Sí, es como si viera en Ren lo que él mismo alguna vez fue. La pasión, la determinación... la inocencia de querer ser lo mejor.
Ren, levantando a Fuji y ayudándolo a ponerse de pie, miró al ni?o con una mezcla de ternura y seriedad.
—Fuji, escúchame —dijo con voz grave pero amable—. En este camino, cada golpe, cada caída, es una lección. No todo se gana con fuerza bruta; se necesita paciencia, control y, sobre todo, aprender a encontrar el equilibrio entre el combate y la calma.
El ni?o ascendiendo, sus gafas reflejando la luz dorada del atardecer, mientras una peque?a sonrisa se dibujaba en su rostro. El grupo continuó su entrenamiento, y en cada movimiento, en cada intercambio de golpes entre Ren y Shun, se notaba la influencia que ahora tenía el peque?o espectador. Fuji, con la mirada atenta, absorbía cada técnica y cada consejo, mientras su entusiasmo llenaba el ambiente con una energía casi tangible.
En un breve descanso, Ren se sentó en la hierba, sintiendo el fresco tacto del pasto y el aroma a tierra ya hierba cortada. Shun se le acercó y, con una sonrisa serena, comentó:
—Ves, Ren, cada uno de nosotros tuvo un día en el que alguien nos mostró el camino. No rechaces la pasión de este chico. Es una parte del ciclo, el recordar que el peleador en el que te estás convirtiendo nació de un ni?o que so?aba en grande.
Ren ascendiendo, mirando a Fuji jugar entre las sombras, su figura peque?a pero llena de determinación. El contraste era abismal: el guerrero que había forjado su camino entre combates y entrenamientos, y el peque?o seguidor, símbolo de lo que él mismo alguna vez fue. La voz de Ren se suavizó aún más cuando miró de nuevo al ni?o:
—Solo te digo, peque?o, no te metas en problemas —repitió con un tono que mezclaba advertencia y cari?o.
La risa de Fuji, contagiosa y llena de gratitud, resonó en el aire, mezclándose con el sonido lejano de los pasos y el murmullo de la ciudad que comenzaba a despertar. Esa noche, en el crepúsculo del camino, la rivalidad se había transformado en una alianza silenciosa, una promesa de seguir creciendo juntos. Ren sabía que el camino del guerrero no era un sendero solitario, sino una travesía compartida, en la que cada encuentro, cada mirada, cada gesto de ayuda y de amor, se sumaba a la fortaleza interior.
El eco de aquella noche se prolongó en el tiempo. Con el pasar de los días, Fuji se convirtió en una presencia constante en el grupo, acompa?ando a Ren combate en cada entrenamiento y en cada clandestino. La figura del guerrero se hizo aún más imponente, y la amistad que había nacido en la inocencia y la admiración se transformó en un vínculo inquebrantable. Mientras Ren seguía perfeccionando su control del Yu, integrando cada lección aprendida en el combate, la peque?a figura de Fuji representaba la esperanza y la promesa de un futuro en el que la pasión y la inocencia nunca se perdieran.
En las conversaciones entre Alisse y Shun, se dejaba entrever que, aunque el camino era arduo y lleno de desafíos, el acto de ense?ar y de inspirar a otros era, en sí mismo, una forma de dominio del Yu.
—Cada uno de nosotros es un reflejo del otro —comentó Shun un atardecer, mientras observaban a Ren entrenar con Fuji al fondo—. Al ense?arle a este ni?o, Ren redescubre la esencia de lo que significa ser un guerrero.
Alisse asintiendo, y con una voz suave a?adió:
—Y es que el equilibrio no solo se encuentra en el combate, sino en la capacidad de inspirar a los demás. Miren y Fuji; en sus ojos veo la misma pasión que yo tenía cuando so?aba con ser artista marcial. Es un recordatorio de que el verdadero camino se forja en la unión de fuerzas, en el compartir y en el aprender juntos.
Con esas palabras, el ambiente se impregnó de una calidez que contrastaba con la frialdad de las calles de la ciudad. La amistad, la ense?anza y el coraje se fusionaban en un mismo espíritu, y el peque?o seguidor se transformaba en el emblema de un legado que trascendía el combate.
Mientras la noche se cerraba definitivamente, con la promesa de un nuevo amanecer asomando en el horizonte, Ren se quedó observando a Fuji, sintiendo en lo profundo de su ser que cada paso, cada tropiezo, cada palabra de aliento era parte del gran mosaico de su destino. La ciudad, con su bullicio y su caos, parecía lejana, y en ese instante, el mundo se redujo al latido compartido de dos almas: el guerrero experimentado y el peque?o seguidor, ambos unidos por la inquebrantable pasión por las artes marciales y por la búsqueda incesante de su propio camino.
Con el sonido lejano de la ciudad despertando y la brisa fresca de la madrugada acariciando sus rostros, Ren finalmente comprendió que el verdadero poder no radica únicamente en la técnica o en el control del Yu, sino en la capacidad de inspirar y de recibir amor y ense?anza de aquellos que, como Fuji, aún ven en él la figura de un héroe. Y así, con la determinación renovada y la calidez de una amistad naciente, Ren se dispuso a caminar de nuevo por el camino del guerrero, sabiendo que cada día, cada combate y cada sonrisa compartida lo acercaban un poco más al equilibrio que tanto anhelaba.