01:45 - Distrito 1. Tokio, Japón.
El Distrito 1 era un bastión de orden en el caos fracturado de Tokio, un lugar donde la perfección parecía esculpida en cada rincón. Los rascacielos de vidrio y acero se alzaban como monumentos a la voluntad humana, sus superficies reflejando un cielo despejado que dejaba entrever las estrellas, un lujo inalcanzable en los distritos más oscuros. Las calles eran amplias y relucientes, pavimentadas con un asfalto tan impecable que brillaba bajo las farolas LED, cuya luz blanca y uniforme eliminaba las sombras que acechaban en lugares como el Distrito 11 o 13. árboles podados con precisión quirúrgica flanqueaban las aceras, sus hojas susurrando bajo una brisa artificial que olía a cerezos sintéticos. El aire era fresco, casi estéril, con el zumbido discreto de los drones de vigilancia y el murmullo de conversaciones educadas desde los cafés de lujo como sonidos únicos. Sin embargo, esa noche, una tensión invisible quebraba la calma.
Hitomi Sasaki caminaba por una calle lateral, su abrigo gris de la CCG ondeando tras ella como una mancha en la pulcritud del entorno. El maletín que contenía a quinque pesaba en su mano derecha, un ancla que la mantenía conectada a la realidad mientras su mente giraba en un torbellino de dudas. Las palabras de Mushtaro Nakadai de su encuentro anterior—"No soportan no estar en la cima de la cadena alimenticia"—se habían clavado en ella como un anzuelo, tirando de las certezas que había construido desde que se unió a la CCG. Cada noche, el rostro ensangrentado de Juuzou la visitaba en sue?os, su risa infantil mezclándose con el eco de esas preguntas. Las ojeras bajo sus ojos eran un mapa de su insomnio, y sus pasos, aunque firmes, llevaban el peso de una lucha interna que no podía nombrar.
Un edificio al borde del distrito rompió su trance. Era una anomalía en el Distrito 1: una estructura de concreto desgastada, con ventanas rotas cubiertas de polvo y grafitis que parecían ara?azos de un pasado olvidado. Los drones no lo vigilaban, y las farolas cercanas parpadeaban débilmente, como si el lugar fuera un secreto que el distrito prefería ignorar. Hitomi se detuvo frente a él, su instinto—esa chispa que Juuzou siempre había admirado—susurrándole que algo la esperaba allí. Antes de que pudiera dar otro paso, una figura emergió de las sombras del edificio, su silueta recortada contra el resplandor lejano de un rascacielos.
Era Mustaro. Su gabardina oscura ondeaba con la brisa artificial, y sus ojos grises brillaban con un destello rojo que cortaba la penumbra. En su mano derecha sostenía una taza de café humeante, el aroma cálido y amargo chocando con la frialdad de su presencia. Dio un paso adelante, su postura relajada contrastando con la tensión que emanaba de Hitomi.
—?Tú! —dijo Hitomi, su voz cortante mientras abría el maletín con un chasquido seco. Seijaku se desplegó en un tentáculo afilado, apuntando hacia él—. ?Qué buscas ahora! ?Habla o te atravieso!
Mushtaro sonriente, una curva lenta que mostraba dientes afilados mientras alzaba una mano en un gesto de paz finge.
—Hola, Sasaki Hitomi—dijo, su tono suave pero cargado de un hilo que atravesaba el aire—. No vine a derramar sangre. Solo un charlar. —Dio un sorbo a su café, sus ojos fijos en ella como si pudiera leer cada grieta en su armadura—. La última vez te dejé con una pregunta. ?Has encontrado algo en ese silencio que llamas deber?
Hitomi apretó los dientes, su quinque temblaba en el aire por culpa de su mano. Ella lo miraba con una mezcla de furia y cautela.
—No estoy aquí para tus acertijos —replicó, su voz temblando ligeramente—. Si tienes algo que ver con Igarashi, dilo ahora. ?No tengo tiempo para tus juegos!
