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  Parte I

  Pero no…

  Aquí estoy.

  Solo.

  Esperando poder terminar de escribir antes de morir de hambre y no sucumbir a la locura de comer la carne de mis aliados.

  Si en efecto en el cielo hay un dios que nos está vigilando a todos, aprovecho estas líneas para maldecirlo…

  Tres campanadas interrumpieron el embelesador sonido de decenas de plumas rasgando decenas de trozos de pergaminos.

  Transcribir las historias del pasado era una parte importantísima de la noble labor de esparcir el conocimiento, de hacer avanzar a la civilización. No hay mejor manera de construir el futuro que aprendiendo del pasado. Pero dentro de todo, el presente es igual de importante, y esas campanadas les indicaban a los eruditos de la Universidad que era hora de reunirse en el Gran Salón para tomar la cena. Los libros eran necesarios, y por ende mantener bien alimentadas a las mentes que los trabajaban era una tarea critica.

  Chips secó su pluma y, mientras guardaba todos sus instrumentos de trabajo, combatió con la extra?a sensación de dualidad que lo arremetía. Segundos antes estaba transcribiendo los últimos registros de un héroe de guerra, Sir Millfroyd el Destructor de Torres. Un héroe que había perecido por intoxicación luego de verse obligado a cometer canibalismo, asediado por una avanzada enemiga en la antigua Retrievericia. Y ahora él se disponía a disfrutar del acostumbrado festín que la Universidad ofrecía a sus miembros cada noche.

  Sin duda alguna eso era algo que le fascinaba a Chips. “Los tiempos cambian”, era su frase favorita que, aunque corta y sencilla, se le podía atribuir la verdad de la vida misma.

  Por eso era tan aficionado a la historia, era increíble pensar todo lo que los felinos habían hecho para llegar al momento exacto en el que estaban ahora. Todas las grandes mentes que se forjaron en tiempos de necesidad, logrando construir poco a poco la sociedad en la que vivían, la paz que disfrutaban. Todas las guerras peleadas para establecer el grandioso e imbatible Imperio Felino. Todos los héroes que entregaron su vida para combatir a los caninos y a la oscuridad antes que ellos.

  “Aunque eso de la Era de la Oscuridad no cuadra del todo” fue el pensamiento que inició el fuego en su mente mientras descendía las escaleras del torreón para dirigirse al comedor. El incendio de dudas y divagaciones ardía constantemente en Chips, y eso a él le gustaba. Le gustaba pensar, le gustaba razonar, darle vueltas a una idea hasta que de pronto daba con una respuesta o, mejor aún, con más preguntas.

  La versión de la “verdad” del Imperio definía la Era de la Oscuridad como el punto de origen de la civilización, un periodo de duración desconocida en la que los felinos sobrevivían como podían al terror de un mundo sin día y en el que seres de sombras, llamados Kharankui, los cazaban sin descanso. Un periodo que acabó con el nacimiento del Emperador Dios Leónidas y su combate contra el Dios de los Tres Brazos.

  Sin embargo, y en contradicción, muchas narraciones de héroes y sabios de tiempos pasados hablaban de una era de lujos y grandezas incluso mejor que la actual Era Dorada del Imperio. Un mundo previo a la oscuridad en la que los felinos compartían sus tierras con una raza que vivía para servirles, una raza de la que hoy día se hablaba tan poco que hasta llegaron a considerar el tema como tabú.

  Por alguna razón, ese era uno de los misterios que más avivaba el fuego dentro de Chips. La posibilidad de que existiera una historia perdida, una historia prohibida. Y era por eso por lo que esa noche bajaba las escaleras del torreón más rápido que cualquier otra noche. Miltrón, su amigo desde los primeros días en la Universidad, al fin había sido asignado a traducir y transcribir un pintado.

  —Eran cuatro, cuatro tortugas —dijo Miltrón emocionado mientras se acercaba un bol de coles fermentadas para servirse en su plato ya repleto.

  Sus otros tres amigos, Chips incluido, lo veían con fascinación. Ningún otro se dispuso a servirse nada de comer, se notaba su interés en la historia y eso a Miltrón le fascinaba, por lo que daba largas para mantener el suspenso y la emoción.

  —Vamos, Miltrón, continua, no nos dejes así ?Incluso Gabs ha ignorado que hay trucha horneada en la mesa! —interrumpió Jasques al ver que su compa?ero engullía un cucharon de puré de batata en lugar de continuar hablando.

