CAPíTULO VI
El crepúsculo caía sobre la ciudad como un manto de sombras y luces difusas, mientras Ren, con el corazón palpitándole a mil por hora, atravesaba las estrechas callesjuelas del barrio clandestino. La brisa nocturna traía consigo un aroma a humo de le?a y humedad de la lluvia reciente, mezclándose con el olor metálico de la arena y el sudor. Todo en aquella urbe clandestina parecía cargado de una energía cruda y casi palpable, donde cada rincón contaba historias de encuentros furtivos y luchas desesperadas.
Ren había recorrido un largo camino para llegar hasta allí. Cada paso estaba impregnado de la mezcla de cansancio acumulado en la isla, el rigor del entrenamiento con Shizuka y la fragilidad de un cuerpo y un espíritu que se habían forjado a golpes de impaciencia y lágrimas. Ahora, al llegar a la ciudad, se enfrentaba a un reto que había so?ado durante tanto tiempo: su primera pelea clandestina.
La atmósfera en el callejón donde se celebraba el combate era densa. El aire vibraba con el murmullo de la multitud, salpicado de risas ásperas y comentarios cargados de expectación. Luces de neón se filtraban por las ventanas rotas y farolas parpadeantes, dando un toque de modernidad a la escena, mientras que en el fondo se oía el retorno de música electrónica, casi hipnótica, que marcaba el ritmo frenético del encuentro.
Ren se encontraba en un peque?o vestuario improvisado, un cuarto descuidado detrás de un local abandonado, donde el olor a incienso barato y cuero viejo se mezclaba con el eco de respiraciones agitadas. Allí, en medio de sombras y luces tenues, se preparaba para la lucha que definiría su camino. Con el kimono de Nenji atado alrededor de la cintura, y una determinación que ardía en sus ojos, sentía la tensión en cada músculo, cada fibra nerviosa. A pesar de la adrenalina, una inquietud latente recorría su interior: el temido vacío de no saber aún dominar el Yu, esa energía mística que tanto anhelaba sentir fluir con precisión en cada movimiento.
La puerta del vestuario se abrió de golpe y Ren fue empujado hacia la calle. El murmullo de la multitud lo recibió como una ola ensordecedora: gritos, silbidos, y comentarios que parecían perforar su alma. Frente a él, en el centro de un anillo improvisado delineado por cuerdas desgastadas, esperaba su oponente. Se llamaba Shun, un joven de 16 a?os, con una presencia serena y equilibrada. Sus ojos, de un intenso color avellana, parecían evaluar a Ren con una mezcla de curiosidad y respeto. Vestido con un atuendo sencillo, pero pulido, Shun se movía con una gracia natural que contrastaba con la violencia latente del entorno.
El gong resonó, y en ese instante el mundo pareció detenerse. El sonido metálico se mezcló con el latido acelerado del corazón de Ren y con el eco lejano de una multitud expectante. La pelea comenzó de forma desordenada, casi como un torbellino de emociones y movimientos caóticos.
Ren lanzó su primer ataque, un pu?etazo rápido que se vio interrumpido por la agilidad de Shun, quien se deslizó a un lado con la suavidad de un suspiro. El sonido del impacto contra el aire fue apenas perceptible, pero para Ren cada fracción de segundo fue una eternidad. Con un movimiento fluido, Shun bloqueó la siguiente embestida con el antebrazo, el choque del impacto resonando como un martillo contra la madera en el fondo de la sala. Seía percibido el crujido de la tensión en los tendones y el sonido sordo del golpe al cuerpo, mientras la multitud contenía la respiración.
Cada movimiento de Shun estaba impregnado de una precisión casi artística. Sus golpes eran medidos, sus esquivas como una danza elegante que combinaba la fuerza y ??la fluidez. Por el contrario, Ren, impulsado por la pura voluntad y la furia nacida de la desesperación, se movía de forma instintiva. Sus ataques eran desordenados, una mezcla de desesperación y valentía, en los que a veces se perdía el ritmo, pero nunca la determinación. El choque entre la fuerza inexperta y la técnica pulida generaba una coreografía caótica, en la que cada pu?etazo, cada patada, contaba una historia de lucha interna.
El sudor resbalaba por la frente de Ren, mezclándose con la suciedad y el polvo del callejón. Podía sentir cada golpe que recibía, el ardor de los pu?os de Shun al impactar contra su torso, y el sonido húmedo de un golpe desviado, como un eco que retumbaba en sus oídos. Los gemidos del público se entrelazaban con los sonidos de la pelea, creando una sinfonía disonante que hacía vibrar las paredes del recinto improvisado.
