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Patrick

  ?Maldita sea! Ese maldito cacharro lo cambiaba todo, era imposible que fuera una coincidencia, necesitaba más información, y para obtenerla tendría que pedirle ayuda a Patrick.

  No tenía caso, todos los catálogos en línea, bases de datos e incluso las búsquedas por imagen llevaban al mismo callejón sin salida. Este set de nanomáquinas en particular no estaba a la venta. Y si era una falsificación, no se parecía a ningún set comercial. No tenían idea de cuál era su función.

  Las nanomáquinas eran muy útiles si podías pagarlas. Se ponían en píldoras para atacar el cáncer; en tintes para que la ropa cambiara de color y textura a placer, con una aplicación del holox. Incluso había algunas capaces de crear lentillas de colores o te?ir el cabello en pocos minutos. El mundo de la moda las amaba y odiaba. El de la medicina las temía mientras no temblaba al usarlos, e incluso había grandes chefs que no hacían más que dirigir sets de nanomáquinas para elaborar comida de apariencia extra?a y llamarla “su creación”. Eso sí, el costo del set más básico era entre tres y quince mil bits, lo suficiente como para comprar un departamento peque?o en la ciudad vieja. Uno como este, que, por su tama?o, era sin duda un set de lujo, costaría lo que un pent house en la ciudad nueva. Tal vez el edificio entero, si además contenían información importante. Pues también podían usarse como medios de almacenamiento de datos extremadamente seguros.

  O tal vez eran limaduras de zinc en un frasco de vidrio…

  Ya había pasado, sobre todo cuando se buscaban las que curaban el cáncer. Ninguna aseguradora las proporcionaba, y muchas personas desesperadas habían perdido todo, víctimas de estafadores. Tal vez… Priscila nunca fue tan lista, ?y si el viejo Grygoriy estaba enfermo y la pobre había intentado robarlas? Pero, no parecían de ese tipo, y si tenía que ser honesta, Rachel pensaba que eran reales.

  —Te lo dije querida, no están en la red. — Liliya podía ser muy molesta, por suerte para ambas, hacía un café delicioso, probablemente colombiano, en lo que a Rachel concernía, el café era lo más adictivo que se traficaba desde Colombia.

  —Tal vez son nuevas, o son un producto intermedio. ?Intentaron conectarse?

  —Si —dijo escuetamente el se?or Boiko tras su bigote blanco —pero requieren un chequeo biométrico, aunque supiéramos de quién, habría que romper el contenedor.

  Sin conectarlas a la red o a un holox activo, serían polvo inútil, mejor no intentar nada.

  —Pat, Pat, contesta —Rachel estaba llamando a través de su holox, un momento después, el aparato le mostró a Patrick O’Hara, con su uniforme siempre limpio y el cabello pelirrojo perfectamente recortado según el reglamento. Estaba usando el avatar. Idiota.

  —?A quién crees que enga?as con eso Patrick? —la voz de Rachel, normalmente suave y un poco condescendiente, ahora estaba cargada de ira contenida —estoy con los abuelos de Priscila, voy a a?adirlos a la llamada, quita esa ridiculez.

  Los holox de los presentes se sincronizaron para mostrar un escenario de realidad aumentada, ahora se percibían en un cuarto anticuado lleno de libreros y una chimenea. ?Por qué la gente seguía representando así una sala si ya casi nadie tenía chimeneas, o libros? Al centro, el verdadero Patrick apareció tras un breve aviso de “espere por favor”. Esta vez, tenía el cabello hecho un desastre, no había rastro de su chaqueta o su corbata y era obvio que tenía días sin ducharse o afeitarse. A Rachel le gustaba mucho más así.

  —Hola preciosura, ?me extra?abas o necesitas un favor del precinto otra vez? En ambos casos, voy a tener que rechazar…

  —Cállate Patrick, ni cuando estábamos juntos me gustaba tu coqueteo. Escucha, necesito acceso al sujeto que arrestaron hace unos minutos. En el Fitz. Gregory y Lilia fueron sus víctimas, yo los represento para un careo de acuerdo con el artículo ocho…

  —Rachel, yo te expliqué ese artículo en la academia, si necesitas interrogar al orangután este, puedo retenerlo una noche antes de que lo lleven a la isla grande. Pero el artículo ocho no te servirá, no eres ni su abogada ni un pariente directo. Los detectives privados están específicamente excluidos. Te dejaré pasar como si fueras una visita suya. Tienes suerte, casi todos en el precinto que te conocen estarán fuera esta noche, solo tendrás que cuidarte de la capitana. Bill estará ahí, pero bueno, ya lo conoces.

