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Capítulo X: Cualquier final es un comienzo

  El pájaro se había marchado; la había dejado sola. Sola en medio de un lugar que a pesar de haberlo visto cada noche desde su casa (a la que estaba segura, jamás volvería), no conocía en absoluto. Un lugar de altos árboles de retorcidas ramas que ba?ado por toda el agua que se descargaba sin contemplaciones, no le transmitía nada de tranquilidad a Eladien. Mirase a dónde mirase, tan solo veía oscuridad, esta rasgada únicamente cuando la luna se dejaba ver tras las nubes que la custodiaban celosamente. Miró hacia arriba, esperando ver pasar de nuevo aquella extra?a ave, pero aparte de las nubes que pasaban veloces, no vislumbró nada más.

  Estaba… Sola.

  Presa del frío que desde hacía rato invadía su entumecido cuerpo, se frotó los brazos con ambas manos, tratando de calentarse, pero la tromba de agua era tal, que fue inútil. Estaba tan empapada que no importaba cuando intentara entrar en calor. Sentía como se le iba la mente… Cómo sus párpados se tornaban pesados, amenazando con cerrarse si ella cejaba en su resistencia, algo que sabía no podía hacer. Si cedía ante el cansancio…posiblemente moriría de frío en aquel lugar. Fallecería antes de que pudiera abrir los ojos de nuevo.

  Y probablemente, nadie encontraría su cadáver.

  Un ruido proveniente de uno de los árboles situados a su izquierda hizo que se girara sobresaltada, con una mano en el pecho, notando como su corazón latía con fuerza y prisas, pero no vio nada fuera de lo normal. únicamente las cascadas de agua que descendían veloces desde las copas de los árboles. Sin embargo…no pudo evitar hacerse una pregunta: ? Qué tipo de animales vivían en ese bosque? ? Qué variedad de especies moraba en aquella mara?a de sombras y sobresalidas raíces?

  El pensar en aquello la aterrorizó casi más que el hecho de estar sola. Sola, sin érien.

  Un trueno se hizo oír desde lo alto, atravesando su sonido las frondosas copas que se alzaban sobre ella, protegiéndola de manera casi nula de la lluvia. ? Qué sería de ella? ? Y de érien? La última vez que la había visto…un soldado estaba acercándose a ella y a Doren… ?Por qué les había sucedido todo aquello? Ella tan solo había sanado a quien estaba enfermo… únicamente había ayudado. Pero irrevocablemente, los había sanado para que después…. Murieran. ?Pero por qué habían muerto?

  ?Había sido…ella? Su inexperiencia a lo mejor…

  El chasquido de una rama al romperse hizo que brincara dónde estaba, girando la cabeza en dirección al sonido, dónde habían unos sotos bajos que se mecían con viento y agua. Se quedó en silencio, con todos los músculos en tensión, esperando a que las hojas se movieran y algo saltara hacia ella, pero eso no ocurrió. Tan solo el falso silencio contrastaba en aquella escena. Ningún animal se lanzó sobre su helado cuerpo, pero de todos modos se quedó inmóvil, asustada como no había estado en su vida. Asustada por la soledad que se abría ante ella.

  Se apartó el pelo de la cara y se enjuagó las lágrimas que le bajaban por las mejillas, creando surcos en el barro que las manchaba. No podía dejar de llorar. érien…su hermana se había quedado en Nash’sera. Ella la había abandonado aun cuando no era eso lo que quería. ? Qué le estaría sucediendo? Tenía que volver a por ella. Se había jurado protegerla. Y esa era una promesa que no pensaba romper. No mientras una gota de sangre circulara por sus venas. Le fallaron las piernas al pensar en aquello, al recordar todo lo acontecido a raíz de los fallecimientos que, por algún espeluznante y desconocido motivo, habían sucedido en cadena…

  Habían ido a buscarla a su casa, las habían abordado, maniatado y a ella incluso habían tratado de quemarla viva, haciendo que su hermana presenciara el cruel momento. Ella se había movido de lugar de aquella forma tan…extra?a, y al final, cuando creía que todo estaba perdido para ella, el misterioso pájaro había aparecido de la nada para salvarla, llevándosela volando de Nash’sera y dejando a érien en el interior de un cuadro cuyo lienzo y marco, no eran para ella.

  Cerró los ojos, relajó los músculos (o eso creyó) e intentó dejar la mente en blanco, pero nada rebulló en su interior, nada rugió como las veces anteriores. Solo notaba como su cuerpo se rendía ante el cansancio… Se sentía abatida y los escalofríos recorrían su espina dorsal sin cesar, provocados por el frío que atenazaba todo cuanto se hallaba a su alcance, desde ella misma al escenario en el que nunca había estado, el lugar en el que se sentía perdida. Perdida y sola.

  Abandonada a su suerte.

  Se frotó los brazos con las manos una última vez y, juntando todas las fuerzas de que disponía en aquellas condiciones y circunstancias, echó a andar sobre el barro y los charcos que lo abrían en anchos y profusos claros, convirtiéndose sus superficies en alumbrantes focos cuando un rayo se reflejaba en ellos. Avanzó un corto trecho y se paró de nuevo, con los brazos cruzados a la altura del pecho y el llanto pugnando por trepar por su garganta, la cual le dolía cada vez que tragaba saliva, esta tan amarga como un té sin azúcar. ?Hacia dónde podía ir? Miró a su derecha e izquierda, pero mirara a dónde mirara, los árboles se alzaban altivamente, con sus largos brazos meciéndose en el aire.

  ?A dónde podía ir? Tenía que ponerse a salvo o el frío acabaría con ella. El frío o algo peor.

  Apartó de su mente las historias sobre salvajes monstruos que habitaban en los bosques y se apoyó un momento en el tronco de un árbol para examinar con detenimiento la quemadura que le recorría un buen trozo de la pierna derecha, bajo la rodilla. El barro le cubría las dos piernas, así como el resto del cuerpo, tornándolo marrón en mayor parte, y sus enaguas, antes limpias y casi como nuevas, ahora estaban desgarradas, chamuscadas casi por completo, dejando ver la extensa quemadura que bajaba un buen trecho por su pierna. Se retiró el barro de la herida con mucho cuidado, dejando que resbalara con la lluvia que no lograba aliviar la insistente quemazón, y al hacerlo, comprobó que era mucho peor de lo que había creído en un principio: la quemadura se abría ancha en su pierna, rodeándola casi por completo, llegando hasta el tobillo, y toda aquella zona, estaba en carne viva.

  No lograba entenderlo. Había ido todo demasiado rápido. Habían intentado quemarla en una hoguera…y ahí estaban las consecuencias, en su pierna, y en… érien, quien se había quedado atrás, en Nash’sera, en el pueblecito que las había hospedado desde recién nacidas. érien… ?para qué la habían ido a buscar los soldados? ?Los había enviado el rey Lithnear? ?Estaría Nenfaún… muerto, como los demás? Eladien se llevó ambas manos a la cabeza y cayó bajo el peso de su propio cuerpo cuando las piernas le fallaron, quedando acuclillada y con la espalda bien apretada contra el tronco del árbol, como había estado no mucho rato atrás; bien prieta contra el mástil de una pira.

  Cerró los ojos con fuerza y dejó que florecieran las emociones que durante tanto rato habían estado pugnando por expresarse. Dejó que todo saliera; desde el alivio al temor, del dolor al amor, de la nostalgia al miedo a la soledad, todos en forma de lágrimas que bajaron rápidamente por su rostro, reuniéndose con la recia lluvia.

  Las grandes puertas de la Antecámara Real se cerraron estruendosamente tras él cuando, sin dirigirles una sola mirada a los guardias que las flanqueaban, las atravesó a paso ligero, con una sonrisa dibujada en el semblante; no el típico remedo de sonrisa que siempre mostraba debido a la curvatura de su boca, sino la más exuberante que sus labios habían esbozado jamás, y ello se debía en gran parte a lo que había acaecido en la estancia que él acababa de abandonar.

