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Ep. 2: ¡MUERDE!

  02:07 - Centro de Detención Ghoul, Cochlea, Distrito 23. Tokio, Japón.

  Las paredes de la celda estaban completamente frías y húmedas, un lienzo de acero corroído que exudaba un sudor helado, como si el mismo metal llorara por los a?os de tormento que había presenciado. El aire estaba impregnado de un olor metálico, una mezcla nauseabunda de óxido y sangre vieja que se colaba por la nariz y se aferraba al paladar, entrelazándose con el hedor acre de la desesperación que parecía emanar de cada grieta. En la penumbra, apenas aliviada por el resplandor intermitente de una lámpara al final del pasillo, los ojos de Kiyoshi se movían frenéticamente, saltando de un rincón oscuro a otro. Trataban de distinguir entre la realidad y las sombras que su mente proyectaba, formas que se retorcían como espectros al borde de su visión, susurrándole secretos que no podía descifrar.

  ?Están aquí otra vez? No, no pueden estar aquí. Pero los oigo... susurros que serpentean entre las paredes, risas que cortan como vidrio roto... ?o son gritos que rasgan el silencio? ?Soy yo el que grita, o son ellos los que me desgarran desde adentro?

  Su cuerpo desnutrido, un saco de huesos envuelto en piel delicadamente pálida, temblaba en el rincón donde se acurrucaba, las rodillas huesudas apretadas contra el pecho. Sus manos, frágiles y temblorosas, ara?aban el suelo con u?as rotas, dejando marcas efímeras que se desvanecerían en el metal húmedo. Sus ojos huecos, hundidos en órbitas oscuras como pozos sin fondo, pedían a gritos auxilio, un clamor silencioso que nadie escuchaba. No sabía ya ni siquiera qué era él. ?Un ghoul, con su hambre insaciable? ?Un humano, atrapado en un cuerpo que no reconocía? ?Un perro sarnoso, babeando por restos? ?él mismo era comida, un despojo esperando ser devorado? ?O quizás un alienígena, perdido en un mundo que no entendía? Su mente era un torbellino de confusión, un caos que lo devoraba desde dentro, y no lograba aclararla, no encontraba un ancla en la tormenta.

  Sus pensamientos se entrelazaban, formando un nudo imposible que resonaba estruendosamente en su cabeza como un eco interminable, un tamborileo que golpeaba sus sienes sin piedad. Cada sonido —el goteo lento de agua en una tubería lejana, el crujido del metal al asentarse, el zumbido distante de las luces— se convertía en una amenaza que acechaba desde las sombras. La celda, aunque grande, con sus paredes altas y su techo arriba, parecía contraerse y expandirse con cada latido de su corazón acelerado, como si respirara con él, un ente vivo que lo aprisionaba y lo observaba. Las voces en su mente se burlaban con risas agudas que perforaban sus oídos, se lamentaban con gemidos que le helaban la sangre, ya veces, simplemente gritaban hasta que sentía que su cráneo iba a estallar.

  No estoy solo. Nunca estoy solo. Pero ?quién está aquí conmigo? ?Son ellos, los que me persiguen? ?Soy yo, dividido en mil pedazos? ?O es este lugar el que me susurra, el que me devora?

  La esquizofrenia y su naturaleza ghoul se entretejían como raíces retorcidas, creando una tormenta de percepciones distorsionadas y emociones intensas que lo arrastraban de un extremo al otro. Sentía felicidad fugaz, un destello que se apagaba en tristeza profunda; ira ardiente que estallaba en su pecho y se disolvía en un miedo paralizante; y, sobre todo, una desesperación constante que lo envolvía como una segunda piel, un manto pesado que lo hundía más en el abismo. Las sombras en las paredes cobraban vida: rostros deformes con ojos vacíos, manos esqueléticas que se alargaban hacia él, figuras que lo miraban desde la oscuridad con sonrisas torcidas. No sabía si eran reales o si su mente las conjuraba, pero el terror era el mismo.

  De repente, un ruido metálico rompió el silencio, un clang que reverberó como un disparo en la celda. La puerta se abrió con un chirrito agudo y oxidado, un lamento del metal que parecía gemir por el esfuerzo, y una figura oscura se perfiló en el umbral, su silueta recortada contra la luz tenue del pasillo. Kiyoshi retrocedió instintivamente, arrastrándose sobre el suelo helado hasta que su espalda chocó contra la pared, el frío traspasando su ropa raída. Sus ojos desorbitados, abiertos hasta el límite, intentaban enfocar a la figura que se acercaba con pasos lentos pero intensamente deliberados, cada pisada resonando como un martillo contra su cráneo.

