El Umbral de los Dioses ya no era el mismo.
Las columnas de cristal divino que una vez se alzaban como himnos congelados de eternidad ahora estaban agrietadas, fragmentadas por la furia de un solo dios. Los techos de constelaciones grabadas parpadeaban como velas a punto de extinguirse, y la gran bóveda estelar, símbolo de la armonía entre las deidades, crujía con un lamento antiguo, casi humano.
Solaryon, el Dios de la Luz, caminaba entre los restos flotantes del palacio como un sol encarnado que había perdido su órbita. Su mirada, habitualmente serena como un amanecer perpetuo, ardía con una rabia blanca que distorsionaba el espacio a su alrededor. Su piel dorada brillaba como si estuviera al borde de estallar en llamas puras, y cada paso suyo dejaba cicatrices en el suelo celestial.
—?Ese bastardo de Khios me las va a pagar! —rugió, su voz un terremoto solar que hizo vibrar hasta los pilares del tiempo. —?Nunca perdonaré a un mortal lo que acaba de hacer! Si es necesario... —alzando su cetro ardiente hacia el firmamento— ?toda la tierra sufrirá el castigo de mi luz!
Un nuevo estallido de energía luminosa cruzó la sala como una lanza sagrada y destrozó parte del domo del Umbral. Sin embargo, como si el palacio mismo no aceptara su ruina, las paredes y techos se reconstruyeron en segundos, guiadas por una voluntad divina que rechazaba el caos. Aun así, la atmósfera se sentía tensa, quebradiza… como una sinfonía celestial al borde de un grito.
—Cálmate, Solaryon. —intervino Arselturin, el Dios de la Muerte, con voz grave y contenida, como la tierra misma al abrirse para tragar un cuerpo. Su túnica negra, hecha de la tela del silencio, se agitaba con una brisa fúnebre que nadie más sentía. —Mandar un castigo hacia la tierra no arreglará nada.
Se acercó un paso más, sus ojos huecos, oscuros como tumbas sin nombre, observando a su furioso hermano con solemnidad.
—Ese sujeto... Khios... no es un enemigo común. Ha matado a cinco de nosotros sin vacilar. No debemos perder los estribos ni sucumbir al odio. El odio... ya lo vimos una vez consumir a un dios.
Un silencio pesado como el plomo cayó sobre la sala. Nadie pronunció el nombre de aquel dios perdido. Nadie se atrevía.
—Arselturin tiene razón. —dijo Orivax, el Dios de la Sabiduría, desde su trono de códices vivientes. Su voz era como una brisa que arrastraba palabras olvidadas de civilizaciones extintas. Tenía el rostro inclinado hacia abajo, cubierto por la sombra de su capucha de nubes pensantes. Sus dedos temblaban levemente sobre los brazos del trono. —Aunque nuestros compa?eros hayan caído… sus muertes no serán en vano.
Levantó la mirada y se?aló una de las pantallas etéreas que colgaban en el vacío como lunas artificiales. En ella, Biel, ahora una figura oscura, envuelta en un aura de calamidad, combatía contra Khios en una danza de caos, luz y oscuridad.
—?Miren bien! Ellos... se sacrificaron para que ese muchacho pudiera obtener el poder necesario para enfrentar esta amenaza.
Las imágenes mostraban los rostros de Elaris, Veyrith, Nyxaris y Xaltheron en sus últimos momentos, disolviéndose en energía que Biel absorbía con lágrimas aún ardientes en sus mejillas.
—Pero si Biel cae… entonces todos nosotros caeremos con él.
Chronasis, el Dios del Tiempo, giraba lentamente su bastón en espiral, donde mil relojes giraban en direcciones opuestas. Su voz era un eco entre siglos.
—Este suceso... jamás ocurrió en ninguna de las otras líneas temporales. Ni siquiera en las más improbables. Esta línea… —su mirada se deslizó como arena cósmica hacia Vaelthar— ...ha sido alterada. Y eso ha hecho que el destino cambie. ?No es así, Vaelthar?
Vaelthar, el Dios del Destino, no respondió de inmediato. Su cuerpo etéreo, hecho de constelaciones vivas, parpadeaba con confusión. Era el tejedor de caminos, el bordador de los hilos del ma?ana. Pero sus manos estaban quietas. Su telar sagrado… detenido.