  La luz de la luna entraba diagonalmente por las grandes ventanas que se abrían por el largo corredor de paredes de piedra, y las llamas de las teas que colgaban de estas se mecían cuando Reignaim pasaba veloz frente a ellas, sin fijarse un solo momento en la tormenta que se descargaba con fuerza sobre todo áldruvein. El haz de un relámpago desfiguró momentáneamente sus afiladas facciones, recortándolas en retazos oscuros y alargándolas por toda su cara, y aunque el fogonazo del rayo quedó grabado durante varios instantes en su retina, él no se percató; tan solo era consciente de lo que se llevaba entre manos, de lo que al fin, aquella noche, le sería revelado.

  Se sentía… alegre. Muy alegre, tanto que quizá rayaba un poco la locura, pero aquella sensación de plenitud… le encantaba. Se sentía lleno, poderoso. él era Reignaim Antaimur, hijo del tedioso Tiorth Antaimur, quién había muerto largos a?os atrás, un recuerdo que hizo que su sonrisa se ensanchara aún más. él, Reignaim, el consejero del rey, llevaría a cabo sus planes sin nadie que se lo impidiera… él, el soberano rey de aquella maquiavélica partida de ajedrez cuyas piezas habían sido colocadas con sumo cuidado, estaba estirando suavemente de todos los hilos que formaban su inmensa tela de ara?a, y cuando el último de los filamentos estuviera a su alcance…

  Entró en su alcoba y cerró la puerta justo en el instante en que las carcajadas trepaban por su garganta, forzando a su mandíbula a abrirse y saliendo de esta gradualmente. Apoyó la espalda

  contra la hoja de la puerta y rompió a reír al fin, notando como el regocijo circulaba en éxtasis por su interior. Aquello era increíble…y el hecho de que todo le hubiera resultado tan fácil…hacía que no pudiera dejar de reír. Todo, y cuando decía todo lo hacía en sentido literal, estaba yendo como la seda, sin ningún tipo de traba. Aunque, siendo sinceros, ? qué tipo de traba podía encontrarse, si todos eran tan necios como para no ver los hilos que los manipulaban? Aquellos ignorantes peones…serían su clave al ascenso. Como aquella mujer, ? cómo se llamaba…? Eladien. Eladien Fahrathiel, la Moih’voir descendiente de la famosa Eithenalle Fahrathiel…

  Definitivamente, aquella Moih’voir no podía haber obtenido el control sobre sus dones en un momento más idóneo que aquel. Aquello…debía ser obra del mismísimo destino, algo que al momento le pareció ridículo, pues él, el tejedor de aquella elaborada y ornamentada red, no creía en el destino. él creaba el destino a su antojo. Y cuando obtuviera lo que ansiaba…nada se interpondría entre él y el poder absoluto. Nada. Ni siquiera la muerte sería su enemiga.

  Obligándose a sí mismo y demostrándose el control que tenía sobre sus emociones, paró de reír y avanzó por la estancia a cortos pasos, fijándose en el inmobiliario que, si todo seguía por el mismo derrotero, no volvería a ver en su vida. Pasó el dedo índice (largo y huesudo) por el tocador de madera barnizada y recorrió con este las curvas que formaban sus cuatro estilizadas esquinas, satisfecho al ver que los criados, aun siendo unos pobres ignorantes lameculos y asustadizos, sabían hacer bien las tareas de limpieza. Se fijó en la cama, de grandes dimensiones para su largo cuerpo, y en el cabezal de esta, este también de madera y adornado con profusos trazos que sinuosos, formaban el dibujo de una avecilla, algo ridículo desde su punto de vista. Aquellos necios…dibujaban el emblema de áldruvein en todo lugar al que le pudieran echar mano. Pero aquello cambiaría, eso era algo que Reignaim tenía muy claro. Tan claro como que él sería el responsable de aquellos cambios.

  La risa se hizo de nuevo con su cuerpo, sacudiéndolo por completo, hasta que, entornando los ojos debido a la satisfacción, se acercó a una mesa que se hallaba pegada a la pared situada enfrente de la puerta. Sobre el tapete de esta descansaban varios candelabros de plata y oro que se retorcían en extra?as formas, un gran reloj de arena con rubíes engastados en ambas bases, estos titilando con el haz de las velas, y justo en el centro de esta, como siempre, reposaba el tablero de ajedrez que tanto le gustaba. Tanto el tablero como las fichas estaban hechos de cristal, transparente para las piezas blancas y oscuro para las negras, así como para las casillas que lo formaban.

  Observó el tablero con detenimiento, fijándose en cada una de las fichas, estas elaboradas minuciosamente, demasiado delicadas para unas manos que no fueran las suyas. Estiró un brazo y dejó la mano a pocos centímetros de la reina negra, pues cuando se disponía a moverla, el alfil blanco ( el único de los dos que quedaba en pie) avanzó una casilla, situándose en línea con uno de sus caballos. Divertido, calculó todas las posibilidades de que disponía y, sonriente, desplazó su caballo, formando una “ L” con la que se situó en una posición estratégica que ponía en un gran aprieto al rey blanco, con lo que la partida se dio por terminada.

  Las casillas del tablero se iluminaron momentáneamente, y lentamente, siendo él el único testigo de aquel íntimo secreto, la pared frente a la que estaba empezó a desvanecerse en el aire, volviéndose primero medio transparente y desapareciendo al fin, dejando a la vista otra estancia de menores dimensiones e iluminada simplemente por una gran vela que se consumía sobre un estrafalario pedestal cuyos bordes superiores se hallaban cubiertos por la cera.

  Una única y diminuta ventana dejaba penetrar algo de aire en aquella cerrada habitación, pero Reignaim, para variar, no reparó en ella. Atravesó lo que sería el umbral de la pared que se había esfumado gracias a su elaborado sistema de ocultamiento mágico y, en cuanto estuvo al otro lado, se agachó en una de las esquinas para coger una caja que puso con cuidado sobre la redonda mesa de madera que ocupaba el centro de la cámara, en la cual destellaba un medallón de oro macizo con zafiros y ópalos incrustados. Varios tipos de piedras preciosas se retorcían en su tapa y costados, cruzándose entre ellos en cada uno de los trazos y fulgurando a cortos intervalos con la llama de la vela, no así como el Orgauh, el preciado mineral azul que refulgía en la oscuridad.

  Había una inscripción en la tapa, pero sus ojos habían pasado por aquellos trazos tantas veces, que ya se sabía de memoria lo que rezaba. Lo que a él le interesaba estaba en el interior de aquella caja…o mejor dicho, estaría. La magia que él estaba usando no era muy exacta teniendo en cuenta que estaba utilizando como medio a un animal tan inferior como el murciélago, meras ratas voladoras, pero al menos podría hacerse una idea aproximada de la situación de la mina, algo que llevaba tiempo intentando averiguar. Pero aquel maldito murciélago se había limitado a remolonear durante días por la misma zona…

  Por suerte y para regocijo de Reignaim, aquello no sucedería aquella noche.

  Reignaim, tras lanzarle una ávida mirada a la Caja de los sentidos que aguardaba ser abierta, se apartó de la mesa y se plantó delante de la gran jaula que días atrás, había albergado murciélagos, los que él había estado estudiando. Ahora no había murciélagos en ella, sino otra cosa más…especial. Algo más personal.

  La celda se veía oscura, tan solo iluminados los barrotes que avanzaban vertical y horizontalmente. únicamente un leve fulgor alumbraba una de las esquinas más cercanas a la vela. Levantó una mano y dio un seco golpe en uno de los barrotes con su dedo índice, provocando un sonido metálico cuyo eco resonó unos instantes al ser una sala tan peque?a, y cuando los vestigios de este empezaban a ser engullidos por el silencio que tanto satisfacía a Reignaim, un gru?ido muy grave emergió de la oscuridad que habitaba la jaula, y entonces, sonriendo para sus adentros, extendió un poco más el brazo e internó la mano entre las sombras, sumiéndola en las tinieblas.

