Desde el instante en que abrió los ojos por primera vez, supe que este mundo giraba para servirme. Recuerdo el día en que mi padre me alzó en brazos y, con la mirada ba?ada en un brillo de ambición, proclamó ante el Consejo: “Ella será la heredera de Marciler”.
La sala entera se inclina ante mí. Yo, un bebé aún húmedo por el abrazo de la vida, ya tenía más poder que cualquier otro en ese reino.
—?Mírala! —decía él—. ?Su sangre arde con fuego imperial!
Y sí, ardía. No de nobleza... de superioridad.
Desde ni?a, descubrí que había algo deliciosamente embriagador en el miedo. Me gustaba mirar los rostros deformarse por el dolor, escuchar los gritos suplicantes. Torturar no era castigo; era arte. Me hacía sentir viva. Era como bailar en la cima del mundo, con el viento de la desesperación acariciándome la piel.
Algunos dirían que era malvada. ?Pero quién decide qué es la maldad? ?Un campesino que no puede comprender el placer de doblegar un alma? ?Una madre llorando por un hijo débil? ?Ja! ?No! Yo era libre. Y la libertad no tiene moral.
Sin embargo…
Todo cambió el día en que nació Noor.
Mi hermanita… tan peque?a, tan rosa, tan… estúpidamente perfecta. Su llanto sonaba como una melodía para los cortesanos. Su sonrisa iluminaba pasillos enteros. “?Oh, qué criatura tan celestial!”, dijeron. Mi padre se arrodillo ante ella. Ante una recién nacida. Y ese día, en medio de la fiesta por su llegada, anunció la traición:
—A partir de hoy, Noor será la heredera legítima del trono de Marciler.
Mis u?as se clavaron en la copa de vino. La rompí sin querer. Sentí la sangre en mi palma, pero no me importó. El dolor físico era un susurro comparado con la tempestad que se desató dentro de mí.
—?Qué…? —musité.
Mi madre me miró con lástima. Lástima .
—Tu hermana es especial, Domia. Es... un símbolo de esperanza. Algo que este reino necesita.
Esperanza. ?Esperanza! ?YO ERA EL REINO!
Desde ese día, me volví ceniza por dentro.
Odié a Noor.
Odié a mis padres.
Odié al cielo por haber permitido aquella injusticia.
Hui. Corrí sin mirar atrás, abandonando el palacio como quien se sacude un manto lleno de traiciones. En lo profundo del bosque, entre sombras tan espesas que ni la luna se atrevía a colarse, lo encontré… o él me encontró a mí.
Una figura sin rostro. Una voz como un río de cuchillas.
— ?Quieres venganza? —me preguntó, y sentí que el mundo se detenía.
—Sí —respondí, sin pensarlo, sin pesta?ear.
—Entonces toma este poder. No pidas perdón. No hay nada atrás.
Lo hice. Y no me arrepiento.
Con esa nueva fuerza, invoqué una bestia nacida de los más oscuros abismos. Le ordené:
—Ve. Mata al emperador. A la emperatriz. Hazlo lento… y que duela.
Y así fue. La criatura desgarró carne y espíritu mientras el palacio se llenaba de gritos. Llegué justo a tiempo. Fingí heroísmo. Fingí lágrimas. Maté a la bestia frente a los ojos del pueblo. Me arrodillé sobre los cadáveres tibios de mis padres. Y la corona cayó como por destino sobre mi cabeza.
Emperatriz.
Como debía ser.
?Y Noor?
Oh, a ella no la mate. Sería un desperdicio. Tenía una habilidad... peculiar. Algo que, con el tiempo, podría servirme. Así que la mantuve a salva, en una torre, como una flor envenenada.
Pasaron los a?os. Cree los Nova: una élite de nobles sin alma, ba?ados en gloria y sangre. Con ellos, arrasamos reinos enteros. Quemamos ciudades. Robamos coronas. Para luego reírnos mientras las cenizas del mundo danzaban a nuestros pies.
Mi pasatiempo favorito: destruir.
Ver cómo un rey suplicaba de rodillas.
Cómo una madre protegía en vano a su hijo con su cuerpo.