Ren intentó avanzar, lanzándose con fuerza hacia adelante, buscando igualar la precisión de su oponente. En un descuido, consiguió conectar un golpe a la mandíbula de Shun, pero éste, con una sonrisa apenas perceptible, se replegó y contraatacó con una serie de golpes rápidos a la costilla, cada uno ejecutado con una técnica milimétrica. El sonido seco de los impactos resonaba en el ambiente, y Ren sintió que cada golpe lo empujaba al límite de su resistencia.
El movimiento de Shun era casi musical: una combinación perfecta de bloqueos y contraataques, donde cada desplazamiento del cuerpo parecía coreografiado con la cadencia de un poema épico. Sus pu?os, como pinceles de un maestro, trazaban en el aire líneas precisas que se encontraban con los intentos desesperados de Ren. El sonido de un golpe bien ejecutado, acompa?ado por el grito contenido del oponente, contrastaba con el incesante murmullo de la multitud que se emocionaba con cada intercambio.
Ren, a pesar de su inexperiencia, demostró una resistencia admirable. Su cuerpo, marcado por el entrenamiento en la isla, soportaba cada embestida con una voluntad férrea. El sudor y la sangre se mezclan en su rostro, dándole un aspecto casi mitológico, como el de un guerrero que se enfrenta a la adversidad sin rendirse. Con cada golpe que recibía, su mente se inundaba de una mezcla de dolor y determinación, una sensación de estar al borde del abismo, pero aferrándose a la idea de que cada caída era una lección para levantarse más fuerte.
A medida que la pelea se prolongaba, la falta de técnica y el control del Yu se hacían cada vez más evidentes en el estilo de Ren. Sus movimientos, aunque impulsados ??por una fuerza interior inquebrantable, carecían de la sutileza y el equilibrio que el dominio del Yu implicaba. Sus ataques eran como relámpagos erráticos, intensos pero sin dirección, que parecían iluminar el camino por un breve instante para luego desvanecerse en la oscuridad de su inexperiencia.
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La lucha se volvió un torbellino de golpes y bloqueos, donde cada segundo era una eternidad. Ren recibió golpes en la cara, en el torso, y en ocasiones, un bloqueo mal calculado le hizo perder el equilibrio, obligándolo a retroceder unos pasos. El olor a sudor y sangre se intensificaba, mezclándose con el ambiente cargado de adrenalina. El sonido de la respiración agitada, el crujido de huesos al recibir un golpe, y el leve tintinear de los pu?os chocando, componían una partitura que parecía dictar el destino de la pelea.
En un momento de pura determinación, Ren, cansado pero sin rendirse, lanzó un último y desesperado ataque. Con la fuerza que le quedaba, trató de encadenar una serie de golpes en un intento de igualar la fluidez de Shun. La multitud contenía la respiración al ver el clímax de la batalla, mientras el sonido de cada golpe retumbaba en sus corazones. Por unos instantes, parecía que Ren había logrado marcar un ritmo propio, una cadencia desordenada pero llena de intensidad.
Sin embargo, la experiencia y la calma de Shun prevalecieron. Con un movimiento certero, Shun esquivó un golpe que parecía destinado a derribar a Ren y, en un parpadeo, conectó un contundente golpe en el costado del joven guerrero. El impacto fue brutal: Ren sintió cómo el aire se le escapaba, cómo el mundo giraba en un torbellino de colores y sonidos distorsionados. La fuerza del golpe lo hizo tambalear, y por un breve segundo, el tiempo pareció detenerse. La multitud estalló en un murmullo, y el eco del golpe resonó en cada rincón del callejón.
Con un gemido que mezclaba dolor y frustración, Ren cayó de rodillas, la visión borrosa y la mente inundada por una ola de impotencia. El campo de batalla se desdibujaba ante sus ojos, y la energía que tanto había anhelado sentir parecía haberse desvanecido en el aire, dejándolo solo con la cruda realidad de su inexperiencia.
Cuando la pelea llegó a su fin, el silencio se impuso en medio del caos. Shun, con una mirada serena y comprensiva, se acercó a Ren, quien yacía en el suelo, luchando por recomponer el aliento. El joven de 16 a?os se agachó junto a él y, en un tono suave pero firme, pronunció:
—Tienes corazón, Ren, pero necesitas más. La determinación es sólo el comienzo; la técnica y el control son lo que te harán verdadero en este camino.
Las palabras de Shun se deslizaron por el ambiente como un bálsamo, despertando en Ren una mezcla de vergüenza y esperanza. Mientras intentaba incorporarse, su cuerpo temblaba no solo por el dolor físico, sino también por la realización de lo que acababa de suceder. La pelea había sido un espejo brutal que reflejaba sus limitaciones y la inmensidad del camino que aún le esperaba.
