Jasmín estaba desconcertada. Nunca había visto a Axel tan serio, tan distante. Las historias trágicas, las anécdotas dolorosas, siempre las contaba con esa risa nerviosa, como si no le importaran. Pero ahora, al mirarlo, no podía entender cómo ese chico, que siempre se burlaba del sufrimiento, parecía estar luchando con algo mucho más profundo, su rostro reflejaba preocupación por su amigo, ahora esa serenidad que tramita Axel, se veía distante a él.
Nahuel, aún sobresaltado por la situación, no podía evitar notar la tristeza genuina en el rostro de Axel.
De pronto, un recuerdo de su infancia nubló sus pensamientos. Tenía apenas nueve a?os cuando perdió a su abuelo, un hombre de espíritu inquebrantable, siempre sonriente, con una curiosidad infinita y la capacidad de transformar simples palabras en maravillosas historias de otro mundo. Para Nahuel, su abuelo era más que una figura paterna; era un faro de calidez y admiración, una de esas personas que dejan una huella imborrable.
Un día, ese faro de calidez y espíritu inquebrantable se apagó de forma devastadora: su abuelo decidió acabar con su propia vida, incendiando su vieja casa con todo lo que había en ella. Hasta el día de hoy, Nahuel no logra comprender cómo alguien tan lleno de vida y alegría pudo tomar una decisión tan sombría. Sin embargo, al mirar a Axel en ese momento, sintió un escalofrío; en sus ojos, creyó reconocer la misma sombra de pérdida que alguna vez lo marcó para siempre.
La noche, antes llena de alegría, se había transformado en un escenario de preocupación. El aire era pesado, casi helado, y parecía temblar con cada ráfaga. Un olor a lágrimas flotaba en el ambiente, y el único sonido era el susurro inquietante de los árboles moviéndose.
A medida que los minutos avanzaban y la noche envejecía, Nahuel decidió apartar aquel mal recuerdo de su mente y se puso de pie.
—Axel, cuentas con nosotros, ?vale? —dijo, mirándolo con expresión de sincera angustia.
Axel le devolvió una amable sonrisa.
—Tranquilo, voy a estar bien —respondió con un tono melancólico.
Jasmín, en silencio, observó a Axel por unos instantes. No pronunció palabra alguna; fue su mirada, acompa?ada de una suave sonrisa, la que expresó con claridad: "Cuentas conmigo".
Nahuel estiró los brazos en un gesto perezoso y, con un fuerte bostezo, se dirigió a ambos.
—Bueno, yo ya me retiro. —Su voz era relajada, y con una sonrisa amistosa a?adió: —Ma?ana hay escuela, no se queden hasta tarde.
—Buenas noches—. A?adió Jasmín con voz cálida.
Axel se levantó lentamente, el cansancio evidente en su cuerpo. Estiró el brazo hacia Jasmín, ofreciéndole ayuda para ponerse de pie.
Jasmín aceptó el amable gesto de su amigo, devolviéndole una sonrisa agradable.
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Axel acompa?ó a Jasmín hasta la parada de autobús, alargando la velada. Aunque apenas llevaba unas semanas de conocerla, sentía una extra?a tranquilidad al caminar a su lado. Su amistad se había consolidado rápidamente, y ya confiaba en ella, en sus palabras y en su presencia. Jasmín, por su parte, se sentía segura bajo la compa?ía de Axel, cuya presencia desprendía una calidez reconfortante y un aroma sutil que permanecía en el aire mucho después de que él pasara.
Cuando llegaron a la parada, Axel, con una sonrisa algo forzada, la miró una vez más antes de despedirse. Le extendió la mano, apretándola suavemente.
—Sabes, no me molestaría en absoluto acompa?arte a tu casa —murmuró Axel, con una sonrisa que dejaba ver los hoyuelos en sus mejillas, aunque su voz sonaba más suave de lo habitual.
—Ya te dije que no, Axel, está bien —respondió Jasmín, con un leve suspiro, su voz mostrando un toque de frustración, como si ya fuera un tema cerrado. Se subió al autobús y, antes de que las puertas se cerraran, le lanzó una sonrisa cálida acompa?ada de un peque?o gesto de mano, una promesa silenciosa de que todo estaba bien.
—Bueno, pero... avísame cuando llegues a casa, ?sí? —insistió Axel, su tono ahora lleno de empatía y preocupación. Sus ojos, fijos en ella, parecían rogarle sin palabras.
Axel, pensaba en que solo quería que Jasmín estuviera bien, la calma que le trasmitía le ayudaba a su constante agobio.
Ambos llegaron sanos y salvos a sus casas. Axel, agotado por la velada prolongada, se acostó sin cenar. Apenas tocó la almohada, cayó en un sue?o profundo.
Por su parte, al llegar a su casa, Jasmín pensó en Axel. Primero, le mandó el mensaje prometido, aunque sus palabras no decían mucho. Se quedó pensativa, observando su teléfono, con la curiosidad sobre el estado de su amigo en mente. Se le ocurrió mandarle otro mensaje, pero desechó la idea casi de inmediato. Su madre le había hecho prometer que, al llegar a casa, se concentraría en estudiar. Sin más, guardó el teléfono y se dirigió a su habitación, decidida a cumplir con su promesa.
Nahuel caminaba lentamente, pero un peso invisible parecía haberlo detenido. La sonrisa cálida de su abuelo, tan llena de vida, invadió su mente con una fuerza inesperada. Se quedó quieto por un instante, mirando al frente, como si buscara algo en el aire que pudiera ayudarlo a calmar ese dolor que lo envolvía. La nostalgia lo golpeó con fuerza, más intensa que nunca, y no pudo evitar hacer una comparación entre su abuelo y Axel.
Ambos compartían una luz única, un carisma que iluminaba a los que los rodeaban, pero ver a Axel tan serio, tan distante, lo hizo recordar con demasiada claridad lo que había perdido. Fue en ese momento que la decisión lo invadió: no podía seguir ignorando ese dolor. Sin pensarlo, se desvió del camino hacia su casa, impulsado por una necesidad inexplicable de regresar a la vieja casa de su abuelo, esa que había quedado marcada por la tragedia y la soledad.
Desde el otro lado de la vereda, observó la casa de dos pisos: las puertas y ventanas rotas, las persianas, que alguna vez fueron blancas, aún se movían con el viento. El patio estaba invadido por la yerba mala, y la desolación de todo aquello lo hizo sentir un nudo en el estómago. Aun a esa distancia, Nahuel podía evocar el olor a azufre y el sufrimiento de aquel fatídico día, ocurrido ya hacía ocho a?os.
Una luz blanca salió de una de las ventanas de la casa, y el pecho de Nahuel se apretó. Se sintió visiblemente molesto, sabiendo lo que representaba ese lugar. La casa era famosa, pero no por su antigüedad, sino por las historias que circulaban sobre su abuelo, un brujo aclamado y temido, cuyo destino había sido sellado en el incendio. Muchos creían que el mismo diablo había decidido quemar la casa para arrastrarlo al infierno. Desde entonces, la casa, supuestamente embrujada, se convirtió en un lugar de visita obligada para los jóvenes en busca de adrenalina del más allá.
Nahuel bajó la cabeza, clavando la mirada en el suelo, y apoyó ambas manos en sus caderas, adoptando una postura tensa. Con voz baja, pero firme, replicó:
—Hoy no—. Murmuró, decidido a no enfrentarse a esos jóvenes en la casa. Con una expresión fatigada, caminó de regreso a su hogar, subiendo a su cuarto solo para descansar.