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Capitulo VIII - Traumas

  Friedrich corría sin detenerse.

  Se había alejado más de setenta metros de su columna de blindados, con la respiración agitada dentro del casco. El visor en su careta brillaba con indicadores de amenaza, pero uno lo paralizó: rostro identificado.

  Su IA confirmó lo que él ya sabía.

  —No... por favor. Ella no... —pensó con la garganta cerrada—. Ella no, por favor... no ella.

  Con cada paso, se acercaba a la verdad. Y esa verdad estaba hecha de horror.

  —Regresaré... te lo prometí, mi amor —murmuraba para sí mismo, como un mantra roto—. Ya estoy aquí, iré por ti. Pero... dime que no estás ahí.

  Y entonces, a menos de diez metros, la vio.

  El cuerpo colgaba de un poste de Petramármol.

  Su rostro estaba amoratado, los ojos hinchados, casi saliendo de las órbitas. Moscas zumbaban alrededor de su cabeza. El cuello torcido en un ángulo imposible. Los huesos marcados bajo una piel violácea y estirada.

  En su pecho desnudo, tallado con un cuchillo oxidado, podía leerse:

  “Republican rats”

  Más abajo, sus piernas estaban cubiertas de sangre seca. Solo la imaginación de Friedrich pudo completar las aberraciones que su hija había sufrido.

  En sus pies, atado con alambre, un cartel colgaba como una sentencia cruel:

  “For refusing to fight, cowards!”

  Friedrich se arrancó el casco. Lo lanzó lejos, como si quemara. Avanzó un paso más... y vomitó. El estómago se le dio vuelta. La escena era atroz. Cruel. Y terriblemente familiar.

  Se arrodilló frente al poste. Levantó la vista con la boca abierta, aún con residuos de vómito entre los dientes. Las lágrimas le caían por el rostro. La voz, hecha trizas.

  —?NO, NO, NO, NO, NO! —gritó.

  —?Tú NO! ?NO ME DEJES SOLO, POR FAVOR... NO Tú!

  Su voz se convirtió en un aullido inhumano, como si gritándole al cadáver pudiera resucitarlo. Como si el dolor pudiera romper las reglas de la muerte.

  Pero el cuerpo seguía colgado.

  Y su hija… ya no estaba ahí.

  —?DEVUéLVEMELA! —bramó, un grito visceral, primitivo—. ?DEVUéLVEMELA AHORA! ?REGRESáMELA!

  Entre sollozos asfixiantes y gemidos de angustia, Friedrich apenas podía respirar. Su pecho subía y bajaba de forma violenta. Sus manos golpeaban el suelo hasta sangrar. Tierra, vómito, lágrimas y sangre: todo mezclado.

  La unidad llegó. Se detuvieron al ver la escena.

  Primero fue el silencio. Luego, el espanto.

  Algunos soldados vomitaron. Otros se cubrieron el rostro. Nadie sabía qué hacer. Nadie había entrenado para esto.

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  Ali fue de las primeras en reaccionar. Corrió hacia Friedrich, junto a otros camaradas, intentando contenerlo. Pero él ya no estaba ahí. Su mente se había quebrado, atrapada en un instante eterno. No veía rostros. No escuchaba voces.

  Solo existía el cuerpo colgado frente a él.

  —?AHHHHHHH! —rugía, golpeando el suelo con los pu?os—. ?HIJOS DE PUTA, LOS VOY A MATAR A TODOS!

  —?Friedrich, cálmate! —gritó Ali, sujetándolo por los hombros.

  —?NO, MI PEQUE?A! —sollozaba con la garganta rota—. ?NO ELLA, NO ELLA!

  —?Por el amor de la República, cálmate con un carajo! —gritó Ali de vuelta, con los ojos llenos de furia y lágrimas.

  Y entonces, ella también lo vio.

  El cuerpo de la hija de Friedrich seguía colgado, balanceándose ligeramente por el viento. La piel violácea. El cartel atado a sus pies. La mirada vacía…

  Ali apretó la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes crujieron. No dijo nada. No podía.

  Su rabia se volvió tan silenciosa como letal.

  —Y se hacen llamar humanos... —susurró con veneno en la voz—. Espero que esto acabe pronto.

  Friedrich estaba de pie, absorto en sus pensamientos, mirando el horizonte desde la playa helada de Morevsk. El mar golpeaba con lentitud las rocas cubiertas de sal.

  —?Se?or...? ?Está bien? —preguntó su asesor, con voz baja.

  Friedrich tardó en responder.

  —Sí... sí, estoy bien —murmuró, haciendo una pausa entre cada palabra—. ?Noticias de Polyusovsk o Turovets?

  —Polyusovsk ha resistido otra ofensiva imperial. Usaron más criaturas... pero fueron repelidas con artillería y fuego directo.

  En Turovets, los vehículos están en posición. La ofensiva comienza en cuestión de horas.

  Friedrich asintió.

  —Perfecto.

  Un TBP-Tatu de Ferro 3 encabezaba una columna blindada de diez tanques. Dentro, el Centurionis Magnus Lucas repasaba las coordenadas. Su voz retumbó en los comunicadores.

  —Atención, escuadra. Tenemos órdenes: avanzar sin detenernos.

  —?Y la infantería? —preguntó el Caricator Jack.

  —Llegarán después de que tomemos el punto.

  —Cuando dejemos todo "blando".

  Lucas sonrió.

