home

search

Una historia del pasado

  El aire era denso y helado, casi imposible de respirar. Afuera, el frío de la noche parecía cortar como cuchillas invisibles, y dentro de la casa, el ambiente no era menos tenso. La madre de Nahuel, visiblemente molesta, soltó un bufido antes de acercarse a su hijo.

  —No vamos a escuchar nada—. Su voz imponente, no lograba ocultar la gran impotencia que se apoderaba de ella. —El decidió abandonarnos.

  Sus piernas temblaron al dar un paso hacia el sillón cercano. Con movimientos torpes, se dejó caer sobre él, llevando las manos a la cara como si quisiera ocultar el torrente de emociones que la dominaba. Entre sollozos, apenas audible, dejó escapar:

  —No sabes lo difícil que ha sido para mí.

  Tras unos segundos, se enderezó, con los ojos aún anegados en lágrimas. Sus pupilas se posaron en la cálida luz del foco que colgaba del techo, decorado con un hermoso patrón que contrastaba con el frío que ahora sentía en su interior. Fuera de la casa, el crujir del viento helado parecía amplificar su soledad. Se abrazó a sí misma en busca de consuelo y, con una nostalgia que se reflejaba en cada línea de su rostro, comenzó a hablar nuevamente:

  —El no poder ayudar a alguien que amas— Paro un momento soltando algo de llanto. —Te destruye—.

  Dolos, quien había permanecido en silencio, observaba a la mujer con una intensidad inesperada. Su rostro, por lo general severo, se suavizó con una compasión que rara vez mostraba.

  —él fue un gran amigo para mí. Me dio un segundo aire a esta vida. Me ayudo de mil maneras—. Con un gesto suave, Dolos se acercó a la mujer y se colocó frente a ella. Sus miradas se encontraron, cargadas de un entendimiento silencioso. él levantó una mano y, con ternura inusual, acarició su mejilla, como si intentara aliviar el peso que ella cargaba.

  —Yo fui el egoísta, nunca quise verlos, pero el me hizo prometerle que los cuidaría, por nuestra pasada amistad. Hoy aquí estoy, y pienso explicarles todo lo que se.

  Nahuel intentó parecer inmutable, pero las lágrimas traicionaron su esfuerzo, deslizándose silenciosamente por sus mejillas. Su voz, quebrada y ahogada por los lamentos, logró hacerse escuchar una vez más:

  —Por favor, promete que no mentirás.

  La mirada de Dolos se suavizó, llena de compasión, mientras buscaba transmitirle una confianza que esa noche parecía ausente. Con un leve suspiro, como si cargara un peso que no podía ignorar, respondió con solemnidad:

  —Prometo que en el relato que está por venir, de mi boca no saldrán falsos cuentos.

  Se acomodó en el sillón, girándose suavemente hacia Nahuel y su madre, como si quisiera centrar toda su atención en ellos.

  —Antes de hablarles sobre Maslum, debo contarles una historia —dijo Dolos, mientras su mirada recorría el lugar, anticipando la gravedad y extensión de lo que estaba por decir.

  —Hace muchas épocas, los reinos estaban gobernados por los llamados "Dioses".

  Hizo una pausa para levantarse y buscar un vaso de agua. Dio un sorbo lento antes de toser suavemente, como si intentara aclarar la garganta y la voz que comenzaba a fallar. Regresó al sillón, sus movimientos cargados de una calma deliberada, y se dejó caer con cuidado.

  —Eran tiempos difíciles. No solo para la humanidad, sino también para cualquier criatura fantástica que no fuera reconocida como un Dios. Todos, sin excepción, debían rendirles tributo.

  Su mirada se perdió en un punto distante, como si estuviera reviviendo antiguos recuerdos. Permaneció en silencio por un momento antes de continuar, su voz arrastrada por el peso de la historia.

  —El poder de los dioses... —dijo al fin, con un tono grave—. Su mera existencia hacía que el miedo reinara. Las guerras contra ellos eran inútiles. Solo uno de esos seres podía acabar con miles de hombres en un instante.

