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  Maxxie era consciente de que en tan solo un par de horas caería la noche y, según los mapas, no importaba cuanto caminaran, no llegarían ese día al pueblo más cercano.

  Andaban desde el amanecer, siguiendo un trayecto lo más recto posible hacía el sur, siempre hacía el sur. Dejaron atrás las llanuras de Miaurnia luego del mediodía, cruzaron los siete ríos un par de horas después y ahora se disponían a salir del Bosque de Vandelhorg.

  Si pensaban asentar campamento, la mejor idea sería hacerlo en el bosque, donde podían protegerse del clima y de los bandidos. Si llegaban a las Praderas de Labradores, donde los maleantes caninos hacían de las suyas con libertad, estarían condenándose. Aunque para Maxxie eso sería solo agregarle más perros al asunto.

  Maxxie estaba orgulloso de que le hubieran asignado una tarea tan importante como la de salvar a la cautiva princesa Loretta Panthera, pero no entendía el por qué tenía que hacerlo junto a un pelotón formado por caninos exconvictos.

  De vez en cuando el Imperio Felino decidía incluir a sus fuerzas sus convictos más sanos y fuertes, para hacer uso de su condición. Dependiendo de su crimen, claro estaba. Por eso no era extra?o ver de vez en cuando algún excriminal felino o incluso caninos y bovinos en las filas de la Guardia Imperial, desempe?ándose en tareas de poca importancia, siempre vigilados por al menos otro miembro legítimo de la Guardia hasta que se ganaban la confianza del capitán al que eran asignados. Cosa que casi nunca pasaba.

  Y para su frustración, ahí estaba él, intentando cumplir la tarea más importante que le confiaban jamás en su vida, la tarea más importante para la paz del reino en esos momentos de la historia del Imperio, acompa?ado por un pelotón conformado por cuatro sucios exconvictos caninos.

  “Puede que consideren que soy suficiente para lograr con éxito la misión” le decía su ego “?O es que están burlándose de mí?” se preguntaba su inseguridad.

  Rechazó la última idea, no podía concebir a la Guardia Imperial burlándose de ninguno de sus miembros, y mucho menos si eso arriesgaba la vida de alguien de la realeza.

  Sin embargo, algo dentro de él le indicaba que era extra?o. ?Le tenían en tan buena estima para asignarle a ese grupo de ineptos? Además…

  —Oye, oye. Podemos entender que quizás los gatos no se cansan, pero nosotros los caninos necesitamos un respiro —exclamó por veinteava vez un bajo y delgado canino de ojos saltones mientras mostraba sus dientes torcidos.

  Era un chihuhua de nombre Taco que sin duda alguna hacía gala de las características molestas de su raza.

  Maxxie se daba cuenta que cada vez que Taco reclamaba le iba perdiendo más y más el respeto. Hecho que pudiera terminar siendo un problema.

  —?De verdad nos vas a hacer caminar sin descanso hasta encontrar a tu princesa?

  Los otros caninos asintieron y gru?eron mostrando también su disgusto.

  Todos menos Bernard, un enorme san bernardo con el pelaje canoso y una expresión de profundo cansancio, un cansancio que iba más allá del producido por la larga caminata, un cansancio típico de aquellos quienes han vivido muchas cosas y sobrevivido para contarlo.

  Los otros dos perros eran un alto rottweiler negro como la noche, con un conjunto de terribles cicatrices en lugar del ojo derecho llamado Bronco. Y un bajo pero macizo Pug de nombre Otto que no había dejado de babear y jadear desde que salieron de las barracas.

  El ambiente se comenzó a tensar cuando Maxxie volvió a hacer caso omiso de las quejas de Taco. Bernard adelantó el grupo y posó suavemente una enorme mano en el hombro del soldado.

  —Los chicos tienen razón —dijo susurrando al oído de Maxxie con una voz calmada y tranquilizadora. Una voz digna de un líder con experiencia —. Quizás antes la tenías tú en apurar el paso, después de todo la vida de la princesa está en riesgo. Pero ahora tenemos que descansar, si llegamos a encontrarnos a los secuestradores no podremos luchar.