Cómo un sacerdote rezaba a un dios que ya no escuchaba.
Todo era perfecto.
Hasta que él apareció.
Biel.
Apenas supe de su llegada a este mundo, sentí un escalofrío. Un presagio. Algo en él desafiaba mis aviones. No era un héroe, no aún, pero tenía… esa chispa.
Así que lo envié a morir.
—Labio —le dije a mi campo sirviente oscuro—, elimínalo. Hazlo sufrir.
Y él obedeció. Biel cayó. Yo reí.
Pero… volvió.
—?Qué…? —dije cuando supe la noticia.
Como una sombra que se niega a desaparecer, regresó del más allá. ?Lo hecho imposible carne! Y como si eso no fuera suficiente, Acalia —?esa mocosa de lengua suelta! — mató a Lip.
?Mar maldita! ?MI MEJOR JUGADA!
Lo odié más.
Lo odié como jamás había odiado a nadie.
Y ahora, aquí estamos. Frente a frente. él y yo.
El fuego del cielo retumba como tambores de guerra.
Mi capa ondea como alas de cuervo.
él me mira con esa expresión… como si pudiera salvar el mundo. Como si yo fuera el monstruo que debe matar.
Pero lo que él no sabe…
Es que yo soy el mundo .
—Biel… —le digo, con una sonrisa torcida—. ?De verdad crees que puedes ganarme?
él no responde. Sus ojos lo hacen por él. Determinación pura. Como acero al rojo vivo.
Qué adorable.
Qué estúpido.
—Te haré pedazos, ni?o. No por venganza. No por justicia. Sino porque puedo. Porque es mi derecho. Porque este universo se construyó para arrodillarse ante mí.
Y en mi mente, las llamas del pasado arden de nuevo. Mi infancia, mi furia, mis crímenes, mis mentiras. Todo se alza detrás de mí como una corona de sombras.
Soy Domia.
La emperatriz del fin.
Y esta historia... aún no ha terminado.
Una batalla colosal había comenzado. El cielo se extrema como si presenciara un conflicto destinado a alterar el curso del mundo. Biel arremetía con una ferocidad descomunal, envuelto en un aura abrasadora que distorsionaba el aire a su paso. Sus golpes eran ráfagas de pura voluntad, lanzados como cometas furiosos que buscaban romper cualquier resistencia.
Domia, en cambio, se mantenía serena. Se limitaba a defenderse, su cuerpo apenas se movía, pero sus barreras de energía absorbían los impactos con eficiencia absoluta. Sus ojos, fríos como cristales de hielo eterno, seguían cada movimiento de Biel con desdén.
— ?Eso es todo? —preguntó, su voz cargada de burla—. Me decepcionas, Biel.
Biel detuvo su embestida un segundo, respirando con fuerza, los pu?os temblando por la intensidad del combate.
—?Cállate! —rugió, con fuego en la mirada—. ?Apenas estoy comenzando!
Domia soltó una carcajada elegante, venenosa, que resonó entre los escombros y el viento agitado.
—Comenzando a demostrar tu poder, dices? —respondió, dando un paso hacia él—. Eres como Lip... un simple bufón sin propósito. Una chispa inútil que pretende ser relámpago. Terminarás igual que él: sirviéndome como un esclavo. Una marioneta que obedecerá mis órdenes. Solo eso... una marioneta.
Biel apretó los dientes, las venas marcándose en su cuello. Un aura oscura comenzó a formarse a su alrededor. Su rabia era tangible, como un volcán a punto de estallar. Sin pensar, lanzó un pu?etazo directo al rostro de Domia, pero ella giró con gracia y esquivó el golpe como si bailara con la brisa.
—Patético —dijo Domia, sacudiendo la cabeza con desprecio—. Un pu?o limpio no vas a ganar.
Entonces, Biel sonriéndome. Fue una sonrisa serena, casi peligrosa.
—Tienes razón. Por eso...
Desenvainó su espada. La hoja de la Llama Eterna resplandecía con un fuego contenido. Biel alzó el arma al cielo, y su voz se alzó como un canto ancestral:
—?Otórgame todo tu poder… Fragmento de la Llama Eterna… Aine!
