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Rachel

  Rachel esperaba sentada en la barra de aquel sucio bar de la vieja Nueva York, el “Fitz”. Afuera, la lluvia amenazaba con inundar el barrio y ráfagas frías se colaban por las fisuras de la puerta. Aun así, había dejado su chaqueta púrpura tan característica en el guardarropa con Zena. Había gastado demasiado en su corsé de cuero y sus botas nuevas como para no lucir su figura esa noche. De todos modos conservó la fedora, su largo cabello rubio era un desastre como siempre, y el sombrero le ayudaba a ocultar los mechones obstinados, además, le daba estilo. Después de todo, no estaba ahí solamente para trabajar. Quizá podría tener suerte. Dios sabía que lo necesitaba. Las cosas estaban lentas desde lo de Patrick, se sintió algo tonta al reconocer que le molestaba más haberse distanciado de él, que haber recibido aquel disparo.

  Se terminó de un sorbo su Nalyvka de cereza, era lo más fuerte que se iba a permitir esa noche a pesar de la tentación. Amaba ese bar dirigido por cuatro generaciones de Ucranianos, porque tenían algo para todas las Rachels, la ebria sin remedio, la detective responsable, y esa extra?a mezcla de las dos que sin duda era esta noche.

  —Gracias por el trago Alexander— le dijo al joven rubio detrás de la barra —casi tan delicioso como ese trasero tuyo —no, imposible, una pena que a él no le gustaran las mujeres, en ese momento, ella podría ignorar ese detalle si le invitaban otra copa.

  —La pondré en tu cuenta, preciosa —muy gracioso, el dinero tenía décadas de haber desaparecido, pero a ellos les encantaba jugar a que todavía existía, como en aquellas viejas películas del siglo pasado que aún podían verse en sus holox por unos pocos bits, y hablando de bits, la bebida le costaría unos quince.

  Rachel se levantó de la barra, y comenzó a trabajar. Unas pocas bebidas más y su cuenta quedaría en ceros.

  En una mesa, de esas que se dejaban poco iluminadas a propósito, estaban sentados tres caballeros bien vestidos, con los ojos en sus holox, es decir, mirando al frente como zombis mientras los implantes proyectaban imágenes en sus retinas y enviaban sonidos por sus huesos hasta sus tímpanos. Seguramente conversaran en texto a través de una red local. No podían ser más sospechosos, pero su objetivo no era ninguno de ellos, sino el sujeto grande, en camisa interior, jeans y gorra de beisbol que se quedaba de pie frente a ellos para completar el cuadro de mesa de mafiosos. Carajo, los abuelos de estos principiantes habían hecho a las familias de Europa del Este famosas por su discreción. En las novelas y las películas de hace treinta a?os, las víctimas nunca sabían de dónde venía el golpe hasta que era demasiado tarde, ahora estos mocosos se pasaban la vida en los tugurios de la ciudad vieja presumiendo ante los más pobres, en lugar de aspirar a vivir en la ciudad nueva. Con todos esos snobs que usaban la nanotecnología para todo.

  —Alto ahí, no puedes acercarte a los se?ores.

  ?Lindo acto fortachón?.

  —Aww, pero pensé que quizá querrían un poco de compa?ía,—el acto de la buscona era simple pero efectivo, estos escoltas eran como orangutanes —míralos, se ven tan solos.

  —Segunda advertencia, mantén tu distancia bebé.

  ?Y primer “strike” para ti fortachón?. Acto o no, no le gustaba el apelativo.

  —?Y tú, no necesitas compa?ía? Por favor, ellos no te necesitan, vamos cinco minutos a la mesa de al lado y por quinientos bits te prometo que haré que valga la pena —Rachel estaba orgullosa de lo convincente que podía ser con su tono suave y algo condescendiente, ni siquiera tenía que tocar al sujeto, bastaba con pasarse la mano por la línea de la cintura y mirar cómo el simio seguía su dedo como hipnotizado.

  No hizo falta insistir. El sujeto se sentó en la mesa contigua y le hizo un ademán para que hiciera lo mismo. Puso su musculoso brazo tatuado en el respaldo del sillón para indicarle que ese era su lugar.

  Cuando el hombre estuvo sentado y ella tuvo su cabeza a la altura del pecho, Rachel, en un movimiento que tenía por demás ensayado, sacó de su alta bota su bastón expandible, una maravillosa pieza de ingeniería. Lo golpeó con un movimiento ágil que dejó al hombretón inconsciente con su poderosa descarga eléctrica. Casi ni sintió el golpe, de verdad había valido la pena los casi dos mil bits entre la compra y la licencia, además, desde que dejó el cuerpo de policía, tenía prohibidas las armas convencionales. Esto no solo era práctico, seguro y no letal, también era muy, muy divertido.