  ?Es real? ?O es otra ilusión? ?Es uno de ellos, vino a torturarme? ?O soy yo, proyectado fuera de mí mismo, enfrentándome a mi propio reflejo?

  La figura se detuvo de golpe frente a él, a unos pocos centímetros de su rostro tembloroso. Una voz grave y autoritaria resonó sólidamente en la celda, cortando el aire como una hoja afilada. —Paranoia, es hora de tu tratamiento.

  El nombre lo tocó como un latigazo, un eco que rebotó en su mente y desató un estremecimiento instantáneo en todo su cuerpo. Tenía pleno conocimiento de lo que eso significaba. Las inyecciones, agujas largas que perforaban su piel y vertían fuego líquido en sus venas; los electrodos, fríos y crueles, que enviaban descargas a su cerebro hasta que olía su propia carne quemada; el dolor, un compa?ero constante que lo partía en dos. Pero lo peor de todo era la incertidumbre, una sombra que lo seguía como un depredador. Nunca supe si el tratamiento lo ayudaría a recuperar un fragmento de cordura, un respiro en la locura, o si lo sumiría aún más en el caos, arrancándole lo poco que le quedaba de sí mismo. Mientras lo transportaban por los pasillos oscuros del centro de detención, las luces parpadeaban irrefrenables, un baile de destellos que proyectaba sombras danzantes en las paredes de acero. Las voces en su cabeza se intensificaban, un coro ensordecedor que luchaba por ser escuchado, cada una alzándose sobre los demás en una cacofonía de locura.

  Veía siluetas moviéndose por doquier, emergiendo de las grietas y las esquinas como fantasmas hambrientos. Grandes, imponentes, con hombros anchos que llenaban el espacio; peque?as, escurridizas, deslizándose como ratas entre las sombras; robustas, con cuerpos que parecían tallados en piedra; y hasta extremadamente delgadas, figuras alargadas que se retorcían como alambres vivos. Algunas tenían monstruosas figuras, cosas extra?as saliendo de sus espaldas —tentáculos, alas rotas, colas afiladas— que se agitaban en el aire con una vida propia. Todo daba la impresión de querer atacarlo, sus garras extendidas hacia él, sus ojos brillando con malicia; pero al mismo tiempo, parecía querer ayudar, sus manos tendidas en un gesto de súplica que no entendía. Todo era tan confuso y abstracto, una pesadilla pintada con trazos violentos que su mente no podía ordenar.

  No confíes en ellos.

  Te quieren destruir.

  No, te quieren ayudar.

  ?Quienes son ellos? ?Quién soy yo? ?Dónde estoy? ?Qué soy?

  La confusión era abrumadora, un peso que lo aplastaba contra el suelo mientras los guardias lo arrastraban. El desalinizado ghoul sentía que estaba al borde de un abismo, un precipicio negro e infinito que lo llamaba con una voz dulce y mortal. Sus pies descalzos rozaban el suelo frío, dejando un rastro de sudor y suciedad que brillaba bajo las luces parpadeantes. Cada paso era una lucha, cada respiración un esfuerzo contra el pánico que lo ahogaba.

  Finalmente, llegaron a una sala iluminada por una luz blanca y fría, un equilibrio estéril que quemaba sus ojos sensibles. El espeluznante hombre, un guardia de rostro duro y ojos vacíos, lo ató a una camilla con correas de cuero gastado que olía a sudor y miedo acumulado. Las hebillas resonaron al cerrarse, un sonido seco que cortó el aire como un disparo. El muchacho de cicatriz cerró los ojos con fuerza, sus párpados temblando mientras trataba de bloquear las voces, las sombras, el miedo que lo devoraba. Pero no tenía la capacidad de lograrlo. La realidad y la ilusión se mezclaban en un remolino indistinguible, y en ese momento, no sabía cuál era cuál. Su respiración se volvió jadeante, el aire entrando y saliendo de sus pulmones en ráfagas cortas y desesperadas.

