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Capitulo I - Invasión.

  Todos en el Imperio pensaban que era la mejor decisión: explorar más allá del Gran Vacío, en lugar de seguir expandiéndonos por nuestra galaxia.

  Las Matriarcas decían que era por la Luz. Por la voluntad divina del Imperio.

  Pero yo... yo digo que fue el peor error.

  Porque detrás de ese lago cósmico negro… estaban los humanos.”

  Descubrimos un método para viajar tres veces más rápido que la luz.

  Y en nuestra gloria, creímos que nuestro destino se había vuelto aún más sagrado: reunir a todas las especies bajo un único estandarte… el del Imperio Interestelar.

  Al cruzar el Gran Lago, vimos buques olvidados de generaciones pasadas. Naves perdidas en la primera expansión, que jamás regresaron.

  Las trajimos de vuelta. Y con ellas, redescubrimos las glorias de nuestro linaje.

  Y entonces lo vimos.

  Un planeta.

  Desde él, apenas unas cuantas naves se alzaban hacia el cielo.

  El mundo era blanco, surcado de bosques que brillaban en verdes apagados y nieve suave. Lagos y océanos, unos congelados, otros no.

  Pero lo más importante...vimos vida.

  Bípedos. Dos brazos. Dos piernas. Un par de ojos. Boca. Nariz.

  Algunos de piel clara; otros, más oscura.

  Presentaban dimorfismo sexual: diferencias biológicas entre machos y hembras. Una especie dividida y aún así unificada.”

  La nave capital que lideraba la flota era un coloso vivo.

  A pesar de haber sido forjada para la guerra, su interior era una galería de arte. Las paredes estaban cubiertas con esculturas orgánicas, tejidos simbióticos y murales de sangre dorada.

  Obras firmadas por los mejores artistas de cada casta.

  No parecía una nave de guerra.

  Parecía un templo rodante.

  Una procesión imperial.

  En su corazón latía el Gran Almirante Gar’ol.

  Ordenaba los preparativos.

  Los diplomáticos hablaban con prisa: las Matriarcas lo habían dicho claramente—

  Primero, diplomacia. Luego, integración.

  No debía haber sangre si el nuevo pueblo aceptaba la Luz.

  —Es claramente una civilización menor —afirmó con seguridad—. Sobreviven en temperaturas extremas, pero poco más.

  Sus palabras cargaban el peso de la experiencia.

  Había dirigido diez campa?as de anexión, y rara vez había encontrado resistencia significativa.

  A su lado, el joven cabo Ju’rkal revisaba en silencio los datos proyectados sobre la mesa táctica.

  —Se?or... no deberíamos subestimarlos —murmuró sin alzar la vista—. Pero si son lo que creemos, será una gran adición al Imperio Interestelar.

  Con apenas veintiocho ciclos estelares, Ju’rkal aún seguía los manuales al pie de la letra.

  No tenía cicatrices... pero sí dudas.

  Gar’ol ignoró el comentario. Se volvió hacia el alto diplomático y al general de guerra.

  —Preparen los protocolos. Los emisarios bajarán primero.

  Y si fallan... los soldados los seguirán.

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  Desde la órbita, el planeta parecía un mundo muerto.

  No había megalópolis ni se?ales energéticas visibles.

  Solo peque?os asentamientos dispersos, casi imperceptibles desde el espacio.

  En las salas de mando, ya decidían el destino de su población:

  Algunos serían convertidos en obreros. Otros, en guerreros.

  Tal vez algunos, sí cumplían con los estándares, serían formados como mineros privilegiados.

  Cuando todo estaba listo para partir, una transmisión inesperada interrumpió los preparativos.

  Era algo inusual, casi insólito.

  Se pensaba que aquella civilización apenas dominaba el viaje suborbital, tal vez espacial.

  Pero no FTL.

  Nunca FTL.

  La se?al se proyectó clara.

