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Capítulo 48: Las Alas de un Ángel

  Han pasado tres meses desde que Biel y sus amigos entraron a la dimensión de entrenamiento de Aine. En estos 110 días, todos han experimentado un crecimiento exponencial, refinando sus habilidades hasta alcanzar nuevos niveles de poder. Sarah, tras innumerables pruebas, alcanzó la forma verdadera de los vampiros, una auténtica vampira, con colmillos afilados como dagas y una presencia que emanaba una oscura majestuosidad. Ryder, por su parte, evolucionó a un Gran Espíritu Elfo, su aura irradiando una luz serena y poderosa, digna de su nueva condición.

  Xantle y Easton, bajo la tutela de Varael, habían llevado sus habilidades a un nuevo nivel: Easton dominaba la Magia Glaciar con una precisión que podía sellar un campo entero en un instante, mientras que Xantle, con su Magia Astreo, podía manipular la luz y las estrellas para crear ataques de una belleza destructiva. Acalia y Gaudel, entrenando con Sylas, también habían progresado significativamente, sus técnicas se habían pulido hasta un grado temible. Mientras tanto, Biel, Yumi y Charlotte continuaban su arduo entrenamiento con Aine, quien empujaba sus límites hasta el extremo.

  Sin embargo, entre todos ellos, había alguien que no podía avanzar de la misma manera. Raizel.

  A pesar de su entrenamiento con Eldric y el esfuerzo que ponía en cada sesión, su poder seguía latente, sin manifestarse a voluntad. Su habilidad solo despertaba en momentos de peligro extremo o cuando intentaba proteger a alguien. Era como si su fuerza estuviera sellada tras una barrera invisible, esperando el momento correcto para liberarse.

  Raizel se encontraba en el centro de un claro rodeado por pilares de roca. El aire vibraba con la energía de la dimensión, un mundo etéreo donde los vientos danzaban como espectros y la luz se doblaba en formas extra?as. Eldric la observaba con los brazos cruzados, su mirada era severa, pero en sus ojos brillaba la paciencia de un maestro que espera el despertar de su alumna.

  —Otra vez —ordenó Eldric con voz firme.

  Raizel apretó los pu?os. Sus alas angelicales temblaban, apenas siendo más que un reflejo traslúcido a su espalda. Inspiró profundo y cerró los ojos, tratando de conectar con la energía de su ser. Sintiendo el flujo que había sentido antes, ese destello que aparecía cuando alguien estaba en peligro. Pero no pasaba nada.

  —No puedo… —susurró, con la frustración agolpándose en su pecho.

  —No puedes porque te estás aferrando al miedo —respondió Eldric. Caminó hacia ella y la miró directamente a los ojos—. No al miedo de fallar, sino al miedo de no ser suficiente.

  Raizel bajó la mirada, sus alas se desvanecieron en una brisa cálida.

  —Siempre ha sido así… solo cuando alguien más está en peligro… es la única forma en la que puedo…

  —Entonces, dime —Eldric hizo un ademán con la mano y la dimensión cambió. La arena se estremeció bajo sus pies y, de la nada, una criatura de sombras emergió rugiendo. Sus ojos eran pozos vacíos de oscuridad, su cuerpo una amalgama de espectros entrelazados en un espiral de caos—. ?Qué harás si no hay nadie que proteger? ?Qué harás si la única en peligro eres tú?

  Raizel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Nunca se había planteado esa pregunta. La criatura avanzó, su presencia era sofocante. Cada fibra de su ser gritaba que huyera, pero sus piernas no respondían.

  —Tu poder no es solo para proteger a otros —continuó Eldric—. Es también para protegerte a ti misma.

  La criatura lanzó un zarpazo directo hacia ella. En el último instante, su cuerpo reaccionó por instinto y una barrera de luz apareció frente a ella, dispersando el ataque como un cristal reflejando el sol. Raizel jadeó.

  —Sí puedes —Eldric sonrió levemente—. Solo necesitas recordar que tú también mereces ser protegida.