  Nadie en el bar pareció darse cuenta, como siempre. Los que no estaban demasiado enfrascados en un encuentro fortuito, estaban, como los hombres de la mesa, sumergidos en el océano de información y entretenimiento que ofrecían los holox, esos minúsculos aparatos que se implantaban junto a los ojos y ofrecían todo un mundo nuevo en realidad aumentada. Rachel tenía el suyo en modo espera, pero claro que tenía uno. ?De qué otra forma iba a investigar los movimientos de bits de sus objetivos? ?O sus publicaciones en los hiperforos? no tenía idea de cómo los detectives encontraban a la gente antes de la red. Qué fácil era hoy en día, si no eras policía y te ataba la ley de protección al ciudadano de 2076. Ridículo, la información estaba ahí, al alcance de cualquiera y solo los policías no podían acceder a ella.

  Tenía unos minutos para registrar al imbécil antes de que se le pasara el shock, no se molestó con los bolsillos, todo lo incriminante siempre estaba en los lugares cliché, afortunadamente el fortachón no era muy imaginativo y bien pronto encontró lo que buscaba en un pliegue de la gorra. Un diminuto chip de autorización.

  Con el chip pudo entrar a los archivos en línea del due?o a través de su propio holox, este tipo de cosas normalmente se guardaban en lugares secretos y seguros, pero los criminales siempre sentían la necesidad de tenerlos cerca, fanáticos del control o grandes cobardes. Mejor para ella, ahora podía demostrar que este desgraciado era sin duda el que había estado extorsionando a las familias del barrio, en especial a los Boiko, cuyo departamento había quemado y quienes habían gastado una parte de lo poco que les quedaba para asegurar que ella lo llevara ante la justicia.

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  Siempre era lo mismo con la policía en la Vieja Nueva York, la mayoría de los buenos policías estaban muertos o eran como ella, los demás simplemente disfrutaban cobrando por no trabajar y mantener la boca cerrada.

  Afortunadamente, en cuanto ella subiera la evidencia al sistema, la inteligencia artificial llevaría a cabo un juicio automático y los hijos de puta del precinto cincuenta y cuatro tendrían que venir por el grandote, quisieran o no.

  Listo. Movimientos de bits no declarados por cantidades rastreables, metadatos de los envíos de notas de extorsión y… un extra, el hombre debía pensión nada menos que a tres diferentes mujeres ?Cómo es que seguían cayendo con los idiotas? Bueno, en los barrios de la vieja Nueva York no quedaban muchos buenos, pero, ?tipos como este? En fin, si las localizaba, alguna se interesaría en conocer a las otras dos, y se ganaría unos cuantos bits más.

  Colocó el chip de vuelta en su lugar y dio media vuelta para irse como si nada, los holox eran sus mejores amigos, tenía meses operando en el bar y solamente Zena y Alexander la reconocían, todos los demás estaban absortos en conversaciones virtuales, drogas cibernéticas o entretenimiento basura.

  Recogió su abrigo y salió a la lluvia. No quería estar ahí cuando llegaran los policías y comenzara el alboroto. Además tenía que ver a los Boiko, asegurarse de que estaban bien, darles las buenas noticias en persona. Podría enviar un mensaje que ellos verían en sus holox como si ella estuviera ahí, pero a pesar de lo realista que era, nunca era lo mismo. Le gustaba dar las buenas nuevas en persona.

  La lluvia había vaciado razonablemente la calle, solo algunos como ella caminaban bajo el aguacero, muchos decían que en la Nueva Nueva York todas las calles tenían techos retráctiles automatizados, a Rachel eso le sonaba a demasiado gasto, pero fuera una a saber, nadie iba ahí si no era para trabajar en los barrios más externos como limpieza o mantenimiento de autómatas, casi toda la maldita ciudad estaba aislada de los indeseables de la vieja ciudad.

  Por suerte, su abrigo y sombrero la protegían bien del clima, cuero artificial con buen aislante y totalmente hidrofóbico. Rachel rara vez pagaba la renta a tiempo y había pasado semanas comiendo apenas, pero invertía en su ropa casi tanto como en sus herramientas de trabajo. Por lo menos, comer poco le había ayudado a conservar su figura sin recurrir a los embellecedores, médicos sin licencia practicando cirugías que hacía treinta a?os habían sido muy avanzadas, pero ahora lo dejaban todo a sus herramientas y a la inteligencia artificial. Estafadores. El barrio rojo estaba a rebosar de pobres mujeres llevadas al mal camino simplemente tratando de pagar por arreglar las deformaciones que esos desgraciados les provocaban.

