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Capítulo 74: Recuerdos Dormidos

  La noche se extendía sobre el hogar de los padres de Acalia como un manto tejido con hilos de silencio y estrellas. Las cortinas danzaban al ritmo de una brisa suave, y la tenue luz de la luna se colaba por entre las rendijas, proyectando sombras que parecían guardianes antiguos en reposo. Biel, acostado en un futón sencillo pero cómodo, dormía profundamente, su respiración acompasada como la melodía de un bosque sin tiempo.

  Pero su mente... su mente viajaba.

  Un pulso leve, casi imperceptible, recorrió su frente. La magia ancestral se activó como una llave invisible girando en una cerradura olvidada. Y entonces, todo cambió.

  Su cuerpo seguía dormido, pero su alma... su alma cruzó el umbral.

  Flotando en un vacío profundo, Biel descendió lentamente hasta tocar un suelo que parecía no tener textura, pero aun así lo sostenía. Un paisaje de oscuridad majestuosa se extendía por todos lados, decorado con constelaciones flotantes, símbolos demoníacos danzando como luciérnagas negras, y fragmentos de piedra suspendidos en el aire que formaban escaleras hacia ningún lugar. Un lugar entre la vigilia y el olvido.

  Frente a él, se alzaba una figura imponente: un trono forjado con raíces de mundos destruidos, llamas congeladas y plumas de bestias ya extintas. Allí, sentado como si nunca se hubiera movido desde el inicio de los tiempos, lo esperaba Monsfil, el Rey Demonio original.

  Sus ojos brillaban como lunas sangrientas y su presencia era tan densa que el aire mismo parecía aullar.

  Biel dio un paso al frente, sin temor.

  —Hola de nuevo, maestro. —saludó con una voz suave, pero firme como el acero aún al rojo vivo.

  Monsfil esbozó una sonrisa que no era benévola, ni cruel, sino inmensamente antigua.

  —Hola, Biel. ?Cómo estás? —Su voz era un trueno contenido, una vibración que hacía crujir el espacio entre dimensiones.

  —La última vez que conversamos fue hace a?os… —a?adió Biel, cruzando los brazos con nostalgia.

  Monsfil inclinó la cabeza, como quien observa a un árbol joven que ha resistido el invierno.

  —Es verdad… Han pasado tres a?os desde la última vez que hablamos.

  —Dime, portador, ?cómo va tu nueva vida en este mundo que tú mismo creaste?

  El joven bajó la vista un momento, como si repasara las memorias aún fragmentadas que habitaban su mente. Luego alzó la mirada con una sonrisa sincera.

  —Es maravilloso. Es el mundo que deseaba vivir desde un principio. —sus palabras flotaron como pétalos dorados en la oscuridad etérea—. También estoy muy feliz... Mis amigos también reencarnaron. Acalia, Xantle y Easton… ellos están aquí. Volvieron, como me lo prometió el dios del tiempo, Chronasis.

  Monsfil asintió con solemnidad.

  —Me alegro por ti, joven portador. Todo lo que sucedió… es gracias a ti. Así que disfrútalo. Pero ten mucho cuidado…

  Su mirada se volvió como la de un depredador que olfatea una tormenta lejana.

  —Pues como ya te lo dijo el dios del tiempo hace más de 2.000 a?os… eventualmente tendrás que enfrentarlos.

  Biel frunció el ce?o. Las palabras de su maestro eran un recordatorio amargo, como una astilla oculta bajo la piel de la esperanza.

  —Es verdad. En el pasado dejé muchos cabos sin atar.

  El entorno tembló ligeramente, como si respondiera a sus pensamientos.

  —Quienes eran ellos… me atacaron en mi mente. También atacaron a Raizel y Ryder. Pero desaparecieron justo cuando llegué al campo de batalla para enfrentar a Domia. Solo recuerdo que mencionaron que su líder era Molpiur, y que pertenecían a los Ocho Males.

  Un silencio pesado cayó, como una losa invisible.

  —Y también… el paradero de Khios es incierto. No sé si murió o quedó con vida. Y si murió… entonces el alma de Bastian podría haber reencarnado en este presente. Son incógnitas que tendré que resolver con el tiempo.

  Monsfil exhaló, y su aliento creó un anillo de fuego flotante que se disipó en cristales negros.

  —Eres impresionante, joven portador. Tu voluntad es enorme.

  Biel bajó la cabeza con modestia. Luego levantó la mirada, sus ojos brillando con curiosidad.

  —Dime algo, maestro. ?Qué tanto poder tuyo puedo utilizar en estos momentos?

  Monsfil entrecerró los ojos, como quien evalúa una fórmula peligrosa.

  —Por ahora… solo puedes usar el 25% de la forma imperfecta de Rey Demonio.

  Las palabras cayeron como una campana rota. Biel se quedó en silencio por un instante, atónito.

  —?Y decir que antes podía utilizar todas las formas de Rey Demonio… y ahora ni siquiera llego a la primera? —preguntó con un suspiro de frustración.

  Monsfil no se burló. En su voz no había juicio, solo comprensión.

  —Te entiendo perfectamente. Pero eso se debe a que ahora solo tienes 10 a?os. En tu anterior vida viviste hasta los 18. Llegaste a ese mundo a los 17, y en tan solo un a?o… lograste alcanzar las tres formas. No subestimes lo que eres capaz de hacer con tiempo.

  Biel cerró los pu?os. Su aura tembló levemente como una llama en el vacío.

  —Está bien… entonces entrenaré mi cuerpo para lograrlo. Aún no recupero todos mis recuerdos. Solo recuerdo que me sacrifiqué para recrear el mundo… pero más atrás… todavía es borroso.