  Esperó en silencio y sin mover la mano, aguardando a que la criatura que estaba encerrada olisqueara su mano, y así ocurrió cuando, con deleite, notó una respiración fría y agitada que le

  humedeció la palma, provocándole una sensación de frescura que solo en esos momentos de gloria podía alcanzar. Movió un poco más la mano y la pasó por la cabeza del animal ( si es que podía llamárselo así), notando cada arruga de su hocico con la yema de sus dedos, así como su espeso pelaje de gruesos pelos cuyo tacto semejaba al de las pajitas de una escoba muy desgastada por el paso del tiempo.

  Aquella criatura era un Birlut, una de las más oscuras alima?as ( no así la única, pues los libros hablaban de miles de ellas) que jamás había “existido”, por decirlo de alguna manera, pues el único modo de que existieran era…crearlas. Los Birlut eran creados con magia oscura, con los hechizos más tenebrosos que cualquier hombre salvo él podía conocer y, mucho menos, controlar…Por lo cual, los Birlut, al ser creados con magia, no estaban precisamente vivos, aunque no por ello estaban muertos. Eran seres fríos y su naturaleza quedaba fijada por aquel que lo creaba: el creador del Birlut, es quien le concede una naturaleza, unos instintos, es quien le dice quién es. Y aquel Birlut, como creación propia, le pertenecía, pues tal y como rezaba el hechizo que había conjurado para crearlo, él, Reignaim, al cederle una diminuta pero existente parte de su ser, había creado una especie de conexión entre los dos. Por lo tanto…aquel “ser”, obedecería todas sus órdenes, por más sanguinarias que fueran estas.

  Retiró la mano de la jaula y se la limpió en su túnica negra con un gesto impaciente. Lo que llevaría a cabo aquella noche…era algo que llevaba tiempo esperando. Hizo un movimiento con la mano y el estrafalario pedestal sobre el que se consumía la vela se movió sigilosamente por el suelo de piedra, acercándose a dónde él se encontraba e iluminando lentamente el interior de la jaula, con lo que el Birlut gru?ó de forma estruendosa, quejándose por la luz que cegaba sus diminutos y sobresalidos ojos que brillaban como dos rubíes embadurnados con sangre.

  Era un ser al que la mayoría consideraría horrible y de mal augurio, ya bien debido a su chato hocico plagado de arrugas, peludo y de largos colmillos o a sus diminutas orejas siempre echadas hacia atrás en se?al de alerta, pero para él, era un animal magnífico, una muestra de lo brillante que era la magia, el poder, cosa que constataban sus bien formadas extremidades de marcados músculos y su ancho pecho, el cual subía y bajaba al ritmo de su agitada respiración, moviendo levemente la mata de pelo blanco que le dibujaba una circunferencia en el lugar en que estaría su corazón, claro está, si albergara uno, y en la frente, también peluda pero de color negro, como el resto de cuerpo a excepción de la redonda en el pecho, le sobresalían varios bultos que parecían pústulas dispuestas a reventar en cualquier momento.

  Reignaim sonrió de nuevo al observar su valiosa y bella creación, obra de sus conocimientos y habilidad en el ámbito de la magia negra. Aquello no era lo mismo que anta?o…pero de momento tendría que conformarse…cuando todo acabara, las aguas volverían a su cauce. Al suyo.

  Miró al Birlut por última vez, hizo un ademán fluido con la mano derecha con el que movió también sus cinco largos y huesudos dedos de sobresalidas falanges y entonces, tras soltar un aullido de dolor que nadie podría escuchar gracias a sus conjuros de aislamiento mágico, el Birlut se descompuso en miles de minúsculas partículas negras que se dividieron en fragmentos más diminutos aún, desapareciendo de su vista al salir volando de la jaula y atravesar el umbral de la ventana, perdiéndose en la inmensidad de la madre noche, vigilada por la luna que presa tras las nubes, había perdido toda su altivez.

  Se acercó a la ventana y se asomó por ella, apoyando las manos en el alféizar y dejando que la lluvia cayera en su rostro, aliviando así el calor que reinaba en aquella habitación sumamente secreta. Hacía una noche espléndida…una de esas que le dejan a uno un buen sabor en los labios…por no contar con el regocijo que sintió cuando sus ojos se posaron en Nash’sera, que a lo lejos, era azotada por la tromba de agua. Ya no había rastro de la hoguera que había visto prender rato atrás…y aquello, era buena se?al. Todo iba como él lo había dispuesto. Todo estaba bien encarrilado. Solo faltaban un par de cosas por hacer. Y la noche era larga…además de prometedora.

  El ruido que produjo la puerta al cerrarse lo sacó de su ensimismamiento, girándose rápidamente para ver quien había tenido la osadía de entrar en sus aposentos a tan altas horas de la noche, pero supo quién era antes de girarse, pues aquella visita, formaba parte de su enmara?ado entramado.

  Frente a la puerta de su alcoba, con el rostro lleno de sudor y congestionado por una mueca de puro terror, aguardaba un hombre bajito cuya panza rondaba la felicidad de forma exagerada, sobresaliéndose a su alrededor de una manera muy poco agradable y cuyo bigote, espeso pero recortado de una manera muy refinada para tratarse de un simple criado, contenía varias gotitas de sudor que sin duda le habían caído en su carrera hacia sus aposentos, temeroso de llegar tarde a su cita.

  Sucio hombrecillo…Reignaim lo había embaucado, le había dicho que acudiera a su habitación para tomarlo como sirviente personal, y había jurado darle las más preciosas joyas si cumplía una tarea para él…una tarea muy importante que ningún otro hombre en el castillo podría realizar excepto él. Y también le había pedido que no se lo comentara a nadie, ni siquiera a su mujer o hijos.

  Y mucho menos a su alteza el peón. Estúpido ignorante…

  Su destino había sido firmado en la más completa intimidad.

  Reignaim ensanchó su permanente sonrisa cuando observó la expresión del hombre, que contemplaba atónito el lugar en el que debería haber estado la sólida pared que daba fin a la estancia, y sonrió más al ver como los ojos del sirviente recaían en la jaula cuyos barrotes le sacaban destellos a la llama de la gran vela situada junto a esta. Pero eso fue algo que a Reignaim no le importó lo más mínimo: le daba igual que aquel criado estuviera viendo su habitación secreta; cuando cumpliera la misión que tenía para él, no podría contárselo a nadie. En eso, en el arte de borrar sus huellas, él, Reignaim Antaimur, era todo un experto.

  El criado, al fin, seguramente cegado por la codicia de las joyas que él le había prometido, hizo una poco ensayada reverencia y al incorporarse se quedó con la cabeza gacha, mirando alguna de las baldosas que formaban el suelo, hecho que no hacía más que indicar lo poco que le agradaba estar a solas con él, pues la fama que tenía entre los sirvientes…no era precisamente buena. Si no que se lo dijeran a aquel maldito bastardo que se había atrevido a tocar su tablero de ajedrez…

  -   Bu- buenas noches, se?or Reignaim-, El criado (no sabía su nombre, ni siquiera se lo había preguntado) se deshizo en otra pésimamente elaborada reverencia y lo miró fugazmente a los ojos, con el temor bien patente en estos, hecho que no hizo más que aumentar el buen humor de Reignaim. Le gustaba que aquellos patéticos lameculos le tuvieran miedo, pues tenían razones para ello-, He venido a sus aposentos tal y como vos me habéis pedido. Estoy a su completa disposición. Haré lo que me pida. Tengo cinco hijos que mantener y una esposa enferma, y no dispongo del dinero suficiente para mantenerlos ni…

  -   Tranquilo, tranquilo. No nos vayamos por las ramas. No te he traído aquí para que me cuentes tus penalidades ni las de tu estúpida prole de patéticos ignorantes-, Pronunciar las últimas palabras le ocasionó un bienestar que no podía explicar, pues al ver como cambió la expresión del criado su cuerpo se inundó de placer. Pobre individuo…ignoraba por completo que sus horas de vida estaban contadas…-, Te he mandado hacer venir para que me hagas un favor muy importante. Algo que ningún otro podría hacer-, El criado lo miraba entre expectante y ofendido, con su redonda cara completamente perlada por gotas de sudor que terminaban abruptamente en una abultada papada-, Ven, acércate y…dime tu nombre.