  Raizel observó sus propias manos, temblorosas pero firmes. Algo dentro de ella se agitó, como el latido de un corazón al borde del despertar. Quizá, solo quizá, su momento estaba por llegar.

  Raizel se quedó inmóvil, atrapada en los recuerdos de aquel enfrentamiento. La imagen de su hermano Rizeler la atormentaba, cada instante grabado en su mente como un eco inquebrantable. Aquel día, luchó con todo lo que tenía para ayudar a Biel a escapar. Y en ese preciso instante, cuando su cuerpo ya no podía más, algo despertó dentro de ella. Un poder que nunca antes había sentido, un destello que se encendió en su ser como un fuego divino.

  Pero luego... desapareció.

  Rizeler se había rendido, no porque la compasión la hubiera vencido, sino porque había visto algo en su hermana, algo que Raizel misma se negaba a aceptar. Pero ella lo llamaba suerte. ?Cómo podía haberla superado si después de ese momento nunca más pudo recuperar esa fuerza? ?Acaso los ángeles son bendecidos solo una vez? ?Quizás ella no era digna de ese poder?

  Sus alas, que alguna vez habían sido símbolo de gracia y poder, ahora le parecían pesadas, como si cargaran una culpa invisible. Se llevó una mano al pecho, sintiendo su propio latido errático. Rizeler no perdió sus bendiciones, él seguía fuerte, incluso más que antes. Servía a Yael, la Reina y Diosa de los Espíritus, como un guardián. Pero ella…

  —Tal vez no soy un ángel de verdad —murmuró, su voz casi apagada por el viento de la dimensión.

  Eldric, que había permanecido en silencio, se acercó con pasos serenos, sus ojos brillaban con una sabiduría inhumana.

  —Yo también vi lo que vio tu hermano —dijo con una voz profunda y calmada.

  Raizel levantó la cabeza, sorprendida. Sus ojos reflejaban confusión y un atisbo de esperanza.

  —?Qué viste? —preguntó, con un hilo de duda en su voz.

  Eldric la miró fijamente, como si pudiera ver a través de su alma.

  —Puedo ver recuerdos, Raizel. Y lo que vi en ti... es algo impresionante. Algo que no pertenece ni al cielo ni al infierno. Algo único. —Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras calaran en su mente—. En esa batalla, tu luz no solo se encendió… resplandeció con una intensidad que pocos pueden alcanzar. Rizeler lo vio. Y por eso se rindió. No porque lo hubieras superado, sino porque entendió que habías alcanzado algo que él jamás podría tocar.

  Raizel sintió un nudo en la garganta. Su mente se aferraba a su duda, a su miedo, pero su corazón latía con furia, como si su alma gritara por salir de aquella jaula de incertidumbre.

  —No… no puede ser —negó con un susurro, apartando la mirada—. Si eso fuera cierto, ?por qué no puedo volver a hacerlo? ?Por qué me siento tan... vacía?

  Eldric sonrió apenas, con una paciencia infinita. Se agachó frente a ella y apoyó una mano sobre su hombro.

  —Porque temes. No al poder en sí, sino a lo que significa para ti. Crees que las bendiciones te han abandonado porque dejaste atrás tu hogar, porque elegiste otro camino. Pero dime, Raizel… —se inclinó ligeramente, asegurándose de que lo mirara a los ojos—, ?las estrellas dejan de brillar solo porque una nube las cubre?

  Raizel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su cuerpo reaccionaba antes que su mente. Un destello de algo olvidado ardió en su pecho.

  —Yo… —sus labios temblaron.

  —Ese poder sigue dentro de ti. No es una bendición que pueda ser revocada ni un milagro efímero. Es parte de lo que eres. Rizeler obtuvo su fuerza sirviendo a Yael, pero tú… tú debes decidir qué harás con la tuya. Nadie puede hacerlo por ti. —Eldric se incorporó lentamente—. ?Seguirás dudando? ?O permitirás que tus alas se desplieguen de nuevo?