—Lo es… —susurró, con una voz como el crujir del universo al ser reescrito. —Aunque yo soy el dios del destino… no pude prever esto. El hilo de Khios… era invisible. Y el de Biel… se convirtió en uno que no puedo tocar. Como si... ya no perteneciera a este tapiz.
Orivax alzó su rostro por fin. Su mirada, normalmente serena, estaba húmeda. La sabiduría no era consuelo suficiente para el dolor.
—Si Biel no gana en los próximos cinco minutos… no tendremos otra opción. Tendremos que usar… aquella técnica prohibida.
El aire se volvió más denso. Incluso el tiempo pareció contorsionarse, estremecido por la sola mención de aquella opción. El recuerdo de lo que implicaba esa técnica se grabó como fuego en las almas de los presentes.
—No… —susurró Solaryon, apretando los dientes con tanta fuerza que la luz de su aura fluctuó peligrosamente— no podemos… no otra vez.
—Si Biel falla... no tendremos elección. —replicó Chronasis— Toda la creación se verá arrastrada al Vacío.
Arselturin entrecerró los ojos.
—Prefiero sacrificarme antes de invocar ese poder de nuevo.
La tensión entre ellos podía cortarse con un suspiro. El Umbral de los Dioses, que durante milenios fue bastión de armonía y vigilancia, ahora era un campo de luto, de decisiones amargas y fe desesperada.
En la pantalla, Biel gritaba, su cuerpo deformado por la energía de las calamidades, su rostro irreconocible… pero su mirada intacta. Una mirada humana. Una mirada que sangraba voluntad.
—?Aguanta, muchacho…! —murmuró Orivax, cerrando el pu?o con fuerza— ?Solo un poco más!
Vaelthar se llevó una mano al pecho, y por un instante, una de sus galaxias interiores palpitó con dolor.
—Tal vez… este sea el momento en que los dioses deben dejar de intervenir… y dejar que los hombres forjen su propio final.
Una ráfaga de viento surgió en el palacio, aunque no había puertas abiertas. Era la brisa del cambio. Una que ninguna eternidad podía contener.
Y así, entre tronos fracturados y almas divinas heridas, los dioses, por primera vez en eones, no sabían si vivirían para ver otro amanecer.
El cielo lloraba rayos.
Entre las nubes desgarradas por un cataclismo divino, truenos que no venían de tormentas sino del choque entre dos voluntades opuestas hacían temblar el mundo. Las tierras flotantes sobre las que se desarrollaba la batalla se estremecían como si temieran presenciar el fin del equilibrio. Y allí, en el centro de aquel infierno suspendido, Biel luchaba con la furia de mil condenas encarnadas.
Cada golpe que lanzaba contra Khios era brutal, una onda expansiva de puro caos que rasgaba la atmósfera. Su pu?o impactó el rostro del dios caído, lo lanzó contra una roca colosal que se desintegró al contacto. Biel jadeaba, su cuerpo temblaba… pero no de agotamiento.
Sino de ruptura.
—?Biel…? —murmuró Acalia, desde el borde de una plataforma flotante. Su voz era un susurro estrangulado por el miedo.
Sus ojos, brillando con un aura etérea, vieron lo que los demás no pudieron notar de inmediato: grietas. Peque?as, sutiles, pero creciendo con cada segundo. El cuerpo de Biel comenzaba a resquebrajarse, como si el poder que portaba estuviera destruyéndolo desde adentro.
—?Chicos… miren! —gritó, sin apartar la mirada de él— ?Biel… se está rompiendo!
Charlotte volteó con incredulidad, Xantle dejó de bromear por primera vez en la batalla, Raizel y Ryder fruncieron el ce?o. Easton, que estaba listo para intervenir, retrocedió un paso sin querer. Incluso Sarah apretó su bastón, con los labios temblando.
—?No… no puede ser! —exclamó Gaudel, la voz rasgada por una preocupación que no supo disimular.
El cuerpo de Biel seguía combatiendo, pero su piel… o lo que quedaba de ella… se agrietaba. Brillaban como fracturas de cristal cósmico, líneas de energía sin control que amenazaban con desintegrarlo por completo.
Khios lo notó.