  El tipo lo miró confuso durante unos instantes, pero tras pensar en lo que quiera que estuviera pensando, avanzó a cortos pasos el trecho que los separaba, parándose momentáneamente frente al lugar en que antes había estado la pared. Recorrió las dos estancias poco a poco y con la vista gacha, sin mirar a Reignaim a los ojos ni una sola vez. Estaba seguro de que aquella rata asustadiza…cumpliría su cometido a la perfección.

  El peón ( no se le ocurría un mejor calificativo que aquel) se paró a pocos pasos de él, a una distancia prudencial de la solitaria jaula, alternando la mirada entre un punto cercano a la cabeza de Reignaim y el interior de la celda.

  -   Mi no-nombre es…Linay, Linay Junsaer-. Linay, el criado que le serviría en la elaboración de sus planes sin ser consciente de ello, realizó otra mal hecha reverencia y, durante unos segundos, se atrevió a mirarlo directamente a los ojos, los del hombre marrones y los suyos tan azules como el más gélido bloque de hielo.

  Linay…Junsaer. No pudo evitar sonreír debido a la sorpresa, ante lo que la expresión del hombre, Linay, quedó muda. Así que aquel hombre era familia de Lénral Junsaer, el hombre que podía analizar el eco…Las cosas no podían estar desarrollándose de un modo más alentador…El peón convertido en alfil…Aquello, sin lugar alguno a las dudas, era perfecto.

  -   Linay Junsaer…? acaso eres hermano de Lénral Junsaer?-. Usó la voz más cálida de que fue capaz, algo que hacía siempre que quería algo. Una voz que se había visto obligado a tomar largo tiempo atrás…Pero algún día, cuando obtuviera lo que deseaba, los doblegaría a todos a su merced. A todos ellos, del primero al último. No habría excepción alguna.

  Linay se dedicó a mirarlo fijamente a los ojos, sobreponiéndose la curiosidad al temor que Reignaim le provocaba.

  -    Sí, se?or. Lénral es mi hermano peque?o. Sin embargo no nos vemos mucho, él vive con su mujer y…

  -   Está bien, no hace falta que sigas por ahí. Tengo entendido que tu hermano posee cierto…don-, Esperó unos instantes antes de seguir, atento a la expresión de

  Linay, y este asintió con un seco cabeceo, seguramente preguntándose como se había enterado o porqué le preguntaba aquello-, ? Dispones tú también de un don parecido?

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  -    No, mi se?or. Pero puedo ayudarle igualmente en lo que haga falta. Necesito el dinero o mi familia morirá de hambre.

  Reignaim le dio la espalda y le quitó importancia al asunto con un secó ademán, sumiéndose de nuevo en sus reflexiones.

  Había estado informándose sobre la Habilidad Latente de la Ecomancia Aislada, pero en todos los libros en los que había hurgado hasta la saciedad, ponía exactamente lo mismo, que el don no pasaba siempre de generación en generación, sino que se las saltaba aleatoriamente, sin seguir ningún tipo de patrón; bien podían pasar dos, como cien generaciones sin que el don estuviera presente, lo cual convertía al hermano de aquel hombre en algo muy preciado…

  -   Se?or Reignaim…-. La vocecilla del hombre muy entrado en carnes sonó a su espalda, por lo que se giró lentamente, clavando en él una mirada tan fría que debería haber bastado para congelarlo al momento.

  Odiaba que lo interrumpieran mientras cavilaba…y muchos habían pagado ya por ello…aunque la mayoría no habían vuelto a interrumpir a nadie más. La única razón por la que no exterminaba en ese preciso instante al sirviente, era que lo necesitaba, pues de todos lo que había en el castillo, era el más indicado para aquella misión. No por ninguna cualidad especial, no porque fuera excepcional en ningún sentido, ni porque fuera inteligente ( cosa que había demostrado no ser al acudir a su alcoba secretamente a tan altas horas de la noche, como él le había pedido), simplemente…era la persona más obesa que habitaba en el castillo. Y los Birlut, necesitaban comidas grasientas y abundantes.

  Y el suyo, no había comido desde el momento de su creación.

  -   ? Qué tengo que hacer?

  Reignaim lo miró a los ojos con los suyos entornados, esbozando una sonrisa que si él mismo hubiera visto, le habría parecido demente.

  -   Oh, Linay. Créeme, lo sabrás en cuanto llegues. Te lo aseguro.

  El criado se frotó las manos, estas tan sudorosas como su rostro, brillante a la luz de la vela. Estaba asustado, y aquello era bueno. Esperaba que supiera correr como dios manda…no quería que el Birlut se lo comiera antes de tiempo. Si todo iba como él había planeado…aquel maldito murciélago se movería por la mina de una manera u otra, y su plan era forzarlo a ello. Los murciélagos, a pesar de ser cazadores y no presas (aquello era algo que después de esa noche Reignaim podría discutir), eran unos animales muy asustadizos, sobre todo a la luz.

  Reignaim le dio de nuevo la espalda a Linay y de un baúl situado entre la estantería repleta de libros y la pared, sacó una antorcha cuyo extremo más grueso se hallaba untando con aceite y resina. Acto seguido, tras prenderla con las ascuas de la vela que iluminaba mortecinamente la habitación, se la tendió al efímero sirviente, quien la cogió con la sorpresa bien clara en su redondeado semblante, con el entrecejo fruncido.

  -   ? Para qué es esto?

  Reignaim, lejos de contestar, le entregó el medallón que había sobre la mesa y se limitó a mirar a Linay con aquel remedo de sonrisa en la cara, con una mitad del rostro sumida en las sombras y la otra iluminada a retazos.

  El sirviente examinó el colgante y se lo metió en uno de los bolsillos de sus vestimentas de criado, las que, como casi todo lo que había en aquel tedioso lugar, tenían cosido el escudo de armas de áldruvein.

  -   ? Es que...vamos a ir a algún lado?

  El sirviente lo miraba ahora con temor, y Reignaim pudo ver claramente como tragaba saliva con dificultad. Que se asustara cuanto pudiera…El Birlut que él había creado, y a petición suya, olía el miedo. Y aquel hombre debía apestar tanto como la cuadra en la que seguramente se había criado.

  -    No, mi querido… Linay Junsaer-, Reignaim habló lentamente, sin dejar de mirar al hombre un solo instante, algo que tampoco hizo Linay; el temor le impedía apartar la mirada-, Tú te vas, yo me quedo aquí.

  -   ? Qué…? ? A dónde…?

  Los ojos del perentorio criado se abrieron como platos, su cara congestionada por el terror que Reignaim le inspiraba.

  -   Espero que esas piernas tan rellenas sepan echarse una carrera.

  Y por segunda vez en lo que iba de noche, uso la Desmaterialización, con lo que el hombre, tras aullar como un lobo atrapado en el cepo de un cazador, se quebró por completo, rasgándose su piel y deshaciéndose en apenas perceptibles fragmentos negros que durante un momento quedaron en suspensión, flotando ante Reignaim, pero antes de que cesara el eco de sus angustiosos berridos, las partículas negras salieron a gran velocidad por la ventana, desapareciendo en la oscuridad de aquella noche tan maravillosa.

  Se acercó de nuevo a la ventana y contempló todo cuanto alcanzaba a ver desde allí. El lago Móredy se expandía a lo lejos con su superficie siendo agitada por las gotas de agua, pero solo era visible gracias a los fogonazos de los rayos, como todo áldruvein. Sin embargo, aquella tormenta le agradaba. ? Qué mejor que una noche tormentosa y tenebrosa para poner en marcha sus planes?