  Raizel cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, su alma no se sintió pesada. Había algo dentro de ella, latiendo con fuerza, esperando… esperando el momento en que finalmente se atreviera a volar.

  —La naturaleza de los ángeles es impresionante y, a la vez, temible para otras razas —murmuró Eldric, con la mirada fija en Raizel.

  Raizel cerró los ojos. Inspiró profundamente, dejando que el aire llenara sus pulmones como si intentara absorber la esencia misma del universo. Sus pensamientos se entrelazaban en un torbellino de dudas y memorias fragmentadas. Sabía que había perdido algo, algo esencial, pero nunca tuvo el valor de buscarlo. Ahora, debía hacerlo.

  Un escalofrío recorrió su piel cuando los recuerdos comenzaron a emerger como un río desbordado. Vio luces doradas flotando en el firmamento, voces melódicas que cantaban en una lengua olvidada, y en el centro de todo… un coloso de raíces y ramas que parecían sostener el cosmos mismo: el árbol del Mundo.

  Era más que un simple árbol. Era el núcleo de su raza, el origen de cada ángel, el hilo que conectaba su existencia con la eternidad. En cada hoja danzante, en cada flor luminosa, estaban impresos los recuerdos de su linaje. Pero ella… lo había olvidado. No porque se lo hubieran arrebatado, sino porque ella misma había cerrado los ojos a su verdad.

  —No eres una sombra, Raizel —susurró Eldric, su voz filtrándose entre sus pensamientos—. No eres una imagen distorsionada de lo que fuiste. Lo que eres sigue dentro de ti, esperando a que lo aceptes.

  Raizel tembló. En su mente, vio su reflejo en las aguas cristalinas del árbol del Mundo. Pero lo que observó no era la imagen de un ángel, sino la de un ser sin alas, sin brillo, sin luz.

  —No… —susurró, sintiendo un nudo en la garganta—. Esto no puede ser real… yo… yo me desconecté.

  El suelo bajo sus pies crujió como vidrio quebrándose. El mundo a su alrededor se desmoronaba en fragmentos de recuerdos, en ecos de un pasado que se negaba a desaparecer. Su familia, su hogar, la calidez de un tiempo donde nunca dudó de quién era… ahora todo se sentía lejano, inalcanzable.

  —Yo… no soy un ángel de verdad —murmuró con una voz temblorosa—. Perdí mi camino… perdí mi esencia.

  Un viento furioso recorrió su mente, alzando hojas doradas que flotaban en un vacío infinito. Pero entre ellas, un susurro resonó, cálido y firme.

  —Raizel… —Eldric la llamaba, pero su voz no venía del presente, sino desde lo más profundo de su ser—. Mírate bien. No a través de los ojos de la duda, sino a través de los ojos de quien realmente eres.

  Raizel apretó los dientes. No quería mirar. No quería aceptar lo que ya había asumido: que las bendiciones la habían abandonado, que ya no pertenecía a ningún lugar. Pero, en el fondo, un destello de resistencia ardía en su interior.

  Temblorosa, se obligó a abrir los ojos. Y allí, reflejándose en el agua cristalina, no vio una sombra… no vio un vacío.

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  Vio unas alas.

  Eran tenues, casi traslúcidas, pero estaban ahí. Palpitaban con una luz tenue, frágil pero viva. Su corazón se aceleró.

  —Siguen ahí… —susurró con incredulidad.

  —Nunca te abandonaron —afirmó Eldric—. Tú fuiste quien se apartó de ellas. Pero eso no significa que no puedas regresar.

  Las lágrimas rodaron por su rostro. Todo este tiempo, creyó que su esencia la había dejado atrás. Pero la verdad era que ella misma había sellado su propia luz, ahogada en la desesperanza.

  —Puedo… puedo volver, ?verdad? —preguntó, su voz entrecortada.

  Eldric sonrió levemente y extendió una mano.