  Miltrón sonrió y apuró la comida. Sus enormes ojos amarillos que resaltaban por su esponjoso pelaje de un blanco prístino demostraban malicia. Si había algo que le encantaba al robusto chinchilla era ser el centro de atención.

  Mientras tanto, del otro lado de la mesa, un cornish rex muy similar al propio Chips parecía que iba a morir de la ansiedad si su compa?ero no tragaba rápido y continuaba con la historia.

  A pesar de que Gabs y Chips eran muy parecidos físicamente, sus personalidades eran polos opuestos. Gabs era nervioso y tímido, no le gustaba hablar mucho pero cuando lo hacía se convertía en una catarata de palabras. Chips era más tranquilo, más controlado con sus emociones, mas… académico. Era más apegado a la descripción de diccionario de la palabra “erudito”. Aunque de vez en cuando, también sufría de verborrea sin control.

  Por otro lado, Jasque, con sus varios a?os más de experiencia, era el ejemplo a seguir del grupo. Hablaba cuando tenía que hablar y lo hacía con una jocosa sabiduría que lo convertía en el perfecto líder. Normalmente servía de moderador para las acaloradas pero acostumbradas discusiones pseudo-intelectuales del grupo.

  —Cuatro tortugas. Parece ser que también eran guardianes de los Antiguos —continuó con un aire de misticismo luego de tragar el bocado y preparaba su cuchara para el siguiente —… Vivían en los subterráneos de la ciudad por alguna razón, no se dejaban ver por los ciudadanos comunes, pero siempre aparecían cuando alguna fuerza externa los amenazaba. O al menos eso es lo que se muestra en los dos pintados que han traído los recuperadores.

  Muy poco se sabía de los Antiguos y sus costumbres, y eso se debía al mal estado en que se encontraban los pocos registros escritos que habían logrado recuperar hasta ahora de las pocas ruinas que quedaban de su supuesta civilización.

  Se teorizaba que era a ellos a los que los diarios más antiguos de los Felinos se referían como su servidumbre, una raza que, aunque vivían bajo el yugo Felino, construyeron una civilización independiente con sus propias creencias y costumbres, muy apartadas de las de sus amos y se?ores.

  Existía una división en la Universidad dedicada a investigar sobre el tema de los Antiguos, pero no era ni la más grande ni la que mejor presupuesto disfrutaba, por mucho. Los últimos emperadores Felinos contemporáneos no habían mostrado mucho interés en la historia previa de la llegada del Emperador Dios Leónidas, incluso llegaron a categorizar a los Antiguos como un mito, ignorando por completo las evidencias. Por eso los Maestros Académicos de la Universidad no dedicaban muchos recursos a estudiar dicha civilización.

  Por supuesto, a Chips eso le parecía una estupidez. Hasta le indignaba. “?Cómo tantos se atreven a asegurar que los Antiguos eran un mito existiendo tal cantidad de registros y evidencias? ?Tantas se?ales de un mundo por completo distinto al actual? ?No vale eso para dar lugar a dudas, al menos?” Eran las preguntas que siempre se hacía al hablar del tema.

  Esa falta de información, junto al misticismo que rodeaba el tema y la descarada decisión de la monarquía de ignorar los hechos, hacía que las mentes más curiosas entre los eruditos sintieran gran atracción a esa parte olvidada de la historia. Y Chips y su grupo claramente eran parte de ese selecto grupo.

  Selecto porque, a su pesar, mientras la Universidad se enfocaba más en los estudios para el progreso del Imperio, menos personas veían como algo productivo estudiar historia tan antigua y de tan “dudosa credibilidad”. Después de todo, eso había quedado mucho más de cinco mil a?os atrás.

  De todas formas, importante para el imperio o no, era algo que la universidad trataba con la mayor delicadeza posible, dándole acceso a la información a muy pocos afortunados. La interpretación de un pasado olvidado podía ser peligroso. Tenían que ser cautelosos frente al desconocimiento.

  Y fue por esa misma razón que Jasques le hizo una se?a de alerta a Miltrón cuando otro erudito, mayor que ellos por varios a?os, avanzó en su dirección por el pasillo entre los mesones.

  El grupo hizo silencio un momento y luego volvieron a hablar en susurros cuando el felino amarillo y regordete se alejó para sentarse en otro lugar.

  —Aún no le caes muy bien a Waze, ?Cierto? —comentó Jasques, jocoso.