Mushtaro rió, un sonido bajo y melodioso que resonó en el silencio del edificio abandonado.
—?Siempre tan directo! —dijo, dando un paso hacia ella mientras su kagune koukaku emergía de su hombro izquierdo: una espada con espinas que brillaba con un tono carmesí bajo la luz parpadeante—. Pero no se trata de Igarashi esta vez. Se trata de ti. Dime, Hitomi, ?alguna vez has sentido el peso de las cadenas que llevas? —Hizo una pausa, inclinando la cabeza como si esperara que ella llenara el silencio—. No las ves, pero están ahí: la CCG, sus reglas, sus guerras... Sus muertes. ?Qué eres sin ellas?
Hitomi frunció el ce?o, su respiración se aceleró mientras las palabras se clavaban en ella.
—Cadenas? —preguntó, su tono cortante pero te?ido de duda—. ?Soy una investigadora! ?Protejo a civiles inocentes! ?Qué intentas decir con eso?
Mushtaro dio otro sorbo a su café, dejando que el vapor se alzara frente a su rostro antes de responder.
—Estoy diciendo que no eres libre, Hitomi Sasaki —dijo, su voz baja y firme, como un juez pronunciando una sentencia—. La CCG te dio un uniforme, un quinque, un enemigo. Te dio un propósito para llenar el vacío. Pero, ?qué pasa cuando ese propósito se quiebra? —Dio un paso más, la punta de su espada rozando el suelo y dejando un leve ara?azo en el concreto—. ?Qué queda de ti cuando te quitan las órdenes? ?Una persona... o solo un arma que ya no sabe disparar sola?
Hitomi alzó su quinque, su tentáculo afilado de aquel característico color morado cortando el aire en un arco rápido que Mushtaro esquivó con un giro elegante, su cuerpo ondeando como alas negras.
—?No sabes de qué hablas! —gritó, su voz temblando con una furia que ocultaba su confusión—. ?La CCG es lo que mantiene este mundo en pie! ?Sin nosotros, los ghouls como tú lo destruirían todo!
Mushtaro bloqueó el siguiente golpe con su brazo, el cual se había convertido en un kagune, el choque enviando chispas al aire, pero no contraatacó.
—?En pie? —dijo, su tono cargado de burla mientras retrocedía un paso—. Mira este distrito, Hitomi. Torres brillantes, calles perfectas, un sue?o de control. Pero es frágil. Una ilusión que se sostiene con sangre: la tuya, la mía, la de los civiles que mueren en sus operativos. —Hizo una pausa, sus ojos grises perforándola—. El CCG no salva el mundo. Lo doméstico. Y tú eres su perro de caza. ?Cuántas vidas has segado con ese quinque? ?Cuántos eran monstruos... y cuántas solo piezas en su tablero?
Hitomi jadeó, sus manos temblando alrededor de aquel quinque que poseía mientras los recuerdos la golpeaban: ghouls gritando mientras los cortaba, sangre salpicando su rostro, y los ojos vacíos de Juuzou antes de despedirse de su final.
—?Eso no es verdad! —replicó, su voz quebrándose—. ?Luchamos por justicia! ?Por algo más grande que nosotros!
Mushtaro inclinó la cabeza, su sonrisa se desvaneció por un instante mientras la miraba con algo que parecía tristeza.
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—?Justicia? —murmuró, su voz suave pero cortante—. La justicia no existe, Hitomi. Solo parece existir el poder. La CCG te usa para mantener el suyo, igual que Igarashi usa a los suyos. La diferencia es que yo lo veo. Vivo con ello. Tú sigues corriendo detrás de un ideal que se deshace en tus manos. —Dio un paso más cerca, su espada koukaku brillando—. ?No te cansas de ser su mu?eco de trapo?