  Un ser humano apareció en la pantalla.

  No estaba en una choza de barro o madera, como algunos en la nave especulaban.

  Estaba en un edificio de concreto y metal.

  Detrás de él, una bandera ondeaba suavemente.

  —Spatium sui iuris Reipublicae Confoederatae Civitatum Terranarum Solarium Unitarum violant — dijo el humano con voz firme, autoritaria.

  Gar’ol ordenó de inmediato la traducción.

  Pasaron minutos. El sistema solo pudo interpretar el 70% del mensaje.

  —?Repite eso, ser primitivo! — exclamó Gar’ol, irritado por la interferencia.

  El humano no vaciló.

  —Están violando el espacio soberano de la República Confederada de los Estados Solares Terranos Unidos.

  Exijo una explicación.

  Su piel, de tono pálido con matices oscuros, mostraba una pigmentación natural poco común.

  El cabello, marrón oscuro con vetas más claras, parecía indicar edad avanzada, aunque su voz se mantenía firme.

  Los ojos, azulados, contrastaba con la rudeza de su expresión.

  Vestía una tela escarlata abrigada que caía con simetría sobre una túnica blanca.

  En el pecho, portaba un símbolo metálico: un ave con dos cabezas, alas extendidas, garras en tensión.

  Quizás una bestia nativa de su planeta.

  O un emblema de su casta guerrera.

  —Venimos a traer progreso y luz a su primitivo mundo — respondió Gar’ol, con arrogancia contenida.

  —Venimos a alzar su civilización. Descenderemos y discutiremos su integración.

  El humano no dudó. No vaciló. No cedió.

  —Negativo.

  No están autorizados a aterrizar.

  Y por respeto, se les pide, por última vez, que abandonen nuestro espacio

  Un murmullo recorrió el puente imperial.

  Gar’ol apretó los dientes. Su rostro se tensó. Golpeó con fuerza una consola y bramó: —?Que las tropas se agrupen en las naves de desembarco!

  Se giró hacia la pantalla, con una mirada de puro desprecio: —Entonces será por la fuerza. Y cuando se rindan, su mundo servirá al Imperio como todos los demás.

  —Serán tratados como enemigos —replicó el humano—. Se les advirtió.

  La transmisión se cortó.

  Gar’ol contuvo un rugido de furia. —?Ellos lo quisieron así!

  Desde las compuertas inferiores de la nave Gloria Crear, empezaron a descender cincuenta naves de desembarco. Cientos más les seguirán.

  El cielo blanco se convertiría en fuego. La nieve, en barro te?ido de sangre. La guerra… había comenzado.

  Mientras tanto, en los cuarteles terranos, la actividad era un hervidero. Las computadoras enviaban mensajes a planetas cercanos solicitando refuerzos, mientras el jefe de guerra de Sixsus-Prime murmuraba para sí mismo: —Tres meses en el mando... y ya debo defender el planeta de una invasión alienígena —se talló los ojos con frustración.

  Las alarmas resonaban en todo el complejo. El Ordo Legatus Planetarii ajustó su abrigo con manos temblorosas. Apenas llevaba tres meses liderando la defensa y ya enfrentaba una amenaza que ponía en peligro a millones.

  —?Contacten con los principados cercanos! ?Han recibido respuesta de México? —preguntó, dirigiéndose a un comunicador.

  —Nos informan que tardarán cinco horas en llegar, se?or —respondió el oficial, con rostro preocupado.

  —?Mierda! —exclamó el Ordo Legatus Planetarii—. ?Y los refuerzos del Ejército Republicano y el de los principados?

  —Se?or, fueron aprobados. Llegarán en seis horas —contestó otro comunicador.

  El Ordo Legatus Planetarii apretó los dientes. Sabía que era demasiado tiempo. Ya había ordenado reforzar las defensas terrestres y evacuar civiles a refugios subterráneos, pero todavía dependían de armamento de EE.UU. Planetarios de hace cuarenta a?os.