  Todo se silenció por unos segundos... Por primera vez desde que llegó a este lugar, todo era silencio. Un vacío puro y cristalino envolvió su mente, un respiro inesperado que lo dejó flotando en la nada. Por fin había paz para Udagawa Kiyoshi. Por fin "Paranoia" podía descansar y hablar un poco consigo mismo, o con lo que quedaba de él.

  Se siente tan bien que todos se llaman.

  ?Cuánto tiempo ha pasado desde que llegué aquí?

  ?Días que se arrastran como a?os? ?Meses que se funden en una eternidad?

  No lo sé, no puedo contarlo.

  Desde que llegué, ? cuánto ha pasado?

  Esas voces decían muchas cosas, un torrente de palabras que se enredaban como alambres, no entendía nada, realmente.

  ?Estoy vivo, con este cuerpo que aún respira?

  ?Estoy muerto, atrapado en un limbo de sombras?

  Realmente no lo sé, pero es tranquilizante, este silencio que me abraza como un manto suave.

  Ojalá quedarme así por siempre, suspendido en esta calma que no duele.

  No, no todo es para siempre, Kiyoshi.

  ?Qué?

  ?No!

  ?No! ?Ustedes no otra vez!

  ?No me roben esto!

  Volvimos, siempre estaremos contigo.

  ?No!

  Los ojos de Kiyoshi se explayaron de par en par, abiertos hasta el borde del dolor, y examinaron todo tratamiento de un color rojo sangriento, como si la sala misma sangrara a su alrededor. Un caos estaba desatado, un torbellino de sombras y sonidos que lo envolvía como una tempestad. Miró a su derecha y vio al hombre de uniforme, su rostro duro ahora distorsionado bajo la luz blanca, pero detrás de él había millas de demonios y espectros, figuras grotescas que se alzaban desde el suelo como si emergieran de un pantano infernal. Sus rostros estaban retorcidos, con bocas abiertas que mostraban dientes afilados y lenguas negras, sus ojos brillando con un fulgor maligno. Todos le vociferaban, un coro ensordecedor que golpeaba sus tímpanos: "?Muerde! ?Muerde! ?MUERDE!" El grito resonaba en su cráneo, un mandato que encendía algo primario y hambriento en su interior, algo que había estado dormido demasiado tiempo.

  El guardia lo levantó de la inclinada camilla, sus manos firmes sujetándolo por los brazos flacos mientras lo encaminaba nuevamente a su celda. Pero en el transcurso de ese pasillo oscuro, los gritos se intensificaron; las peticiones, las súplicas, los mandatos; todos decían "Muerde". Las voces eran un rugido que lo llenaba, un eco que vibraba en sus huesos y hacía temblar sus manos. ?Es realmente lo que este trastornado y demacrado ghoul quería? ?O es lo que sus voces querían hacer por él, apoderándose de su voluntad como marionetistas crueles?

  ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE!

  ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE!

  ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE!

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  ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE!

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  ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE!

  ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE!

  ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE! ?MUERDE!

  — ?MORDER! —gritó Kiyoshi, su voz desgarrada escapando de su garganta como un aullido salvaje, resonando por el pasillo con una fuerza que hizo temblar las paredes.

  Udagawa Kiyoshi o, mejor conocido por los investigadores como "Paranoia", siempre había sido un ghoul paranoico, como su alias lo decía, un ser acosado por ataques de ansiedad y trastornos psicóticos que lo mantenían al filo de la cordura. Antes de todo, siempre habían sido leves, sombras suaves que susurraban en los bordes de su mente, temores que podía ignorar con esfuerzo. Pero con el pasar del tiempo, esos susurros se volvieron rugidos, un caos que aumentó caóticamente hasta dominarlo por completo. Empezó a asesinar sin siquiera tener hambre, sin buscar diversión, sin un propósito claro; Todo era por miedo, un terror visceral a ser lastimado, a la humanidad que lo rechazaba, incluso miedo a ser más débil que otros ghouls que lo miraban con desprecio.

  Fue clasificado como un ghoul clase SS por su brutalidad a la hora de atacar, una máquina de matar cuando el pánico lo consumía. Contaba con dos kagunes: el Rinkaku, una mara?a de tentáculos rojos que cortaban como navajas, y el Bikaku, una cola afilada que azotaba con precisión letal. Era letal si se sentía en peligro, pero aún más letal si lo acorralaban, cuando sus instintos se desataba en una furia ciega. Sus voces le imploraban a gritos matar y escapar, y sus voces hambrientas, un coro hambriento y desesperado, le ordenaban comer docenas de cuerpos, devorar todo a su paso hasta saciar un apetito que nunca se apagaba.