—Ya veo… —dijo, con una sonrisa que goteaba crueldad—. Así que tu cuerpo no puede soportar el poder de una calamidad naciente.
Se aproximó lentamente, con esa calma burlona que hacía que cada paso suyo pesara como una sentencia.
—Qué patéticos esos dioses… —continuó— Sacrificaron sus vidas para darte este poder. ?Y para qué? Para que ahora tu cuerpo lo rechace y mueras en pocos minutos. Fueron ellos… —su sonrisa se ensanchó, maliciosa— los que te condenaron.
Biel, con la rodilla temblando, escupió sangre… aunque ni siquiera estaba seguro de si aún era sangre o energía vital fundiéndose con su carne rota. Levantó la mirada, con la furia temblando en sus ojos rotos pero firmes.
—Aun así… no me rendiré. —su voz sonó firme, como el latido de un tambor de guerra antes del último embate—. Acabaré contigo. Y si es mi hora de morir… entonces la aceptaré con gusto.
Khios estalló en carcajadas.
—?Jajajajajajaja! ?Amigo! ?En serio crees que puedes derrotarme… sabiendo que estás muriendo poco a poco?
Biel lo miró con determinación amarga.
—Lo sé. Si pudiera cambiar el destino, lo haría… pero es imposible.
Khios inclinó levemente la cabeza, como si esa confesión lo entretuviera.
—Efectivamente. No puedes cambiar algo que ya fue escrito por el dios del tiempo… y el del destino. Ellos son los verdaderos culpables. Ellos dise?aron esta realidad maldita. —se acercó, el entorno temblando a su paso— Te hubieses unido a mí, Biel. Habríamos acabado con todos ellos… y reescrito el destino. Del mundo. Del megaverso.
Hizo una pausa.
—Pero ya es tarde. Vas a morir.
Entonces Biel, con un rugido primitivo que sacudió las plataformas, se lanzó otra vez. A pesar del dolor, de las grietas que crecían por su espalda y costados como venas rotas de vidrio ardiente, siguió luchando. Pero sus golpes perdían fuerza. Sus movimientos eran lentos, cada ataque parecía dolerle más a él que a su enemigo.
Y entonces, cayó.
El impacto sacudió la tierra flotante. Biel se estrelló contra el suelo con violencia, formando un cráter humeante. Sus amigos gritaron al unísono.
—?BIEL! —chilló Acalia, lanzándose desde una roca voladora.
Khios caminaba lentamente hacia el cuerpo roto del héroe, como un juez acercándose a un reo ya sentenciado. Cada uno de sus pasos era una nota en una marcha fúnebre.
Ylfur no lo permitió.
—?NO TE ACERCARáS A éL! —rugió con la voz de un león moribundo.
Saltó delante de Biel, desenvainando su espada en una línea de plata pura. La hoja resonó con la fuerza de los juramentos no rotos.
Arremetió.
Khios, sin siquiera desviar la mirada, extendió una mano.
Una espada oscura surgió del aire como un pensamiento asesino y se clavó en el abdomen de Ylfur.
El impacto fue seco. Cruel. Irremediablemente final.
El cuerpo de Ylfur se arqueó con violencia. Sus labios se entreabrieron en una mueca muda de dolor, y un torrente de sangre brotó de su boca, ti?endo el aire con gotas como pétalos mortales. Su espada cayó de sus dedos, y sus piernas flaquearon.
Acalia se detuvo en seco, los ojos vacíos de color. Charlotte llevó una mano a su boca. Sarah gritó. Ryder retrocedió. Xantle apretó el pu?o hasta hacerse sangrar.
—YLFUR… ?NO! —gritó Raizel.
El sirviente más leal de Biel, el guerrero más silencioso, cayó de rodillas.
Sus ojos ya no brillaban como antes. La luz que los llenaba se estaba apagando.
—Mi… amo… —musitó, mientras su aliento se quebraba como vidrio fino bajo los cascos del tiempo— Si… reencarno… estaré… a su lado… otra vez.
Ylfur cayó de lado. Su cuerpo inerte se fundió con el polvo, y una última exhalación escapó de sus labios como una promesa.
Biel, desde el suelo, miró con los ojos abiertos por el horror.
—Ylfur… —susurró, su voz quebrándose, el alma desgarrándosele sin necesidad de espadas.
