La mayoría de los carruajes habían partido de la mansión Harrington, dejando tras de sí un rastro de barro y la persistente melodía del viento aullando entre los árboles como un ejército de espectros furiosos. La tormenta no mostraba signos de amainar; al contrario, parecía intensificarse con cada minuto que pasaba, azotando la propiedad con una violencia despiadada. La lluvia caía ahora con la fuerza de una cascada torrencial, ahogando cualquier otro sonido, y el lago cercano, antes un espejo tranquilo, se había transformado en una masa furiosa de olas espumosas que se alzaban y caían con una rabia salvaje, lamían con creciente avidez las orillas, amenazando con engullir todo a su paso. La marea subía implacablemente, engullendo cada vez más terreno y haciendo que el sonido de las olas al golpear la base del puente fuera un rugido constante y amenazante, un presagio de la catástrofe inminente.
Lord Alex y Lady Anastasia, a pesar de la urgencia por marcharse, se habían quedado en el umbral iluminado de la mansión, asegurándose de que cada invitado abordara su carruaje de forma segura. La preocupación se reflejaba en el rostro de Lady Anastasia mientras ajustaba el chal de una anciana temblorosa, sus manos temblaban ligeramente ante la ferocidad del clima.
—?Oh, Lady Anastasia, qué amabilidad la suya!— exclamó la viuda Lady Dorothea, aferrándose a su brazo con gratitud—. Siempre tan considerada, como corresponde a una Romanov.
—No es nada, mi se?ora— respondió Lady Anastasia con una sonrisa modesta, aunque sus ojos reflejaban la creciente inquietud—. Solo hacemos lo que debemos.
Lord Alex ofrecía una mano firme a cada dama que luchaba contra el viento huracanado para subir al estribo, su rostro estoico aunque su mente ya anticipaba los peligros del camino.
—Lord Alex, su valentía es admirable, ?tal como la de su padre!— comentó un caballero apresurándose a subir a su carruaje antes de que una ráfaga de viento lo derribara.
—Solo tratamos de ser útiles, se?or— replicó Lord Alex con sencillez, sin darle importancia a las palabras del invitado, mientras observaba con preocupación cómo las ramas de los árboles se doblaban peligrosamente.
Fue en medio de este caos organizado que un grito agudo y repentino rasgó el aire por encima del rugido de la tormenta, un sonido de puro terror que heló la sangre en las venas. Lord Alex se giró de inmediato, su corazón latiendo con fuerza en el pecho. El grito provenía del interior de la mansión.
—?Madre, quédate aquí!— exclamó Lord Alex, echando a correr hacia el vestíbulo, su mente inundada de un presentimiento sombrío.
Encontró a Lady Annelise desplomada en el suelo de mármol, su rostro pálido como la cera y sus ojos cerrados, su cuerpo inmóvil como una mu?eca rota. Sus padres, el Lord y la Lady Tremaine, se arrodillaban a su lado, visiblemente angustiados, sus rostros reflejando el pánico que los embargaba.
—?Qué ha sucedido?— preguntó Lord Alex con urgencia, su voz apenas audible por encima del estruendo de la tormenta.
Lord Tremaine, con la voz temblorosa, explicó—: Annelise había olvidado su bolso. Regresó un momento y… y gritó. Dijo que vio algo… algo horrible. Luego se desmayó.
“Debió ser algo terrible para provocar tal reacción.” Lord Alex miró a su alrededor, escudri?ando las sombras del vestíbulo iluminado por las vacilantes llamas de las velas, que danzaban de forma espectral. No había nada fuera de lo común, excepto el aire cargado de una tensión palpable, una atmósfera opresiva que presagiaba males mayores.
Con cuidado, Lord Alex ayudó a levantar a la inconsciente Lady Annelise y la llevó en brazos hasta sus padres, quienes lo recibieron con gratitud y alivio, sus rostros demacrados por la preocupación. Tras asegurarse de que la joven estaba siendo atendida, Lord Alex regresó junto a su madre, a quien encontró esperando en el pórtico con el rostro lleno de ansiedad, sus ojos escrutando la oscuridad con temor.
—Debemos irnos, hijo— dijo Lady Anastasia con un tono apremiante, su voz apenas un susurro contra el vendaval—. Esta tormenta es cada vez más peligrosa.
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Lord Alex asintió, sintiendo una punzada de inquietud que iba más allá del clima, una sensación helada que le recorría la espina dorsal. Junto al cochero, que ya esperaba impaciente, con el rostro contraído por la preocupación y la ropa empapada, madre e hijo subieron al último carruaje que quedaba frente a la mansión. Los caballos, nerviosos y asustados por los relámpagos que iluminaban el cielo con destellos azulados, relinchaban y pateaban el suelo con impaciencia, ansiosos por huir de aquel lugar maldito.