  —No necesitas volver a ningún lado, Raizel. Siempre has estado aquí. Solo tienes que aceptarlo.

  Y con esas palabras, la luz en su interior comenzó a despertar.

  En el plano espiritual, Rizeler permanecía de pie sobre una colina dorada, observando el cielo con una expresión serena pero llena de anhelo. Sus ojos reflejaban las estrellas danzantes, pero su mente estaba en otro lugar, en otra persona.

  —Hermana… —susurró, dejando que el viento llevara sus palabras más allá del horizonte—. Las bendiciones nunca te abandonaron. Lo sé porque cuando luchamos aquel día, tus alas brillaron diferente. No fue solo un destello de poder, fue algo más… algo único. En ese momento, supe que eras mucho más especial de lo que crees. Tu esencia es distinta a la de cualquier otro ángel.

  El viento silbó a su alrededor como si respondiera a su llamado. Rizeler cerró los ojos por un momento, sintiendo la energía del plano espiritual fluir a través de él.

  —Sé que algún día llegará el momento en que abrirás tus alas y entenderás que todo es posible.

  Mientras tanto, en la dimensión de entrenamiento, Raizel sintió algo en su interior vibrar como el eco de una melodía lejana. Sus ojos reflejaban una nueva comprensión. Había pasado tanto tiempo lamentándose, atrapada en sus propias dudas, que no se había dado cuenta de que la respuesta siempre había estado dentro de ella.

  Eldric la observaba con una leve sonrisa.

  —Es hora de que rompas las cadenas, Raizel —dijo con voz firme—. Deja salir el poder que duerme en ti. Mira a tu alrededor… Sarah y Ryder lo lograron, ambos despertaron sus poderes dormidos porque aceptaron su verdadera naturaleza. Creyeron en sí mismos y tomaron la decisión de evolucionar.

  Raizel levantó la vista, su respiración agitada. Las palabras de Eldric pesaban en su alma, pero no como una carga… sino como un llamado.

  —Yo creo en ti, porque he visto con mis propios ojos cómo todos han decidido volverse más fuertes para proteger.

  Raizel apretó los pu?os. Su corazón latía con más fuerza.

  —Hazte más fuerte, Raizel. No solo por ti, sino para proteger a quienes amas… a la persona que más quieres.

  La última frase de Eldric la golpeó como un trueno. Su mente se inundó con un recuerdo vívido.

  Biel.

  Aquel día en el plano espiritual, cuando estaba siendo atacada… Biel la protegió. Sin dudar, sin titubear, se interpuso entre ella y el peligro.

  Su corazón se estremeció.

  —Para proteger… debo ser más fuerte —murmuró.

  La imagen de Biel permanecía en su mente. Su determinación, su valentía, su luz inquebrantable.

  —Para proteger a Biel, debo ser capaz de regresar a mis raíces y evolucionar.

  Las palabras resonaron en su alma, como un fuego que despertaba tras siglos de letargo. Sus alas temblaron, pero esta vez no de miedo, sino de expectativa.

  Eldric dio un paso al frente, su mirada más intensa que nunca.

  —Recuerda todo lo que has pasado en estos tres meses. Todo lo que intentaste para volverte más fuerte. Cada caída, cada herida, cada momento en el que sentiste que no era suficiente…

  Raizel sintió una punzada en el pecho. Recordó los días de entrenamiento interminable, la frustración de no poder avanzar, la desesperanza que la carcomía en las noches silenciosas.

  —Hiciste todo lo posible para hacerte más fuerte —continuó Eldric—, pero fracasaste.

  Raizel cerró los ojos. Sí, había fallado incontables veces. Pero…

  —No temas, porque el fracaso también es un maestro —agregó Eldric—. Nos ense?a a no cometer los mismos errores, nos obliga a mirar dentro de nosotros mismos y nos recuerda que la grandeza no se alcanza sin sacrificio.

  Raizel abrió los ojos de golpe. En ese instante, lo entendió.

