En los búnkeres situados en la colina junto al lago, los soldados imperiales celebraban con júbilo. Habían avanzado diez mil kilómetros desde el inicio de su ofensiva. Cantaban, bebían, y algunos incluso bailaban sobre la nieve ensangrentada.
Pero, en las trincheras de primera línea, lejos de esa celebración, la realidad era otra.
El cabo Kruska observaba el horizonte con un nudo en el estómago. Había visto de cerca a las bestias metálicas humanas. Sus ojos aún conservaban el brillo del terror.
"Esto no es una guerra... es una masacre para nosotros", pensó con amargura, mientras los refuerzos llegaban confiados, sin saber lo que les esperaba.
Entonces, un estruendo en el cielo lo sacó de su letargo.
Tres naves descendían envueltas en llamas. Dos eran imperiales. Una, terrana.
—Derribamos una... pero perdimos dos... —murmuró alguien.
Kruska apretó los dientes. El cielo se tornaba gris, no por el clima, sino por el humo que se avecinaba.
Un segundo después, una explosión sacudió el flanco este de la trinchera.
Un proyectil de plasma comprimido había impactado. La onda expansiva fue seguida por un rugido que devoró el aire y derritió armaduras y carne por igual. Gritos desgarradores rompieron el mundo.
Y luego, otra explosión. Y otra. Y otra.
El bombardeo terrano había comenzado.
Durante veinte minutos, las trincheras imperiales fueron pulverizadas. El suelo temblaba como si la misma tierra quisiera vomitar a los hombres que la ocupaban. El cielo se cubrió de vapores tóxicos, y el olor a carne quemada se mezcló con el frío de la tundra.
Kruska no podía moverse. Sus oídos zumbaban.
Su mente quería huir.
—???Vehículos enemigos!!! —rugió un general velothiano desde la trinchera—. ??En línea de fuego, ya!!
Kruska levantó su arma. Sus manos temblaban.
Entre el humo, vio las siluetas de los blindados.
No eran como los del primer ataque.
Cinco Valkyrion-F avanzaban como bestias de metal. Y detrás de ellos, pisando cadáveres imperiales, venía el coloso: un Titanensturm Forestus. Su ca?ón principal parecía un altar de exterminio.
—No... no son como los otros... —susurró Kruska.
El Titanensturm se detuvo. Rugió como una bestia viva. Disparó.
—???AL SUELO!!! —gritó Kruska, arrojándose al barro, arrastrando a un compa?ero con él.
El proyectil APAM estalló con una fuerza antinatural. Tierra, nieve y carne se elevaron como lluvia de pesadilla.
Fragmentos de metralla volaron como cuchillas invisibles, atravesando armaduras, cuerpos y voluntades.
Kruska alzó la vista.
Frente a él, el infierno se había desatado.
Cabezas separadas de cuerpos. Brazos que aún se movían por reflejo. Sangre verde, púrpura y roja te?ía la nieve como una pintura rota de todas las razas del Imperio Interestelar.
La primera línea de trincheras estaba siendo aniquilada.
Los cincuenta soldados que resistían junto a Kruska escucharon un nuevo sonido que heló su sangre: pasos pesados, mecánicos, seguidos de gritos de pánico. Desde el flanco derecho, los soldados imperiales huían.
Un humano avanzaba entre ellos.
Vestía un traje blanco blindado. Era imponente. Un Titan-Kronos, infantería pesada terrana.
Activó su lanzallamas.
Una sustancia pegajosa envuelta en llamas devoró a los imperiales. Gritaban. Se retorcían. Las llamas los consumían hasta convertirlos en masas humeantes de carne y fluidos.
—???Nooooo!!! —gritó Kruska, extendiendo una mano inútil hacia los cuerpos ardientes.
—???Vienen más por el frente!!! —gritó su compa?ero, jalándolo de vuelta a la trinchera.
—???DISPAREN!!! —ordenó Kruska, apoyándose contra un muro improvisado de biocelulosa, su rifle Kir-Kesh en mano.
El estruendo de disparos se desató. Rayos láser cruzaban el aire, impactando contra los soldados terranos. Algunos caían. Otros no.