Su grito silencioso fue más poderoso que cualquier magia. Las grietas en su cuerpo brillaron con furia, y sus manos temblaron. Una lágrima cayó… no como agua, sino como cristal ardiente.
El mundo pareció detenerse.
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Los amigos de Biel se colocaron frente a él, formando una barrera humana. Acalia se arrodilló junto a él, tomándolo de los hombros con fuerza.
—?Biel, mírame! ?No te vayas! —gritó— ??Vamos a protegerte!!
Charlotte dio un paso adelante, los ojos cubiertos de lágrimas.
—?Ese bastardo… pagará esto!
Khios, sin emoción, limpió su espada con el aire.
—Uno menos. ?Quién sigue? —preguntó.
Y así, en un campo de ruinas flotantes, cubierto de sangre, lágrimas y decisiones, la tragedia abrió un nuevo capítulo.
Uno donde la esperanza comenzaba a sangrar.
El tiempo… se había detenido para él.
Biel no sentía el aire. No sentía su cuerpo. No sentía nada.
Solo un eco.
Un grito sordo, interno, rasgándole el alma en silencio.
El cuerpo de Ylfur yacía inerte frente a él, inmóvil… sin la calidez de la lealtad que alguna vez fue fuego eterno. Biel quería moverse. Quería correr, gritar, golpear, abrazar… hacer algo. Pero sus piernas no respondían. Sus brazos colgaban como ramas secas. Y su voz… había muerto.
Sus labios temblaban.
Su mirada estaba perdida, como si el alma se hubiese ido sin permiso.
A su alrededor, el aire temblaba con la presión del caos. Un calor sofocante, como brasas sin llama, se mezclaba con un viento helado que cortaba como cuchillas. Era el aliento de Khios, una entidad que ya no parecía pertenecer al plano de los mortales… ni al de los dioses.
Raizel fue la siguiente.
La arcángel de cuatro alas, con su vestido celestial y su rostro ba?ado en lágrimas, se adelantó con resolución. Su espada, aunque temblorosa, aún irradiaba una débil luz.
—?No pasarás… monstruo! —dijo, con la voz quebrada pero llena de valentía—. ?Mientras me quede un solo aliento, lo usaré para protegerlo!
Pero Khios no respondió.
No gru?ó. No rio. No tembló.
Simplemente avanzó… y la atravesó.
La hoja negra, te?ida de vacío puro, se clavó con precisión cruel en su pecho. El sonido del metal perforando carne sagrada fue como el de una campana rota resonando en una iglesia abandonada.
Raizel soltó un quejido, un suspiro sagrado escapando de sus labios. Su espada cayó primero, luego su cuerpo, como una pluma sin viento. Sus alas, ahora quebradas, se plegaron lentamente como si cubrieran su propia tumba.
—Raizel… —musitó Ryder, sin poder contener las lágrimas que quemaban sus mejillas.
El joven dio un paso adelante, con los ojos llenos de fuego.
—?Maldito! ??Cómo te atreves a asesinar a sangre fría a Raizel?! —gritó, con el corazón desgarrado— ?Eso nunca te lo perdonaré, malnacido!
Corrió con la desesperación de quien ha perdido todo, cargando su energía como un cometa de furia. Pero Khios levantó su mano izquierda con calma.
Y entonces, la realidad se abrió.
Una esfera luminosa emergió de su palma, pulsando como un sol artificial, y en un instante liberó una descarga de pura aniquilación. Un haz blanco-azulado atravesó a Ryder como si el universo le arrancara el alma.
El cuerpo del joven se desintegró sin ceremonia. Su figura se deshizo como ceniza atrapada por el viento.
Silencio.
Solo el susurro de las partículas desapareciendo.
Solo el corazón de Biel latiendo tan fuerte que dolía… sin que pudiera emitir sonido alguno.
—Ryder… no… no… —pensó, pero no logró decirlo.
El grito se ahogó en su garganta.
No había aliento. No había lágrimas. Solo horror.
Charlotte se arrodilló junto a él. Sus brazos lo envolvieron con ternura desesperada. Temblaba. Lloraba. Pero no retrocedía.
—Hermanito… —susurró, sus palabras entrecortadas por el llanto— No te preocupes por nosotros. Porque tú… tú eres nuestra luz.