  Todas esas caídas, todos esos intentos fallidos… no fueron en vano. Cada uno de ellos la había llevado hasta este momento.

  —Mira en tu alma y recuerda quién eres en realidad.

  Sus alas comenzaron a brillar. Peque?os destellos dorados se esparcieron a su alrededor, iluminando el aire con una luz cálida y pura.

  Raizel sintió un alivio indescriptible, como si finalmente hubiera encontrado la llave que había estado buscando todo este tiempo.

  Todo lo que pasó fue duro, pero ahora… ahora tenía la respuesta.

  En el Umbral de los Dioses, un lugar donde las estrellas parecían suspendidas en un océano etéreo de energía divina, las deidades debatían con intensidad.

  La última vez que habían observado al grupo de Biel fue cuando cruzaron aquella dimensión, y desde entonces, habían transcurrido seis días sin se?ales de ellos. Para los dioses, seis días eran un instante fugaz, pero la incertidumbre los inquietaba.

  Vaelthar, el Dios del Destino, también conocido como el Tejedor del Destino permanecía sereno, sin la menor preocupación. Ignoraba por completo que Biel y sus aliados habían ingresado en una dimensión de entrenamiento, y su despreocupación contrastaba con el interés del resto de los dioses.

  —Los humanos… no los entiendo —resopló Solaryon, el Dios de la Luz, cruzando los brazos con gesto de desdén—. Pelean entre ellos, usan a los demás y luego tienen el descaro de jactarse de ser los mejores. Esa arrogancia es lo que hace que pierdan su luz.

  Nyxaris, la Diosa de las Sombras, sonrió bajo su manto de penumbra y replicó con voz calmada:

  —Buen punto, Solaryon, pero entre las sombras también hay humanos que tratan de hacer lo correcto. No todos están condenados al egoísmo. Algunos iluminan la oscuridad con su voluntad.

  Thalgron, el Dios de la Guerra, soltó una carcajada atronadora, apoyando su lanza en el suelo del Umbral.

  —?Y qué más da si se matan entre ellos o si pierden su luz? Para mí es un espectáculo digno de ver. La guerra es su esencia, y yo disfruto viéndolos caer y levantarse solo para volver a destruirse.

  Arselturin, el Dios de la Muerte, observó la conversación con sus ojos vacíos, su voz resonando como un eco de ultratumba:

  —La muerte llega a todos, sean buenos o malos. Es un destino inevitable. Pueden pelear, pueden redimirse, pero al final, todos terminarán en mis dominios.

  Elaris, la Diosa de la Vida, suspiró con pesar. Su voz, aunque dulce, llevaba consigo el peso de una verdad irrefutable.

  —La vida es valiosa, pero los humanos suelen olvidar que solo tienen una. Son la única raza que teme a la muerte y, sin embargo, se apresuran a encontrarla.

  Chronasis, el Dios del Tiempo, cuyo conocimiento trascendía el pasado y el futuro, entrelazó los dedos con calma.

  —He observado innumerables líneas temporales… y en ninguna los humanos cambian. Siguen cometiendo los mismos errores, atrapados en un ciclo eterno de destrucción. Son la raza con más muertes y, paradójicamente, la que menos tiempo de vida tiene.

  Los dioses continuaban su discusión, hasta que una voz diferente se alzó entre ellos. Era Orivax, el Dios de la Sabiduría. Sus ojos, como esferas de un universo en miniatura, reflejaban un conocimiento insondable.

  —En este mismo momento —anunció—, está naciendo alguien sorprendente… alguien que superará a todas las razas.

  Los dioses guardaron silencio, sus miradas clavadas en Orivax.

  —Si bien aquel humano llamado Biel ya posee un poder que lo hace digno de ser considerado un dios —continuó—, en este instante, otro ser está evolucionando. Y con ello, sobrepasará a las razas que conocemos.

  —Biel es un humano interesante —murmuró Sylvaran, el Dios de la Naturaleza, con la mirada perdida en las constelaciones—. Posee el poder de un Rey Demonio y el Fragmento del Infinito… es un caso único en la historia.