Los tanques Valkyrion-F avanzaban detrás, disparando munición APAM. Cada impacto desgarraba la tierra y a quienes la ocupaban. Fortificaciones enteras estallaban, y los gritos eran silenciados por la fuerza bruta del fuego.
La primera línea... había caído.
La orden de retirada llegó. Kruska y los pocos sobrevivientes corrieron hacia la segunda línea de defensa. Más allá, los búnkeres reforzados y las trincheras entrelazadas ofrecían una última esperanza.
Mientras huían, Kruska vio a los rezagados. La infantería terrana los atrapaba.
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No se rendían.
No aceptaban prisioneros.
Los mataban a todos.
Segunda Línea de Defensa – Complejo Imperial Reforzado
Kruska llegó jadeando. A su alrededor, el despliegue imperial era intimidante:
Artillería Khal’Zuur-Kael?n alineados a diez kilómetros.
Ca?ones Xar’Zeth?n, listos para lanzar disparos de energía de partículas desde los búnkeres.
Y cientos de soldados del Ex’pazu’he.
"Espero que esto baste...", pensó Kruska, exhalando con un temblor en el pecho.
Pero la batalla apenas comenzaba.
Los primeros soldados terranos irrumpieron en la trinchera. Las esferas corrosivas volaron y explotaron. No atravesaban el blindaje, pero la sustancia empezaba a comerse el metal. Los gritos humanos no tardaron.
Kruska apuntó. Disparó a las cabezas descubiertas. No soportaba esos gritos.
Entonces una nueva explosión.
Entre el humo emergió un humano más alto, aún más blindado. Cargaba un Phantom-Talon. Disparó un proyectil flechette.
El proyectil se dividió en diez dardos letales.
Cortaron el aire como agujas de la muerte, empalando a un grupo de imperiales contra las paredes de la trinchera.
Sangre púrpura, verde y roja salpicó el suelo helado.
Kruska apretó los dientes. Disparó como un hombre al borde del colapso.
—???Malditos... por crear armas tan brutales!!! —rugió con rabia.
Las lágrimas corrían por su rostro. El miedo, el odio, el instinto lo devoraban por dentro. Cada explosión lo hacía encogerse.
Cada motor de tanque humano lo hacía temblar como un animal acorralado.
Y entonces, el cielo se iluminó con destellos de fuego.
En lo alto, la batalla espacial alcanzaba su clímax. Las naves imperiales eran incineradas una tras otra.
La orden fue clara:
"Retirada inmediata de las naves restantes."
Pero en la superficie, no quedaba escapatoria.
Solo luchar... o morir.
El estruendo de la batalla era total. Explosiones, disparos y gritos se fundían en un caos atronador. El humo denso envolvía el campo como una mortaja tóxica. El suelo temblaba bajo las botas imperiales, sacudido por impactos y ráfagas que arrancaban escombros y sangre.
Pese a la conmoción, la línea defensiva aún resistía.
Pero entonces lo vieron.
Entre el polvo y el fuego... emergió un coloso.
Un Titanensturm Forestus.
Su motor rugía como una bestia mecánica recién liberada. El monstruo de acero avanzó unos metros, luego se detuvo. Apuntó.
Silencio.
Kruska sintió un escalofrío. Sabía lo que venía.
El motor se apagó.
El proyectil salió disparado con un bramido antinatural, surcando el aire como un rayo de muerte. Pasó rozando su posición. Un instante después, la explosión lo lanzó por los aires.
Rodó varios metros, estrellándose contra el fondo de la trinchera. Su vista se nubló. Un pitido inundó sus oídos. Al parpadear, vio su armadura salpicada de sangre azul.
?Era suya? ?De otro?
No tuvo tiempo de pensar. Otro estruendo.
Un ca?ón imperial había disparado contra el Titanensturm. El impacto fue directo.
Pero no sirvió.
El blindaje del coloso lo absorbió como si fuera un simple chispazo.
Entonces respondió.
Su ca?ón giró lentamente.
—??A cubierto!! —gritó un soldado imperial.
Demasiado tarde.
El proyectil HEAT estalló con furia. Los operadores del ca?ón imperial fueron desmembrados en un instante. Un segundo estallido—la detonación de la munición almacenada—consumió la posición. La fortificación entera desapareció en una bola de fuego. El ca?ón salió volando hacia el cielo como una bengala grotesca, una espiral de metal retorcido.