El carruaje se puso en movimiento, avanzando lentamente por el camino embarrado hacia la salida de la propiedad, sus ruedas patinando en el lodo. El sonido del lago embravecido se hacía cada vez más fuerte a medida que se acercaban al puente, un rugido ensordecedor que parecía clamar por víctimas. Las olas golpeaban los pilares de piedra con una violencia ensordecedora, y el viento sacudía el carruaje como si fuera una pluma, amenazando con volcarlo en cualquier momento.
Al comenzar a cruzar el puente, crujiendo bajo el peso del carruaje, un crujido sordo y aterrador resonó bajo las ruedas, un sonido ominoso que presagiaba el desastre. El carruaje se inclinó bruscamente hacia un lado, lanzando a sus ocupantes contra las paredes, y por la ventana, Lord Alex vio con horror cómo una sección entera del puente, carcomida por la tormenta y la furia del lago, se desplomaba en las aguas turbulentas, llevándose consigo la promesa de seguridad. En el instante siguiente, el carruaje entero se precipitó al vacío, cayendo con un estruendo ahogado en la furia helada del lago, el impacto resonando en el aire como un lamento funesto.
—?Ay! ?Dios mío Alex! ?Qué ha sido eso?— exclamó Lady Anastasia con sorpresa, su voz quebrándose por el miedo.
—?El puente! ?Se ha caído! ?Alex! ?Aleeeeeeeeex!— gritó con desesperación, mientras el carruaje se precipitaba hacia el agua oscura y amenazante. —???Ahhhhh!!!—
El impacto fue brutal, el frío penetrante del agua helada los envolvió al instante, robándoles el aliento. Lord Alex sintió el agua fría y oscura envolverlo, la fuerza de la corriente lo arrastraba sin piedad hacia las profundidades, la turbulencia lo zarandeaba como a una hoja. El pánico lo atenazó por un instante, una garra helada apretando su corazón, pero al escuchar el grito ahogado de su madre, su instinto protector se activó con una fuerza sobrehumana, una determinación feroz que trascendía el miedo. La adrenalina recorrió su cuerpo como un rayo, otorgándole una potencia que nunca antes había sentido.
—?Madre, agárrate fuerte!— exclamó Lord Alex, luchando contra la corriente traicionera para acercarse a ella en la oscuridad caótica.
—?Alex! ?Hijo, estaré bien preocúpate por ti!— respondió Lady Anastasia con voz ahogada, tragando agua, aunque su tono denotaba un terror palpable, su rostro contraído por el frío, el miedo y preocupación por su único hijo.
Con un esfuerzo desesperado, y sin pensar en su propia seguridad, Lord Alex levanto los restos del carruaje, la adrenalina corriendo por sus venas bonbeando su corazón, se giró y se abrió camino, con una fuerza increíble, lanzó a su madre hacia la orilla. —?Cochero, agárrela!— gritó, viendo cómo el conductor estaba sobre tierra firme, ya que había logrado salir del carruaje destrozado y de la furia del lago gracias a una roca cercana, el conductor se abalanzó para ayudar a Lady Anastasia y la arrastró fuera del alcance de las olas embravecidas.
Lord Alex, sin embargo, no tuvo tanta suerte. La corriente lo succionó hacia el centro del lago con una fuerza implacable, arrastrándolo con una velocidad vertiginosa hacia la oscuridad profunda. Luchó con todas sus fuerzas, sus músculos tensos por el esfuerzo, intentando mantenerse a flote en medio de la oscuridad y el caos acuático, pero la furia del agua era implacable, sus brazos se sentían pesados y sus pulmones ardían.
—?Alex! ?No!— gritó Lady Anastasia desde la orilla, su voz desgarrada por la angustia, un lamento que se perdía en el rugido de la tormenta. —?Mi hijo! !No! ?Alguien salvelo porfavor! ?Aleeeeeeeeex!!!—
A ese grito se unió otro, débil pero reconocible: —?Lord Alex!— era Lady Annelise, que seguramente se había recuperado lo suficiente para presenciar la tragedia desde la seguridad del carruaje al extremo del puente, su rostro ahora no reflejaba preocupación, sino una punzante frustración al ver cómo el hombre que ella consideraba suyo era arrastrado por las implacables aguas.
Lord Alex volvió la cabeza con dificultad y, entre la lluvia torrencial que le cegaba, alcanzó a ver el rostro de su madre, iluminado fugazmente por un relámpago que hendió el cielo, retorcido por el terror y la desesperación al verlo ser arrastrado hacia su perdición. —M… madre…— dejó escapar en un suspiro débil y apenas audible, la última palabra antes de que el agua lo engullera por completo, silenciando sus gritos y apagando la luz en sus ojos.
La lucha cesó. El frío intenso dio paso a una sensación de entumecimiento glacial, y la oscuridad se cerró sobre él como un sudario, sofocando toda esperanza. Sintió sus pulmones llenarse de agua, una quemazón dolorosa invadió su pecho, la presión se volvió insoportable y, finalmente, la consciencia lo abandonó, hundiéndolo en un abismo negro y silencioso, donde la furia del lago ya no podía alcanzarlo.