  Rachel gru?ó, maldito Pat, ahora recordaba que ambos llamaban orangutanes a estos matones, habían empezado con aquella vieja película que vieron juntos. Y claro, a él nunca lo había podido embaucar citando artículos más o menos útiles como a los demás policías. él podría ser un perezoso, pero nunca un tonto. Además, seguía ayudándola a pesar de que lo trataba como a un zapato viejo cuando se veían.

  ?Por qué tenía que ser tan… estúpidamente perfecto, y al mismo tiempo ser tan imperdonablemente imbécil?

  El día que Rachel despertó tras sobrevivir un disparo, Patrick estaba ahí. Pero antes de poder agradecerle como ella acostumbraba, él simplemente rompió con ella sin mayor explicación. Y durante todo ese a?o, había servido poco y nada para localizar a Priscila. No dejaba de repetir que “hacía todo lo posible”. El colmo fue que no acudió a defenderla cuando asuntos internos la dio de baja de la fuerza.

  —Bien, voy para allá, te envío el pago habitual en información extraoficial. Te dejo elegir entre el ruso que acosa a los Jiménez o la mujer china acusada de fraude fiscal.

  —No te molestes bombón, —el muy descarado todavía la llamaba con montones de apelativos sugerentes, no le molestaba, siempre que no se atreviera a llamarla bebé —quédate con tus recompensas, sé que el negocio va lento. Además, a la china la atraparon ayer, el equipo anti evasores es el único con presupuesto hoy en día.

  —Hola Pat —Liliya, siempre oportuna —?Cómo estás? ?Estás comiendo bien? ?Ya tiene la policía alguna pista de nuestra nieta?

  —Hola se?ora Boiko, no, por desgracia seguimos igual. Hemos descartado varios sospechosos y escenarios, pero me temo que no estamos más cerca de encontrarla.

  Pandilla de inútiles.

  —Bueno, te veo en un rato —Rachel detuvo la llamada y la vieja sala arruinada por el fuego de los Boiko volvió a aparecer.

  —Ay ni?a, que bueno que dejaste a ese Patrick, es un bueno para nada. Nunca me dio confianza.

  Pero el orangután del exnovio de Priscila le parecía un buen muchacho. Patrick podía ser tremendo imbécil, pero era mucho mejor. Algunas noches solitarias, recordaba cuán mejor. Había pasado a llamar “extra?ar a Patrick” a cuando se masturbaba furiosamente, o invitaba a algún afortunado o afortunada a descubrir si su corsé de cuero artificial la dejaba sudorosa.

  —Tienes razón Lilia, pero ahora debo ir a ver si el ex de Priscila sabe de dónde salió esto. Es posible que incluso lo estuviera buscando o tratara de destruirlo con el incendio.

  La mujer le quitó la taza vacía y se despidió de ella. Rachel salió a la lluvia una vez más, probablemente llovería toda la noche. Caminó de vuelta al precinto, si Bill estaba de guardia, las cosas serían sencillas.

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  En efecto, cuando llegó a la entrada, el hombre bajito, calvo, de unos cuarenta y muchos, movía un dedo frente a su cara, sin duda estaba jugando algún juego realidad aumentada, era cómico cuando la gente hacía esas cosas en público. Pero bueno, no se daban cuenta de nada. Por los movimientos, seguro era un rompecabezas.

  Rachel pasó frente a él como si nada, luego lo saludaría. Mejor si no sabía que estaba ahí.

  No vio a Patrick por ningún lado, siempre se escondía cuando ella aparecía por aquella oficina llena de pantallas donde sus antiguos compa?eros miraban perfiles criminales, comparaban rasgos biométricos, y cotejaban documentos con las historias de los sospechosos. Claro que por “antiguos compa?eros” quería decir, los personajes de la serie “Policía de California”, los holox de los miembros activos del precinto estaban limitados para que no accedieran a entretenimiento, por lo que usaban las anticuadas pantallas para emitir viejas series y películas. En el pasado, esa serie había sido su debilidad, el Capitán Ludwig era lo más sensual que pudo haber imaginado la Inteligencia artificial que creaba el programa. Pat se encelaba y ella lo compensaba en su departamento.

  Odiaba volver a ese lugar, los recuerdos eran demasiado algunos días.

  —Buenas noches —se dirigió a una mujer latina a quien no conocía de nada —Soy Rachel Haynes, vengo a un careo con un condenado.