Hitomi lanzó otro ataque, el tentáculo de Seijaku cortando el aire con furia, pero Mushtaro lo bloqueó con un movimiento fluido, el metal chirriando contra su kagune.
—?Cállate! —gritó, su voz rompiéndose mientras retrocedía, jadeando—. ?No eres más que un ghoul! ?Un asesino! ?No tienes derecho a hablarme así!
Mushtaro retrajo su kagune con un sonido húmedo, su expresión endureciéndose mientras la miraba.
—No tienes idea de lo que soy, Hitomi, y no te hablo como un juez —dijo, su tono frío ahora—. Te hablo como alguien que ya rompió sus cadenas. La pregunta es: ?cuándo romperás las tuyas? —Dio un último sorbo a su café, arrojando la taza vacía al suelo con un tintineo que resonó en el silencio—. Piénsalo. El mundo no es tan blanco y negro como te hicieron creer.
Con eso, se giró y desapareció en las sombras del edificio, dejando a Hitomi sola con el eco de sus palabras. Ella cayó de rodillas, el quinque resbalando de sus manos mientras su respiración se volvía errática. No tenía respuesta, y el vacío que dejó esa pregunta la consumió.
Desde lo alto de un rascacielos cercano, Kiyoshi o "Paranoia" observaba, su figura demacrada encorvada contra el viento. Sus ojos rojos brillaban en la oscuridad, fijos en Hitomi y el ghoul que acababa de irse. ?Monstruo! rugieron las voces en su cabeza, un torbellino de desconfianza que lo hacía temblar. Veía a Mushtaro como una sombra corrupta, un depredador que buscaba envenenar a la mujer del abrigo gris, alguien que buscaba algo más—su faro en la tormenta—, pero algo lo detenía. ?Y si ella lo sigue? susurraron otras voces, más débiles, desgarrándolo con dudas. Sus manos se retorcieron contra el borde del tejado, las u?as rotas ara?ando el concreto mientras su mente se fracturaba. ?Matalo! Gritaron las voces, pero él no se movió, atrapado entre el odio y una esperanza confusa que no podía nombrar.
02:30 - Distrito 7. Tokio, Japón.
El Distrito 7 era un lugar de transición, ni tan caótico como el 11 ni tan ordenado como el 1. Sus calles estaban llenas de edificios bajos y almacenes abandonados, iluminados por farolas parpadeantes que proyectaban sombras largas y torcidas. El aire olía a humedad y gasolina, y el sonido de la maquinaria lejana resonaba como un pulso irregular. Allí, en un callejón estrecho, Sekigan y Mō avanzaban sigilosamente, sus pasos silenciosos sobre el pavimento agrietado. Habían sido enviados por Igarashi a cazar a un peque?o grupo de agentes del CCG que investigaban rumores de actividad ghoul en la zona. El objetivo era claro: eliminarlos antes de que reportaran algo.
Sekigan se movía con cautela, su kagune bikaku retraído pero listo, su ojo visible escaneando las sombras. Mō, a su lado, caminaba con una despreocupación enga?osa, su túnica negra ondeando mientras su kagune koukaku permanecía oculto. El silencio entre ellos era pesado, roto solo por el crujido ocasional de vidrio bajo sus botas.
— ?Alguna vez te cansas de esto? —murmuró el parcjado, su voz baja mientras se detenía junto a un contenedor oxidado—. Matar, correr, escondernos. Todo por Igarashi.
Mō inclinó la cabeza, aquella máscara que ocultaba sus cavidades oculares vacías girando hacia él como si pudiera verlo.
—?Cansarme? —dijo, su voz rasposa cargada de una risa seca—. Esto es lo que soy, mestizo. La CCG me arrancó los ojos, me abrió como un cerdo para sus experimentos. Me dejaron ciego, pero Igarashi me dio un propósito: devolverles el favor. ?Tú qué tienes?
Sekigan presionó los pu?os, su mirada fija en el suelo.