  Monsfil alzó una mano. Un remolino de memorias giró en su palma: ecos de batallas, de lágrimas, de risas perdidas y de despedidas eternas.

  —Tranquilo. Poco a poco irás recordando todo. Y quizá, solo quizá… podrás usar todo el poder de Rey Demonio. Pero por ahora… trata de dominar ese 25%. úsalo sabiamente.

  Biel asintió con respeto.

  —Eso haré. Bueno… es hora de retirarme. Ya voy a despertar.

  Miró a su alrededor. El tiempo allí se sentía como un parpadeo eterno.

  —El tiempo aquí transcurre diferente. Se me hizo muy corto…

  Monsfil se levantó de su trono, su figura expandiéndose como una sombra infinita que acariciaba las estrellas.

  —Eso es porque este lugar funciona como un sue?o. Solo tu alma entra aquí mientras tu cuerpo descansa. Este espacio… es tu enlace astral.

  —Entonces por eso parece tan breve… porque es un sue?o. —murmuró Biel, más para sí que para él.

  —Sí. Un sue?o donde puedes interactuar… con mi esencia. —Monsfil le dedicó una última sonrisa, entre severa y orgullosa—. Bueno… se acabó el tiempo. Nos volveremos a ver muy pronto, joven portador.

  Biel, con el corazón palpitante de gratitud, bajó la cabeza y se inclinó profundamente.

  —Claro, maestro. Nos volveremos a ver más adelante… y gracias por todo.

  Y entonces, como si el universo respirara al compás de su alma, el entorno se deshizo. El trono, el cielo oscuro, las runas, el fuego flotante… todo se desvaneció como polvo de estrellas.

  La conciencia de Biel regresó a su cuerpo dormido, aún tibio bajo las sábanas del hogar de Acalia. Afuera, los pájaros comenzaban a cantar.

  Una nueva ma?ana estaba por nacer.

  Y con ella… una voluntad renovada.

  El primer rayo de sol acarició el rostro de Biel como un dedo tibio que insistía en traerlo de regreso a la realidad. Parpadeó lentamente, aun sintiendo la estela del sue?o que acababa de vivir. Su corazón latía sereno, pero su alma todavía vibraba con las palabras de Monsfil.

  —"Así que solo puedo usar el 25% del poder del Rey Demonio…" —murmuró para sí, girando la cabeza sobre la almohada.

  Unos segundos después, una voz familiar tocó la puerta, como quien llama a un recuerdo querido.

  —?Biel! ?Ya estás despierto? —dijo Acalia desde el otro lado, su tono animado y cálido como pan recién horneado—. Mi mamá dice que vengas a desayunar.

  Biel se desperezó lentamente, estirando los brazos como si tratara de alcanzar el techo.

  —Está bien, enseguida voy. —respondió, su voz aún ronca por el descanso.

  —Bueno, te esperamos. —canturreó Acalia antes de alejarse, sus pasos danzando con ligereza por el pasillo.

  Biel se incorporó y estiró el cuello con un leve crujido. Luego arregló la cama con cuidado, sacudiendo las sábanas como si aún contuvieran fragmentos de su sue?o. El cuarto estaba impregnado de una calidez que no provenía solo del clima, sino del aura acogedora de la familia que lo hospedaba.

  Mientras caminaba hacia el comedor, Biel no pudo evitar reflexionar.

  —Qué buenas personas son los padres de Acalia... —pensó— Quizás se deba a que antes sus almas fueron de dioses. Tal vez sus virtudes no se perdieron, sino que fueron tejidas en sus almas humanas, como hilos dorados que atraviesan vidas.

  Al llegar al comedor, una escena tranquila y hogare?a lo recibió: una mesa generosamente servida, el aroma a pan con canela y fruta fresca flotando como una sinfonía invisible, y Elaris y Thalgron sentados como si fueran reyes en su exilio voluntario.

  Biel inclinó la cabeza con cortesía.

  —Buenos días. Gracias por dejarme hospedarme en su casa.

  Elaris sonrió con la calidez de un amanecer.

  —No es nada. Solamente ayudamos a un amigo de nuestra hija.

  Thalgron, de brazos cruzados y mirada recia como un acantilado, soltó una risa nasal.

  —Pero no creas que te doy mi aprobación de suegro.

  Biel, atónito, sintió cómo se le atoraban las palabras en la garganta. Su cara se ti?ó de un rubor leve.

  —?N-no es lo que parece!

  Acalia, que entraba justo en ese momento con un plato en las manos, tropezó levemente al escuchar a su padre.

  —?Papá, no me avergüences así! —exclamó con las mejillas más rojas que una fresa encantada bajo el sol.

  Thalgron soltó una carcajada profunda, esa clase de risa que solo un dios reencarnado podría tener.

  —Solo es una broma… pero igualmente, Biel… cuida de mi hija.

  Biel tragó saliva, pero se recompuso con dignidad.

  —Claro que sí. Ella es especial.

  Acalia casi dejó caer el plato. Su rostro se convirtió en una bandera carmesí de vergüenza y ternura reprimida. Los ojos le brillaban como si una estrella hubiera decidido residir allí por un instante.

  Thalgron alzó una ceja, y por un instante, una peque?a vena le palpitó en la frente.

  Biel, captando la energía densa que se generaba, levantó ambas manos con nerviosismo.

  —?Solo es un decir! Solo un decir…

  La tensión se rompió con una carcajada de Elaris, que hizo que incluso los cubiertos tintinearan sobre la mesa.

  —Vamos, siéntense, que el desayuno se enfría.

  La conversación se volvió más ligera mientras todos desayunaban. Acalia se ocupaba de servir jugo de frutas que chispeaban levemente con magia, y Thalgron cortaba pan como si fuera un campo de batalla en miniatura. Biel no podía evitar sonreír al ver cómo esa familia, que había sido dioses, ahora vivía con tanta humildad y calidez.