  —Ah si, el sargento dijo que vendría, está en la sala de interrogatorios, espere un momento… un oficial va a acompa?arla —esta perra la estaba mirando peor que los hombres, si tenía envidia de sus piernas perfectas, o estaba deseando usarlas para calentarse las orejas, no importaba realmente, Rachel le daría gusto.

  —Oh y… —Rachel se sentó en la peque?a e incómoda silla detrás de ella, sosteniéndole la mirada a la oficial de piel cobriza y ojos negros que no le parecía fea, cruzando las piernas muy despacio, un movimiento parecido al de su dedo en su cadera —?voy a esperar mucho?

  La mujer se fue, visiblemente apenada. Tal vez demasiado joven, o demasiado aburrida. De todos modos, ya sabía cómo sería, los llevarían a una sala de interrogatorios y tendría veinte minutos para hablar con él en presencia de un oficial. No quería que Patrick ni nadie del precinto supiera de las nanomáquinas, así que tendría que ser sutil. Igual tendría suerte y le asignarían a Bill.

  Pero eso de tener suerte era cosa de mejores personas.

  —Hola piernas largas —Patrick le puso las manos en los hombros al pararse detrás de ella. El abrigo de cuero artificial no los separaba lo suficiente para evitar los escalofríos. Esas manos tan familiares rara vez se detenían en sus hombros un a?o atrás.

  —Si quieres te puedo patear con ellas, —se giró con ojos afilados hacia él —o creo recordar que te gusta que te pisen.

  —Con esas botas mejor paso, primor. Vamos, yo seré tu custodio. Así podrás hablar más a gusto.

  Carajo, el idiota creía que confiaría en él. Podía sacarle ventaja, pero ahora sería casi imposible preguntar sin que él se interesara. Conocía el caso y no se distraería ni podría enga?arlo tan fácil con eufemismos.

  —?No puedes asignarme al viejo Bill? hace tiempo que no charlamos. Y tu peste me distrae, dúchate alguna vez Patrick —no, mejor que no lo hiciera, aún le gustaba su olor, era verdad que la distraía.

  —A Bill ya no le permiten cuidar de la gente, —le quitó las manos, caminó hasta quedar frente a frente —es un gran tipo, pero bueno, no es su fuerte, eso ya lo sabías.

  Rachel se levantó, no escondió su frustración.

  —Como sea, vamos, igual el tipo se pone cooperativo para que lo dejes respirar.

  La sala de interrogatorios no era más que un peque?o cuarto de ladrillos con una lámpara de techo por demás arcaica, era una luz de nanotubos de carbono como cualquier otra, solo parecía una bombilla como las de las películas. Rachel la había conseguido en sus días de oficial de narcóticos digitales. Le sorprendía ver que nunca la habían reemplazado. Quizá no era la única que fantaseaba con ser un policía de verdad, como aquellos del siglo veinte.

  Otro oficial trajo al grandulón esposado y lo sentó sin resistencia antes de salir. Claro, lo tenían con drogas digitales para mantenerlo manso.

  —Desactiva su holox Pat, lo necesito cuerdo.

  —A la orden majestad, de todos modos, tú fuiste quien lo dejó inconsciente en el Fitz ?No es verdad?

  —No confirmo ni niego su afirmación, oficial —el muy zorro creía que iba a caer en un truco tan viejo. Qué poco respeto por una dama.

  El sujeto, de obvia ascendencia italiana, de cabello negro muy brillante y rasgos fuertes, parpadeó muchas veces antes de fijar la mirada de nuevo.

  —?Qué chingados? Eres la perra del Fitz —su modo de hablar era muy distinto, era como un acento mal hecho, no lograba ubicarlo —Seguro que te manda la Helena, esa puta me la tiene jurada, era la única que sabía de las extorsiones.

  —Relájate… —Miró a Patrick para que leyera el nombre en el expediente, ella lo sabía claro, pero a estos matones había que restarles importancia.

  —Su nombre es Anthony Caputo.

  —Cierra tu puto hocico cerdo, mi nombre es Antonio, mis compas me dicen To?o, y ese otro nombre no se dice sin una verguiza. ?Me captas, culero?

  No podía ser, a Rachel casi se le salía una risa, era uno de esos idiotas que se obsesionaban con los chicanos y mexicanos. Lo más estúpido era que era una moda traída del oriente, japoneses y coreanos la habían comenzado.

  ?Priscila, en serio ?Qué le viste a este tipo??

  —Lo que digas “fortachón” —le dijo con desdén nada sutil, no pretendía llamarlo por esa burla de nombre —?Por qué hablabas distinto antes?