  —Esa es la idea.

  A lo lejos, el retumbar de botas comenzó a llenar el aire. Cincuenta mil soldados marchaban con paso firme. La bandera de la República ondeaba sobre el humo y el acero.

  Una voz potente rompió el murmullo:

  —?Por la República y por Dios!

  —?Mira a quién tenemos aquí?

  —Tiempo sin verte, Centurionis Magnus Souta.

  —?Pero si es el Gran Armadillo del campo! —bromeó Souta.

  —Me halagas demasiado, Souta —respondió Lucas, entre sonrisas.

  Los soldados marchaban entre columnas blindadas, entonando una vieja canción de guerra. Sus voces resonaban con fuerza, cubriendo el cielo gris con una mezcla de orgullo y nerviosismo.

  —?Cuántos imperiales crees que nos esperan? —preguntó Lucas, ajustando su visor mientras caminaban.

  —No lo sé, hijo —respondió Souta con tono grave—. Pero espero que no estén esas malditas cosas.

  —?Crees que puedan aguantar un disparo de mi ca?ón de 180 mm? —dijo Lucas entre risas.

  Souta arqueó una ceja.

  —?Quién demonios aguantaría un disparo de eso? —contestó con sarcasmo.

  Un grito cortó el aire, y los soldados comenzaron a subir a los VTT-Tarántula V2 y demás vehículos.

  —?Cuántos VTT-Tarántula V2 están asignados a la operación directa? —preguntó Souta mientras subía a su tanque.

  —Hasta donde sé, unos cuatrocientos —respondió Lucas, chequeando su consola de datos.

  —?Solo seis mil hombres los acompa?an? —preguntó Souta, esta vez con visible preocupación.

  —Sí… pero dicen que en cuanto avancemos, seiscientos CTT-Tarántula V1 llegarán como refuerzo.

  Souta resopló.

  —Solo espero que lleguemos a tiempo...

  —Tranquilo, se?or. No pasarán —dijo Lucas con una sonrisa confiada.

  Souta lo miró con una mezcla de ternura y fastidio.

  —?Maldito tú y tu maldito optimismo, me van a matar un día de estos!

  —Lo sé, se?or —respondió Lucas entre risas.

  —No quiero que mueras antes que yo —le advirtió Souta con tono más serio—. Eres muy joven. Yo ya tengo doscientos diez a?os.

  —Pensé que ya se había jubilado, se?or —dijo Lucas mientras observaba cómo los soldados llenaban los vehículos. La operación estaba por comenzar.

  Cuatro kilómetros los separaban de Turovets.

  Solo cuatro kilómetros.

  El plan era claro: los VTT-Tarántula V2 dejarían tropas atrás, otras unidades brindarían apoyo, y el grueso de los diez mil blindados seguiría avanzando para cercar Polyusovsk desde el noroeste.

  —No se puede jubilar uno cuando hay guerra —dijo Souta, sacándolo de sus pensamientos—. La República aún necesita hombres inteligentes como yo para guiar tu cabeza hueca, muchacho.

  Lucas se echó a reír.

  —Maldición... habla como mi padre cuando yo tenía treinta a?os.

  —Por eso mismo, joven.

  Una orden general recorrió todos los canales de mando. Inmediatamente, los vehículos blindados cerraron las escotillas y encendieron los motores.

  Lucas dio la orden con tono seco. No hacía falta decir mucho más. Todos sabían lo que venía.

  Su tanque pesado avanzaba sin dificultad por el terreno nevado y el bosque denso. Dentro, sus hombres estaban callados, concentrados. Las caras eran serias. Esperaban resistencia imperial... pero no sabían con qué se iban a enfrentar.

  Muchos acababan de llegar. Solo habían oído rumores:

  El ba?o de sangre en Morevsk.

  Ni?os soldados en Burevest.

  El bloqueo total en Vizma.

  Y, por supuesto, la brutal defensa imperial en Polyusovsk.

  Lucas tomó su radio-comunicador, lo acercó a la boca y habló con voz firme.

  —Escuchen con atención.

  Si ven ni?os humanos con armaduras y armas imperiales… disparenles.

  Ya no son ni?os. No son humanos. Tienen el cerebro lavado. No hay forma de salvarlos... todavía.

  Hubo un breve silencio.

  —Carajo… —murmuró Liam, el auriga del tanque.

  —Sí, se?or —respondieron los demás.

  Los motores rugían. El avance era rápido. Estaban ya a menos de un kilómetro del objetivo cuando entró una transmisión por el comunicador holográfico.

  —?Escuchen todos los blindados! —era la voz del Praefectus Tacticae Ri—. Estamos a mil doscientos metros del contacto.

  Atención al plan:

  Todas las divisiones Panzer atacarán de frente.

  Apenas rompamos las defensas:

  La IX y la mitad de la XXI se separarán y atacarán el oeste, abriendo ofensiva en Rudinov y Sibirsk.

  El resto de la XXI y la III se volcarán al este, irrumpiendo con fuerza en Polyusovsk.

  —?Sí, se?or! —respondieron varias voces a la vez.

  Ri continuó:

  —Es probable que envíen más de esos malditos gorilas sin ojos. Las mismas que destrozaron el frente en Polyusovsk.

  No frenen. No duden. Son duras, pero no invencibles.

  Nuestro blindaje debería resistir… y si no lo hace, no les demos la oportunidad de golpear primero.

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