En ese instante, la atmósfera cambió.
El cielo se abrió en espirales de fuego. La espada brilló como una estrella caída, envuelta en llamas doradas y carmesí. Una onda expansiva de luz sacudió el campo de batalla. El poder se manifestaba en olas ardientes que hacían crujir la tierra y vibrar las almas.
Los testigos del combate quedaron pasmados.
Ryder retrocedió un paso, los ojos abiertos de par en par.
—?Biel…eres increíble!
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Raizel, aún herida, se apoya en una roca para no caer.
—Parece… una deidad…
Acalia y Keshia llegaron en ese instante, jadeando por la carrera.
—Ese es… el poder del Fragmento de la Llama Eterna… —susurró Acalia.
Keshia no pudo evitar sonreír.
—Mi querido Biel… se ve divino. Como un dios forjado por el fuego.
Xantle y Easton también hicieron acto de presencia.
—No es humano… —dijo Xantle, atónito.
—Una divinidad nacida de la luz y la oscuridad… —murmuró Easton.
Raizel, con voz suave, preparado:
—Es hermoso…
Domia entrecerró los ojos. Aunque su rostro aún mostraba orgullo, había una chispa de duda en su mirada.
—Veo que has incrementado tu poder —dijo con frialdad—. Pero aún no será suficiente para derrotarme.
Biel apuntó con su espada hacia ella. El fuego de Aine ardía con fuerza renovada.
—Eso lo veremos.
En un parapeto, desapareció.
La velocidad de Biel fue tan asombrosa que apenas pudo seguirse con la vista. Se movía como un relámpago encarnado. Su espada brilló y tocó el escudo de Domia con una potencia descomunal. El impacto fue brutal.
?GRIETA!
El escudo de energía de Domia se agrietó. Ella retrocedió, visiblemente sorprendida. Por primera vez en a?os, la barrera invulnerable que la protección comenzaba a ceder.
—?Qué…? —susurró, boquiabierta—. ?Cómo…?
Pero Biel no se detuvo. Sus ojos ardían como brasas. En su mano libre, conjuró una energía oscura y letal. Penumbra viva. Caótica.
—?Espinas de Penumbra!
Docenas de proyectos surgieron de la oscuridad, como lanzas formadas por la esencia de la noche misma. Domia intentó esquivarlas, pero algunos impactaron en su torso y brazos. Cada una explotó al contacto.
?BOOM! ?BOOM! ?BOOM!
Una lluvia de fuego y sombra envolvió a Domia. Su silueta desapareció entre las explosiones. El suelo tembló. Los escombros volaron por los aires. Una nube de polvo cubrió todo.
El campo de batalla quedó en silencio por unos segundos.
Cuando la bruma se disipó, Domia se encontraba de pie… pero maltrecha. Su túnica imperial estaba rasgada. Su piel, cubierta de energía oscura y chispas. Su respiración era irregular. En sus ojos no quedaba rastro de calma. Solo furia.
—?Cómo… te atreves? —escupió, reuniendo energía negra en su palma—. ?Este mundo es mío! ?Yo lo he construido con sangre, dolor y cenizas!
Biel avanzó entre el fuego, imponente. Cada paso suyo parecía resonar como un trueno.
—Y yo… —dijo, con voz firme— soy quien lo restaurará.
La espada de Aine volvió a alzarse.
—?Vamos a ver quién merece quedarse con este mundo!
Ambos chocaron en el centro del campo. Luz y oscuridad colisionaron como dos universos enfrentados. Las llamaradas de la espada y las ondas de energía negra se entrelazaban en una danza letal. Biel se movía con precisión de guerrero celestial. Domia respondía con poder brutal y maestría mágica. Cada movimiento era una coreografía de destrucción y gloria.
El combate apenas comenzaba, pero el destino de todo un continente ya temblaba bajo sus pies.
El cielo temblaba. Un manto de nubes oscuras giraba en espiral sobre el campo de batalla, como si el universo mismo estuviera conteniendo la respiración ante el choque inminente.