Lo abrazó más fuerte. La sangre de otros aún caía a su alrededor, pero ella no se apartó.
—Y si llegamos a morir… tú serás la luz que nos guíe en el paraíso.
Biel la miró. Por fin, un leve movimiento. Pero no logró decir nada.
—Me gustó vivir en este mundo… —dijo Charlotte con una sonrisa que dolía más que cualquier herida— Las aventuras que tuvimos. Aunque fueron difíciles… me gustó estar a tu lado, hermanito… en este mundo.
Sus palabras eran dagas envueltas en terciopelo.
Biel apretó los ojos con fuerza. Pero no lloró. Porque el dolor era tan profundo, que incluso las lágrimas lo habían abandonado.
Fue entonces que Xantle y Easton se alzaron, como dos torres que aún se negaban a caer.
Sus cuerpos resplandecían. Uno con el brillo de las constelaciones —la magia Astreo de Xantle— y el otro con el fulgor helado de un glaciar eterno.
—?Vamos, Easton! ?Una última vez, hermano! —rugió Xantle.
—?Contigo hasta el fin! —respondió Easton con un grito de guerra.
Fusionaron sus magias, las auras entrelazándose en una danza violenta. Rocas cósmicas nacidas de hielo estelar y energía ancestral comenzaron a girar sobre ellos, creando un iceberg titánico, afilado como una corona de muerte.
—?ESTE ES NUESTRO LAZO! —gritaron al unísono— ?NUESTRA VOLUNTAD!
Y lanzaron la masa contra Khios.
El cielo se rasgó con el paso del iceberg. Una estela de energía dejó marcas brillantes en el firmamento como si fuera un cometa de desesperación pura.
Pero Khios no se inmutó.
Con un gesto indiferente, extendió un dedo.
Y el iceberg estalló en millones de partículas… como si hubiera sido de humo.
—?Eso era todo? —susurró.
Entonces, movió su mano con la delicadeza de quien riega una flor… y de sus dedos surgieron peque?as espadas de luz negra, tan delgadas como agujas, tan veloces como relámpagos.
Dos destellos.
Dos impactos.
Los proyectiles atravesaron los estómagos de Xantle y Easton. Sus cuerpos se arquearon con violencia. La sangre salió disparada, dibujando arcos en el aire como pinceladas trágicas en un lienzo de muerte.
Ambos cayeron.
Xantle con los ojos aún abiertos, temblando.
Easton con una risa amarga ahogándose en su garganta.
—Al… menos… valió la pena… —susurró Easton, con la mirada perdida entre las nubes.
—Idiota… te dije que íbamos a ganar… —musitó Xantle, sonriendo con una lágrima en el rostro.
Y luego… silencio.
Biel los miró.
A todos.
Ylfur. Raizel. Ryder. Xantle. Easton.
Caídos.
Cada uno con un sue?o, una promesa, una historia truncada. Como estrellas que fueron apagadas por una sombra que no merecía tocarlas.
él, aún inmóvil, aún mudo, solo podía mirar.
Solo podía sentir cómo el corazón se le rompía… mil veces por segundo.
Charlotte seguía abrazándolo. El viento revolvía su cabello. La sangre empapaba sus ropas. Pero no soltaba a su hermano.
—No los olvides, Biel. —dijo, apenas un susurro— Haz que su muerte… signifique algo.
Y entonces Biel, por dentro, comenzó a arder.
No era fuego.
Era algo más antiguo.
Más doloroso.
Más poderoso.
Una semilla plantada en su pecho… que se alimentaba de rabia, de impotencia… de amor perdido.
Y esa semilla comenzaba… a despertar.
Los cuerpos yacían esparcidos como estrellas apagadas sobre un firmamento maldito.
El campo de batalla era ahora un cementerio flotante. Sangre —brillante, etérea, a veces incluso chispeante como fragmentos de magia quebrada— se mezclaba con la tierra suspendida en pedazos. El viento traía consigo un murmullo fúnebre, como si el mundo, sabiendo lo inevitable, empezara a guardar silencio.
Y entonces, la gota que derramó el vaso cayó.
