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Caos en la Arena

  CAPíTULO XIX

  El sol ardía como un ojo furioso en el cielo despejado, su luz implacable derramándose sobre la vasta extensión de la arena, un coliseo que parecía vibrar con la energía de millas de almas expectantes. Habían transcurrido entre veinte y treinta minutos desde que el gong resonó, un sonido grave y profundo que aún parecía reverberar en el aire, marcando el inicio de una batalla sin fin. El calor era sofocante, una manta invisible que se adhería a la piel, mezclándose con el sudor que corría en riachuelos por los rostros y cuellos de los peleadores. El olor del combate impregnaba todo: el aroma acre del esfuerzo físico, el polvo levantado por los pasos frenéticos, el leve tinte metálico de la sangre que ya comenzaba a manchar la tierra reseca. Y sobre todo ello, el rugido de la multitud, un torrente ensordecedor de vítores, gritos y exclamaciones que golpeaba los tímpanos como un martillo invisible, resonando en el pecho y haciendo temblar los huesos.

  En el centro de aquel caos, Ren y Shun se movían como figuras talladas en un sue?o febril, sus kimonos grises con detalles celestes ondeando con cada giro, cada salto, cada golpe. El tejido, un regalo de Shizuka-Sensei, era ligero y fresco contra sus cuerpos, un contraste bienvenido contra el calor abrasador que los rodeaba. El kimono de Ren se ajustaba a su figura musculosa, el gris oscuro resaltando los contornos de sus hombros anchos y su torso firme, mientras que el de Shun, más holgado, parecía bailar a su alrededor, los detalles celestes brillando como fragmentos de cielo atrapados en la tela. No había armas en sus manos —el torneo lo prohibía, salvo por las ocasionales proyecciones de Yu que algunos usaban como excepción—, pero sus cuerpos eran herramientas suficientes, afiladas por a?os de entrenamiento y voluntad inquebrantable.

  La arena estaba viva con el movimiento de cientos de peleadores, un mar de cuerpos que chocaban, caían y se alzaban en un ciclo interminable de violencia. Algunos eran brutos de combate cuerpo a cuerpo, con pu?os como mazas y músculos que parecían esculpidos en piedra; otros, arqueros o lanzadores de Yu que atacaban desde la distancia, sus proyectiles cortando el aire con silbidos agudos; y unos pocos, los más peligrosos, eran tácticos, mentes astutas que tejían trampas y estrategias en medio del frenesí. Ren y Shun se enfrentaban a todos con una dificultad que oscilaba entre media y alta, sus cuerpos tensos, sus sentidos alerta, eliminando oponentes uno tras otro, aunque el número de rivales parecía no disminuir nunca.

  Ren, con su estilo equilibrado pero inclinado al cuerpo a cuerpo, era una fuerza de la naturaleza. Sus pu?os, envueltos en vendas blancas ahora salpicadas de rojo, se movían con una precisión brutal. Cada golpe era un estallido, un impacto que resonaba en el aire y enviaba ondas de choque al suelo. El sudor empapaba su frente, goteando por sus sienes y deslizándose por su mandíbula, dejando un rastro brillante sobre su piel bronceada. Su respiración era profunda, controlada, aunque el esfuerzo comenzaba a pesar: sentía el calor del kimono pegándose a su espalda, el roce del tejido contra sus músculos tensos, la tierra bajo sus pies cediendo con cada paso firme. Un adversario se acercó, un hombre corpulento con brazos como troncos y ojos encendidos de furia. Rugió, un sonido que vibró en el pecho de Ren, y lanzó un pu?etazo descendente que podría haber destrozado una pared. Ren lo esquivó con un giro ágil, el aire desplazando rozando su mejilla, alborotando su cabello oscuro. Sin perder el ritmo, contraatacó: un gancho ascendente que conectó con la mandíbula del hombre, el crujido de los huesos rompiéndose audible incluso en el caos. El hombre se tambaleó, sus ojos vidriosos, y cayó con un golpe sordo, levantando una nube de polvo que irritó los ojos de Ren y dejó un sabor terroso en su boca.

  A su lado, Shun era un contraste perfecto, una sombra táctica que se movía con una elegancia casi inhumana. Su figura esbelta se deslizaba entre los enemigos, sus ojos avellanas brillando con una intensidad fría mientras analizaba el campo de batalla. No dependía de la fuerza bruta, sino de la distancia y la precisión. Sus manos proyectaban ráfagas de Yu, destellos dorados que cortaban el aire como cuchillas invisibles, silbando con una agudeza que ponía los nervios en punta. Un arquero intentó dispararle desde lejos, su flecha de Yu brillando con un fulgor azulado mientras surcaba el cielo. Shun lo vio venir; con un movimiento fluido, lanzó una ráfaga propia que interceptó el proyectil en pleno vuelo, el choque de energías resonando como un trueno lejano. El arquero, sorprendido, retrocedió, pero Shun ya estaba sobre él, su pu?o envuelto en una chispa de Yu que lo golpeó en el pecho con precisión quirúrgica, dejándolo sin aliento y desplomado en el suelo.