Domia se elevó lentamente del suelo, envuelta en un torbellino de energía oscura que crepitaba como un mar de rayos. Su aura era salvaje, incontrolable, como una bestia milenaria que despertaba tras siglos de encierro. Su risa, aguda y cruel, retumbó por el campo abierto como el crujido de un cristal siendo desgarrado desde dentro.
—?Lo sientes, Biel? —dijo con una sonrisa torcida—. Esta es la verdad... esta soy yo. El mundo se arrodilla ante mi voluntad.
La tierra tembló bajo sus pies, resquebrajándose como si el planeta mismo buscara alejarse de su presencia. Biel dio un paso hacia atrás, no por miedo, sino por el peso mismo del aura que ahora lo empujaba con violencia.
A su alrededor, Acalia, Keshia, Ryder, Xantle, Easton y Raizel resistían el vendaval de energía como si enfrentaran un huracán de pura magia. Sus capas ondeaban salvajes, sus rostros tensos, el sudor perlaba sus frentes mientras se aferraban al suelo.
—Su poder... está superando el de Biel —dijo Acalia, con voz quebrada, su mano temblando al sostener su lanza.
—Nunca había sentido algo así —susurró Xantle—. Es como si el mismo abismo se hubiera abierto.
—Y aún no ha revelado el núcleo de su magia —dijo Keshia, apretando los dientes.
Frente a ella, Biel permanecía firme. La espada de la llama eterna, Aine, ardía en su mano, su fuego danzando con intensidad creciente. El calor a su alrededor distorsionaba el aire, como un sol que se negaba a extinguirse.
Domia alzó una mano, y de un vacío oscuro emergió una espada. No era una simple hoja. Era como si un pedazo del mismísimo inframundo se hubiera cristalizado: negra como la noche más profunda, bordes irregulares y una textura que parecía estar viva, respirando oscuridad.
—Bueno, ya me divertí bastante con la vampira —dijo Domia, girando su cuello con un crujido grotesco—. Ahora tú serás mi siguiente juguete. Espero que no mueras demasiado rápido, Biel.
Biel se puso en guardia. En un instante, ambos se desvanecieron del suelo. Solo un estruendo de metal chocando con metal marcó su primer encuentro en pleno aire.
?CRAAAASH!
Las espadas se encontraron con un rugido ensordecedor que partió las nubes. Una onda expansiva barrió el terreno, derribando árboles lejanos y levantando una tormenta de polvo. Los dos guerreros se separaron solo para volver a encontrarse una y otra vez en una danza feroz. Cada choque generaba destellos de energía que iluminaban el campo como relámpagos.
—?NO ME SUBESTIMES! —rugió Biel, lanzando un tajo horizontal cargado de llamas ardientes.
Domia giró en el aire, bloqueando con su espada negra. El fuego se desvió, estallando a lo lejos como una estrella fugaz que se estrellaba contra la tierra.
—Eres rápido —dijo Domia, jadeando ligeramente—. Pero yo soy el caos personificado.
Ella alzó su espada, y de ella brotaron decenas de lanzas de oscuridad que surcaron el cielo como enjambres de cuervos metálicos. Biel giró sobre sí mismo y alzó la espada Aine hacia el cielo.
—?Escudo solar!
Una cúpula de fuego brotó a su alrededor, las lanzas impactaron una tras otra, explotando en llamas negras y escarlatas.
Desde la distancia, en la ciudad, el estruendo se escuchó como si un volcán hubiese estallado. Las puertas temblaron.
—?Qué es ese sonido? —preguntó Charlotte, llevando una mano al pecho.
—La batalla final... ha comenzado —dijo Gaudel, mirando al horizonte—. Biel está luchando contra Domia.
—Sus auras... son monstruosas —murmuró Yumi—. Tengo miedo sus auras están casi iguales o peor Domia su poder está aumentando.
Yumi miraba hacia donde se desarrollaba la batalla.
— Espero que Acalia y los demás se encuentren bien, al parecer solo Domia es la que queda en el campo de batalla, los Novas han muerto pues sus auras ya no se distinguen, la verdad es que la verdadera villana es Domia.