  Maxxie empujó la mano del san bernardo con un agresivo movimiento de hombro, pero reflexionó. El viejo tenía razón. No importaba que tanto se esforzaran ya, tenían que descansar. No les había permitido detenerse ni siquiera para tomar el almuerzo. Todos estaban hambrientos y cansados, incluyéndolo, tan solo era que su honor le evitaba notarlo. Pero era verdad que, en el hipotético caso de que lograran dar con los captores esa noche, no iban a poder luchar en su estado actual.

  —Está bien —dijo, aun dando la espalda al grupo, y suspiró —. Dejémoslo por hoy, montemos el campamento.

  Dio un par de órdenes, asignándole distintas tareas a cada uno de los caninos y procedió a intentar encender un fuego.

  —Yo no tomaría el pedernal de esa manera —escuchó decir a Bernard a su lado, pero decidió ignorarlo y prosiguió su tarea, esta vez con movimientos más violentos y menos paciencia.

  Era cierto que no estaba acostumbrado a encender un fuego. Tampoco hubiera podido montar la tienda de campa?a tan rápido como lo hicieron Bronco y Otto, ni asegurar la zona como lo estaba haciendo Taco. Su entrenamiento consistía en labores de guardia urbana. Proteger felinos importantes, mantenerse alerta a cualquier amenaza, detener delincuentes como con los que ahora tenía que coexistir y…

  —Ven, déjame ayudarte.

  Maxxie hizo un último golpe, molesto por las observaciones del viejo y su notable inexperiencia. El pedernal salió disparado hacía los árboles.

  Frustrado, se dejó caer sentado y allí quedó, observando el cielo, conteniendo su rabia, sus dudas.

  —Entiendo tu energía, joven caballero —comenzó Bernard de nuevo, luego de buscar el pedernal y comenzar a golpearlo lenta pero decididamente con la yesca. Se notaba que estaba acostumbrado al movimiento—. Pero normalmente derrocharla no hace que el resultado sea mejor.

  El montoncito de hojas y ramitas secas encendió al cuarto golpe, preparándose para recibir la madera que estaba buscando Otto en ese momento.

  —Eso solo hace que te canses más rápido.

  Maxxie lo observó. No podía sentirse molesto con alguien que le hablaba con tanta pasividad. Incluso si hablaba en su contra.

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  Respiró profundo un par de veces y se recompuso. No nada más por el viejo, era mejor que Taco lo encontrase regio cuando llegara, no podía permitirse que le siguieran perdiendo más el respeto.

  —Gracias, Bernard… —se obligó a decir.

  —No hay de que, joven Maximilian —respondió.

  Quedaron en silencio un rato, escuchando el crepitar de la peque?a llama que ya iba tomando tama?o y esperaba ansiosamente a ser alimentada.

  —Disculpe que me entrometa, joven Maximilian —dijo finalmente Bernard —. Pero ?Le puedo hacer una pregunta?

  —No creo poder evitarlo, ?Cierto?

  Como para contrariarlo, Bernard no formuló la pregunta, tan solo siguió observándolo con esos ojos tan cansados y sabios que tenía.

  No había tomado bien la broma.

  —Disculpa. Sí, puedes preguntar.

  —?Por qué no nos ha dado la información de la misión? Solo sabemos que estamos buscando a la princesa.

  —?No se las he dado? —preguntó Maxxie, atónito.

  Era seguro que toda la adrenalina, la presión y el orgullo por haber sido escogido para esa tan importante tarea lo tenía aturdido aún.

  Podía entender un poco mejor a los caninos ahora, tenían razón para estar enojados.

  En ese mismo instante llegó Otto con un montón de ramas y palitos que casi lo superaban en tama?o. Poco después se les unieron Taco y Bronco, éste último con un caldero que colocó en el fuego luego de que armaran bien la fogata.

  La cena de ese día iba a ser caldo de verduras con un poco de pan aún fresco y queso duro. Luego habría tiempo para cazar y comer un poco de carne, cuando cumplieran la misión.