Con la ayuda de Shun, Ren se levantó, apoyándose en la mano firme del joven guerrero. El roce de aquella mano, cálida y segura, le hizo sentir que, a pesar de la derrota, no estaba solo en su travesía. La amistad que se forjaba en ese instante era sincera y estaba impregnada de un entendimiento mutuo: ambos compartían el deseo de mejorar y de aprender de cada caída.
Mientras la multitud comenzaba a dispersarse, Shun se quedó a un lado de Ren, y juntos se dirigieron a un rincón menos bullicioso del callejón. Allí, en la penumbra de una vieja estructura de ladrillos, el joven oponente le explicó con calma lo que había observado durante la pelea. Con cada palabra, el ambiente se impregnaba de un aroma a tierra mojada ya le?a quemada, como si la misma noche quisiera susurrar secretos a quienes se atrevían a escuchar.
—Mira, Ren —dijo Shun, sus ojos fijos en los del joven—, no se trata solo de golpear fuerte o de soportar el dolor. El Yu, esa energía que buscas, no se fuerza ni se agarra con desesperación. Se encuentra cuando logras sincronizar tu mente con tu cuerpo, cuando cada movimiento es una extensión natural de tu ser. No te desanimes por esta derrota; es parte del camino para encontrar tu estilo propio, tu forma única de canalizar esa energía.
Ren avanzando lentamente, sintiendo que en las palabras de Shun había una verdad que empezaba a calar en lo más profundo de su ser. La derrota, aunque amarga, le había demostrado que la voluntad por sí sola no bastaba para superar los límites que aún desconocía. El dolor en sus músculos, la frustración en su mente y la humedad de las lágrimas que se mezclaban con el sudor, eran recordatorios de que el camino del guerrero era arduo y lleno de desafíos.
Mientras la noche se asentaba y las primeras estrellas comenzaban a titilar en el cielo, Ren se retiró a un modesto refugio donde pasaría la noche. Allí, en la soledad de su cuarto, rodeado por el eco distante de la pelea y el murmullo de la ciudad que apenas despertaba, se dejó llevar por sus pensamientos. Cada sensación —el tacto áspero de la ropa empapada de sudor, el aroma penetrante de la sangre mezclada con el sudor, el eco de los golpes que aún retumbaban en su memoria— se amalgama en una sinfonía de lecciones aprendidas a punta de esfuerzo.
Ren comprendió, en ese instante de introspección, que su camino propio no se forjaba en un combate solo, sino en cada gota de sudor, en cada caída y en cada palabra de aliento de aquellos que creían en él. La visión de Shun, la calma con la que había aceptado la derrota, y la sensación casi efímera de ese cosquilleo de energía, se convirtió en faros que ahora iluminaban su sendero.
Decidido a no abandonar, Ren se comprometió a seguir entrenando, a buscar la armonía entre la fuerza bruta y el control espiritual. Sabía que, a partir de esa noche, cada golpe recibido y cada movimiento fallido sería parte del proceso de descubrimiento, del arduo viaje que lo llevaría a dominar el Yu ya forjar su estilo único de combate.
Con el amanecer, cuando el primer rayo de sol ba?ó las calles de la ciudad con un brillo dorado, Ren salió nuevamente al ambiente que lo había recibido la noche anterior. Esta vez, en lugar de la arrogancia o la desesperación, llevaba en su mirada una mezcla de humildad y determinación. Cada paso resonaba con la cadencia de un guerrero que, a pesar de haber perdido en su primer encuentro, había ganado una lección invaluable.
Mientras la ciudad despertaba, y el murmullo de la vida cotidiana se mezclaba con el recuerdo de la pelea, Ren supo que su camino propio apenas comenzaba. La derrota no era el final, sino el inicio de un viaje lleno de desafíos, aprendizajes y, sobre todo, la búsqueda constante de la esencia que lo haría no solo un combatiente, sino un verdadero Eterion.
Así, en el cruce de sombras y luces, entre los aromas de la noche y los sonidos que marcaban el pulso de la ciudad, Ren tomó una profunda bocanada de aire y se dispuso a avanzar. Con la determinación renovada y la amistad de Shun como un faro en la oscuridad, se internó en la mara?a de calles, consciente de que cada combate, cada fracaso, era un paso más hacia el descubrimiento de su verdadero ser.
El camino propio se extendía ante él, lleno de incertidumbres y desafíos, pero también repleto de la promesa de una transformación interna. Y mientras la ciudad se despertaba y el sol iluminaba el horizonte, Ren caminó con paso firme, sintiendo en lo más profundo de su ser que, aunque la técnica aún se le escapara y el Yu no se manifestara con la fuerza que había imaginado, cada experiencia, cada cicatriz, lo acercaba a la grandeza que siempre había so?ado alcanzar.