  El combate era un torbellino de sentidos. El suelo temblaba con cada caída, las grietas extendiéndose como venas en la tierra reseca, salpicada de charcos oscuros donde el sudor y la sangre se mezclaban. El aire estaba cargado de polvo, una cortina fina que se pegaba a la piel y nublaba la visión, mientras los sonidos—el clangor de los golpes, los gemidos de los derrotados, el rugido constante de la multitud—se fundían en una cacofonía que llenaba la cabeza hasta el borde. Ren y Shun seguían adelante, espalda con espalda en ocasiones, sus movimientos sincronizados como si compartieran un solo instinto. Habían eliminado a decenas, pero el cansancio empezaba a hacerse sentir: los músculos de Ren ardían con cada golpe, y Shun, aunque imperturbable en su expresión, respiraba con un leve jadeo, el esfuerzo reflejado en el brillo del sudor que perlaba su rostro.

  Desde las gradas, Fuji y Alisse observaban con el aliento contenido. Fuji, con apenas 14 a?os, era un torbellino de energía, sus manos aferrando el borde de su asiento, sus nudillos blancos mientras gritaba con todo el aire de sus pulmones.

  —?Vamos, Ren! ?Dales duro! ?Evita, protegido! —su voz aguda se perdía en el mar de sonidos, pero sus ojos brillaban con una mezcla de admiración y ansiedad, siguiendo cada movimiento de sus amigos.

  A su lado, Alisse mantenía una fachada de indiferencia, sus brazos cruzados y su expresión torcida en una mueca de desdén.

  —Esto es un desastre —murmuró, su tono cortante, aunque sus ojos oscuros traicionaban una chispa de preocupación que no podía ocultar.

  Entre ellos, Shizuka-Sensei permanecía inmóvil, una estatua de serenidad en medio del caos. Su cabello plateado brillaba bajo la tenue luz sol, sus manos descansando en su regazo, sus ojos afilados observando todo con una calma que parecía desafiar la tormenta que se desataba abajo.

  Entonces, en medio del tumulto, una figura emergió del gentío como un espectro del pasado. Shiko avanzaba con una confianza que rozaba la arrogancia, su cabello rubio peinado hacia atrás, sus ojos azules destellando con una mezcla de burla y desafío. Vestía un kimono azul oscuro con detalles dorados, su puerta elegante un contraste chocante con la brutalidad del entorno. Shiko era un peleador táctico, un maestro de las trampas y las estrategias, y su presencia hizo que el corazón de Ren diera un vuelco. Lo reconocí al instante: el chico que lo había despreciado a?os atrás, cuando eran más jóvenes, cuando Ren aún dudaba de sí mismo. La voz de Shiko cortó el aire, afilada como una daga.

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  —Vaya, vaya, si es el peque?o Ren —dijo, su tono cargado de sarcasmo, resonando sobre el estruendo—. Creí que te habías escondido después de que te humillaran en la ciudad. Pero aquí estás, buscando ser alguien importante.

  Ren se detuvo en seco, su cuerpo tensándose como un arco a punto de disparar. El recuerdo de aquel día —las risas de Shiko, sus palabras venenosas llamándolo débil— regresó como una oleada de fuego que le quemó las entra?as. Sus pu?os se cerraron con fuerza, las vendas crujiendo bajo la presión, y sus ojos carmesí se encendieron con una furia contenida.

  —Shiko —murmuró, su voz baja y peligrosa, un gru?ido que apenas se escapó de sus labios—. No estoy aquí para tus juegos.

  Shiko soltó una carcajada, un sonido agudo y despectivo que resonó entre ellos.

  —Juegos? Oh, no, Ren. Esto es una lección. Siempre fuiste un iluso, pensando que podías ser más que un perdedor. Déjame mostrarte lo que es un verdadero peleador táctico.

  Sin esperar respuesta, Shiko movió la mano con rapidez, y el suelo bajo Ren tembló. Una red de hilos invisibles, tejida con Yu, se alzó como una trampa viva, intentando engancharlo. Pero Ren, con reflejos afilados por a?os de entrenamiento, saltó hacia atrás, el aire silbando a su paso mientras esquivaba por milímetros las hebras que brillaban tenuemente bajo el sol. La tierra donde había estado se agrietó, el polvo levantándose en una nube espesa.

  —Eso es todo lo que tienes? —gru?ó Ren, su voz cargada de desprecio.

  Shiko frunció el ce?o y su sonrisa se desvaneció.