  —Pues si tenía esperanzas de caerle bien, ya quedó en el pasado —respondió Miltrón luego de tragar un bocado que se había apurado a tomar cuando vio a su superior —. últimamente está más obstinado que nunca. Ni siquiera me dirige la palabra ya. Es más, a veces pareciera que está haciendo de todo menos supervisar a sus aprendices… Cada vez está más loco.

  —Entonces, es mejor que no te oiga difamándolo. Mientras te siga dejando trabajar allí, todos estamos felices —agregó Chips y luego procedió a murmurar —. No queremos que nuestro “informante” pierda su acceso a la “información”.

  Todos rieron de forma disimulada, menos Miltrón. Se notaba incomodo cuando le recordaban que lo que estaba haciendo era ilegal.

  Ilegal o no, pasaron las horas de la cena entre charla y charla mientras discutían sobre la leyenda de las Tortugas y otros muchos personajes que formaban parte de la mitología conocida de los Antiguos.

  Chips pensaba que en gran medida no tenían mucho sentido. Aunque el material con el que disponían era poco, la cantidad de información que extraían de cada página escrita o pintada era abrumadora.

  Pero no siempre cantidad era calidad.

  Las historias de los Antiguos mezclaban muchos factores de forma constante, aunque no del todo congruente. Hombres indestructibles que volaban, animales que hablaban, hombres que no eran hombres u hombres que eran hombres, pero venían de la inmensidad del espacio.

  Sin importar ese caos informativo, si algo deseaba Chips era ser asignado a estudiar esas historias. Deseo que se vio truncado cuando los Maestros terminaron por decidir que sus habilidades y conocimientos serían mejor aprovechados en la sección de crónicas, condenándolo a pasar días transcribiendo escritos sobre héroes reales de eras pasadas y las noches acosando sin descanso al afortunado de Miltrón para que le diera más información sobre los Antiguos.

  “Pero los tiempos cambian” pensó, “Aún tengo una vida por delante, podré desempa?arme bien y luego pedir a los Maestros que me asignen a otra área.”

  ***

  Stolen story; please report.

  El grupo terminó de comer, dejando pocas sobras en las bandejas frente a ellos, y rápidamente se levantaron del largo mesón para llenar sus copas una vez más y salir a dar un paseo por los jardines con un poco de vino. Nada como una caminata con historias y vino para bajar la comida.

  En la Universidad las horas nocturnas posteriores a la cena eran libres para que el personal realizara las tareas que desearan. Dada la naturaleza de los eruditos de aprovechar la mayor cantidad de tiempo despiertos trabajando, ninguno de los laboratorios, bibliotecas o centros de trabajo cerraban. Muchos alumnos incluso dormían en sus puestos de trabajo para no desperdiciar ni un segundo yendo a los dormitorios. Aunque ese comportamiento era más clásico en dos tipos de personas. Los nuevos estudiantes, a quienes la emoción e ilusión los mantenían con una reserva de energía casi ilimitada, reserva que los Maestros sabían aprovechar ya sea asignándoles más trabajos o más materias de estudio. Y los eruditos propiamente dichos, los que ya se habían graduado y obtenido una maestría en áreas específicas. A estos últimos se le permitía desarrollar proyectos personales e incluso hacer uso del tiempo de los estudiantes y de recursos de las instituciones para lograrlo. Todo a criterio de los Maestros claramente.

  Luego estaban los alumnos que ya tenían suficiente tiempo para saber cómo funcionaba la Universidad pero aún no tenían sus títulos, el cual era el caso del grupo de Chips, exceptuando a Jasque, que estaba graduado en literatura pero aún no se dedicaba a desempa?arse en ningún proyecto propio. Estos alumnos aún debían asistir a sus clases en la ma?ana y luego desempe?ar una labor especifica que le asignaban los Maestros el resto del día. Pero la noche la usaban para actividades varias. Algunos iban a las tabernas del pueblo fuera de las murallas de la Universidad, otros tantos solo daban paseos por las amplias instalaciones del lugar, y otra minoría se reunía en sus dormitorios a jugar a las cartas, actividad que estaba estrictamente prohibida si involucraban apuestas, y por supuesto que las involucraban.