  Veyrith, el Dios del Caos, sonrió con un brillo malicioso en sus ojos.

  —Si hablamos de alguien que puede superar a todas las razas… entonces nos referimos a los ángeles. ?O me equivoco?

  Arselturin, quien rara vez se interesaba en estas conversaciones, asintió con un leve movimiento de cabeza.

  —Es cierto. La raza de los ángeles siempre ha sido prodigiosa y formidable. Su existencia misma está entrelazada con la divinidad.

  —Entonces… —intervino Xaltheron, el Dios del Vacío, cuya voz era como un susurro del infinito—, ?estamos presenciando el nacimiento de un nuevo Arcángel?

  La declaración sacudió el Umbral de los Dioses.

  Los dioses intercambiaron miradas, comprendiendo el significado de aquellas palabras. Un nuevo Arcángel… un ser con el poder de desafiar a los mismos dioses… estaba a punto de despertar.

  En lo más profundo de su subconsciente, Raizel flotaba en un océano de luz dorada, suspendida en la vastedad de su propia alma. A su alrededor, sus pensamientos y memorias danzaban como estrellas errantes, ecos de un pasado que poco a poco iba recordando.

  De repente, una presencia cálida y familiar la envolvió. Frente a ella, radiante como la aurora, apareció una mujer de belleza etérea. Sus alas, tan inmensas como el cielo mismo, parecían estar hechas de luz pura, y su mirada era un reflejo infinito de amor y sabiduría. Raizel la reconoció al instante, aunque su voz se quebró en incredulidad.

  —Madre… ?Eres tú? —susurró Raizel, sintiendo su corazón latir con fuerza.

  La figura sonrió con dulzura y extendió una mano hacia ella. Su voz resonó como una melodía celestial, envolviendo todo el espacio con una calidez indescriptible.

  —Hija mía, nunca te he abandonado… ni tampoco las bendiciones que te otorgué. Cada bendición duerme en lo más profundo de tu ser, esperando el día en que decidas despertarlas.

  Raizel sintió un nudo en la garganta. Su pecho se comprimió con la emoción de escuchar aquellas palabras. Durante tanto tiempo pensó que su madre la había olvidado, que había sido desterrada de su linaje. Pero ahora…

  —Nunca te fuiste —continuó Camí—. Y nunca te odié. Siempre te he amado, porque eres mi hija. Eres parte de mi esencia, y más que eso, eres única. A diferencia de los demás ángeles, tu poder, aunque aún duerme, tiene un potencial ilimitado.

  Raizel sintió que sus lágrimas caían, pero no eran de tristeza, sino de alivio.

  —Entonces… —murmuró, con un nuevo fuego encendiéndose en su interior—. ?Todavía pertenezco a nuestra raza? ?A los ángeles?

  Camí acarició su rostro con ternura, y su sonrisa se ensanchó con orgullo.

  —Perteneces a la raza más fuerte que existe en este mundo.

  Raizel repitió esas palabras en su mente, como si cada sílaba fuera una chispa que iluminaba su oscuridad.

  —La raza más fuerte de este mundo…

  En ese instante, su visión se inundó con imágenes de su pasado. Cada recuerdo, cada batalla, cada lágrima y cada sonrisa desfiló ante sus ojos con una claridad abrumadora. Vio a Biel protegiéndola, a Ryder y Sarah luchando por su evolución, a Eldric creyendo en ella. Vio la grandeza de los ángeles, su legado, su propósito. Y en ese momento, comprendió.

  Sus ojos se abrieron de golpe.

  —Acepto todo lo que me dijiste, madre.

  El espacio que la rodeaba explotó en un estallido de luz divina. Su alma ardió como una estrella en llamas, y su cuerpo fue envuelto por un resplandor dorado que iluminó la dimensión entera. Su esencia tembló, sus células vibraron con un poder puro, y su transformación comenzó.