  Maxxie comió en silencio mientras que Otto y Taco cuchicheaban entre bocado y bocado. Bronco observaba todo el campamento en silencio desde detrás del fuego y Bernard se dedicaba a limpiar el enorme espadón que cargaba como arma en lugar de su espada reglamentaria.

  El ambiente era tenso y hostil. No confiaban en él, lo sabía, y el no confiaba en ellos tampoco. Pero ya tenía pensado como cambiar esa situación.

  Apuró el plato de caldo y se aclaró la garganta con fuerza para llamar la atención del grupo.

  —Primero que todo, debo disculparme con ustedes —dijo solemnemente al grupo, aunque actuando un poco de más el arrepentimiento —. No me he comportado decentemente al no informarles sobre la misión…

  —Y al hacernos caminar durante todo un día entero, sin siquiera detenernos a almorzar —interrumpió Taco, molesto.

  Sus compa?eros asintieron.

  —Por eso también, pero era por el motivo de la…

  —Podríamos estar salvando al mismísimo emperador, pero necesitamos pararnos a comer, al menos —exclamó Otto con su voz pastosa pero acelerada.

  El movimiento hizo que sus cachetes aletearan, expulsando gotas de caldo y baba en todo su alrededor.

  — Sí, me disculpo por eso —agregó Maxxie, controlándose para no perder la paciencia de nuevo —. No volverá a suceder. No puedo prometer que la jornada de ma?ana no será pesada, pero tendré en cuenta sus necesidades. Después de todo, somos un equipo.

  Hizo silencio por un par de segundos, esperando un comentario positivo que nunca llegó. Todos se quedaron mirándolo con claros signos de molestia y desconfianza.

  —Nuestra misión es salvar a la princesa Loretta Panthera —prosiguió —. Fue secuestrada la noche pasada. No se sabe quiénes fueron, ni a qué hora. Solo se sabe que se encaminan hacia el sur.

  —??Enserio!? ?La princesa desaparece una noche y nos mandan a recorrer medio imperio buscándola sin saber más nada? —exclamó Taco, molesto.

  —?Cómo saben que los captores se encaminaron al sur? —preguntó Bernard, esta vez con un ligero toque de frustración en su voz.

  Maxxie no supo cómo responder. No se lo había preguntado. Ahora que tenía que dar una explicación, el mismo se hacía esa pregunta “?Cómo?”.

  —B…Bueno —tartamudeó, grave error —. El comandante, mi capitán… Me dijeron que teníamos que seguir hacía el sur.

  —?Ah? —interrumpió Taco, levantándose del suelo —. Ellos te dijeron que caminaras al sur, ?Y saliste a caminar hacia el sur?

  —Ellos no tendrían por qué enga?arme.

  —Puede que no, ?Pero en que se basan? Si vieron a los captores tomar rumbo al sur, pudieron perseguirlos. Al menos sabrían la hora en la que fue secuestrada la princesa. La composición del grupo de captores. Si iban a pie o en una maldita carreta que nunca alcanzaremos caminando. Maldición, ni siquiera nos dieron reptiles.

  Maxxie miró a Bernard, buscando ayuda desesperadamente. Esté se encogió de hombros y negó con la cabeza. También estaba molesto.

  —Es la información que tenemos. Se que es poca. Puede que haya podido hacer más preguntas, pero para mí es suficiente para actuar. Quizás es que tienen registros de todos los que salieron del reino durante la noche y…

  —“Quizás”, estamos persiguiendo un “quizás”… Maldita sea.

  —?Si! ?Maldita sea! —a?adió Otto.

  —Y yo que pensaba que limpiar las letrinas del cuartel era el peor trabajo que me podían asignar. Ahora estoy condenado a caminar durante días sin ninguna pista con un idiota naranja como líder.

  —?Hey! —exclamó Maxxie, levantándose de golpe también y dirigiéndose a Taco —. Puede que no tengamos información, pero como tu superior te ordeno a que no vuelvas a faltarme el respeto.