  Al terminar, Thalgron se puso de pie, se ajustó un cinturón con herramientas y dio un golpe amistoso en el hombro de Biel.

  —Bueno, me voy a trabajar. Recuerda lo que te dije, ?eh?

  —Sí, se?or Thalgron. —dijo Biel con una leve reverencia.

  Apenas se cerró la puerta tras él, Biel se volvió hacia Acalia.

  —Bueno… es hora de retirarme. Tengo que ir a hacer unas cosas.

  Acalia, aún sentada, lo miró con una sonrisa animada.

  —Entonces iré contigo.

  Biel ladeó la cabeza, sorprendido.

  —?Pero no sé si tu madre te dejará ir con un desconocido a ir por ahí…?

  Antes de que Acalia pudiera responder, Elaris se adelantó con un tono risue?o y una mirada llena de complicidad.

  —Ya no eres un desconocido. Eres el amigo… y novio de mi hija. Así que ya no eres un desconocido.

  La cucharita que Acalia sostenía cayó al plato con un tint perfecto.

  —?Mamá, ?qué dices! ?Solo somos amigos! —gritó, llevándose las manos al rostro, como si intentara esconderse detrás de su propia existencia.

  Biel también se puso rojo como un rubí recién forjado, y murmuró entre dientes:

  —Solo somos amigos…

  Elaris rió con una elegancia traviesa.

  —Solo es una broma. Pero no me digas que no hacen bonita pareja…

  —Definitivamente sí que son bromistas, —pensó Biel, rascándose la nuca con torpeza.

  —Recuerda que puedes quedarte todo el tiempo que quieras en esta casa. —a?adió Elaris con una dulzura que desarmaba.

  Biel negó suavemente con la cabeza.

  —Gracias, pero debo encontrar un lugar para hospedarme. No quiero depender solo de Acalia.

  —Bueno, pero hasta que encuentres ese lugar, puedes vivir con nosotros. —insistió ella.

  —Claro. Gracias. —respondió con una sonrisa sincera—. Bueno, nos vamos.

  Elaris caminó hacia ellos y acarició suavemente el cabello de Acalia, como solo una madre puede hacerlo.

  —Cuida de mi hija, Biel.

  —Sí… eso haré. —dijo, esta vez con más convicción que nervios.

  —?Mamá, sabes que me puedo cuidar sola! —protestó Acalia.

  —Claro que lo sé… pero nadie sabe qué puede suceder en cualquier momento.

  —Tendré cuidado, mamá. —dijo Acalia, abrazándola brevemente.

  —Cuídate, hija. —fue la última bendición que Elaris les dio antes de que cruzaran la puerta.

  El sol brillaba con fuerza en el cielo encantado, y las calles de la ciudad estaban vivas con el zumbido de energía mágica. Las casas estaban construidas con piedras que susurraban historias, y los postes de luz tenían peque?as hadas durmiendo en sus bases.

  Biel caminaba al lado de Acalia por una calle empedrada que parecía latir bajo sus pies.

  —Así que… novio, ?eh? —bromeó él, dándole un leve codazo.

  —?No empieces! —Acalia lo empujó suavemente, su rostro todavía encendido.

  —Admito que me halagó un poco… —a?adió él con media sonrisa, mirando hacia el cielo.

  —??Qué?! ?Biel! —Acalia se tapó la cara—. ?No digas esas cosas tan tranquilo!

  —?Qué cosas? Solo dije que me halagó. No dije que quería casarme. —se encogió de hombros con fingida inocencia.

  —?Este chico me va a volver loca! —murmuró ella, mordiéndose el labio para no sonreír más de la cuenta.

  Y así, caminando juntos entre callejones encantados, tiendas flotantes, gatos con alas y panaderías que vendían "pan del alba", Biel y Acalia se adentraron en la ciudad que aún no conocían del todo.

  Pero en sus pasos, en sus bromas, y en los silencios cómodos que compartían… ya se estaba tejiendo algo.

  Algo que ni el tiempo, ni los dioses, ni los demonios podrían borrar.

  Las calles de Renacelia estaban vivas como un organismo palpitante. Cristales flotantes servían de faroles diurnos, emitiendo una suave luz azulada que reaccionaba al paso de los ciudadanos. árboles con copas color amatista decoraban las veredas, y peque?os gólems urbanos cargaban canastos con fruta brillante, saludando a los ni?os con voces metálicas.

  Biel caminaba junto a Acalia en ese lienzo de magia y arquitectura viva. El sol ba?aba los tejados de la ciudad como si pintara la ma?ana con oro líquido, y entre ellos, los dos jóvenes compartían una calma extra?amente íntima.

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  —Acalia… —rompió el silencio Biel mientras evitaba una mariposa de papel que voló frente a ellos—. ?Sabes usar tu poder de Herencia Primordial?

  Acalia ladeó la cabeza, como si la pregunta la sacara de un estado de contemplación.

  —La verdad… solo un poco. —admitió con una media sonrisa—. Es un poder que me permite utilizar las fuerzas de otras personas y con ella usarlas a mi favor.

  Biel guardó silencio, aunque por dentro su mente chispeaba con la claridad del conocimiento antiguo.

  —No sabe lo que su habilidad puede hacer en realidad… —pensó mientras la miraba de reojo— No es solo la fuerza de las personas. También puede tomar sus habilidades, incluso las de dioses. Por eso… la Acalia del pasado fue una de las más fuertes. La Maestra Espadachina…

  —?Qué te sucede, Biel? —preguntó ella de repente, observándolo con una mezcla de curiosidad y ternura—. Te ves perdido.