  Esa noche Miltrón y Jasques habían decidido ir a tomar unas copas al pueblo para disfrutar de un poco de música, o eso era lo que decían. Chips sabía que ambos le habían puesto el ojo a una gitana cuyo grupo deambulante estaba pasando una temporada entreteniendo a los estudiantes que recurrían a la vida nocturna. Entreteniendo y estafando, obviamente. Lo sabía pues el mismo fue víctima en uno de esos juegos de vasos y dardos que parecen fáciles de ganar, o al menos según las estadísticas, pero las estadísticas no solían contemplar vasos con pegamentos y dianas magnetizadas. A fin de cuentas, Chips y Gabs no podían costearse el acompa?arlos esa noche, y no era solo porque habían perdido una cantidad considerable con los embustes gitanos, sino que simplemente eran pobres. Y ese justamente parecía que iba a ser el tema de conversación de esa noche.

  —No creo que siga por acá el próximo semestre —soltó Gabs un par de minutos después de que sus otros dos compa?eros los abandonarán.

  Chips asintió.

  Siempre existía la posibilidad de que tuvieran que dejar de asistir a la universidad por un par de semestres si se quedaban sin fondos. Las matrículas eran caras y sí, te permitían seguir haciendo uso de las instalaciones mientras trabajases, aunque no pudieras pagar tus clases, pero eso te convertía prácticamente en un esclavo. La Universidad solo pagaba el trabajo de los graduados por lo que era imposible ahorrar para seguir pagando la matricula mientras te quedaras. Por supuesto, la Universidad, se aprovechaba de todo aquel que eligiera vivir la vida de servir a los objetivos de la institución a cambio de techo y comida, asignándoles las tareas que los que tenían otras opciones nunca aceptarían tan a la ligera.

  En resumen, siempre era mejor salir a probar suerte de otra manera y luego volver, si es que volvían.

  —Me he cuestionado mucho mi decisión de querer convertirme en un erudito —continuó —… Sabes lo malo que soy para la aritmética y mi problema de atención para la historia.

  —Aún te queda arte, nunca has probado con arte.

  —Solo me estoy ahorrando la humillación —respondió, aburrido, cortando la idea.

  Chips sabía cuándo Gabs solo quería desahogarse, lo cual era la gran mayoría del tiempo. Era difícil mantener una conversación productiva con el

  —Sabes que mi padre es herrero…

  Sí, obviamente lo sabía, al igual que sabía que:

  —… y mi madre panadera. Yo soy el único hijo varón de mi familia. Mi padre se alegró al tenerme luego de haber engendrado cuatro hembras seguidas…

  Chips lo dejó hablar. Aunque había escuchado su historia varias docenas de veces, siempre le gustaba repetirla cuando se sentía miserable, y vaya que lo hacía muy seguido.

  A Chips le caía bien Gabs, era un gran compa?ero, era divertido y energético, siempre le gustaba pasar tiempo con ellos y, cuando no estaba en sus episodios depresivos, era un excelente conversador. En esos momentos también se le daba muy bien escuchar. Una vez había ayudado mucho a Jasques con unos de sus anteriores proyectos, aunque no era muy diestro en literatura no le molestaba escuchar sus ensayos una y otra vez y, aunque no daba opiniones certeras, a veces lo único que uno necesita para resolver un problema es decirlo en voz alta a otra persona.

  Sin embargo, el ser bueno escuchando no es una habilidad muy cotizada entre los pobres y la clase media. Chips estaba convencido de que si su amigo hubiera nacido en una familia noble en Miaurnia se hubiera podido convertir en un gran consejero, o al menos en un experto chismoso, ambos roles muy necesarios en las cortes. Pero no, había nacido en una familia pobre de un pueblo que ni aparecía en el mapa oficial del Imperio. Como acababa de decir, su padre era herrero y su madre panadera, sus tres hermanas habían ayudado a expandir el negocio de su madre y su padre esperaba que pudiera hacer lo mismo con él, pero no. Gabs nunca pudo levantar una herramienta sin hacerse da?o. Cuando cumplió la edad mínima su padre lo envió a probar suerte a la Universidad, aunque el mismo Gabs estaba seguro de que fue solo para deshacerse de él. Un par de a?os más tarde aquí estaba, aún sin saber qué hacer con su vida.

  —?Qué tienes en mente? —le interrumpió Chips. —. Me refiero a que, ?Qué piensas hacer allá afuera? ?Por qué mejor no convences a Jasques que inicie un proyecto propio y te contrate? Quizás hasta logre convencer a los Maestros que te paguen algo por tus servicios.

  —No lo sé, Chips, sabes lo malo que soy para todo eso. El haría algo de idiomas seguramente… Yo no sabría diferenciar el Canino del Aviar aunque mi vida dependiera de ello.