Biel aún estaba de rodillas. Su mirada muerta reflejaba una mente fragmentada. Quería no ver, pero no podía cerrar los ojos. Estaba atrapado entre el horror y la parálisis. Y frente a él, la tragedia seguía cobrando peajes.
Gaudel fue el siguiente.
El joven, con los pu?os envueltos en llamas sagradas, avanzó con el último hilo de coraje que le quedaba. Su cuerpo temblaba, pero no por miedo… sino por el peso del deber.
—?No dejaré que pases, monstruo! —rugió, golpeando el suelo con un pu?etazo que abrió una fisura ardiente.
Khios ni siquiera se movió.
Su aura se expandió sin aviso, como un oleaje de muerte negra. No era solo energía… era destrucción encarnada, una ola afilada como millones de espadas entretejidas en un solo aliento.
El aura lo tocó.
Gaudel no gritó. No le dio tiempo. Fue cortado limpiamente desde el ombligo hasta el hombro izquierdo. Su cuerpo se partió en dos con un sonido húmedo y crujiente, cayendo en direcciones opuestas como dos hojas secas partidas por el viento.
Su sangre se evaporó al contacto con la energía flotante.
—Gau…del… —murmuró Biel, con los labios apenas abiertos, temblando como un ni?o a punto de romperse.
Charlotte lo sostuvo con más fuerza, mientras una lágrima recorría su mejilla, silenciosa, como una confesión final que nadie escuchó.
Yumi avanzó.
Con el rostro cubierto por una mezcla de rabia y dolor, sus manos conjuraron esferas gemelas de luz y oscuridad. Era su magia dual. Su legado. Su esencia.
—?NO MáS! —gritó, liberando una tormenta de rayos que destellaban como soles y lunas entrelazados.
Khios, por primera vez, giró su cuello… lentamente. Sus ojos no mostraban sorpresa. Solo desprecio.
—Mágica interesante… —susurró— Lástima que no sirve de nada.
La aura cortante volvió a desplegarse, esta vez avanzando con lentitud. Como si se deleitara en el terror que sembraba.
Yumi lanzó sus hechizos, proyectó escudos, redes de energía, portales ilusorios… Todo fue inútil.
La sombra la alcanzó.
Un filo invisible se deslizó como una guillotina etérea.
Y su cabeza fue separada de su cuerpo con la precisión de un verdugo milenario.
Su expresión aún tenía furia… pero también resignación.
Su cuerpo colapsó de rodillas antes de desplomarse por completo.
El sonido de su cuello separándose fue como un chasquido que Biel jamás podría olvidar.
Biel no podía respirar.
No porque faltara aire. Sino porque el dolor había tomado ese espacio.
Quería suplicar… pero no tenía voz. Su garganta era un desierto seco donde los gritos morían antes de nacer.
Acalia gritó.
Un grito lleno de rabia y desespero, de luto y furia contenida.
—?BASTA, KHIOS! —bramó.
Ella avanzó. Caminaba a través del aura como quien atraviesa un fuego helado. Cada paso dejaba huellas de luz divina en el suelo. La protección de Elaris —su maestra caída, la Diosa de la Vida— la envolvía, resistiendo la energía de muerte que emanaba de Khios.
Pero su cuerpo sangraba por dentro.
Aunque resistía, no era inmune.
Sus venas ardían. Su piel se cuarteaba. Pero no se detenía.
—?Por mis amigos! ?Por mi maestra! ?Por Biel…! —susurró con los dientes apretados.
Llegó a estar a solo unos pasos de Khios.
Fue allí donde la arrogancia del dios quebrado la detuvo.
él se acercó con calma. Extendió su brazo.
Y la tomó del cuello.
Acalia no gritó. Lo miró con el mismo desprecio que una diosa caería sobre un traidor.
—No me das miedo.
Khios sonrió. Una sonrisa torcida, sucia, enfermiza.
—Eso cambiará cuando te quiebre.
Y lo hizo.
Con un crujido seco, el cuello de Acalia fue roto como una rama débil.
Su cuerpo, sin control, colgó unos segundos… y luego fue arrojado a los pies de Biel.
Charlotte gritó. Pero no lloró.
Se limitó a abrazar a su hermano con más fuerza.
Khios caminó hacia ellos. Lento. Disfrutando del momento.
Biel no podía moverse.