  Siempre actuaba solitariamente, un lobo solitario en un mundo de depredadores, pero esa soledad fue su perdición. Los investigadores lograron capturarlo gracias a su misma mente fracturada, un arma que volvió en su contra. Durante 2 a?os y 8 meses planearon su captura con una paciencia meticulosa, estudiando cada tic, cada miedo, cada grieta en su psique. Cumplieron con hacerlo sentir "seguro", una trampa disfrazada de calma que lo llevó a bajar la guardia. Luego, en un momento preciso, usaron gas CRc contra él, una nube espesa que lo inmovilizó en segundos, sus kagunes cayendo inertes mientras su cuerpo colapsaba. Desde entonces, lo mantuvieron encerrado en el Centro de Detención, una jaula de acero que se convirtió en su infierno personal.

  Con el tiempo, su trastorno psicótico se transformó en una esquizofrenia feroz, un mal que se desconocía completamente en su tipo, pero que era devastadoramente fuerte. La única manera que encontraron para controlarla era apagando varias neuronas de su cerebro con inyecciones, un líquido ardiente que silenciaba partes de su mente a costa de un dolor insoportable. Los electrodos, aplicados en sesiones interminables, operaban para no dejar morir su cerebro, manteniendo un equilibrio frágil entre la vida y la nada. Con el tiempo, se volvió tan sumiso y paranoico que simplemente no atacaba a nadie, convencido de que cualquier movimiento lo llevaría a un castigo peor, a un abismo del que no podría regresar.

  Pero ahora sus voces le ordenaron atacar, un mandato que resonó en su alma como un trueno, y fue exactamente lo que hizo.

  — ?MORDER! ?MORDER! ?MORDER! ?MORDER! ?MORDER! —gritó por todo el pasillo mientras se dispuso a despedazar al guardia. Su hambre, largamente reprimida, estaba siendo saciada por fin. Su kakugan volvió a brillar después de tanto tiempo, un rojo intenso que iluminaba su rostro demacrado como un faro de locura. Sus kagunes, aunque un poco deteriorados por el tiempo sin usar y gracias a ser utilizados por los investigadores para fabricar quinques en varias ocasiones, continuaban siendo extremadamente largos y destructivos. El Rinkaku brotó de su espalda como una explosión de tentáculos, cada uno grosero y pulsante, mientras el Bikaku se alzó como una lanza curva, listo para desgarrar.

  El guardia no tuvo oportunidad. En cuestión de segundos, quedó reducido a un montón de huesos y carne desgarrada, su uniforme hecho jirones en el suelo ensangrentado. La sangre salpicó las paredes en arcos brillantes, y el sabor metálico llenó la boca de Kiyoshi, un placer salvaje que lo estremeció hasta los huesos. En tan solo otros cuantos segundos, destruyó sus esposas contenedores con un tirón brutal, el metal crujiendo y partiéndose como si fuera papel. Una alarma de seguridad estalló en el aire, un aullido ensordecedor que reverberó por los pasillos, alertando a toda la cóclea de su rebelión.

  Empieza el ruido, los pasos apresurados de botas contra el suelo, los gritos de los guardias que se acercan desde todas direcciones. Las voces de Kiyoshi le ordenaron irse, escapar de una vez por todas, un coro urgente que lo empujó hacia adelante.

  Corre, corre, corre.

  Vete, vete, huye.

  Morirás, corre.

  Te van a capturar nuevamente.

  ?No quieres ser libre?

  ?Quieres que te maten?

  O aún peor...

  ??QUIERES VOLVER A LOS TRATAMIENTOS?!

  Aquellas voces lograron influir en la decisión de Kiyoshi, encendiendo un fuego en sus piernas que lo impulsó a correr. Sus pasos empezaron a ser rápidos, resonando como tambores en el pasillo estrecho. Vio venir a los refuerzos al fondo, un muro de siluetas armadas que bloqueaban su camino, sus quinques brillando bajo las luces rojas parpadeantes. Pero eso no le impidió seguir adelante. No se encontró en posición de parar; si lo hacía, toda su vida sería peor que antes, un regreso a las agujas, los electrodos, la jaula que lo había roto.