Volviendo al combate, Domia se lanzó de nuevo al ataque, su espada dejó una estela oscura que cortaba el aire como un rayo de sombra. Biel contraatacó, y las espadas colisionaron en una tormenta de fuego y oscuridad.
—?AINE, DALE MáS! —gritó Biel.
La espada brilló aún más, liberando una onda de energía solar que empujó a Domia varios metros atrás. Su armadura mágica chispeó, y su rostro se torció por primera vez en furia genuina.
—?Miserable! —escupió Domia—. ?Te atreves a herirme?
Levantó ambos brazos, y el cielo se ennegreció aún más. Un portal se abrió sobre ella, vomitando una esfera de energía oscura como un sol negro que giraba con violencia.
—?Este es el núcleo de mi magia, Biel! ?La Maldición de Erebo!
Biel frunció el ce?o. El aire se volvió denso, pesado, casi irrespirable.
—No me importa cuál sea tu magia. ?No dejaré que ganes!
Saltó hacia ella, espada en alto. El fuego de Aine se intensificó tanto que pareció devorar la oscuridad misma. El impacto fue colosal.
?BOOOOOM!
Una explosión gigantesca envolvió todo el campo, una mezcla de luz y sombra se extendió hasta el horizonte. árboles se doblaron. Monta?as temblaron. Los demás se cubrieron como pudieron.
Cuando el humo se disipó, ambos flotaban en el aire, jadeando. Las ropas desgarradas. Las auras aun rugiendo.
—No... está mal —murmuró Domia—. ?Por qué…?
Biel, cubierto de sangre y ceniza ilusoria, se mantuvo firme.
—Porque no lucho por odio... ni venganza. Lucho por protegerlos a todos.
Domia apretó los dientes. Su poder aún no había terminado. Su mirada era la de alguien que aún no había revelado su último acto.
Y todos sabían... que esto recién comenzaba.
Parte 4 - Capítulo 60
El cielo, ennegrecido por el eco de una batalla titánica, pareció suspenderse en el tiempo cuando Domia alzó los brazos. Su silueta flotaba entre escombros y lágrimas de luz rota, la oscuridad girando a su alrededor como un huracán ancestral.
Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios mientras sus ojos, ahora encendidos como brasas negras, se clavaban en Biel con una mezcla de desprecio y triunfo.
—?De verdad creíste que eso era todo? —susurró, su voz resonando como un trueno contenido en el pecho del mundo—. Verás... mi magia no es solo la Maldición de Erebo. Eso es apenas un fragmento, un velo. Mi verdadera magia...
Hizo una pausa. El aire se tensó, vibrando como si el universo mismo temiera lo que estaba a punto de escuchar.
—...es Creación Minimalista.
Biel abrió los ojos como platos. El aliento se le atascó en la garganta. Su espada, Aine, tembló levemente en su mano, como si incluso el arma percibiera la gravedad de aquellas palabras.
—?Creación... minimalista? —murmuró, incrédulo, su voz ahogada por el peso de esa revelación.
Acalia, desde la retaguardia, se cubrió la boca. Su rostro, antes fiero y valiente, se transformó en una máscara de pánico puro. Dio un paso atrás como si las palabras hubieran sido dagas arrojadas a su alma.
—No... no puede ser... —susurró con voz trémula—. Esa magia... es la más poderosa de todas. Puede reescribir la realidad. Crear lo imposible... hasta invocar entidades de otras eras... ?Es la magia que rivaliza con el mismísimo Aetherion!
Ryder apretó los pu?os, las venas marcadas en su cuello por la tensión.
—Pero tiene una desventaja... —agregó Acalia, con un hilo de esperanza en su voz—. Solo funciona en este mundo. Si la lleva a otra dimensión... ?queda anulada!
Domia río. Una risa honda, deliciosa, como una sinfonía de campanas distorsionadas. Flotaba con las manos abiertas, recibiendo el viento oscuro como si fuera un amante que regresaba a casa.
—?Exacto, ni?a rubia! —vociferó con regocijo—. Esa es mi habilidad única. Un regalo de éL... el que me eligió, el que me dotó de esta fuerza. Y hoy, ustedes caerán ante mi gloria. Ya no me interesa conquistar esta ciudad. ?Quiero verla arder! ?Quiero que cada ladrillo llore sangre, que cada alma grite su final!