  —No tan rápido —murmuró, y con un chasquido de dedos, una explosión de Yu brotó del suelo, una columna de energía que rugió como un géiser, buscando engullir a Ren en su furia.

  Pero Shun intervino, su figura apareciendo como un relámpago a la derecha de Ren. Con un gesto elegante, lanzó una barrera de Yu que absorbió la explosión, el impacto resonando como un tambor gigante, el aire vibrando con la colisión de energías.

  —Ren, concéntrate —dijo Shun, su tono firme pero tranquilo—. No dejes que te provoque.

  Ren ascendió, su mirada fija en Shiko.

  —Gracias, Shun. Pero esto es personal.

  Shiko, visiblemente frustrado, avanzó, sus manos brillando con energía Yu mientras preparaba su siguiente jugada.

  —Vamos, Ren, muéstrame de qué estás hecho. O mejor aún, déjame ense?arte cómo un táctico desmantela a un bruto como tú.

  Ren no respondió con palabras. Se lanzó hacia adelante, sus pies golpeando el suelo con la fuerza de un ariete, cerrando la distancia en un instante. Shiko intentó retroceder, alzándose sus manos para conjurar otra trampa, pero Ren fue más rápido. Mientras su pu?o se alzaba, envuelto en Yu carmesí, sintió un calor abrasador recorrer su cuerpo, y por un instante, su piel pareció brillar con un tenue tono marrón, como si la tierra misma lo envolviera. El golpe conectó con Shiko, y la sensación se desvaneció, pero Ren sintió un temblor en su interior, algo que no podía explicar. Shiko jadeó, el aire escapando de sus pulmones en un silbido agudo, y se dobló sobre sí mismo, pero Ren no le dio respiro. Con un movimiento fluido, lo agarró por el cuello del kimono y lo levantó del suelo, sus músculos tensándose bajo la piel, las venas marcándose en sus brazos.

  —Recuerdo la vez en que me llamaste débil —gru?ó Ren, su voz un susurro letal que cortó el aire—. Mírame ahora.

  Shiko, con los ojos desorbitados, intentó liberarse, sus manos ara?ando el brazo de Ren, pero era inútil. Ren lo lanzó al suelo con fuerza, el impacto levantando una nube de polvo y dejando a Shiko retorciéndose de dolor, la tierra temblando bajo él.

  —No soy el mismo de antes —dijo Ren, su tono frío y desprovisto de emoción—. Y tú sigues siendo el mismo cobarde.

  Shun se acercó, su expresión seria.

  —Ya estás, Ren. No pierdas más tiempo con él. Hay otros que necesitan ser eliminados.

  Ren ascendiendo, dando un paso atrás, pero no sin lanzar una última mirada a Shiko, derrotado y humillado en el suelo.

  —Que esto te sirva de lección —murmuró, antes de girarse y volver al combate.

  Shun notó aquello que sintió Ren antes de lanzar el golpe y en sus pensamientos pasó algo que había estado pensando hace mucho.

  

  La batalla seguía rugiendo a su alrededor, el caos incesante. Ren y Shun continuaron enfrentándose a sus rivales, sus movimientos sincronizados como una danza mortal. Por un momento, Ren sintió un eco de algo profundo dentro de él, un poder que parecía rugir como un volcán dormido, pero lo descartó como una ilusión del cansancio.

  El número de peleadores seguía siendo abrumador, y el cansancio pesaba como plomo en sus cuerpos. El sudor empapaba sus kimonos, el tejido pegándose a sus pieles, y cada respiración era un esfuerzo, el aire caliente y denso llenando sus pulmones con un ardor que no cedía. Pero no se rendirían. No ahora, no cuando estaban tan cerca de probarse a sí mismos.

  En las gradas, Fuji saltaba de emoción, su voz cortando el aire.

  —?Vamos, Ren! ?Vamos, Shun! ?Ustedes pueden! —gritaba, sus manos agitándose frenéticamente.

  Alisse, a su lado, dejó escapar una leve sonrisa, aunque sus ojos seguían fijos en la arena, siguiendo cada movimiento de sus amigos con una mezcla de tensión y orgullo.

  Shizuka-Sensei, inmóvil como siempre, observaba en silencio, pero un brillo tenue en sus ojos delataba su satisfacción. Sus discípulos estaban dando todo de sí, y eso, más que cualquier victoria, era lo que importaba.

  El sol comenzaba a descender, ti?endo el cielo de rojos y dorados, pero la batalla no mostraba signos de detenerse. Ren y Shun, espalda con espalda, se enfrentaban a un nuevo grupo de adversarios, sus cuerpos agotados pero listos para el próximo asalto. El camino hacia la victoria era largo y brutal, pero estaban decididos a recorrerlo hasta el final.

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