  Su espalda ardió con un calor celestial, y lo imposible ocurrió. No dos… sino cuatro alas se desplegaron con majestuosa grandeza. Eran imponentes, brillaban como el amanecer mismo, y cada pluma parecía contener la luz de un millón de estrellas.

  Un destello cegador iluminó el lugar, sacudiendo la dimensión con su energía inconmensurable. Eldric, que había observado el proceso en completo silencio, entrecerró los ojos ante la intensidad de la transformación. Cuando la luz finalmente disminuyó, contempló con asombro a la nueva Raizel.

  Su ropa blanca resplandecía con intensidad, como si estuviera hecha de seda celestial tejida con la luz de los cielos. Su cabello, ahora más largo y suelto, adquirió un brillo sobrenatural que parecía reflejar los destellos del cosmos. Y sus ojos… eran la joya de su renacimiento. Brillaban con un fulgor cósmico, como si dentro de ellos se ocultara la inmensidad del universo mismo.

  Eldric, con voz grave y solemne, pronunció las palabras que sellaron su evolución:

  —Esta… es la forma final de los ángeles. La forma de un Arcángel.

  Raizel bajó la mirada hacia sus manos, sintiendo la energía recorrer su cuerpo como ríos de luz inagotable. Una sensación cálida la llenó por completo… la certeza de que, después de tanto tiempo, finalmente se había encontrado a sí misma.

  —Ahora entiendo… —susurró, flexionando sus nuevas alas—. Todo este tiempo, no había perdido mis bendiciones. Simplemente, no estaba lista para recibirlas.

  Eldric sonrió con aprobación.

  —Has recuperado el orgullo de tu raza, Raizel. Y tus alas son la prueba de que has cambiado. No solo en poder… sino en espíritu.

  Raizel levantó la mirada con determinación. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió completa. Se sintió fuerte. Se sintió… un ángel de verdad.

  Y el mundo, a partir de ese momento, conocería el poder de un nuevo Arcángel.

  El aire vibraba con una energía divina. Raizel, ahora transformada, sentía cada célula de su cuerpo cargada de un poder que jamás había experimentado. Sus cuatro alas se extendían majestuosas, irradiando una luz tan pura que el suelo bajo sus pies parecía reflejar un fragmento del cielo mismo.

  Eldric la observaba con una mezcla de admiración y orgullo. Había visto muchas almas evolucionar, pero ninguna como la de ella. Con una leve sonrisa, cruzó los brazos y dijo:

  —Ahora que has encontrado tus alas, ?a quién vas a proteger primero?

  Raizel bajó la mirada hacia sus manos, sintiendo la energía pulsar en su interior como una tormenta contenida. No necesitó pensarlo demasiado.

  —A aquellos que siempre han estado a mi lado —susurró con convicción—. A quienes nunca dejaron de creer en mí, incluso cuando yo misma lo hice.

  El viento agitó su cabello oscuro, ahora resplandeciente con reflejos estelares. En su mente, una imagen clara se formó: Biel. Recordó sus ojos decididos, su determinación inquebrantable y la manera en que, sin dudarlo, la protegió cuando más lo necesitaba. Su corazón se aceleró levemente.

  —Biel… Yumi, Charlotte, Ryder, Sarah, todos… —murmuró para sí misma, sintiendo el peso de la distancia que los separaba—. Han pasado tres meses, pero ya no soy la misma. No volveré con dudas ni debilidades. Esta vez, estaré a su lado no solo como una aliada… sino como alguien que puede protegerlos.

  Eldric asintió, percibiendo la firmeza en su voz.

  —Entonces no demores más, Arcángel. El mundo no se detiene, y tu destino te espera.

  Raizel respiró hondo, sintiendo el aire llenarle los pulmones como si por primera vez estuviera verdaderamente viva. Extendió sus cuatro alas con determinación, y en un solo batir, el cielo se partió con su resplandor.

  Era hora de reunirse con los suyos.

  Era hora de volver a casa.

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