  Eladien Fahrathiel… La Moih’voir descendiente de Eithenalle Fahrathiel… Esa mujer no sospechaba cuan útil podía llegar a serle… y aquello lo hacía todo muy interesante. En esos momentos se sentía como el titiritero de aquella historia que su padre le contaba a veces, de peque?o.

  Xénuin, según las historias, fue un gran mago con el poder de controlar la mente de los demás, y se aprovechó de ello durante a?os, obteniendo riquezas de valor incalculable y a las más bellas mujeres, pues estas eran sometidas a su voluntad, fuera cual fuera esta, lo que le llevó a una vida de inexpresables e incontables placeres. Sin embargo, Xénuin, aunque era un mago muy poderoso ( no tanto como él cuando llegara su momento, de eso estaba seguro), cometió varios errores mientras desarrollaba sus planes de poder. Se delató al exponerse demasiado, y el reino de Ujatier se lanzó contra él sin preámbulos, muriendo varias centenas de personas además de él. Y desde ese día, a causa de los deslices de aquel hombre, los magos dejaron de ser bien vistos y pasaron a la clandestinidad por miedo a posibles represalias a manos de los da?ados por Xénuin.

  Mientras pensaba en Xénuin y en las historias que su madre le había contado sobre él, un resplandor anaranjado atrajo su mirada hacia el camino que discurría entre la arboleda que rodeaba la zona circundante al castillo, cuyos límites sin ningún tipo de vegetación morían abruptamente a los pies de los altos y frondosos árboles de retorcidos troncos y cargadas copas que ensombrecían el suelo a causa de los haces de las decenas de antorchas que una peque?a guarnición del ejército de áldruvein portaba en sus manos. Los escrutó apoyado en la reducida obertura, sin preocuparse de si ellos le veían, ya que era imposible, pues aquella ventana quedaba oculta con su magia. Nadie que no fuera él era capaz de verla.

  Era un grupo bastante ingente de soldados, todos cargados con sus brillantes e impolutas armaduras que les sacaban destellos a las alumbrantes teas, pero aparte del grupo que iba en vanguardia y algunos de los que iban en retaguardia, ninguno llevaba las armas prestas, sino que las llevaban envainadas, como si aquella arboleda entre la cual discurría el camino no fuera el lugar idóneo para un ataque sorpresa. Aquellos sacos de músculos sin cerebro…conseguían sacarlo de sus casillas. Sin embargo, eso no ocurrió en aquella ocasión. Estaba de muy buen humor, y nada podría cambiarlo.

  El ver los frutos de sus maquinaciones…le embriagaba de júbilo. Le provocaba una especie de éxtasis que ni los hombres más entendidos en letras de todos los reinos existentes, podrían llegar a describir con palabras.

  Y aquella felicidad, en gran parte, se debía a la columna de humo que se alzaba sobre Nash’sera, se?al de que todo había sucedido tal y como él había planeado. Pero no era solo aquello lo que le producía tal sensación de bienestar, había otra cosa. Algo muy importante. Y ese algo se hallaba entre los soldados que al llegar al claro se fueron colocando en dos perfectas filas que crearon un ancho corredor por el cual, con los brazos rodeando su pecho y el camisón blanco adherido al cuerpo, avanzó una ni?a que debía tener unos trece a?os, sino uno menos. Pero no iba sola. Un hombre bastante alto ( no tanto como él) marchaba a su lado con la espalda bien erguida y una mano en la empu?adura de su espada, esta enfundada pero bien dispuesta para ser desenvainada en cualquier momento.

  Era Karlien áfavin, el general de las Aguas Bravas, un hombre seco y de temperamento fuerte que en varias rebeliones había demostrado sus habilidades a la hora de dirigir un ejército. Y Reignaim, en algunas ocasiones, había llegado a escuchar por los pasillos del castillo que tan solo el General Birej, muerto en la Guerra del Hierro, había sido mejor general que él, algo que a Reignaim le parecía una completa idiotez. Aquellos hombres… Creían que eran poderosos, que con sus espadas de juguete, escudos y arcos sabían lo que era el poder…pero se equivocaban.

  Ninguno de aquellos necios tenía la más mínima idea de lo que era ser poderoso. él, Reignaim Antaimur, podría aplastarlos a todos en ese mismo momento, podría exterminar sus vidas sin necesidad de moverse de dónde se encontraba; antes de que se dieran cuenta de lo que sucedía, estarían pasando a formar parte del monótono ciclo de la vida. Pero no lo podía hacer. Aún. No hasta que todo estuviera terminado y bien atado, hasta que la última seda de su telara?a estuviera colocada de manera firme en su lugar correspondiente.

  Se dio media vuelta justo cuando el sonido que produjeron las cadenas al moverse le indicó que el puente levadizo estaba siendo bajado, y Reignaim, sonriente, se acercó a la Caja de los Sentidos, dispuesto a averiguar de una vez aquello que tanto se le estaba resistiendo.

  Cuando el puente volvió a su posición, estirado por las cadenas que reclamaban su voto de custodia permanente, érien tuvo por seguro que tardaría mucho en salir de aquel lugar. Si es que algún día lo lograba.

  Los soldados desfilaron en completo silencio y tras dejar a los pocos alazanes que habían llevado consigo en los varios establos que se erguían en la ante – entrada del Castillo de áldruvein, desaparecieron por una de las múltiples puertas que se abrían en las paredes, todas ellas flanqueadas por guardias con las lanzas bien prestas en sus manos, vigilando todo cuanto ocurría pero sin que pareciera que lo hicieran, y érien, congelada y asustada como no lo había estado en su vida, se vio internada por una de las puertas situadas a la derecha, dónde se extendía un largo pasillo plagado de ventanas y de baldosas brillantes en las que se vio reflejada.

  Acongojada, miró al único hombre que la acompa?aba ahora, el mismo que había marchado a su lado durante todo el trayecto, este de aspecto mucho más amenazador que los demás, pero cuyos ojos les quitaban hierro a sus duras facciones. érien no entendía mucho de ejércitos, pero le pareció evidente que aquel hombre ostentaba un elevado rango, pues sus órdenes eran acatadas al momento.

  La hicieron pasar por múltiples pasillos cuyas paredes se hallaban repletas de tapices en los que se representaban varias escenas, pero érien no les dirigió más de una mirada; andaba con la cabeza gacha, aturdida por la contundencia del sonido que provocaban las botas de su captor sobre el suelo, pues con cada paso, se alejaba más de Eladien, aun cuando no sabía dónde estaba esta. Eladien…Ella había logrado escapar…y érien se alegraba de ello, pero…? qué iba a ser de ella? ? Para que la habían llevado al Castillo de áldruvein? Los soldados no habían pronunciado ni una sola palabra desde que hubieron salido de Nash’sera, y el hombre que marchaba a su lado (le había parecido oír que los soldados le llamaban General Karlien) el que menos.

  Varios gotas le mojaron la cara en su recorrido por los múltiples pasillos que formaban la fortaleza, pues el fuerte viento las hacía entrar por las oberturas en la piedra, refrescando el ambiente de sobremanera. érien echó una mirada al exterior, pero lo único que podía ver desde esa altura y ala del castillo, era un oscuro jardín flanqueado por los altos muros que los rodeaban por doquier.

  Miró de reojo al general y se fijó en una visible cicatriz que le cruzaba los labios, estos fruncidos, del mismo modo que su ce?o. ? Que le ocurría? ? Acaso a él tampoco le agradaba la situación…? érien giró un poco la cabeza a tiempo para ver como un grupo de criadas desaparecía por una intersección, todas con la cabeza gacha y afanadas en cumplir con sus tareas, y justo en el instante en que volvía la vista al frente, otra sirvienta se cruzó en su camino, esta alta y de buen ver para cualquier hombre que la hubiese visto, el cual no fue el caso del general, pues este parecía tener ojos únicamente para lo que había delante suyo.