  Biel parpadeó, saliendo del trance mental, y dibujó una sonrisa tranquila.

  —No es nada. —respondió, bajando ligeramente la mirada—. Por cierto… ?sabes usar la espada?

  Acalia se cruzó de brazos, y una chispa de orgullo encendió su mirada.

  —Sí. Una vez la tomé por primera vez cuando mi papá me enfrentaba, y entonces lo derroté varias veces… bueno, creo que se dejaba ganar para que no me pusiera mal.

  Biel soltó una risa corta, divertida por la imagen mental de Thalgron siendo vencido por una versión más joven de Acalia.

  —Entonces vamos a ese lugar. —dijo, se?alando con el dedo una estructura de madera y piedra con un cartel flotante en el aire: “Forja del Alba - Entrenamiento de Espadas”.

  El interior era cálido, con paredes cubiertas de espadas mágicas selladas en vitrinas. Al entrar, un hombre de barba espesa y ojos brillantes los saludó con una sonrisa amistosa.

  —?Bienvenidos, ni?os! ?Vienen aquí para entrenar?

  —Sí. —respondió Biel.

  —Entonces, vengan por aquí.

  El hombre los guio hacia una peque?a puerta al fondo del recinto. Biel miró por una ventana cercana y frunció el ce?o.

  —Hmm… esa habitación parece demasiado peque?a para entrenar.

  El due?o rió.

  —Así parece… pero en realidad tiene un campo distinto dentro.

  Biel arqueó una ceja, curioso. Al cruzar la puerta, una ráfaga de energía le acarició la piel. Su cuerpo se sintió como si flotara un segundo… y luego el entorno cambió por completo.

  Ante ellos se abría una vasta llanura cercada por árboles de acero vivo. La arena del suelo era gris cenizo, y una cascada flotante caía en reversa, desafiando la gravedad al ritmo de una melodía que solo el silencio podía escuchar.

  —?Vaya… era verdad lo que decía el se?or! —exclamó Biel, fascinado.

  Acalia, sin embargo, mantenía una expresión calmada.

  —No te ves sorprendida. —comentó Biel.

  —Eso es porque ya estuve aquí hace unos a?os. Además… aquí obtuve un título de maestra con la espada.

  Biel abrió los ojos, impresionado.

  —?Maestra con la espada? Entonces… ?ya domina la perfección en el arte de la espada…?

  —Bueno, entonces practiquemos un poco. —dijo él con una sonrisa desafiante.

  —Está bien. Pero después no estés llorando porque te gané. —respondió ella con picardía.

  —Eso veremos.

  Ambos tomaron espadas de entrenamiento encantadas, livianas como el viento, pero resistentes como la voluntad. Se ubicaron uno frente al otro en la arena.

  Los primeros choques fueron sutiles. Biel atacó con un corte horizontal, Acalia bloqueó con facilidad. Ella respondió con una estocada al hombro, Biel la esquivó girando con agilidad. Sus movimientos eran como una danza ancestral que sus cuerpos recordaban mejor que sus mentes.

  —Veo que te subestimé… sí sabes usar la espada. —dijo Acalia mientras retrocedía con gracia.

  —Igualmente, eres muy diestra. —respondió Biel—. Tus movimientos son naturales, como si la espada y tú fueran uno solo.

  Acalia asintió.

  —La verdad… un día tomé una espada, y desde entonces, como si fuera magia… aprendí todo sobre ella.

  —Ya veo… entonces desde hace a?os atrás tu poder despertó.

  Acalia se detuvo, sorprendida.

  —?Cómo sabes que despertó?

  Biel dudó un instante.

  —Bueno… la habilidad de Herencia Primordial le permite al usuario usar las habilidades de otras personas para sí mismo.

  Ella lo miró fijamente, sus ojos buscando respuestas entre los de él.

  —?Cómo sabes que así funciona la habilidad de Herencia Primordial?

  —No puedo decirle que ya conozco esa habilidad…

  —Lo sé porque… lo leí en un libro. —dijo, intentando sonar convincente.

  —?Cómo que en un libro? Si según la academia, esta habilidad no es común. ?Cómo es posible que tú sepas algo así?

  Biel titubeó. Sus pensamientos se arremolinaban como hojas en un vendaval. No había registros modernos, ni historias documentadas. Nadie recordaba el pasado… salvo él.

  —No tengo alternativa… debo decirle la verdad.

  Respiró hondo.

  —Acalia… ?me creerías si te dijera que he reencarnado con los recuerdos del héroe de hace 2.000 a?os?

  El mundo pareció detenerse.

  —?Qué? ?Reencarnaste? Eso solo son cuentos de hadas. Aparte… ?cómo vas a ser tú el héroe que salvó el mundo hace 2.000 a?os…?

  Pero entonces, un dolor atravesó la mente de Acalia como un relámpago en una noche tranquila. Cayó de rodillas, tomándose la cabeza.

  —?Ah! ?Me duele la cabeza!

  Biel corrió a sostenerla.

  —?Acalia, ?qué te sucede?

  —?No lo sé! Veo… veo imágenes… ?Recuerdos! ?Quién… quién es ella?

  Una ráfaga de visiones la invadió:

  Una chica parecida a ella, luchando junto a un chico de cabello oscuro contra un vampiro imponente.

  El chico se lanza frente a ella para recibir un golpe mortal.

  Ella grita, la rabia y el dolor rompen su límite, y con un grito de furia… atraviesa al vampiro.

  Luego cae de rodillas, llorando sobre el cuerpo inerte del chico.

  Cura sus heridas… pero no puede traerlo de vuelta.

  Acalia jadeaba. Su rostro estaba empapado de sudor.