  —Al se?or De Polotzk no le caen bien mis carnales, —alternaba entre idiomas torpemente, —me hago pendejo cuando trabajo.

  —Ya, —movió la mano como si espantara una mosca para cambiar de tema —lo que quiero saber es porqué si los Boiko te estaban pagando la extorsión, quemaste su departamento.

  —Hija de la chingada, —Rachel acarició su bota donde aún ocultaba su bastón, el matón pareció entender —digo, no, yo no fui, o sea, sí le estaba sacando feria a los rucos, pero no les quemaría el cantón, la do?a siempre me trató a toda madre.

  —?Quieres hacerme creer que solo eres un vividor y no un criminal?

  —La neta, no me sale, o sea, ya saben que sí me he pasado de verga, pero…

  Patrick tomó al matón del cabello de la nuca y tiró.

  —Escucha hijo, respeto tu cultura y lo que quieras, pero tenemos prisa, mejor que empieces a “hacerte pendejo”, que todavía puedo agregarte cargos y no vas a salir nada pronto de por sí.

  —Por eso me cagan los cerdos. Está bien, pero ya suéltame —se le notó el alivio cuando Pat soltó su nuca —El punto es que sí, he hecho muchas cosas malas, pero a la se?ora Liliya nunca le haría eso, siempre hacía mi cafecito cuando iba su casa y me trataba bien.

  Muy verosímil, al grado que le enojaba, si la conocía por su nombre real, sería porque ella confiaba en él.

  —?Qué sabes de tu ex, Priscila, la nieta mayor de los Boiko?

  —Que estos cerdos no la han encontrado en un a?o. Era una linda chica, peque?a, casta?a clara, dientes perfectos, todo lo que se puede pedir en la ciudad vieja. Sin mentir, la extra?o.

  —?Qué hay de las madres de tus hijos?

  —Hey, eso es diferente, a todos se nos ha caído de vez en cuando ?No? Uno tiene necesidades…

  —Basta “Tony” —intervino Patrick —nos dejas en vergüenza a todos.

  —Ya, no me jodas, seguro que todos son unos angelitos en la fuerza, tienes toda la entrevista mirando a esta perra y tocándote.

  El sonido de la cabeza del “chicano italiano” golpeando el aluminio de la mesa fue tan satisfactorio como la idea estar excitando al policía irlandés que tanto se esforzaba en rechazarla.

  —Déjalo Patrick, solo dice la verdad. Mejor que me responda —se volvió hacia el preso —si no fuiste tú y suponiendo que te creo, ?Quién pudo ser?

  —No tengo idea, si te sirve, no pudo ser nadie del barrio ucraniano, el jefe me prometió que en verdad no le pasaría nada a quienes me pagaran. Es hombre de palabra, nos apoya en nuestros negocios.

  —Y tú lo acabas de implicar en extorsión.

  —No importa, no pueden usar lo que diga aquí si no lo están grabando, y es ilegal grabar un interrogatorio —ya todos los criminales se sabían ese truco, otro absurdo del acta de 2076.

  —Para un policía, zopenco, —ella podría haber grabado la sesión con su holox, si hubiera querido —pero seré buena contigo porque creo que me dices la verdad. No haré que un mafioso ucraniano mande a que te claven un cepillo de dientes en prisión.

  “To?o” no dijo nada más, tampoco parecía saber nada demasiado útil, aunque descartar a la mafia era más o menos un avance. Rachel salió de la sala de interrogatorios seguida por un apenado Patrick. él le habló antes de que ella pudiera girarse hacia él.

  —Lamento que sirviera de poco bombón.

  —Pat, me tienes harta, —le respondió aún de espaldas —quieres algo conmigo, o no, ya no me importa, pero no calientes mi motor si no vas a montarme, no que fuera a dejar que lo intentes. En fin, gracias por todo.

  —?Fue eso un chiste de motocicletas?

  Ella se giró, lo tomó del cuello de la camisa y atrajo su rostro al suyo, lo bastante para que pudiera oler su labial, escuchar su respiración jadeante, sentir su aliento ardiente como llamas de un dragón, mirar de cerca sus ojos de ese azul que ella sabía que él adoraba. Entonces, como un impulso primario imposible de resistir, finalmente se decidió…

  Y le dio con la rodilla en el estómago con todas sus fuerzas. Justo antes de salir caminando con paso firme, haciendo resonar sus tacones en el suelo como una sentencia que decía “nunca más”.

  Plan “B”, era hora de ir a ver a Bit.

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