Una energía invisible se desató, haciendo crujir el cielo como si fuera cristal resquebrajado. Biel retrocedió un paso, apenas perceptible, pero suficiente para que el miedo comenzara a echar raíces en su corazón.
—Esto... está mal —murmuró para sí mismo. Su voz carecía de la firmeza habitual. Una grieta había comenzado a abrirse dentro de él. La duda.
La espada Aine brilló, pero su fulgor se sentía menos agresivo. Como si el mismísimo fuego sintiera respeto ante la magia que tenía enfrente.
Domia alzó una mano y, con un simple chasquido, el suelo se transformó. Torres surgieron de la nada, criaturas de obsidiana y carne brotaron del vacío, con ojos como carbones encendidos. Cada una se inclinó ante ella.
—Esto es solo una muestra... —dijo con deleite—. Puedo hacer lo que quiera. Lo que imagine. Crear monstruos, borrar ciudades, alterar el alma de un ser vivo. ?Soy una diosa en este mundo!
Biel comenzó a temblar. Sus piernas flaquearon. Acalia lo notó.
—?Biel, no te rindas! —gritó, su voz cargada de desesperación.
Pero él no respondió. Tenía la mirada clavada en Domia, pero sus pensamientos estaban en caos. "?Cómo enfrento a alguien que puede reescribir la existencia misma? Incluso con el poder del Rey Demonio... incluso con Aine..."
El eco de su duda retumbó en su corazón como un tambor de guerra maldito.
Domia lo miró con un brillo de placer enfermizo.
—?Oh, veo en tus ojos la semilla del miedo! ?Ya germina! ?Ya florece! ?Te preguntas si tienes alguna posibilidad! Y te lo diré, Biel...
Su voz se volvió un cuchillo helado:
—No la tienes.
Un monstruo alado descendiente de sus invocaciones se lanzó contra los aliados de Biel, y el campo se llenó de explosiones. Ryder protegió a Raizel con su escudo mientras Keshia contrarrestaba con fuego, pero estaban siendo superados. Todo estaba cayendo en caos. Justo como Domia quería.
El aire mismo parecía rendido ante ella.
Y en medio del torbellino, Biel, el héroe de la llama, comenzaba a arder por dentro... pero no por el poder. Sino por el miedo.
Y ese miedo... podía ser su perdición.
El caos reinaba. La magia negra de Domia cubría el campo como una niebla viva, devorando cada esperanza. Biel, de rodillas, con el rostro cubierto de sudor y ceniza ilusoria, temblaba. Sus ojos, antes decididos, ahora vacilaban al borde del abismo del miedo.
—?Esto es todo...? —susurró, apretando los pu?os con desesperación—. No puedo... no puedo ganar...
Y entonces, en el silencio de su desesperación, una voz surgió desde lo más profundo de su alma. Grave, poderosa, implacable.
—?Joven portador!
Biel alzó la cabeza, atónito. La voz retumbó como un tambor de guerra dentro de su mente.
—?Monsfil?…
—?Dónde quedó ese espíritu que solías reflejar! ?No dejes que tus miedos te nublen la cabeza! Ella es fuerte, lo sé... pero tú tienes algo que ella no. ?El poder de un rey demonio!
El corazón de Biel dio un vuelco. La energía en su interior comenzó a agitarse como un dragón encadenado.
—Recuerda quién soy: Monsfil, el Rey Demonio de la Destrucción Eterna. Fui un destructor... y ese poder ahora fluye por tus venas. Yo te elegí como mi sucesor, porque, aunque seas humano... ?tienes el potencial para ser el rey demonio más grande que jamás ha existido!
Las palabras encendieron algo en él. Una chispa que prendió fuego a la oscuridad de su duda.
—?Tú eres el héroe de este mundo! ?Fuiste bendecido por los dioses con el Fragmento de la Llama Eterna! Ahora, despierta tus verdaderas habilidades, sucesor mío... ?y destruye!