  —Veo a una chica… casi igual a mí, pero más adulta. Luchaba junto a un chico contra un vampiro… el chico murió para salvarla. Ella se enfureció, mató al vampiro… pero no pudo traerlo de vuelta.

  Biel apretó los dientes.

  —Lip… —pensó— Esa fue la batalla contra Lip, el rey vampiro. La escena de mi sacrificio…

  —Acalia… esos recuerdos… son memorias pasadas de ti.

  —?De mí? Estás bromeando… ?no?

  —No. Es verdad. Como te dije… yo reencarné. Y tú también lo hiciste. Tú eres Acalia… la amiga del héroe de hace 2.000 a?os.

  Ella lo miró, temblorosa, vulnerable. Sus labios se movían, pero no salían palabras. Solo una emoción latente, una intuición que ardía en su pecho.

  —Cuando escuché tu nombre en el instituto… algo en mí reaccionó. Una chispa. Una memoria. ?Era por esto...?

  —Entonces… según tú, porque eres la reencarnación del héroe, sabes que mi habilidad de Herencia Primordial es más que solo tomar prestada la fuerza de las personas.

  —Efectivamente. La Herencia Primordial… fue una de las habilidades más poderosas hace más de 2.000 a?os. Y tú… eras su portadora.

  Acalia bajó la vista. Su mente aún era un torbellino, pero su corazón comenzaba a calmarse.

  —Bueno… confiaré en ti. Aunque todavía no creo del todo la historia que me acabas de contar.

  Biel sonrió con ternura, como alguien que comprende que las verdades más grandes no se aceptan de inmediato.

  —No tienes que creerme ahora. Solo… camina a mi lado. El resto… lo descubrirás tú misma.

  Y en medio del campo encantado, las espadas ya olvidadas en la arena, el viento soplaba como si los antiguos espíritus del pasado los observaran con orgullo… esperando ver cómo las piezas del destino volvían a unirse.

  El viento etéreo del campo de entrenamiento soplaba con una intensidad creciente, como si los mismos espíritus del pasado se agitaran, expectantes. Acalia, aun procesando la revelación de su identidad reencarnada, miraba a Biel con una mezcla de incredulidad, respeto... y algo más profundo, algo que vibraba entre sus recuerdos recién despertados y su alma.

  Biel dio un paso al frente, con la mirada seria, pero serena.

  —Acalia, te ense?aré a utilizar tu habilidad de Herencia Primordial.

  Ella alzó una ceja, cruzando los brazos con escepticismo divertido.

  —Está bien. Si logras ense?arme lo que según tú sabes… te creeré.

  Una sonrisa tranquila se dibujó en el rostro de Biel, quien retrocedió un par de pasos, levantó su espada con ambas manos y cerró los ojos. El aire se tensó, como si el espacio mismo contuviera la respiración.

  De pronto, una oscuridad viva, líquida y vibrante como la noche misma, empezó a envolverse alrededor de su hoja. No era una sombra común. Era una oscuridad densa, casi tangible, que destilaba poder y ruina.

  Acalia retrocedió un paso instintivamente, sus ojos agrandándose.

  —?Qué clase de magia es esa? ?Por qué… es tan oscura?

  Biel mantuvo la mirada fija en su espada mientras esta latía como un corazón de sombras.

  —Es porque este poder… es de Monsfil. El Rey Demonio de la Destrucción Eterna.

  El rostro de Acalia palideció levemente.

  —?Rey demonio...? ?Me quieres decir que tú tienes las habilidades del legendario Rey Demonio Monsfil? él era una leyenda… ?Es imposible que tú tengas su poder!

  Biel bajó su espada envuelta en oscuridad y la clavó suavemente en el suelo, sin romperlo.

  —Es la verdad. Yo soy su sucesor. Monsfil me escogió cuando aún era un humano. Me entregó todo su poder mágico… y me aceptó como portador de su legado. Pero ahora… solo puedo usar el 25% de la forma imperfecta.

  Los ojos de Acalia no se despegaban de él. Había un fulgor en su mirada que comenzaba a borrar las dudas. Su corazón latía más fuerte, no por miedo, sino por una certeza creciente.

  —Sus ojos… no mienten.

  Biel dio un paso adelante y extendió su espada hacia ella.

  —Bueno, entonces toma mi poder. Tu habilidad de Herencia Primordial te lo permite.

  Acalia lo miró con nerviosismo, pero su determinación era más fuerte.

  —Está bien.

  Con un gesto solemne, extendió su mano hacia la hoja cubierta de sombras. Apenas la punta de sus dedos rozó la energía, un estallido silencioso de chispas oscuras se elevó. La oscuridad abandonó la espada de Biel y serpenteó en el aire como un dragón hecho de humo nocturno. Luego se envolvió en la espada de Acalia, ti?éndola con la misma aura tenebrosa.

  Sus ojos se abrieron de par en par.

  —?Q-qué es esto...? ?Puedo sentirlo! La oscuridad... ?el poder! —exclamó, mirando su espada con asombro reverente.

  Biel asintió con una sonrisa de satisfacción.

  —Ves… esa es la verdadera habilidad que tú posees.

  Acalia bajó la vista hacia su arma. El acero parecía respirar, susurrándole secretos antiguos en un idioma que recién comenzaba a comprender.

  —Vaya… ahora te creo más sobre que tú y yo reencarnamos. Está claro que sabes cómo funciona la habilidad de Herencia Primordial… y, sobre todo, conoces su potencial.

  Alzó la mirada con fuego renovado.

  —En fin… entonces sigamos con el duelo.

  —Eso era lo que estaba esperando que dijeras.