  —Ay, por favor. Déjate de tonterías. Acá en el bosque, y con tu liderazgo, no eres superior a nadie —agregó Taco, plantándose frente a Maxxie. Otto le hizo seguidilla tras él —. Por lo que a mi respeta, la Guardia te envió a jugar al rastreador mientras que la princesita en realidad está divirtiéndose en los burdeles del pue…

  Taco se vio interrumpido por un pu?etazo de Maxxie, quien lo envió por los aires unos cuantos metros hacía atrás, para ser detenido por el tronco de un árbol.

  Otto y Bronco se levantaron, preparándose para defender a su colega, pero se detuvieron cuando vieron que Bernard también se levantaba y se dirigía a ellos.

  —Suficiente —dijo Bernard con un tono de voz profundo, furioso —. Sí, la inexperiencia de nuestro caballero acá quizás nos condene a una larga jornada. Pero él también está en esto con nosotros. Se?ores, compórtense como lo que son ahora, unos soldados. Ya quedó atrás la época en la que eran unos simples bandidos de poca monta. El Imperio los necesita, el mismo Imperio que decidió ponerlos a trabajar para que reestructuren su vida en lugar de mandarlos a ahorcar y acabar con el problema. Les guste o no, estamos juntos en esto.

  Otto y Bronco hicieron una peque?a reverencia al viejo Bernard y se volvieron a sentar. Taco, luego de volver a la fogata, los imitó refunfu?ando.

  Todo volvió a calmarse, pero no intercambiaron una palabra más hasta que, luego de un largo momento, Maxxie rompió el silencio con una nueva orden.

  —Dispónganse a dormir. Yo haré la primera guardia.

  ***

  Maxxie estaba de acuerdo en que había cometido un error al no pedir más explicaciones, más información. Pero ellos, un grupo de bandidos, no podían decirle como hacer su trabajo.

  “No saben cómo es estar en el ejército. No saben que es la honradez y el respeto. La confianza ciega. Si el comandante te dice que camines hacía el sur, tu tienes que caminar hacia el sur hasta que consigas a la princesa o te caigas del mapa”.

  Estaba seguro de que el Imperio tenía algún motivo para enviarlo al sur. Podía ser que les habían asignado a otros grupos a ir en otras direcciones, así barrerían el terreno.

  Ese pensamiento le sentó mal, se sintió inseguro y frustrado. Si habían asignado la labor a varios grupos entonces él no era del todo especial, solo uno más.

  “Pero eso es lo que significa ser parte de un ejército” se dijo, rega?ándose por su egoísmo.

  “Eres uno más, un eslabón adicional. Tienes que sentirte orgulloso por eso. Un eslabón en la cadena, sin importar que hubiese miles, es igual de importante que la cadena en sí. Sin ese eslabón no existiría la cadena” recordó que algo así le había dicho su padre alguna vez “?O quizás la cadena solo sería más corta?”.

  Bufó, burlándose de el mismo por su interrogante.

  Estaba cansado y le empezaba a costar pensar con claridad. En pocos minutos tendría que ir a levantar a Bronco para que lo relevara en la guardia.

  No le gustaba la idea de dormir mientras se encontraba rodeado por esos bandidos. No confiaba en ellos.

  Pero no tenía alternativa, no podría viajar al día siguiente si no descansaba. Tenía que obligarse a confiar.

  Igualmente dormiría con el pu?al bajo la sabana.

  Despertó a Bronco, quien se levantó sin rechistar. Era el más callado del grupo. Podía jurar que no lo había escuchado decir una sola palabra.

  “Si tan solo Taco fuera así… Si tan solo…”.

  Entonces sus pensamientos se desvanecieron y quedó dormido, apoyado al árbol de donde se acababa de levantar Bronco.

  No duró mucho tiempo dormido.

  —Despierta, despierta —escuchó decir en la lejanía —. Anda, naranjita, despierta, ahora es que comienza la diversión.

  Identificó la voz aún en su estado de duermevela, era la de Taco.

  Pero eso no fue lo que lo alertó lo suficiente para despertar de golpe como lo hizo.

  La voz de Taco era molesta y su tono burlón, preocupante.

  La sensación del hierro afilado en su cuello, aún más preocupante.

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