  La criada pasó lentamente por su lado, y en sus manos solo portaba una diminuta cesta de mimbre repleta de frutas de delicioso aspecto a ojos de érien, quien, si mal no recordaba, llevaba un muy buen rato sin comer. Por no contar con que se había pasado casi toda la noche corriendo de un lado a otro.

  Desvió la vista de la cesta y, curiosa, la clavó en la criada, que a diferencia de las que había visto hasta ese momento andaba con toda la tranquilidad del mundo, moviendo sus caderas a cada paso, con lo que su pelo, ondulado y negro como la más oscura noche, se mecía sobre sus hombros, delicados y de bellas curvas, como el resto de lo que se apreciaba de su cuerpo, incluyendo los senos, más exuberantes que los de cualquier mujer que érien había visto jamás. No obstante, al fijarse mejor, advirtió que no iba vestida como las criadas que había visto, sino que su ropa, lejos de ser simple, se veía de buena calidad, con bordados de fino oro y plata en las costuras de su largo vestido de ancho y bajo escote.

  Sus ojos se cruzaron un momento, lo justo para que érien observara la extra?a mezcla de colores con que brillaban, una media entre marrón – anaranjado y azul que no hacía más que resaltar la belleza con la que había sido dotada.

  La mujer pasó de largo y volvieron a quedarse solos en el pasillo, con el sonido de sus pies al pasar sobre las losas y el de su propia respiración; la del hombre, sosegada, no así la suya, entrecortada debido al cansancio y ya sea dicho, la estupefacción y el…miedo.

  El general le hizo subir varios tramos de escaleras en el más absoluto silencio, hasta que al fin, haciendo que érien chocara contra él, se paró frente a una puerta de madera revestida con varias láminas de hierro que la cruzaban de lado a lado, uniéndose en el pomo y juntas.

  érien miró a su alrededor, a la puerta y al hombre alternativamente, preguntándose qué querían de ella y por qué no le daban ningún tipo de explicación, aunque en lo más profundo de su mente, ya conocía la respuesta: la habían tomado de rehén para capturar a Eladien. Aquella gente estaba convencida de que Eladien vendría a por ella, y érien no lo dudaba; estaba segura de que Eladien la rescataría, fuera cual fuera su cometido en aquel castillo.

  El general avanzó un paso hacia la puerta y tras mirarla, estiró un brazo para abrirla, con lo que la puerta se movió poco a poco, mostrando una elegante alcoba que dejó a érien estupefacta; dos grandes ventanales se abrían al exterior seguidos de sus respectivos balcones, estos adornados con flores que con la oscuridad que afuera reinaba érien no pudo distinguir, y en medio de la estancia, tan elegante como el resto del castillo, una cama de grandes dimensiones y de cuatro altos postes en cada esquina de los que colgaban velos de color morado, se elevaba igual de lujosa que los armarios y estanterías que formaban el inmobiliario. Las paredes, de un color crema muy suave y relajante para la vista apenas estaban decoradas, pero los pocos frisos que colgaban en estas eran peque?as obras de arte que en cualquier otro momento, érien se habría dedicado a valorar, pero en esos instantes, su mente tan solo pensaba en una cosa: ? Que significaba aquello?

  -   Se?orita érien…-, El general habló con un tono firme que érien tuvo por seguro utilizaba para dirigirse a los soldados que acataban sus órdenes diariamente, haciendo que retirara la mirada de la habitación y que le mirara fijamente a los ojos, estos igual de negros que los de su hermana. Eladien…? dónde estaría en esos momentos? ? Seguiría a lomos de aquel…pájaro? No entendía nada…Aquello era una locura-, esta será su alcoba a partir de este momento-, ? Que aquella sería su…? érien no lo podía creer, pues aquello era todo lo contrario a lo que ella había imaginado. Si la habían tomado de rehén…? porque le ofrecían una estancia tan lujosa como aquella? Era mucho mejor que estar en un calabozo o algo peor…de eso se alegraba, pero…? por qué?-, Las sirvientas le traerán la comida cada día a la misma hora, aunque, si quiere, puede ir a comer al comedor de invitados, ya que en estos momentos usted es la única-, érien abrió la boca para hablar, pero el general se le adelantó, tan rígido como una roca-, También, si quiere, puede salir a dar una vuelta por los jardines interiores del castillo y el ala de criados, pero todo lo demás le queda vetado por órdenes de su majestad el rey Lithnear Kerhlemain.

  El general Karlien le dio la espalda en cuanto hubo pronunciado la última palabra, con la espalda bien recta, y su espada, envainada desde hacía rato, tintineó en su funda cuando érien le habló.

  -    General Karlien…? por qué estoy aquí?

  érien sabía que aquella era una pregunta muy estúpida teniendo en cuenta lo que había sucedido a lo largo de aquella interminable noche, pero no pudo evitar hacerla, pues necesitaba oírlo. Sentía la necesidad de estar al corriente de lo que estaba pasando, más si era ella a quién estaban encerrando, pues aún sin haberla obligado a ello a la fuerza, aquello quedaba bien claro.

  -   Yo solo cumplo órdenes, solo puedo decirle que tendrá todo cuanto necesite. No tenemos intención de hacerle da?o.

  -   ? Y a mi hermana?

  Karlien, inmóvil en medio del pasillo, se giró y la miró con una determinación que se contradijo al fruncirse su ce?o. La miraba casi con…compasión, apreciación que desapareció tan rápido como había aparecido.

  -   Buenas noches, se?orita érien. Será mejor que entre en su alcoba sino quiere encontrarse a la jefa de las sirvientas…a Silune no le agrada mucho que los invitados vaguen por los pasillos después del anochecer…y no tiene mucha paciencia con los ni?os.

  Y érien se quedó sola frente al umbral de la puerta de su nueva habitación, plantada en el pasillo de lo que de ahora en adelante, sería su hogar.

  Por mucho que lo pensara, por más vueltas que le diera al tema y por más absurdo que le pareciera, estaba segura de que aquella muchacha la había visto, lo cual era imposible. Nadie había dado el menor indicio de notar su presencia…tenía que haber sido casualidad…pero sus ojos se habían cruzado un instante, y recordaba perfectamente como la ni?a había mirado la fruta que llevaba en la cesta mientras se cruzaban. ? Podría ser una coincidencia? ? O aquella ni?ita había sido capaz de ver a través de sus elaboradas redes de invisibilidad? Si era así…No, no podía serlo…Nadie, y cuando decía nadie era nadie, tendría que ser capaz de verla…Así había sido durante décadas…siempre que ella había querido, pero… Sí, indudablemente…la ni?a la había visto, su mirada había pasado varias veces por sus caros ropajes y también por su cara, directamente a los ojos…

  Si ese era el caso…tendría que ocuparse de ella…pues no podía dejar que las cosas se descarrilaran, no si ello delataba su presencia. Nadie tenía que saber que ella estaba allí, pero de alguna forma que ella no lograba entender…había sucedido.

  Malditos imprevistos…los odiaba con toda su alma. Alma. Aquello le hacía gracia; no recordaba la última vez que le había parecido tenerla, pero le daba la sensación de que hacía mucho de aquello…del día en que la arrancaron del lugar al que pertenecía, del momento en que fue separada de lo suyo, de ella misma.

  Aquel sí que había sido un imprevisto de los grandes…

  Mientras cavilaba en la ni?a que “ la había visto” pasó frente a dos fornidos guardias sin que estos notaran nada y salió a los jardines interiores del Castillo de áldruvein, dónde se alzaban flores y árboles por doquier, repartidos a los costados de un claro adoquinado sobre el que descansaban varios bancos de piedra situados alrededor de una fuente, cuya agua reflejaba la luna en las pocas ocasiones que esta se dejaba ver. Los muros que circundaban los jardines se hallaban tapados por abundantes hiedras que los trepaban sin dejar ningún resquicio por el que poder ver la piedra gris de la que estaban hechos, y el suelo, completamente cubierto de hierba excepto en la parte de la fuente, mostraba algunos charcos que la habrían mojado hasta los tobillos de no haber ido con cuidado.