  Corre, corre.

  Te atraparán.

  Agujas, electrodos.

  Inyecciones.

  Un grupo de guardias se franqueó en el pasillo donde se encontraba el escuálido ghoul, un escuadrón de trece hombres con rostros duros y armas en alto. Pero para él no representaban más que estorbos en su camino, obstáculos insignificantes en su carrera hacia la libertad. Miró detenidamente la situación sin dejar de correr hacia ellos, sus kagunes desplegándose a su alrededor como una corona de muerte. Su energía no se drenó por más que la usaba; al contrario, parecía crecer con cada paso, alimentada por la sangre que aún goteaba de sus labios.

  En un abrir y cerrar de ojos, los 13 guardias contaban con una gigante mordida a la mitad de sus rostros, sus gritos ahogados en gargantas destrozadas. Cada uno tenía cortes extremadamente dolorosos, tajos profundos que partían carne y hueso con una precisión brutal. Sus cuerpos quedaron segmentados en dos, la sangre brotando como si fuese lluvia, un diluvio rojo que empapaba el suelo y salpicaba las paredes en patrones caóticos. Todas las voces le aplaudían, un coro de éxtasis que resonaba en su cabeza, haciendo sentir grande e imparable, un dios de la destrucción en un mundo de mortales.

  En cuestión de minutos, la prisión de Cochlea estaba en completo caos. El sonido de las alarmas retumbaba por los pasillos oscuros y fríos, un aullido constante que se mezclaba con el zumbido de las luces rojas parpadeantes, proyectando sombras inquietantes en las paredes de metal. Los gritos de los otros ghouls pidiendo ser liberados resonaban desde sus celdas, un coro desesperado que llenaba el aire: "?Ayuda, ayúdame maldito desquiciado!" "?Ven aquí, PARANOIA!" "?No nos dejes aquí!" Sus voces se alzaban como un eco de su propio tormento, pero Kiyoshi no les prestó atención. Su mente estaba fija en un solo objetivo: escapar, salir de ese infierno de acero y sombras.

  Su mente fragmentada lo hacía aún más peligroso. Susurros inaudibles saturaron su cabeza, un murmullo constante que se mezclaba con los gritos de los guardias y el sonido metálico del suelo bajo sus pies descalzos. Cada paso indicaba que más guardias se avecinaban hacia él, un ejército de pasos que convergían desde los corredores laterales. Kiyoshi sonrojándose, una sonrisa torcida y llena de locura que arrugaba su rostro pálido, mientras sus ojos rojos centelleaban con una intensidad feroz que parecía iluminar la oscuridad. Al comer, su sede de pelea había incrementado, dejando un poco el miedo de lado, reemplazándolo con una euforia salvaje que lo empujaba a seguir adelante.

  De repente, otro grupo de guardias del CCG apareció frente a él, armados hasta los dientes con rifles, pistolas y quinques que brillaban con un fulgor letal. Estaban listos para someterlo, sus rostros tensos bajo los cascos, sus manos firmes en las armas. Pero Kiyoshi no iba a ser capturado de nuevo tan fácilmente. Con un movimiento rápido, desplegó sus kagunes en toda su gloria: 11 tentáculos afilados como cuchillas que se movían con una velocidad y precisión mortales, cada uno pulsante con una energía rojiza que parecía viva. Eran calificados para abatir a más de 100 soldados sin problema alguno, y estos guardias no serían la excepción.

  El primer guardia no tuvo tiempo de reaccionar antes de que uno de los tentáculos lo atravesara por el pecho, un golpe limpio que lo levantó del suelo como una marioneta rota y lo lanzó contra la pared con un crujido sordo. Los otros guardias abrieron fuego contra el ghoul, un estallido de balas que cortó el aire con silbidos agudos. Pero Kiyoshi se movía con una agilidad sobrehumana, su cuerpo flaco girando y saltando entre las sombras, esquivando cada proyecto con una gracia casi sobrenatural. Inmediatamente comenzó a atacar con una furia desenfrenada, sus tentáculos cortando el aire como látigos mortales, el Bikaku azotando desde atrás para destrozar piernas y torsos.