Kruska se obligó a levantarse.
Temblaba. Su respiración era caótica. El miedo y la adrenalina se turnaban el control de su cuerpo.
Vio al Titanensturm resistir otra ráfaga de cápsulas corrosivas sin detenerse.
"Mierda... no otra vez…”
Kruska se arrastró hasta la línea de fuego y se asomó por el borde de la trinchera. Los soldados terranos avanzaban, implacables, disparando ráfagas de plasma y proyectiles perforantes. Sin dudar, alzó su rifle y abrió fuego.
A su izquierda, un equipo imperial con lanzadores Ra'Tak-Met intentaba detener al coloso. Uno de los proyectiles impactó... sin resultado. El ca?ón del Titanensturm giró lentamente hacia ellos.
—?Disparen...! ??AL SUELO!! —gritó Kruska.
Se lanzó al barro junto a su compa?ero justo cuando el blindado disparó. El proyectil estalló en el aire, liberando una lluvia de dardos metálicos.
Cuando levantó la cabeza, sintió náuseas. Varios soldados imperiales estaban empalados en las paredes de la trinchera. Sus cuerpos colgaban como marionetas rotas. La sangre verdosa goteaba lentamente de los dardos, mezclándose con el barro y la ceniza.
Conteniendo el pánico, Kruska actuó. Tomó uno de los lanzadores, cargó y disparó. Su compa?ero hizo lo mismo. Ambos impactos golpearon el mismo punto del blindaje.
Apenas dejaron una marca.
—Hoc modo est! (or) Hac via est! Exitus ad sectorem B-34 adest! —gritó un soldado humano, guiando a más tropas mientras disparaba.
Un humano con equipo Titan-Kronos apareció en escena. Su lanzallamas escupió fuego líquido hacia una fortificación imperial.
Los soldados dentro comenzaron a salir, envueltos en llamas, gritando. Algunos rodaban por el suelo. No servía de nada.
Kruska temblaba. No podía dejar de mirar.
Entonces, escuchó disparos a su espalda.
Se giró justo a tiempo para ver a su amigo de toda la vida, Karlo, desplomarse con un agujero de diez centímetros en la cabeza. Un disparo de plasma lo había atravesado.
La rabia explotó dentro de Kruska.
Disparó. Uno. Otro. Otro más.
No apuntaba. Solo disparaba.
Cuando todo se detuvo, miró a Karlo.
No podía llorar. No todavía.
A su lado, una ametralladora ligera yacía en el barro. La tomó. Vio a un joven soldado imperial, con miedo en los ojos.
—?Tráela y ayúdame a manejar la ametralladora! —rugió Kruska.
El joven titubeó, luego asintió y se lanzó a conectar la batería.
Kruska inhaló hondo.
Y apretó el gatillo.
La ametralladora rugió como un demonio mecánico. Las balas trazaban líneas incandescentes en la penumbra humeante. La infantería terrana comenzó a caer. Pero el Titanensturm seguía ahí. Intacto.
Entonces, el suelo vibró.
No por fuego enemigo.
Un nuevo rugido mecánico surgió entre el humo: el Thar’Zek?n.
El tanque de batalla principal imperial emergía entre la niebla de guerra. Su blindaje marrón y gris metálico con los bordes blanco sucio bajo el resplandor de las explosiones. Avanzaba como una bestia ancestral, aplastando cadáveres y tierra quemada.
Desde el interior, la tensión se podía cortar.
—?Se?or, blindado enemigo a las 13:00! ?Carajo! —gritó un tripulante.
El comandante Frax'Cel, de mirada afilada y piel ceniza, no se inmutó. Su especie rara vez mostraba emoción.
Pero su voz fue clara, firme.
La de un guerrero que ha matado a gigantes antes.
—?Rail’Ta, prepárate para recargar la batería! —ordenó con firmeza el comandante imperial.
—?Sí se?or! —respondió Rail’Ta, la cargadora, con la voz marcada por la adrenalina. Su piel grisácea y gruesa estaba cubierta de polvo y sudor, pero sus manos no temblaban mientras aseguraba el proyectil en la recámara.