  Ambos se prepararon. El campo de entrenamiento, sensible a la magia, extendió su perímetro como si respondiera a su intención. Las nubes flotantes se desplazaron, el cielo artificial se tornó más claro, y un leve zumbido mágico envolvió la zona, marcando el inicio de una batalla seria.

  Las espadas chocaron con fuerza. El primer impacto fue como el crujir de un trueno contenido. Biel desvió un tajo lateral con un movimiento en espiral, retrocediendo un paso mientras Acalia se lanzaba con la velocidad de un relámpago.

  —?No creas que porque me mostraste cómo usar la Herencia, me vas a ganar fácil! —exclamó ella, con una sonrisa.

  —Nunca lo creí. Sé bien de lo que eres capaz. —respondió él, girando sobre su propio eje para lanzar una estocada precisa.

  Acalia esquivó y dio una patada giratoria que Biel bloqueó con su antebrazo envuelto en aura oscura. El suelo tembló bajo sus pies. La magia fluyó por sus espadas como ríos vivos, cruzándose y danzando como lobos en batalla.

  Cada golpe era una sinfonía de acero.

  Cada estocada, una nota de un pasado renacido.

  Cada paso, un eco de lo que fueron… y lo que podrían volver a ser.

  Biel giró sobre sí mismo y lanzó una ráfaga de oscuridad, no letal, pero potente. Acalia contraatacó imitando su mismo ataque: una ráfaga gemela surgió de su espada y ambas colisionaron en el centro del campo, formando una explosión de luz negra que ondeó en círculos perfectos.

  —?Vaya! Realmente puedes copiar incluso la energía demoníaca. —exclamó Biel, jadeando ligeramente.

  —?Gracias a ti! Esto es… ?increíble! —gritó ella, avanzando con una combinación de cortes bajos y rápidos.

  El combate continuó por varios minutos, cada uno empujando al otro al límite. Sus cuerpos se movían como cometas en una tormenta, desafiando la gravedad, chocando y retrocediendo, envueltos en energía y determinación.

  Acalia dio un salto hacia atrás y se lanzó en picada con un tajo vertical cubierto de oscuridad.

  —?Técnica sombra descendente! —gritó.

  Biel cruzó su espada frente a él y liberó un corte ascendente, rugiendo:

  —?Ascenso del colmillo oscuro!

  Las dos espadas se encontraron en un destello de oscuridad pura. El impacto fue tan intenso que el suelo se fragmentó bajo sus pies, y ambos fueron lanzados en direcciones opuestas, rodando por el campo.

  El silencio regresó… solo interrumpido por sus respiraciones agitadas.

  Biel se incorporó, riendo entre dientes.

  —Creo… que fue un empate.

  Acalia también se sentó, sacudiendo el polvo de su ropa y riendo suavemente.

  —Sí… un empate justo. Aunque no me esperaba ese último ataque.

  —Ni yo el tuyo. Fue increíble.

  Ambos se miraron… y por un instante, el mundo pareció detenerse.

  Había sudor en sus frentes, cortes leves en sus brazos, pero también una conexión que iba más allá de las palabras. Entre jadeos y sonrisas, sus ojos hablaron por ellos.

  —Gracias, Biel. —dijo Acalia al fin—. Gracias por ayudarme a descubrir lo que hay dentro de mí.

  —Siempre estaré para ayudarte… Acalia.

  El campo comenzó a desactivarse, desvaneciéndose poco a poco en partículas flotantes de luz. Ambos jóvenes se pusieron de pie, aun sonriendo, sus espadas ahora envainadas… pero sus almas más despiertas que nunca.

  Y así, entre risas, oscuridad y duelos… dos antiguas almas comenzaron a reencontrarse en el presente.

  Luego del intenso duelo, aún con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo y las risas, Biel y Acalia salieron del campo de entrenamiento como si el aire mismo les agradeciera la batalla. Sus pasos resonaban por las calles de Renacelia, cada uno lleno de una confianza naciente, como si el pasado y el presente empezaran a caminar al mismo ritmo.

  —Bueno… es hora de ir a recorrer la ciudad. —dijo Biel, girándose hacia Acalia con una sonrisa liviana.

  —Sí, vamos. —respondió ella, algo más alegre que antes. Sus ojos ya no cargaban el mismo peso del desconcierto. Ahora brillaban con una mezcla de curiosidad… y confianza.

  Mientras caminaban, pasaban frente a tiendas mágicas, puestos flotantes con frutas que cantaban nombres al ser tocadas, y estatuas que se movían suavemente saludando a los transeúntes. La ciudad era un mosaico de maravillas, y Biel se sentía como si cada rincón fuera un recuerdo en potencia.

  Pero justo cuando giró para entrar en una calle más angosta, su cuerpo chocó de lleno con alguien.

  —?Ah! —exclamaron ambos al unísono, el impacto leve pero sorpresivo.

  Biel retrocedió medio paso, sacudiendo la cabeza. Su voz salió casi instintiva.

  —Discúlpame… iba despistado.

  Extendió su mano para ayudar a la persona frente a él, pero en cuanto sus ojos se encontraron con los de ella… el mundo se detuvo.

  Cabello rosado, largo y ligeramente ondulado, como una cascada encantada. Ojos color rubí brillante que no parecían humanos, sino estrellas comprimidas. Su presencia irradiaba energía... y nostalgia. El corazón de Biel latió con fuerza.

  —?Sarah…! —pensó.

  —Yo debería disculparme… —respondió ella, aceptando su mano—. Yo iba corriendo y no me di cuenta que alguien venía.

  Pero Biel no respondió. Sus labios estaban sellados por la sorpresa. Sus ojos se habían abierto como si acabara de ver un fantasma… o más bien, a una amiga perdida y reencontrada por la eternidad.

  Sarah lo observó, confundida.