  Una afirmación muy fuerte pues ambos alfabetos eran increíblemente diferentes a simple vista. Los caracteres Caninos consistían en un conjunto de rayas y puntos, mientras que el Aviar era mucho más pulcro, más redondeado. Quizás más parecido al Felino aunque muy diferente al mismo tiempo, cosa que hacía mucho sentido al saber que estos últimos se apoyaron en los eruditos aviares para el desarrollo del lenguaje. O bueno, mejor dicho, los aviares habían apoyado a los felinos y luego se habían extinto.

  —Tú y yo sabemos que, lamentablemente, no estoy hecho para ser un académico.

  —Ni de negociante, ni apostador, ni cocinero…

  —Quizás me una a un grupo gitano. Quizás podría ser el que levanta el campamento o algo así, ?No?

  —Dudo que haya una posición entre sus filas que se dedique a solo una tarea, al igual que dudo que puedas levantar una tienda sin destruirla en el proceso.

  —?Hey! —ambos rieron.

  Llegaron a un punto del jardín con una de las mejores vistas de toda la Universidad, un balcón que sin duda serviría como puesto de vigía si en algún momento el edificio se convertía en un cuartel militar. Desde allí se podía ver toda la llanura occidental, kilómetros y kilómetros de tierra recubierta de pasto verde intenso que bailaba alegremente al compás del viento.

  Mucho más allá, si Chips y Gabs hubieran sido bendecidos con una visión inigualable, quizás hubieran logrado ver las luces de Miaurnia reflejadas en el complejo de riachuelos que la bordeaban.

  Furilia había sido construida en la falda de la cordillera monta?osa cientos de a?os atrás para servir como fortaleza real durante La Gran Guerra Canina, pero nunca se utilizó. El gran genocidio que dio fin a la guerra tomó lugar antes de que la construcción fuera finalizada y el emperador en ese momento, Talion XIV, luego decidió que allí se instalarían las instituciones dedicadas al progreso de la ciencia, por lo que era de esperar que a?os después se convirtieran en el lugar indicado para fundar la Universidad. Chips había tenido que transcribir varias veces las ordenes de restructuración emitidas por el emperador para ese fin por lo que terminaron quedándole grabadas en la mente, aunque no de una manera muy agradable.

  —?Y tú, Chips? Todos sabemos que no te gusta trabajar en Crónicas.

  —No, pero no tengo de otra. Al menos no por ahora. Pero pienso en algún momento lograr convencer a los maestros para que me asignen a Historia Antigua o…

  —O te gradúas antes como historiador y logras comenzar tu propio proyecto —a?adió Gabs, completando su idea. —. Con que estas decidido. Me gustaría ser como tu…

  Chips y Gabs no eran tan diferentes como él pensaba. Y no solo en el aspecto físico, que eran casi como gemelos. Ambos venían de una familia pobre y habían comenzado en la Universidad como último recurso para intentar ser algo en sus vidas. La principal diferencia era la motivación que habían ganado posterior a eso. Chips se terminó enamorando locamente por el arte del historiador y Gabs… Bueno.

  Sin más que decir, terminaron sus copas mientras contemplaban el viento jugar con la hierba y a la blanca Madre Celestial fungiendo como juez, disfrutando del olor siempre primaveral del jardín, hasta que las campanadas anunciaron las nueve. Aún era temprano, pero Chips se estaba aburriendo y, aunque no quería irse a la cama, si sus opciones eran ver el horizonte con Gabs o volver a sus tareas de cronista, fácilmente prefería intentar recuperar un poco de sue?o. Se despidió de su amigo y este le respondió con un lento movimiento de cabeza que le indicó que se quedaría allí un rato más.

  ***

  Mientras subía las escaleras de la torre donde se encontraban los dormitorios de su rango, intentó pensar si podía hacer algo por Gabs. Sospechaba que debía ser muy difícil sentir que se era un bueno para nada, pero aún peor debía ser no querer hacer nada al respecto, no tener una meta que le impulsara a seguir intentándolo. Para Chips era natural, él sabía que quería hacer, aunque no como lo lograría. Sin embargo, entendía que quizás ese no era el caso para todo el mundo. Tampoco podía enga?arse y decir que siempre había tenido los objetivos claros, pero se excusaba con recordar lo difícil que había sido su vida, lo urgente de sus necesidades y problemas.

  Se comenzó a sentir impotente por no poder hacer nada para apoyar a su amigo, y también un poco incomodo por comenzar a recordar cosas desagradables, así que decidió dejar de pensar por el momento, ya ma?ana sería otro día.