  Con cada palabra, su voz se volvía más baja, como si el relato drenara su energía.

  —Cansados de la opresión, los seres fantásticos decidieron ense?ar a la humanidad el control, la magia y el poder. Por un tiempo, hubo esperanza. Sin embargo, no pasó mucho antes de que los dioses sintieran miedo. Con solo unos pocos humanos entrenados, el equilibrio comenzó a tambalearse. Los dioses reaccionaron con crueldad, aplastando cualquier intento de poder entre los mortales y asegurándose de que nadie se atreviera a desafiarlos de nuevo.

  —Con el tiempo, lograron proteger a cinco humanos excepcionales. Ellos crecieron fuertes y lideraron las primeras revoluciones, defendiendo el poder de la rebelión y fortaleciendo a muchos más. Las guerras comenzaron a equilibrarse.

  Su sonrisa se desvaneció mientras continuaba:

  —Pero no fue suficiente. El poder de los dioses parecía inalcanzable, y con el tiempo, la esperanza empezó a desvanecerse.

  Tomó otro sorbo de agua y recostó su espalda contra el sillón.

  —Sin embargo, el poder tiene consecuencias. Los dioses, cegados por su ambición, comenzaron a luchar entre ellos. Cada uno deseaba ser el más poderoso, reinar sobre los demás. Esa guerra divina fue la oportunidad que la humanidad, en alianza con los seres fantásticos, estaba esperando.

  Con un gesto rápido, Dolos apareció frente a Nahuel. Antes de que pudiera reaccionar, el relicario ya no estaba en su bolsillo. Ahora, descansaba en las manos de Dolos, quien lo observaba detenidamente, como si en él estuviera inscrito un secreto antiguo.

  La madre de Nahuel se quedó sin palabras, impresionada por la velocidad y precisión de aquel hombre. La incredulidad en su rostro comenzó a desvanecerse, reemplazada por un respeto cauteloso, mientras su atención se centraba aún más en el relato que parecía adquirir un peso mayor con cada palabra de Dolos.

  —Aprovecharon esa oportunidad, sellando a los dioses que quedaban tras esa guerra divina. Y para reforzar los sellos, tomaron la decisión de separar todo lo fantástico de lo humano.

  Su voz comenzó a quebrarse, como si el peso del pasado lo aplastara. Una sombra de remordimiento cruzó su rostro.

  The tale has been taken without authorization; if you see it on Amazon, report the incident.

  —Esa magia era tan poderosa que la separación sería para siempre. Pero había una condición: todo lo fantástico debía abandonar la tierra, y los cinco héroes serían los últimos en partir. Con su poder, sellarían cinco entradas, volviéndolas imposibles de romper.

  Hizo una pausa, como si le costara pronunciar lo siguiente.

  —Pero uno de ellos... no cedió. Decidió quedarse en la tierra, y su sello quedó incompleto. Esa brecha debilitó los otros sellos, dejándolos vulnerables. Ahora, se necesita encontrar a otros cinco héroes para repetir el ritual y restaurar lo que se perdió.

  Una lágrima traicionó su rostro serio, deslizándose lentamente por su mejilla, como si fuera la única forma de liberar un dolor profundo que había estado oculto durante siglos. Los recuerdos, como fantasmas del pasado, lo acosaban sin piedad. Cada imagen lo golpeaba con la fuerza de una tormenta. Su mirada vacilaba, sus ojos cargados de un remordimiento tan profundo que parecía imposible de soportar. Había estado allí, sí, él era parte de aquella historia que ahora parecía tragarlo por completo.

  La madre de Nahuel, completamente sorprendida no solo por la precisión del relato, sino por la vulnerabilidad en los ojos de Dolos, no pudo contenerse más. Su voz salió baja, pero firme, como si las palabras fueran la única forma de enfrentar la realidad que acababa de descubrir:

  —Ese hombre que se quedó en la tierra… ?Eres tú?