A su alrededor solo quedaban cadáveres, polvo, sangre… y recuerdos. Tantos recuerdos. Voces riendo, aventuras, abrazos, bromas, canciones… todo se rompía con cada paso de Khios.
Charlotte lo sabía.
Y no se apartó.
Se aferró al pecho de su hermano, como si con su calor pudiera evitar que se apagara del todo.
—Adiós… hermanito. —dijo, con lágrimas cayendo sobre la frente de Biel.
—No olvides lo que eres… No olvides quién fuiste… No olvides que te amamos.
El filo atravesó su espalda… y también el pecho de Biel.
Ambos quedaron inmóviles por un instante.
El corazón de Charlotte dejó de latir… mientras el de Biel se volvió una tormenta.
Khios retiró la espada lentamente, con la misma frialdad con la que se sacan flores marchitas de un jarrón.
Charlotte cayó a un costado.
Sus ojos aún abiertos. Aún húmedos.
Aún mirándolo.
Biel se quedó quieto.
El mundo se quedó quieto.
El universo… dejó de respirar.
El cuerpo de Biel temblaba. Pero no era miedo.
Era rabia.
Era desesperación.
Era todo.
Sus dedos se cerraron. Sus u?as se clavaron en su palma. Su sangre cayó al suelo como gotas de tinta negra, escribiendo un grito invisible.
Y entonces… gritó.
—?AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!! —el alarido rompió la atmósfera.
Los cielos se oscurecieron.
Las estrellas parpadearon, confundidas.
El suelo tembló.
Biel alzó la cabeza, y sus ojos ya no eran humanos.
La ira, el dolor, la pérdida, la culpa… el amor… todo se fundió en su alma.
Y esa alma… comenzó a mutar.
Khios, por primera vez, retrocedió un paso.
Porque había visto nacer muchas calamidades.
Pero nunca… una nacida del corazón roto de un héroe.
Minutos antes del grito.
El Umbral de los Dioses se tornaba cada vez más silencioso.
Donde antes hubo discusiones, ahora solo quedaba el sonido del destino acercándose como un martillo inexorable. Las pantallas flotantes mostraban la caída de cada uno de los compa?eros de Biel, y aunque eran dioses, sus rostros no ocultaban el espanto.
—Eso… —murmuró Arselturin, con voz áspera como una tumba abierta— eso ya no es un mortal.
Su mirada se clavó en Khios, quien caminaba entre cadáveres como un escultor entre sus obras.
—Es una entidad sin corazón, dispuesta a asesinar lo que sea sin remordimiento. Y Biel… —apretó los dientes— él también está empezando a perderse. El odio lo consume, lo arrastra hacia un abismo sin retorno.
Orivax bajó la cabeza, su sabiduría no le brindaba consuelo. Solo peso. La clase de peso que dobla los hombros de los sabios y los hace envejecer milenios en segundos.
—Al parecer… Biel no pudo ganar en estos cinco minutos. —sus palabras eran cuchillas envueltas en resignación— No queda otra… debemos hacerlo.
Los dioses lo miraron.
—?Estás seguro? —preguntó Solaryon, cuyos ojos ardían, pero ya no de rabia, sino de una tristeza ancestral.
—Sí. —afirmó Orivax— Usaremos la técnica prohibida. La que nunca debimos mencionar, pero que ahora… es nuestra única esperanza.
El aire del Umbral tembló.
Incluso el firmamento sobre ellos se fracturó levemente, como si el universo escuchara y se estremeciera.
—La semilla… que dará nacimiento a la contraparte del Creador. —dijo Vaelthar, mirando hacia el horizonte con una serenidad rota.
—Un Dios de la Destrucción.
Orivax asintió.
—Elaris y los otros tres ya lo hicieron antes. Crearon una Calamidad de Sacrificio. Nosotros… iremos más allá. Cinco de nuestras vidas darán origen a una Semilla de Dios. Solo así podrá nacer un ser capaz de cambiar el destino no solo de este universo… sino del Megaverso.
Sylvaran, Dios de la Naturaleza, acarició un brote de flor que emergía de su palma. La última semilla viva que cultivaría.
—?Y tú… Chronasis? —preguntó Orivax— ?Estás listo para lo que viene?
El Dios del Tiempo alzó la mirada, confuso.