  “Los tiempos cambian” se dijo.

  Esperaba que quizás ma?ana Gabs se encontrara de mejor humor para intentar hablar un poco más con él. Llegar a una solución juntos.

  “A final de cuentas no es como si su vida dependiera de nosotros ahora mismo”.

  De pronto, sus pensamientos fueron interrumpidos en el acto cuando, al abrir la puerta del dormitorio, se encontró de frente al regordete Waze.

  Chips se quedó en el lugar, confundido. Waze no era ni de su rango ni de su asignación, ni siquiera era un alumno ya, si no un erudito graduado.

  —Bu-Buenas noches, Maese Waze —saludó Chips mientras se preguntaba que hacía el felino en ese lugar e intentaba disimular el impacto que le generaba el extra?o encuentro.

  Waze no emitió ninguna palabra, solo lo observó receloso y continuó su camino escaleras abajo.

  Un par de segundos después, Chips decidió agregar lo ocurrido a su lista mental de cosas por ignorar y seguir su camino a la cama.

  No más avanzar entre las filas de literas del dormitorio la calma volvió a abandonarlo al darse cuenta de que el cerrojo de su baúl personal estaba abierto.

  Se apresuró a revisarlo, pensando que quizás entre el sue?o y su natural estado de distracción lo había dejado abierto en la ma?ana. Trató evitar enlazar ideas y concluir que había sido obra del erudito, pero luego de inspeccionarlo le fue imposible descartar esa posibilidad.

  El cerrojo había sido forzado.

  Los nervios comenzaron a invadirlo. Miró a los lados, buscando algún otro baúl que se encontrase en el mismo estado, pero no halló nada fuera de lo normal.

  El dormitorio no estaba vació, pero todos los otros inquilinos ya se encontraban en sus camas dormidos o distraídos, leyendo algún libro. Al parecer nadie se había percatado del estado de su baúl, del extra?o visitante que acababa de salir de allí hacía menos de un minuto.

  O simplemente decidían ignorarlo.

  No podía estar seguro de que Waze fuese el culpable, pero la incógnita de porqué había estado allí él no lo ayudó a descartarlo como sospechoso.

  Tembloroso, comenzó a levantar la tapa, asustado por lo que se podría encontrar o por lo que podía faltar. No tenía en su posesión nada con que lo pudieran incriminar de algo, pero ese hecho solo hacía que todo fuera más misterioso y aterrador.

  Para su suerte, los nervios se esfumaron no más ver que todo estaba en orden, o al menos lo que él llamaba orden. Inconscientemente dejó soltar un suspiro de alivio y, como si nada, prosiguió a tomar su batola para cambiarse y prepararse a dormir. Pero, al levantar la pieza de ropa, sintió que algo caía y escuchó un pesado golpe contra la madera.

  Frente a él se encontraba un fajo de hojas viejas amarradas con tiras de tela. Se apresuró a recogerlo y en el acto se dio cuenta que, dentro de su baúl, al fondo, había más bloques de papeles como ese.

  Miró a los lados para asegurarse que no llamaba la atención e intentó leer un poco para entender lo que sucedía. Y fue en ese momento que su miedo volvió y se acrecentó.

  Lo que le congeló la sangre no fue el estado del papel, quebradizo y mohoso, amarillento, a punto de desmoronarse. Estaba acostumbrado a lidiar día a día en su trabajo como cronista con páginas parecidas. No, lo que lo espantó fue el idioma en que habían escrito sobre ellas, con tinta negra y una caligrafía pulcra y sobrenaturalmente uniforme. Todas las letras iguales tenían la misma forma, el espacio entre ellas y el que separaba las líneas era exacto. La tinta con la que se representaban los caracteres no se comportaba con la naturaleza de la tinta que utilizaba ningún escriba que conociera.

  Nadie podía escribir así. O al menos nadie que existiera en esos tiempos.

  Hizo a un lado unas páginas que no entendía y luego se encontró con un texto que ocupaba, con letras grandes, la mitad del papel. No estaba muy acostumbrado a leer el idioma, pero si conocía las palabras. Claramente estaba en problemas, no era posible que las páginas de un libro como ese estuvieran en su poder sin que lo condenara a algún caso de hurto o algo parecido.

  No pudo evitar preguntarse si era eso lo que Waze quería, inculparlo. Alguien del rango y labor de Chips nunca hubiera podido tener en sus manos un libro titulado “Atlas Histórico Mundial”.

  Era un libro de los Antiguos.

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