  —Oye… tu amigo se quedó paralizado. —le dijo a Acalia.

  Acalia lo miró, entre divertida y desconcertada.

  —No sé qué le pasa… es como despistado.

  —Ah, entiendo… —respondió Sarah con una sonrisa ladeada.

  Entonces, como si una chispa lo hiciera regresar a su cuerpo, Biel parpadeó. Su alma se había adelantado unos segundos, atrapada en un recuerdo que apenas podía articular.

  —Tú eres… Sarah. —dijo sin pensar.

  Sarah parpadeó, sorprendida.

  —?Cómo sabes mi nombre?

  Biel se congeló. Había hablado sin querer, empujado por el peso de la emoción. Justo en ese momento, una voz masculina cortó el aire.

  —?Qué sucede, hija? ?Quiénes son estos desconocidos?

  Un hombre alto, de porte elegante, pero con una aura espesa y antigua, se acercó. Su cabello oscuro caía con elegancia y sus ojos eran profundos, con una sombra que no se disipaba. Acalia lo miró… y todo su cuerpo se tensó.

  Un sudor frío recorrió su espalda. Ese rostro…

  —?Es él! ?El mismo de los recuerdos… el vampiro!

  Comenzó a temblar sin darse cuenta.

  El hombre percibió la tensión y alzó su aura, como una sombra caliente expandiéndose en la calle. Su energía no era ofensiva, pero sí intimidante.

  —?Qué le hiciste a mi hija, desconocido?

  Biel no se dejó afectar. Aunque su corazón dio un vuelco, su expresión no cambió. Sabía perfectamente quién era ese hombre.

  —Mil disculpas, se?or. Por ir distraído choqué con su hija. Le pido sinceras disculpas.

  El aura del hombre comenzó a disiparse, como si sus palabras hubieran calmado el eco de una tormenta.

  —Ya veo. Así que eso fue.

  Sarah lo miró con cierto fastidio.

  —Papá, no tenías que sacar tu aura amenazante para preguntar lo que pasó.

  —Es que me preocupé por ti, hija. —respondió el hombre bajando la mirada, un poco avergonzado.

  Luego alzó la vista y les sonrió, ya más relajado.

  —Vaya, no me he presentado. Mi nombre es Lip, y ella es mi hija, Sarah. Mucho gusto, ni?o… ?cómo te llamas?

  Biel tragó saliva, aunque por dentro ya lo sabía. Aun así, respondió con firmeza.

  —Mi nombre es Biel.

  Lip entrecerró los ojos, sorprendido.

  —?Biel? ?Acaso tú eres el chico que no pudo ser medido por el detector mágico en el Instituto de Historia Mágica?

  Biel se tensó.

  —?Cómo sabe eso...?

  Lip sonrió como un zorro que sabe más de lo que aparenta.

  —Porque yo trabajo ahí como subdirector del Instituto.

  —??Qué?! —exclamó Acalia sin poder contenerse.

  Sarah rió suavemente, con los brazos cruzados.

  —Así que él es el ni?o del que hablabas antes.

  —Sí. él es de quien tengo curiosidad. —confirmó Lip—. Te esperaré en el examen de admisión. —dijo antes de girarse para marcharse.

  Sarah, con una sonrisa cálida y ojos chispeantes, hizo un gesto con la mano.

  —Nos volveremos a ver. —y se fue tras su padre.

  El silencio volvió a envolver la calle.

  Biel se quedó mirando el punto donde Sarah había desaparecido. Sus ojos aún brillaban con emoción.

  —Sarah… ha reencarnado. Y también Lip. No lo puedo creer…

  Pero a su lado, Acalia seguía temblando.

  —?Qué te pasa? —preguntó Biel, con preocupación.

  —Esa persona… tenía el mismo rostro del vampiro que vi en los recuerdos. —respondió con voz temblorosa.

  Biel asintió con comprensión.

  —Es que él es la reencarnación de Lip, el rey vampiro. Y ella es su hija.

  Acalia abrió los ojos con espanto.

  —?Rey vampiro...? Entonces… ?él fue quien te asesinó hace 2.000 a?os?

  Biel asintió lentamente.

  —Sí. Pero para ese entonces… él ya no era él. Era solo una marioneta de Domia. Lip ya había muerto hace tiempo. Lo que enfrentamos fue un eco corrupto.

  Acalia lo miró, aún dudosa.

  —?Estás diciendo que ese Lip… no era malvado?

  —No. En realidad, Lip nunca fue completamente malo. Solo protegía lo más valioso para él… sus hijos: Sarah y Muskar.

  Acalia bajó la mirada, asimilando todo.

  —Entonces… ?este se?or no es peligroso?

  —No. Ahora solo es un simple vampiro. Y ni siquiera ha evolucionado a un auténtico vampiro aún.

  Ella respiró más tranquila, aunque aún quedaba un resquicio de temor.

  —Entiendo… entonces no hay de qué preocuparse.

  Hubo una pausa. Luego Acalia giró la mirada hacia él con una ceja arqueada.

  —?Y esa chica… la conoces?

  Biel la miró, con un toque nostálgico en los ojos.

  —Sí. Ella también es mi amiga. Reencarnó, igual que tú. Sarah… también formó parte de mi grupo de aventuras hace 2.000 a?os.

  —Ya veo… —respondió Acalia, inflando levemente las mejillas—. Así que es otra de tus amigas.

  Biel notó la ligera molestia disfrazada en su tono. La miró divertido.

  —?Acaso estás celosa, Acalia?

  —??Qué?! ?Claro que no! —gritó ella, dándose vuelta con el rostro rojo como un tomate—. Solo digo que tienes muchas amigas reencarnadas por ahí.

  —Bueno… será que todas querían seguir conmigo hasta el fin del mundo.