  Había dejado de llover hacía poco, y el ligero aroma a tierra húmeda y plantas la reconfortó, hinchiéndola de puro gozo y nostalgia, una nostalgia que se le antojaba…un poco turbia. Se acercó a la fuente y tomó asiento en uno de los bancos, estos no muy mojados al ser de piedra y, al sentarse, dejó la cesta en su regazo. Cogió una manzana y tras comprobar el buen olor que desprendía, le dio un peque?o mordisco cuyo sonido rompió el silencio que el cese de la lluvia había creado.

  Mientras le asestaba bocados a la manzana, su mente pensaba en qué podía hacer a partir de ese momento si tenía en cuenta que aquella ni?a podía delatar su presencia…aunque aquello le seguía pareciendo descabellado. ? Qué podía hacer? Eliminarla sería la forma más rápida y eficaz…pero dudaba que una muerte más en el castillo fuera bueno para sus propósitos…Ya habían desaparecido varios criados de forma misteriosa, y no se había vuelto a saber nada de ninguno de ellos…algo muy curioso desde su punto de vista, pero ella tenía una ligera idea de quien había sido el responsable, aun cuando “quién” no significaba que supiera exactamente cuál de todos ellos había sido. Y ese “ quien” era la razón de que ella viniera al castillo. No sabía cuál de ellos era, pero…notaba una presencia muy familiar entre aquellos muros, y tenía que comprobar sus sospechas por ella misma.

  ? Qué iba a hacer de ahora en adelante? La idea de exterminar a la muchacha quedaba descartada…y si continuaba vagando por el castillo de la misma forma que hasta ese momento…la ni?a, si no es que la tachaban de loca, la acabaría descubriendo y todo se iría al traste, desde sus planes a todos aquellos que moran en áldruvein…pues ante todo, no podía dejar que la vieran. Ella era un secreto, uno guardado celosamente, y se lo llevaría a la tumba, si es que llegaba a esta algún día.

  Ella era la Mujer sin nombre, y hasta que ella así lo quisiera, nadie tendría noticia de su existencia.

  Confundido y aún estupefacto por la noticia de la que acababa de ser partícipe, el príncipe Yúrial se dirigió a la habitación de sus padres, los reyes de áldruvein. Aquello no podía haber pasado…Su hermano había muerto y, como si eso fuera poco, nadie quería darle detalles de cómo había sucedido, intentaban mantenerlo al margen, pero él se negaba. Quería conocer las circunstancias en que había muerto, pues indudablemente, el día anterior, gracias a Eladien ( ? Qué estaría haciendo en esos momentos?), su hermano se hallaba tan sano como lo estaba él en esos instantes.

  ?Qué podía haber causado su repentina muerte y por qué no le decían nada más a parte de lo necesario? ? Es que cómo hermano del fallecido, no tenía derecho?

  Acabó de descender los últimos pelda?os de las escaleras de caracol y cruzó a paso rápido el pasillo que conectaba las dependencias de la realeza con las de la servidumbre. Pasó entre dos soldados que vigilaban esa parte del castillo y estos le dieron su más absoluto pésame con la voz más dulce que supieron poner, pero él no les prestó atención, estaba demasiado ofuscado por lo ocurrido; su hermano había muerto. Nenfaún, el hermano con el que había compartido toda la ni?ez y juventud, con quien había pasado noches enteras hablando de lo que haría cuando alcanzara el trono, de cómo erradicaría el hambre y bajaría los impuestos que su padre había establecido y aumentado de forma gradual cada a?o desde un tiempo atrás. Nenfaún, el risue?o muchacho que desde peque?o había tenido un gusto peculiar por las bromas y con el que se había reído en innumerables ocasiones. El hermano que lo había abandonado, a él, y a sus padres. El recordar el congestionado rostro de su reina y madre no hizo más que aumentar su angustia, y sin querer ocultarlo, pues en esos momentos él era el único que vagaba por aquellos pasillos, una lágrima descendió por su rostro. Pero esta no fue la primera, ni la última, de eso estaba seguro; había pasado horas llorando a su hermano en su habitación, con la única compa?ía de los pájaros que se habían posado en el alféizar de la ventana, y sabía que ver el semblante de sus padres, no haría más que avivar los sentimientos de pérdida que se arremolinaban en su interior.

  Cuanto más se acercaba Yúrial a la zona en la que se encontraba la alcoba de sus padres, más lujosos eran los variados objetos que decoraban los pasillos: candelabros de oro macizo, estatuas erigidas en honor a legendarios héroes y elaboradas con sumo detalle, columnas de blanco mármol que ascendían en espiral hacia un techo en forma de bóveda y con preciosos frisos pintados en él…Todo aquello era caro, desde el primero al último de los objetos, lo cual le parecía una barbaridad teniendo en cuenta la pobreza con que se alimentaban los plebeyos en esos difíciles tiempos de crisis económica. Siempre que Yúrial pasaba por allí se veía tentado de coger alguna de esas bien valoradas piezas, venderla y repartir el dinero entre los más necesitados, pero esa vez, no fue así; tan solo podía pensar en su hermano, en lo que había sido y en qué sería de él a partir de ahora, pues, aunque pensarlo le parecía una falta de respeto, él era ahora el heredero al trono de áldruvein como único sucesor de su rey.

  Finalmente, totalmente inmerso en sus reflexiones y penas, Yúrial llegó a las puertas que daban acceso a la habitación en la que descansaban sus padres, estas vigiladas por un grupo de cuatro soldados armados con largas espadas y lanzas, las cuales sujetaban con las dos manos, apoyando la parte no afilada del mástil en el suelo, más firmes que las estatuas que abundaban en aquella ala. Estos también le dieron el pésame por su fallecido hermano, y él no hizo más que asentir, absorto en sus pensamientos. Pasó entre ellos y abrió las dos hojas de la puerta con cuidado, procurando no asustar a su en esos momentos delicada madre, a quien encontró sentada a los pies de una gran cama de matrimonio muy semejante a la que él mismo tenia, de robustas patas de madera y elevado cabezal en el que se atisbaba el emblema de áldruvein, símbolo que en esos instantes, poco significaba para él; que ardiera el trono, que ardiera todo, el solo quería ver a su hermano…y había muerto.

  Buscó a su padre con la mirada al tiempo que cerraba las puertas de la habitación, pero no lo vio por ninguna parte, y su madre, que hasta esos momentos había estado llorando con la cabeza entre las piernas, hecha un ovillo, levantó la cabeza y clavó su mirada en él, con los ojos rojos y anegados de lágrimas que de mejillas para abajo, poblaban su congestionado rostro.

  La estancia estaba iluminada mortecinamente por un par de candelabros de tres velas que se consumían lentamente justo en el centro, sobre una mesa de mármol y patas de marfil, en la superficie de la cual también descansaba una peque?a pila de libros que su padre y madre estaban leyendo.

  La reina de áldruvein, su madre, se incorporó lentamente del suelo y se dirigió a él con pasos vacilantes, abrazándolo con fuerza y apoyándole el mentón en los hombros, estos humedecidos por las lágrimas que expresaban el dolor de una familia sesgada por la muerte. Yúrial le devolvió el abrazo, rodeándola con sus brazos, con suma ternura, tal y como había hecho ella cuando él era solo un ni?o y se levantaba asustado y tembloroso de sus pesadillas. Sin embargo, aunque él compartía el mismo sentimiento que invadía a su madre, no sabía que decir…Aquel había sido un golpe muy fuerte. Nenfaún…se había ido, y ahora les tocaba a ellos lidiar con el dolor de su marcha.