—Bien. En marcha. Acabemos con esa bestia de metal... humana.
Un rugido unísono de aprobación recorrió la cabina del tanque. El conductor, Jax’Lor, maniobraba con precisión, aunque sus pensamientos divagaban entre el miedo y la concentración.
—Escuché historias sobre estos blindados humanos... —murmuró, entre asombro y escepticismo—. Dicen que pueden resistir impactos directos de un Shal’Khor... y que ni siquiera un Kresh’Thar los destruye. Apenas se prenden en llamas.
—Seguro exageran —replicó Rail’Ta, aunque su tono no era convincente.
—Pronto lo sabremos —dijo el comandante, su voz tan fría como el blindaje del tanque.
A unos cientos de metros, el blindado humano avanzaba con el ca?ón aún humeante. Su metal ennegrecido, cubierto de cicatrices, brillaba con los destellos de fuego cruzado.
Dentro del tanque humano, los sensores parpadeaban con advertencias críticas.
—?Domine, campi gravitatis detectio appropinquat! Quingentis metris abest! Magnum est! —informó Hans, operador de sistemas.
El comandante Alexei Voronin cerró los pu?os. Su rostro era una mezcla de tensión y decisión.
—Munitionem perforantem arma onera! Et tres plures para! —ordenó.
El interior estaba saturado de calor, ruido y sudor. El olor a metal caliente impregnaba todo. Cada miembro de la tripulación sabía que el siguiente minuto decidiría su destino.
A través de los visores ópticos, divisaron al Thar’Zek?n. Su silueta emergía como un titán desde la bruma de guerra.
El primer disparo humano golpeó su costado. El blindaje imperial apenas mostró una abolladura.
El segundo disparo fue más certero: impactó de lleno en el chasis frontal.
—?Escudo de energía da?ado! ?Tiempo de recuperación: 20 minutos! —informó el operador imperial.
El comandante imperial apretó los dientes.
—Parece que esos humanos sí tenían algo que ofrecer al Imperio... —murmuró Rail’Ta—. Si hubieran aceptado la diplomacia, podrían haber luchado a nuestro lado...
Pero no hubo tiempo para lamentos. Un soldado imperial en la trinchera cercana cargó un lanzacohetes antitanque y disparó.
La explosión fue brutal.
El costado derecho del tanque humano fue envuelto por un destello cegador. La onda expansiva levantó polvo y escombros.
—?Se?or, blindaje lateral comprometido! —gritó el operador de da?os, pálido.
Voronin sintió un escalofrío.
—Si recibimos otro impacto... no lo resistiremos. ?Preparen las armas y estén listos para evacuar!
Cada tripulante asió su rifle. Nadie hablaba de rendirse.
El tanque humano disparó.
El proyectil impactó en el costado izquierdo del Draak-Tha’kor, afectando su campo gravitacional. El blindado quedó inmóvil.
—?Se?or, no podemos movernos! ?Debo salir a reparar los estabilizadores! —gritó el técnico Vu’le, ya sabiendo que salir significaba morir.
—?No hay tiempo! ?Disparen otra ronda! —ordenó el comandante imperial.
El disparo salió.
Impacto directo.
El blindado humano explotó desde adentro. Las escotillas se abrieron, y los humanos salieron con sus armas listas… pero ya era tarde.
Fueron rodeados.
—?Ríndanse o mueran! —rugió un oficial imperial.
Los humanos bajaron las armas. Fueron llevados a un búnker cercano.
El tanque, humeante y destrozado, fue remolcado por ingenieros del Imperio.
Desde una colina, Kruska observaba en silencio.
La batalla había terminado.
Pero algo dentro de él... no.
Si aquel soldado imperial no hubiera disparado el arma antitanque, el resultado habría sido otro.
Los humanos no solo eran fuertes: eran inteligentes, decididos, adaptables.
Cuando le ordenaron escoltar a los prisioneros, una duda se clavó en su mente.
él recordaba lo que los humanos hicieron en la primera ola: masacraron a millares.
Pero ahora...
Ahora veía otra cosa.
Quizás, pensó, esta era su oportunidad de comprender a la raza que su Imperio deseaba someter.
Y quizás...
Descubrir si la guerra realmente era la única respuesta.