  Dolos sintió como si una mano invisible apretara su pecho, oprimiendo su respiración. Durante un segundo, el silencio reinó. Su cuerpo tembló levemente, y una nueva lágrima apareció, traicionando su esfuerzo por mantener el control. En ese momento, el peso de los a?os perdidos y las promesas rotas lo desbordaron. Sus ojos se nublaron, la mandíbula tensa de tanto intentar resistir lo inevitable.

  La madre lo observaba, sus ojos ahora tan llenos de comprensión como de dolor. No podía culparlo. El dolor que reflejaba su rostro era el mismo que había sentido ella tantas veces, aunque con diferentes causas. Pero Dolos, el hombre de carácter inquebrantable, el guerrero silencioso, ya no podía esconderse más.

  Finalmente, su voz se rompió, quebrada por el llanto que no pudo retener:

  —Sí… soy yo.

  La simple frase resonó en el aire como un golpe sordo, haciendo que la habitación se volviera más fría. A medida que las palabras de Dolos se desvanecían en el espacio, el viento helado del exterior parecía colarse por las rendijas de la casa, como si el mismo mundo estuviera reaccionando al sufrimiento que acababa de salir a la luz.

  Nahuel quedo sorprendido a tales palabras, sentía como un escalofrió le recorría la espalda, haciendo que cada centímetro de piel se erizara. Cuando vio que la calma empezaba a llegar a Dolos, lo cuestiono.

  —Mi abuelo... ?qué tiene que ver con esa historia? —preguntó Nahuel, con una mezcla de temor y determinación en su voz.

  La pregunta pareció arrancar una sonrisa melancólica de Dolos, como si la insistencia del muchacho le recordara algo, o quizá alguien. Se permitió una breve risa, ahogada por el peso de la nostalgia.

  —Siempre tan terco —murmuró, más para sí que para Nahuel, mientras pasaba una mano temblorosa por su rostro, aún húmedo por las lágrimas. Sus ojos, enrojecidos y cansados, se perdieron en el horizonte invisible de sus recuerdos. Un suspiro silencioso escapó de sus labios antes de que continuara.

  —Busqué durante mucho tiempo cómo remediar mi error… —dijo, con una pausa que dejó entrever la tristeza clavada en su pecho. Pero incluso en medio de su pesar, reunió fuerzas para proseguir—. Lo encontré a él… y a otro hombre. Ambos estaban en peligro.

  Sus palabras parecían pesarle como piedras. Los recuerdos fluyeron en su mente, trayendo imágenes vívidas de rostros jóvenes que alguna vez le dieron esperanza. La sombra de una sonrisa cruzó su rostro al mencionar sus nombres.

  —Maslum, en particular, era huérfano. Lo encontré siendo perseguido por robar comida, apenas un ni?o tratando de sobrevivir. Lo cuidé, lo entrené. Fue el primero en quien deposité mi esperanza para cerrar el sello.

  Dolos llevó una mano al cuello, frotándolo con suavidad, como si intentara borrar un peso invisible. Su mirada se hundió en el suelo, incapaz de sostener el peso de lo que estaba por decir.

  —El tiempo pasó… creció, y como todos los jóvenes, empezó a cuestionar. Maslum creía que este mundo y el mundo fantástico podían coexistir en paz. Peleé contra esa idea. Se lo discutí una y otra vez, pero él era mi alumno… y más que eso, fue quien me sacó de un pozo de soledad en el que habría quedado atrapado para siempre.

  La voz de Dolos tembló al final de la frase, un temblor apenas perceptible, pero lleno de verdad. Hizo una pausa, como si reviviera el momento en que todo cambió.

  —Nos separamos cuando él tenía apenas 25 a?os. Fue su decisión. Antes de irse, me pidió algo que nunca he podido olvidar… —Dolos levantó la vista hacia Nahuel, y en su mirada había una mezcla de dolor y promesa incumplida—. Me pidió que, si llegaba a tener una familia, yo la cuidara.

  La madre de Nahuel se llenó de lágrimas al escuchar sobre el pasado de su padre, un tema que él siempre había evitado mencionar, restándole importancia. El peso de las revelaciones hizo que su corazón se agitara, mientras intentaba asimilar cada palabra.