Biel cerró los ojos. Su respiración se calmó. Su corazón latía con un ritmo sereno pero firme, como el tambor de un ritual antiguo. Entonces, lo comprendió todo.
No era el miedo el que lo había detenido. Era su humanidad. Su deseo de vencer sin destruir. Pero ahora...
?Era tiempo de aceptar su legado!
Domia lo observaba desde lo alto, su espada alzada, su sonrisa cargada de desprecio.
—?Jajajaja! ?Ya te rendiste, Biel! ?Patético! Bueno, era de esperarse... —Alzó su espada cubierta en oscuridad pura—. Ni modo... tendré que matarte.
El cielo rugió mientras lanzaba un ataque colosal. Una estocada de oscuridad giratoria surcó el aire, una guada?a de tinieblas que lo partiría en dos. Sus labios se curvaron en una mueca cruel.
—Hasta nunca... Biel.
Todos gritaron su nombre. Acalia, Keshia, Ryder, Raizel... sus voces se alzaron como lamentos arrastrados por el viento. Pero Biel no se movió.
Y el ataque... lo atravesó.
O eso pareció. Al chocar contra su cuerpo, la oscuridad se deshizo como ceniza.
—??Qué?! —exclamó Domia, su rostro deformado por la sorpresa—. ?Desapareció!
Una voz surgió tras ella, calmada, firme, vibrante como el metal.
—Todo este tiempo... estuve luchando como un humano. Y había olvidado... lo que es tener el poder de un Rey Demonio.
Biel abrió los ojos. Eran brasas encendidas por un infierno nuevo.
—Ahora todo cambiará. Esta vez lucharé con todo. Y eso incluye las habilidades del Rey Demonio de la Destrucción Eterna... mi maestro, Monsfil.
Pegó un grito que rasgó el cielo. Su aura explotó, como si un sol de color púrpura naciera en la tierra. Energía destructiva lo envolvió por completo.
Su cuerpo se transformó. Alas demoníacas negras y púrpuras se desplegaron con majestuosidad. Su cabello, ahora una cascada negra con reflejos violáceos, ondeaba como fuego vivo. Su ropa resplandeció con runas antiguas. Y la espada Aine... se tornó en una llama pura de destrucción púrpura.
La tierra tembló. El cielo lloró fuego.
?Y Biel atacó!
Fue un destello. Una lanza de velocidad que rompió el sonido. Domia apenas tuvo tiempo de alzar su espada antes de sentirlo.
?ZAAASH!
Un corte limpio. Un grito ahogado. Y su brazo derecho salió volando en una estela de sombras.
—?AAAH! —gritó Domia, retrocediendo, paralizada—. ?No puede ser... esa velocidad... ese poder...!
Sanó su brazo al instante, la sangre de su poder se reintegró en su cuerpo. Pero su expresión ya no era arrogante. Era rabia pura.
—Veo que ahora vas en serio... —escupió, jadeando.
Biel no respondió. Su rostro estaba endurecido, como esculpido en obsidiana. Su mirada... era la de un dios de la guerra.
Domia lo miró. Y en ese rostro sereno... vio algo.
Su padre. De rodillas ante su hermana. Su rostro iluminado por la esperanza que nunca tuvo para ella. Esa misma mirada. Esa misma frialdad.
—?NO ME MIRES ASí, MALDITO BASTARDO! —rugó Domia, la furia encendiéndola desde dentro.
El campo de batalla tembló. Ella alzó su espada negra, su aura retorciéndose como una tormenta viva. Biel, con su nueva forma demoníaca, tomó posición.
Dos fuerzas. Luz y oscuridad. Destrucción contra el caos. El héroe forjado por fuego y voluntad, contra la emperatriz forjada por odio y traición.
Sus auras colisionaron antes que sus cuerpos. El aire se estalló. El suelo se hundió.
?Y entonces chocaron!
Una batalla más allá de los sentidos comenzó. Cada golpe era un terremoto. Cada hechizo, un eclipse. Domia rugía con odio ancestral. Biel respondió con un silencio inquebrantable.
La historia del mundo, en ese instante, colgaba de sus espadas.
Y esta vez... ?Biel no iba a perder!