  La batalla se intensificó, con Kiyoshi desatando un poco de su poder, una fracción del monstruo que había sido antes de Cochlea. Los tentáculos cortaban el aire y dejaban un rastro de sangre y vísceras a su paso, un torbellino de destrucción que no dejaba nada en pie. Los guardias cayeron uno tras otro, sus cuerpos despedazados en pedazos irreconocibles, incapaces de detener al ghoul desquiciado que avanzaba como una fuerza de la naturaleza. La sangre salpicó las paredes en arcos brillantes, un cuadro grotesco pintado con cada golpe, y los gritos de dolor se desbordaban por todo el corredor, un eco que se mezclaba con las alarmas y las voces en su cabeza.

  Finalmente, Kiyoshi quedó solo, rodeado de cuerpos inertes que yacían en charcos carmesí. Su respiración era pesada, un jadeo áspero que resonaba en el pasillo ahora silencioso, su pecho subiendo y bajando con un ritmo irregular. Su mente seguía llena de voces, un murmullo constante que lo felicitaba y lo apuraba al mismo tiempo: "?Sigue! ?No pares! ?Eres libre!" Pero en ese momento, se sintió libre, aunque solo fuera por un instante fugaz. La prisión continuó en caos, las alarmas aullando como bestias heridas, pero Kiyoshi sabía que su escapada no había terminado. Con su última mirada a los guardias caídos, sus rostros destrozados mirándolo con ojos vacíos, siguió su escapada de Cochlea, listo para enfrentar lo que viniera, su figura delgada deslizándose hacia el túnel oscuro que prometía la libertad.

  "Paranoia" se deslizó por el último túnel oscuro de la prisión de Cochlea, un pasaje estrecho y húmedo que olía a tierra y metal podrido. Su respiración se encontraba irregular, un jadeo entrecortado que resonaba contra las paredes como un eco de su propia locura. Sus ojos, desorbitados y brillantes con el rojo del kakugan, reflejaban la mezcla de miedo y euforia que lo consumía, una danza salvaje de emociones que lo mantenía al borde del colapso. Cada paso replicaba entre las paredes metálicas, un tamborileo que anunciaba su huida, un ritmo que parecía burlarse de los guardias que había dejado atrás.

  Al llegar a la salida, la luz de la luna iluminó su rostro demacrado, un resplandor plateado que resaltaba las líneas hundidas de su piel y las sombras bajo sus ojos. "Lo logré", murmuró, su voz ronca apenas audible sobre el silbido del viento que entraba por la abertura. El aire fresco del exterior llenó sus pulmones, un contraste brutal con el hedor sofocante de la prisión, un aroma de libertad que lo golpeó como un pu?etazo. Pero no había tiempo para celebraciones, no había espacio para detenerse y saborear el momento. Sabía que los guardias no tardarían en descubrir su ruta de escape, que las alarmas seguirían llamando a más refuerzos, que su libertad era frágil como un hilo a punto de romperse.

  Con una última mirada hacia la prisión que había sido su hogar y su infierno, Kiyoshi se adentró en el bosque cercano, sus pies descalzos hundiéndose en la tierra húmeda. Los árboles, altos y sombríos, se alzaban como centinelas oscuros, sus ramas desnudas extendiéndose hacia el cielo como garras que querían atraparlo. Parecían susurrar su nombre: "Paranoia, Paranoia", un canto inquietante que se mezclaba con el crujido de las hojas bajo sus pasos y el ulular lejano de un búho. El bosque era un reino de sombras, un laberinto vivo que lo envolvía y lo desafiaba.

  Mientras corría, los recuerdos de su tiempo en Cochlea lo asaltaron como cuchillos que se clavaban en su mente. Las voces, un coro constante que lo había atormentado día y noche; las sombras, figuras que danzaban en las paredes y lo miraban con ojos vacíos; Las interminables noches de insomnio, cuando el silencio era peor que los gritos. Los millones de agujas que traspasaron sus ojos una y otra vez, dejando rastros de dolor que aún sentía en sus párpados; su piel, perforada y quemada por los electrodos hasta que olía su propia carne chamuscada; las innumerables veces que su cráneo fue abierto para investigaciones sádicas, sus pensamientos expuestos como un libro que los guardias leían y reescribían a placer. Pero ahora, todo eso quedaba atrás, un eco que se desvanecía con cada paso que daba. "Soy libre", se repitió, intentó convencerse, su voz temblando en el aire frío.

   UDAGAWA KIYOSHI - PARANOIA

  


  


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