  Nahuel, por su parte, seguía aturdido. La respuesta de Dolos planteaba más preguntas de las que resolvía. ?Por qué no había regresado su abuelo? ?Cómo podía seguir con vida después de tanto tiempo? Aunque el miedo y la tristeza lo invadían, su necesidad de respuestas fue mayor, y con cautela insistió.

  —Pero… —murmuró, tomándose un momento para formular su pregunta. Finalmente levantó la mirada y, con un hilo de voz cargado de incertidumbre, dijo: — ?Qué le pasó en realidad?

  La madre de Nahuel también miró a Dolos, con la misma pregunta ardiendo en sus ojos. Las dudas la carcomían. Si su padre estaba vivo, ?por qué nunca los había visitado? Intentaba convencerse de que debía haber tenido una razón importante, aunque su esperanza tambaleaba.

  Dolos respiró hondo, llenando su semblante de una determinación solemne antes de continuar con la historia.

  —Hace a?os —comenzó, con un tono grave—, mi otro alumno enloqueció por el poder. Quería romper todos los sellos y liberar las fuerzas que mantenemos contenidas, sumiendo ambos mundos en la anarquía. Cuando intenté detenerlo, escapó. Pero antes… —Dolos hizo una pausa, como si los recuerdos pesaran tanto que se hiciera difícil expresarlos.

  —Antes me lanzó una advertencia —continuó, con la voz cargada de pesar—. Me dijo que su objetivo sería alcanzado, sin importar el tiempo o los obstáculos. Eso dejó una cicatriz en Maslum. No solo había dejado escapar a un enemigo, sino que había perdido a alguien que consideraba un amigo cercano, casi un hermano.

  Dolos apretó los pu?os y sus ojos brillaron con una mezcla de dolor y respeto mientras relataba el desenlace.

  —Pasaron a?os antes de que Maslum volviera a contactarme. Me dijo que buscaría una forma de detener los planes de aquel hombre y que, para lograrlo, debía cruzar al mundo fantástico. Fue entonces cuando partió… y desde entonces, no he sabido nada de él.

  Un silencio tenso llenó la habitación, mientras las palabras de Dolos se asentaban en el aire como un peso invisible. La madre de Nahuel bajó la mirada, aferrándose al borde de su vestido, y Nahuel sintió cómo la incertidumbre lo consumía. Las piezas del pasado estaban ahí, pero aún no encajaban del todo.

  Dolos continuó su relato, respirando profundamente para calmar la culpa que lo envolvía.

  —Ese hombre ya ha abierto el primer sello, el más débil —dijo con voz grave. Su mirada se dirigió a Nahuel, y una expresión severa se dibujó en su rostro.

  Se quedó en silencio por un momento, antes de a?adir con firmeza:

  —Voy a cumplir mi promesa. Te protegeré de la mejor manera que sé: ense?ándote a defenderte.

  Nahuel quedó pensativo, dudando de su capacidad para defenderse. Su cuerpo, poco atlético, no lo ayudaría, y su vida sedentaria tampoco favorecía sus habilidades. Sin embargo, al dejar de lado esos pensamientos, una duda aún mayor lo invadió. Con preocupación en su voz, finalmente se atrevió a preguntarle a Dolos:

  —?Defenderme? ?De qué?

  Dolos dirigió su mirada hacia él, buscando transmitirle no solo confianza, sino también una seriedad palpable, como si sus palabras fueran una promesa de lo que estaba por venir. Con una leve pausa, finalmente le respondió:

  —Del porvenir.

  Nahuel permaneció en silencio, sus pensamientos atrapados entre la incredulidad y el temor. Podía sentir la mirada de su madre sobre él, llena de desaprobación. Ella, incapaz de ocultar su preocupación, sacudió lentamente la cabeza, como si quisiera rechazar la idea de que su hijo estuviera involucrado en algo tan peligroso.

  Pero, a pesar de las dudas que aún lo asaltaban, Nahuel sabía que no había otra opción. Miró a su madre, buscando consuelo, pero en su rostro solo encontró una aceptación silenciosa. No había vuelta atrás.

Recommended Popular Novels