  Acalia lo golpeó suavemente en el brazo.

  —?Presumido!

  Ambos rieron.

  Y mientras seguían caminando por Renacelia, entre risas, magia y memorias renacidas… el lazo entre ellos se hacía más fuerte.

  Como si el destino, lentamente, comenzara a recomponer la historia.

  La noche había abrazado a Renacelia con una delicadeza cósmica. Las lunas dobles se asomaban por las ventanas de los hogares, arrojando destellos plateados como caricias silenciosas. En lo alto de una torre de cristal viviente, en uno de los barrios nobles del distrito oeste, una luz tenue iluminaba la habitación de Sarah.

  La joven de cabello rosado estaba acostada sobre su cama flotante, sostenida por runas mágicas que la mantenían ingrávida, como si descansara sobre un suspiro de estrella. Las sábanas de seda encantada le cubrían las piernas, y su largo cabello caía como cascada sobre la almohada. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, y los ojos abiertos… brillando con un fulgor distinto.

  Un suspiro escapó de sus labios, suave como un hechizo olvidado.

  —“Biel…” —susurró en voz baja, como si temiera que el aire se burlara de ella.

  No podía dejar de pensar en él. Desde que sus ojos se encontraron en aquella calle… algo se había encendido en su pecho. Al principio fue sorpresa. Luego curiosidad. Pero ahora… ahora ese cosquilleo extra?o se había instalado en su corazón con la torpeza tierna de un primer amor.

  —“?Por qué se quedó tan paralizado al verme?” —se preguntó en voz alta, girándose sobre un costado—. “Y cómo supo mi nombre… nadie se lo había dicho.”

  Tapó su rostro con ambas manos, avergonzada al recordar su reacción.

  —“Ay no… y yo ahí, toda relajada, diciendo ‘?qué le pasa a tu amigo?’ ?Qué vergüenza!”

  Rodó sobre sí misma hasta quedar boca arriba otra vez, mirando el techo estrellado mágico que representaba el firmamento de la ciudad.

  —“Pero… fue dulce.”

  Cerró los ojos. La imagen de Biel reapareció en su mente como una pintura viva: su cabello, sus ojos profundos, su voz calmada pero firme… y esa forma en que la miró. Como si… la conociera desde siempre.

  Su corazón latió más rápido.

  —“?Ahh! ?No puede ser! ?Me estoy enamorando de alguien que acabo de conocer!” —dijo, sentándose de golpe en la cama, con las mejillas encendidas como una aurora atrapada en una pecera.

  Su mirada se posó en el espejo flotante al otro lado de la habitación. Caminó hacia él, con pasos ligeros sobre el suelo encantado, y se observó.

  —“Sarah, reacciona. Es solo un chico. Guapo… valiente… con ojos que parecen contener galaxias… pero ?solo un chico!”

  Se dio un par de cachetadas suaves en las mejillas, como si pudiera expulsar al amor naciente a golpes. Pero en vez de disiparlo, ese gesto solo lo hacía más evidente.

  —“Y encima… se llama Biel. Qué nombre tan bonito.” —dijo en un susurro, recostando la frente contra el espejo.

  La magia del cristal reaccionó a su emoción y proyectó una imagen tenue del chico. Era solo un reflejo de su memoria, pero suficiente para hacerla suspirar de nuevo.

  —“Papá dijo que trabaja en el instituto… eso significa que lo veré en el examen.”

  Una sonrisa cruzó sus labios. Su mirada se volvió más juguetona, como si ya estuviera ensayando lo que diría la próxima vez que lo viera.

  —“Le voy a hacer tantas preguntas… ?como venganza por dejarme paralizada!”

  Caminó hasta su cama otra vez, se tiró sobre ella con un suave rebote mágico y abrazó una almohada como si fuera un escudo.

  —“?Qué tiene ese chico…? ?Por qué siento que… lo conozco?”

  El pensamiento le heló la piel y, al mismo tiempo, le encendió el alma.

  Una escena cruzó su mente. Fugaz, como una chispa: ella… pero diferente. Más mayor. Más fuerte. Luchando junto a alguien. Un campo de batalla… oscuridad… sangre… y una pérdida.

  Sarah abrió los ojos.

  —“?Qué fue eso…?”

  Pero al igual que vino, la imagen se desvaneció.

  El corazón le latía con fuerza. No solo por la emoción del día, sino por algo más profundo. Algo que rozaba lo ancestral.

  —“él… ?me conoce de antes?”

  El silencio de la habitación parecía querer responderle. Las runas del techo vibraron levemente, como si escucharan su corazón.

  Y entonces lo dijo, sin pensarlo demasiado, como si una parte de ella ya lo supiera desde antes:

  —“Me enamoré de él…”

  La frase se quedó flotando en el aire, cargada de una dulzura tan pura que casi dolía. Sarah se tapó la boca, sonrojada.

  —“?Lo dije en voz alta!”

  Se tapó con las sábanas hasta la cabeza y soltó una risita.

  —“Estoy loca… lo sé. Pero…” —se asomó desde el cobertor— “…es como si mi corazón lo hubiera estado esperando desde siempre.”

  Cerró los ojos lentamente. La imagen de Biel seguía ahí, viva en su mente. Pero ya no la incomodaba. Al contrario, la calmaba.

  —“Nos volveremos a ver…” —murmuró— “…y cuando eso pase… me aseguraré de que no se quede paralizado otra vez.”

  Y con esa sonrisa traviesa en los labios, Sarah cayó en un sue?o suave, abrazada a su almohada, con el nombre “Biel” susurrado una última vez entre sue?os.

  El amor, a veces, no necesita tiempo. Solo un recuerdo… y una mirada.

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