  En una tundra inhóspita, en las coordenadas predichas, se desplegaron diez divisiones de soldados invernales, una compa?ía de caballería blindada y otras unidades, sumando cien mil soldados.

  Las primeras naves de desembarco imperiales descendieron sobre un lago congelado, frente a una colina nevada. Los soldados del Imperio —Velothians, Drayvarks y Kaelorins— avanzaban con confianza, protegidos por sus armaduras climatizadas.

  Los sensores imperiales detectaban se?ales humanas apenas perceptibles. Pero en la colina, escondidos bajo camuflaje blanco, los humanos aguardaban. Cuando los invasores se acercaron, un oficial terrano alzó la mano y gritó: —?Fuego!

  Una lluvia de proyectiles cinéticos y de plasma cayó sobre los imperiales. Uno de los primeros disparos atravesó la armadura de un Velothiano, haciéndolo caer pesadamente sobre el hielo. La arrogancia imperial desapareció.

  —?Nos emboscaron! ?Posiciones cubanas! —gritó un comandante imperial.

  Al llegar a cobertura, ya habían perdido más de dos mil soldados.

  —?Avancen! ?Están arriba, mátenlos a todos! —rugía el comandante.

  Granadas Zal’Vha’thrak detonaron con destellos cegadores y sonidos ensordecedores. Los primeros búnkeres terranos fueron destruidos.

  Un soldado humano con lanzallamas surgió de entre los restos. Su arma roció combustible encendido, envolviendo a los imperiales en llamas. Sus armaduras resistieron solo por segundos. Luego, la carne quedó expuesta al fuego. Los gritos llenaron el aire.

  Un disparo láser alcanzó el tanque de combustible del humano, provocando una explosión masiva. Más soldados murieron incinerados.

  La resistencia humana era feroz. Aunque habían perdido a cincuenta soldados, ya habían eliminado a más de dos mil ciento cincuenta imperiales.

  Cuando la primera línea de defensa cayó, algunos humanos se lanzaron con granadas en actos suicidas. Otros se rindieron.

  Los comandantes imperiales ingresaron a un búnker intacto para evaluar la situación. Drayvarks construyeron defensas subterráneas en menos de dos horas. Los prisioneros humanos fueron llevados ante los oficiales.

  —?Entiende... la única solución es unirte a nosotros! —decía un comandante.

  El humano solo lo miró en silencio. Fue enviado a una nave de reeducación. Pero antes de abordar, la nave explotó. Un tanque Aegis MK, camuflado en blanco, había disparado un proyectil PAP. La nave imperial ardió.

  Luego, el tanque disparó una munición Flechette. Dardos metálicos perforaron las armaduras imperiales. Un lanzador Thar'Khan impactó el tanque, sin efectos. Desde su torreta, un humano abrió fuego con una ametralladora pesada Brown .50 KAL, abatiendo a un soldado imperial.

  Seis imperiales con armas antitanque dispararon juntos. El tanque sufrió da?os. Antes de destruirlo, el tanque disparó un nuevo proyectil PAP que pulverizó la posición imperial.

  El cabo Kruska, de la raza Velothian, observaba aterrado. Su piel se volvió violeta pálido. Un proyectil de asalto impactó el tanque, que comenzó a arder. Los tripulantes intentaron escapar, pero fueron abatidos.

  La batalla dejó una lección clara: los humanos no eran primitivos. Técnicos imperiales intentaron analizar los restos del tanque. Pero el da?o psicológico ya estaba hecho.

  Los imperiales, que creyeron conquistar el planeta en tres horas, ahora comprendían que estaban atrapados en una guerra larga y brutal.

  Los humanos capturados resistían.

  Algunos serían llevados a través del Gran Vacío para ser reeducados. Pero la guerra apenas comenzaba.

  Y la chispa de la rebelión seguía ardiendo en el corazón de los humanos.

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