El buque orbital CS-Shōkaku 30: Atenea flotaba sobre los restos calcinados de un planeta que aún se resistía.
La capital del antiguo enemigo.
El último bastión.
Un símbolo vacío.
Habían pasado cuarenta a?os de guerra.
Ciento veinte trillones de soldados muertos.
Más de quinientos trillones de civiles.
Y aún así, no se rendían.
La orden fue clara.
Desde el Consilium Interplanetarium Civium y aprobado por el Praeses Maximus:
Disparar el AG-XN-Ω99.
No se le llamó por su código técnico.
Se le conoció por su nombre verdadero:
Digitus Dei Obscuri
El Dedo del Dios Oscuro.
Uno de diez.
Un arma jamás usada. Hasta hoy.
El Atenea fue construido con un solo propósito: lanzar esa bomba.
Y lo hizo.
El misil descendió con una lentitud solemne.
Como si la historia misma contuviera el aliento.
Stolen novel; please report.
El impacto inicial arrasó medio planeta.
Una explosión rojo-naranja se tragó continentes enteros.
Los océanos hirvieron.
Las monta?as colapsaron.
Las ciudades, ya vacías, fueron borradas.
Pero no terminó ahí.
Desde el epicentro surgió una segunda detonación.
Más violenta. Más profunda.
Un resplandor verde amarillento cubría el hemisferio restante.
La atmósfera se incendió.
El fuego químico se dispersó por toda la biosfera.
El suelo se convirtió en ceniza.
No quedó nada.
No hubo gritos.
No hubo combate.
Solo silencio.
Y ceniza flotando donde antes hubo un mundo.
Nos acusarán de monstruos.
Dirán que fue cruel.
Pero ellos empezaron esta guerra.
Fueron ellos quienes esclavizaron, torturaron, exterminaron.
?Diez mil millones de los suyos por quinientos trillones de los nuestros?
Justicia.
Pensábamos que pelearíamos en sus ruinas, en sus ciudades, en sus trincheras.
Pero no.
Sí, no.
Los matamos como se mata a una plaga.
Con limpieza.
Con precisión.
Con ira sagrada.
Así terminó la guerra.