—?Qué tratas de decir…? Sabes bien que no puedo ver lo que sucede en esta línea. El flujo del tiempo está… roto.
—Mira de nuevo. —susurró Orivax.
Chronasis obedeció. Extendió su cetro y atravesó la neblina temporal. Un remolino de imágenes caóticas lo envolvió: cuerpos de dioses cayendo, universos colapsando, Biel rompiéndose, el Megaverso resquebrajándose… y luego…
Un destello.
Un ser nuevo.
Una silueta divina… naciendo en el abismo.
Chronasis dio un paso atrás.
—?Puedo verlo! La línea… se está moviendo. El futuro… comienza a revelarse.
Orivax sonrió, con lágrimas invisibles en su voz.
—Ese… es el futuro que debemos hacer posible. Y tú… serás quien viva para observarlo.
—?Yo?
—Eres el Dios del Tiempo. El único que puede acompa?ar la eternidad naciente. Nosotros cinco daremos nuestras vidas… y tú cargarás con su legado.
Chronasis apretó los pu?os.
—No los entiendo… ?por qué no podemos buscar otra opción?
Vaelthar lo interrumpió, con una tristeza noble.
—Porque ya no hay otra. El Destino mismo lo dicta. Y tú… lo sabes.
Un silencio profundo se apoderó del Umbral.
Entonces, uno a uno, los dioses hablaron.
Arselturin sonrió con amargura.
—Aunque no me guste la idea… no hay más alternativas. Qué irónico… un dios de la muerte… que debe morir. —rió entre dientes— Patético, ?no?
Solaryon miró el cielo, con ojos cargados de melancolía.
—Tal vez… por fin me reencuentre con Thalgron… y los demás.
Vaelthar asintió lentamente.
—El destino… lo decidirás tú, amigo mío Chronasis. Y yo sé que lo lograrás.
Sylvaran cerró los ojos, respirando hondo.
—Ojalá… que en ese nuevo futuro… la naturaleza florezca perfecta y libre.
Orivax miró por última vez a su hermano del tiempo.
—Vive… y observa lo que sembramos. Contempla ese magnífico futuro, amigo mío.
Un resplandor los rodeó.
Las auras de los cinco dioses comenzaron a elevarse, entrelazándose como raíces de un árbol sagrado.
Sus cuerpos se desvanecían. Primero las extremidades, luego los torsos, luego los rostros… Y finalmente, quedaron cinco luces suspendidas.
Estas luces se comprimieron… se fusionaron… y de su núcleo nació una semilla.
Negra como el vacío.
Brillante como un sol colapsando.
La semilla de un Dios.
Chronasis se alejó, los ojos ba?ados en lágrimas que no caían, porque el tiempo… ya no le pertenecía.
Extendió su mano. Tomó la semilla.
Y la arrojó a través de los corredores del tiempo… hacia un único destino.
En el presente.
El grito de Biel retumbaba en todos los planos de existencia. No era humano. No era divino. Era una manifestación pura de lo que un alma puede emitir al romperse… por completo.
Su cuerpo se sacudía. El aura de destrucción comenzaba a abrazarlo. La sangre caía… pero no tocaba el suelo. Se evaporaba en el aire por la energía que lo rodeaba.
Y entonces… la semilla llegó.
Lo atravesó como un cometa oscuro, incrustándose en su pecho.
Su cuerpo se arqueó violentamente. Su energía estalló hacia el cielo, partiendo el firmamento. Rayos caóticos, fuego negro, cristales rojos, sombras líquidas… todo lo rodeó.
La tierra tembló.
El cielo se oscureció.
El tiempo… se detuvo.
Y en el centro de todo, Biel comenzó a cambiar.
Su cabello se alzó, tornándose blanco por un instante, luego negro como el abismo. Su piel brilló con runas vivas. Sus ojos dejaron de ser ojos… y se convirtieron en vacíos encendidos, orbitando energía divina.
El poder de los dioses… y de la destrucción… ahora vivía en él.
Khios, por primera vez, retrocedió dos pasos.
—?Qué… qué es esto? —murmuró, sintiendo una presión que lo hacía temblar— Esto no es Biel… esto es… ?esto es imposible!
Biel alzó la mirada.
Y el universo… contuvo el aliento.