  Yúrial tuvo que esforzarse mucho para no volver a sucumbir ante el llanto, que atento, esperaba el momento de resurgir entre los restos de su calma, no así como su madre, que apoyándose en él, estuvo cerca de caer al suelo al fallarle las fuerzas.

  -   Madre…

  Su madre, la reina Sielan Lianor, levantó su semblante de ojos llorosos y clavó su mirada en los suyos, ambos implorantes.

  -    Nenfaún…? por qué? ? Por qué ha sucedido esto? él…él se encontraba bien anoche…desde la visita de Eladien no había mostrado síntomas de enfermedad ninguna…pero…Nenfaún…? Por qué…? Mi hijo…Oh…mi amorcito de ojos de cielo…

  Yúrial aumentó la intensidad del abrazo y lo mismo sucedió con los gimoteos de su madre, quien lloraba desconsoladamente en su hombro izquierdo. Varias lágrimas descendieron también por las mejillas del príncipe Yúrial, pero estando con su madre, no le hacía falta enjuagárselas, no en esos momentos.

  -   Ha sido tan repentino…Nenfaún…

  -   Madre… ?dónde se encuentra padre?-. No había visto a su padre desde que una de las doncellas ( cuando habían descubierto a su hermano su madre no se encontraba en condiciones de hablar con nadie) le había informado de lo ocurrido casi al mediodía. ? Qué estaría haciendo su padre? ? Acaso los asuntos de estado eran tan importantes como para no estar con su familia en un momento como aquel?

  Sielan volvió a separar la cabeza del cuerpo de su hijo y se pasó el dorso de las manos por las mejillas, limpiándoselas, pero las lágrimas no tardaron nada en hacerse otra vez con su pálida tez.

  -   Tu padre…está atendiendo un asunto muy urgente-, ? Un asunto más urgente que el que se estaba lidiando entre aquellas cuatro paredes?-, Varias personas han muerto en Nash’sera, del…mismo modo que…Nenfaún, y todos habían sido sanados por Eladien. Tu padre cree…-, ? Qué había muerto gente en Nash’sera? ? Que Eladien los había sanado a todos…? ? Qué significada aquello? ? Acaso su padre pensaba…? No…no podía ser. Eladien no podía haber hecho nada malo…él la había visto en “ acción”, el cómo ella salvaba la vida de su hacía poco, moribundo hermano. El cual ahora estaba muerto…-, cree…cree que Eladien le ha hizo algo a tu hermano mientras le sanaba.

  -   No…Eladien no pudo ser, madre…Ella le sanó la enfermedad…y se esforzó mucho para ello, ? o no recuerdas como temblaba mientras le cogía las manos?

  Aquello no podía ser…él había hablado con ella en el carruaje que la había llevado de vuelta a Nash’sera…dónde según las fuentes de su padre…había muerto la gente sanada por Eladien…? Qué estaba sucediendo?

  -   Nenfaún…mi ni?ito de adorable mirada…Nenfaún…

  Eladien…se preguntó como estaría en esos momentos…? estaría siendo asediada por los soldados de su padre? Seguramente, sí, si su padre pensaba que había sido ella la asesina de su hermano…? Qué sería de ella una vez la atraparan? ? Pasaría sus días en los calabozos del castillo, como tantos que habían atentado contra la vida de su padre, el rey de áldruvein? ? O la enviarían a la horca, como a otros tantos? Fuera como fuese…no pintaba nada bien.

  Si el rey de áldruvein estaba convencido de su culpabilidad…Eladien estaba condenada.

  Eladien, totalmente desorientada, mareada y compungida por los acontecimientos que la habían desterrado a aquel bosque de majestuosos árboles, andaba sin saber hacia dónde, gimiendo cada vez que apoyaba algo de peso en la pierna chamuscada en la hoguera. Tenía…frío. Mucho frío. Y se sentía sola, sentimiento que la aterraba incluso más que la muerte, lo cual estando como estaba, veía detrás de cualquier árbol o soto, ya fuera en forma de animal o de otra cosa peor. ? Moriría en aquel lugar? Ese pensamiento gobernaba su mente desde que el pájaro hubo alzado el vuelo, dejándola sola con sus pesarosos sentimientos…Estaba agotada y tenía una hambre y sed terribles…su estómago pedía comida con grandes rugidos que nada tenían que envidiar al animal más feroz, y notaba como el abatimiento se mostraba en forma de gravedad, empujando su cuerpo hacia el suelo cubierto de hierba, raíces y barro. Pero no podía ceder…si cerraba los ojos…no despertaría nunca más. Nunca volvería a abrirlos…jamás vería a érien de nuevo…sus hoyuelos…su pronta sonrisa…se desvanecían en el miedo…en el miedo a la distancia, a la soledad. No volvería a estar a su lado…No la podría rescatar… No. No debía pensar en aquello. Ella…ella…sería fuerte. Sobreviviría en aquel bosque y dónde fuera. Volvería a ver a su hermana, y la rescataría de quien fuera. Aunque fuese el mismísimo rey Lithnear Kerhlemain.

  érien era su hermana, y se la habían arrebatado después de acusarla a ella de brujería.

  Ella, Eladien Fahrathiel, salvaría a su hermana a cualquier precio. Pero lo primero era encontrar cobijo…sino no podría salvarse ni a ella misma. Y sin ella, érien no sería salvada.

  Anduvo sola durante lo que le parecieron horas, temiendo que la asaltara algún tipo de animal desde cualquier punto de aquella masa verde que la rodeaba por doquier, pero a pesar del canto de los grillos y el chillido de algún que otro murciélago, nada desafió al silencio, excepto sus cortos y angustiosos suspiros. Tenía que encontrar algún lugar en el que poder pasar la noche…

  Temerosa, pasó entre una casi compacta arboleda de frondosas copas y al llegar al otro lado se encontró con un peque?o montículo de piedra que por poco quedaba sepultado por el follaje que lo rodeaba. El agua resbalaba por la piedra, cayendo en peque?as cascadas que aumentaban el cabal de los charcos que se extendían allá dónde mirase Eladien, y en el centro de la elevación rocosa, dos palmos por encima del nivel de suelo, se abría un agujero que en medio de la noche semejaba una boca dispuesta a engullirla si le daba la menor oportunidad. Con recelo, avanzó poco a poco hacía la cueva que ahondaba en la piedra, asustada por la posibilidad de que allá dentro, hubiera algo más que nada, pero cuando estaba a apenas dos pasos de la entrada, el destello de un relámpago iluminó brevemente el interior de la cueva, estirando las sombras por suelo y paredes y mostrándole una cavidad no muy espaciosa que para alegría de Eladien, se hallaba seca y solitaria, y en la cual, deseosa de dejar atrás la insistente y maldita lluvia que llevaba horas mojando su dolorido y entumecido cuerpo, entró con vacilación, levantando primero un pie y luego otro para pasar por el elevado bordillo de piedra que impedía el acceso del agua desde fuera.

  El interior de la cueva, aunque seco y frío, tenía el ambiente un poco más caldeado que el exterior, y las paredes, exentas de grietas ( un alivio teniendo en cuenta el diluvio) transmitían algo del frío que las atenazaba a aquellas altas horas de la noche. Eladien, tras mirar en cada uno de los recovecos de la cueva ( que eran pocos) se sentó en el suelo y se examinó la quemadura de la pierna derecha, esta con tan mal aspecto como la primera vez que la había visto. Tendría que buscar algo para sanarla…pero en esos momentos no se sentía con fuerzas para ir a ningún lado: su cuerpo le pedía reposo y alimentos…y lo segundo, tendría que esperar al menos hasta el día siguiente; en esos momentos lo que más necesitaba era descansar y recuperar fuerzas…

  Se estiró en el suelo y sin importarle lo dura que fuera la piedra, miró hacia fuera y pensando en si volvería a despertarse, cerró los ojos, cediendo ante el sue?o y el cansancio. Recuperaría fuerzas y sobreviviría fuera como fuera.

  Rescataría a érien con sus propias manos, aunque estas se le mancillaran por el camino.

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