  Tomó la calle a su derecha contra su voluntad, tendría que pasar frente a su viejo precinto de policía de camino a casa de los Boiko, siempre la hacía enfadar recordar sus días como policía, siendo menospreciada simplemente por querer hacer algo en lugar de esperar a ejecutar la orden de arresto de un juez virtual. Y el asunto que le había costado la placa…

  Llegó. Era un departamento mediano con la entrada dando a la calle, todo un lujo en la vieja ciudad. Tocó la puerta con la mano, así sabrían que era ella. Casi todos los demás avisaban enviando un mensaje por la red, si acaso salían. En aquellos barrios a veces era mejor quedarse en casa.

  —?Liliya! ?Soy yo! —La pobre mujer aparte de medio sorda, era desconfiada. No se le podía culpar, dado lo que le había sucedido a la familia hacía tan solo un par de semanas. La hija mayor de la familia se había metido con ese pedazo de basura del bar. Un a?o antes, poco más o menos, la chica había desaparecido. Desde entonces habían recibido cientos de extorsiones. Y aunque estaban pagando, el maldito simplemente entró un día y prendió fuego al departamento, por lo menos se aseguró de que todos estaban fuera. No podría demostrar que él se llevó a Priscilla, pero por las extorsiones y el incendio estaría encerrado el tiempo suficiente para que algo realmente malo le pasara en prisión.

  El que abrió la puerta fue Grygoriy Boiko, esposo de Liliya, un hombre afable pero quizá demasiado callado. Rachel sospechaba que su dominio del inglés no era muy bueno, eso o no le agradaba demasiado. Aunque, igual y lo que pasaba era otra cosa. El hombre ya pasaba de los sesenta a?os, tal vez no aprobaba su atrevido atuendo o su forma de hablar desenfadada. Los viejos a veces eran así.

  —Se?or Boiko, vengo a reportar que el hombre que los ha estado extorsionando debe estar bajo custodia ahora mismo —encendió su holox con un gui?o seductor, era la se?a que había elegido —de acuerdo con la red de procuradores de justicia digitales, su expediente se ha actualizado a sentencia. Le darán diez a?os mínimo.

  —Rachel, querida —la voz de Liliya se dejó escuchar desde adentro del ruinoso departamento —pasa, pasa, por favor, Gregory —Liliya siempre americanizaba el nombre de su esposo y el suyo propio frente a extra?os, al parecer, Rachel todavía lo era, aunque conocía a la familia desde hacía a?os —hazla pasar, hombre, que está cayéndose el cielo ahí afuera. ?Quieres una taza de café dulzura?

  —Gracias Lilia —mejor darle gusto, era en verdad muy nerviosa, se sentó en el sofá que había sobrevivido al fuego, apenas algo chamuscado, lo peor había ocurrido en las habitaciones —negro y fuerte si es posible. Vengo a decirles que pude identificar y hacer arrestar al sujeto que los ha estado extorsionando.

  —Oh Dios, que buena noticia, ojalá que ahora tengamos una pista de mi pobre nieta.

  Los padres de Priscilla y su hermana las habían tenido muy jóvenes, quien sabe donde habrían huido antes de dejarlas con sus abuelos.

  —De eso no puedo darles ninguna garantía, lo siento mucho, saben que ella era amiga mía, este a?o buscándola ha sido duro para mí también.

  ?Si no me hubieran disparado justo el mismo día que desapareció…?

  A Rachel le atormentaba pensar que si no hubiera sido tan descuidada en aquel cateo, aún sería policía y su amiga no habría desaparecido. Patrick no había sido de ninguna ayuda y nunca se lo pudo perdonar.

  —?Porqué no me hablaron del ex de Priscilla hasta ahora?

  —Parecía tan buen muchacho, nunca sospechamos de él.

  —?En serio Liliya? ?Con lo nerviosa que eres?

  —?Qué te digo, ni?a? Si no hubiera visto su gorra en los restos del incendio jamás se me ocurriría. Pero solo podía ser de él, ayudé a Priscilla a escogerla cuando se la regaló.

  —Hay, algo más, se?orita —el viejo Grygoriy por fin decía algo —cuando estaba limpiando los restos del viejo cuarto de mi nieta, descubrí que el fuego había consumido su viejo escritorio, y encontré esto, debió estar escondido ahí, tal vez en un fondo falso o algo así.

  Le extendió la mano para entregarle lo que parecía una especie de huevo o bombilla de cristal. en el interior se apreciaba un polvo plateado extremadamente fino. Grabado en el cristal, en uno de los lados, estaba el logotipo de NaNo. Una de las empresas productoras de nanotecnología más conocidas. Los ricos de la ciudad nueva no consumían nada que no tuviera ese logo, o el prefijo “NaNo”.

  —Esto —dijo Rachel —son nanomáquinas, de las caras. Nivel “Soy el due?o de tu barrio”, ?Porqué Priscilla tendría algo como esto?

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