—No lo sé —admitió, su tono bajo pero firme—. Era humano. Vivía en el Distrito 9, tenía una familia... hasta que Igarashi me tomó. Me convertí en esto. —Tocó el parche sobre su ojo, un gesto inconsciente—. No recuerdo sus caras, pero sí el fuego. El día que me arrancaron de mi vida.
Mō detuvo su paso, girándose hacia él con una curiosidad inesperada.
—Fuego, ?eh? —dijo, su sonrisa torcida suavizándose por un instante—. A mí me atraparon en el Distrito 4. Era un ghoul callejero, comía sobras para sobrevivir. La CCG me cazó como a una rata, me metió en una jaula. Me cortaron, me estudiaron. Quería saber cómo funcionaba mi kagune. —Hizo una pausa, su mano rozando el hombro donde brotaba su arma—. Cuando escapé, juré que nunca volvería a ser su presa.
Sekigan lo miró, su expresión endurecida pero con un destello de empatía.
—Entonces los dos fuimos juguetes —murmuró—. Pero yo no pedí esto. No sé si quiero venganza o solo... entender por qué.
Mō rió, un sonido roto pero cálido esta vez.
—?Eres un desastre, mestizo! —dijo, dando un paso adelante—. Pero yo caes bien. No todos tienen el valor de preguntar 'por qué' en un mundo que solo quiere sangre. —Hizo una pausa, su tono bajando—. Mira, el mundo nos ve como monstruos. Humanos, CCG, hasta otros ghouls. Pero aquí estamos, cazando juntos. Eso significa algo, ?no?
Antes de que Sekigan pudiera responder, un ruido los interrumpió: pasos rápidos y el brillo de quinques al final del callejón. Tres agentes de la CCG emergieron, sus abrigos grises ondeando mientras desplegaban sus armas: un rinkaku en forma de látigo, un ukaku que disparaba proyectiles, y un bikaku con púas afiladas.
—?Ahí están! —gritó el líder, un hombre de rostro curtido mientras apuntaba su rinkaku hacia ellos.
Sekigan y Mō reaccionaron al instante. El kagune bikaku de Sekigan brotó como un látigo, golpeando el suelo para impulsarlo hacia el agente ukaku, mientras Mō alzaba su koukaku, el escudo bloqueando una ráfaga de proyectiles.
—?Cúbreme, mestizo! —dijo Mō, su voz vibrando con una mezcla de furia y diversión mientras cargaba contra el líder.
Sekigan esquivó un golpe del bikaku, su cola cortando el aire y atravesando el hombro del agente ukaku, que cayó con un grito. Mō, mientras tanto, transformó su escudo en una espada dentada, cercenando el brazo del líder en un movimiento rápido que salpicó sangre negra al suelo. El tercer agente retrocedió, pero Sekigan lo atrapó con su kagune, estrellándolo contra una pared con un crujido sordo.
El callejón quedó en silencio, los cuerpos de los agentes yaciendo entre charcos de sangre. Sekigan jadeó, limpiando su rostro contra su túnica, mientras Mō se inclinaba sobre el líder moribundo, su sonrisa torcida brillando bajo la luz parpadeante.
—Ellos nos llaman bestias —dijo Mō, su voz baja mientras miraba a Sekigan—. Pero mira quién está en el suelo ahora. ?Todavía quieres tus respuestas, Mestizo?
Sekigan respiró hondo, su ojo visible encontrando el de Mō —o lo que quedaba de él—.
—Quiero saber quién era —dijo, su tono firme—. Pero tal vez... también quiero esto. Sobrevivir.
Mō rió, extendiendo una mano que Sekigan tomó con cautela.
—?Eso es, mestizo! —dijo, su risa resonando en el callejón—. Somos más que sus prejuicios. Que el mundo se pudra. Nosotros seguimos en pie.
La sangre goteaba al suelo, sellando un vínculo que ninguno esperaba, pero que ambos necesitaban.