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CAPITULO 1. ANTES DEL PRIMER GRITO. [Spanish][English]

  Medellín amanecía tibia, como casi siempre, con ese manto de nubes bajas que apenas dejaba colarse la luz del sol entre los cerros. Eran las 6:00 AM y la ciudad aún bostezaba con los primeros buses rodando por la avenida Oriental, el eco de una moto en la distancia, y un gallo tozudo que parecía haber olvidado que vivía en una ciudad moderna.

  Jesús abrió los ojos con el zumbido de su celular. No era la hora de comer, tampoco la hora de entregar turno e ir a casa, era la alarma, el recordatorio de que su agotador turno estaba cerca de comenzar. “Hospital Universitario – Urgencias: 7:00 AM”, decía la notificación sobre la pantalla agrietada. Maldiciendo por lo bajo, se giró hacia la izquierda, en donde Camila aún dormía. Una mano cubriendo sus ojos de lado, el cabello desordenado cual esponja de lavar platos, ronquidos y la respiración tranquila. En la radio portátil, que siempre dejaban sintonizada en Caracol Noticias, una voz hablaba de los nuevos avances militares en la frontera este de Ucrania, pero nadie prestaba mucha atención.

  —Camila… —murmuró Jesús, tocándole apenas el hombro—. Son las seis. Turno en una hora.

  —Ya le puse la sonda…—respondió ella con voz rasposa y los ojos aún cerrados.

  —La sonda te la pondrá la jefa si llegas tarde de nuevo. —respondió Jesús colocándose al borde de la cama.

  —Correré el riesgo. Cinco minutos más… —replicó ella resignada.

  Jesús sonrió. Era una escena cotidiana, y tan real y repetida como el café de las ma?anas. Se levantó con el cuerpo adolorido, más por estrés que por mal dormir, y fue directo a la cocina. El apartamento era peque?o pero suficiente para dos estudiantes de medicina en prácticas eternas: una sala con un sofá parchado, una cocina americana con una estufa de dos fogones, y un ba?o que sabía más de urgencias que muchos médicos rurales.

  Mientras el agua hervía para el café, Jesús encendió el televisor. Las imágenes en Noticias RCN Internacional mostraban a un grupo de soldados ucranianos inspeccionando los restos de un laboratorio subterráneo destruido en las afueras de Mariúpol. “Al parecer, se trataba de una instalación biotecnológica operada en secreto por una célula disidente de la Federación Rusa, según informan medios locales. Se desconoce el tipo de investigaciones que se realizaban allí…”.

  Jesús frunció el ce?o. —?Y ahora qué se inventaron estos manes?

  Camila apareció minutos después, aún en pijama, cabello rezando por una buena cepillada y estirándose como una gata. —?Otra vez con lo de Rusia?

  —Algo raro pasó en un laboratorio —dijo él, sirviendo café—. Dicen que había material biológico en proceso de desarrollo, pero que no saben bien qué era. Clásico. Nunca falla.

  —O sea, lo mismo que llevan diciendo desde hace a?os —respondió ella, tomando su taza—. ?No que vos ibas a dejar de ver noticias antes del turno?

  Jesús se encogió de hombros. —Ajá, es como un mal hábito. Pa′ meterle emoción al turno, a uno le gusta asustarse antes de enfrentarse al caos real.

  Camila soltó una risita y lo empujó suavemente con el hombro. —Vamos, que el turno no se cubre solo. —Agregó terminando su café de un sorbo y tomando dirección hacia el ba?o. —PIDO EL BA?O PRIMERO!

  —PIDO EL- Joda… No te demores. —Respondió Jesús mirando al techo. —Verdad que al perro mas flaco se le pegan las garrapatas.

  Mientras se cambiaban, hablaban sobre cosas simples. El caso extra?o que atendieron la semana pasada, una paciente con síntomas neurológicos difusos que al final solo tenía ansiedad. O la se?ora que fingía convulsiones cada vez que quería que la hospitalizaran para no irse a su casa donde el hijo drogadicto la maltrataba. Casos que en verdad hacían cuestionar la ética y moral que se inculcaba durante la carrera. Cosas de la vida real, de la cruda realidad que viven muchos pacientes. Ya lo decía su profesora de farmacología: Están atendiendo personas, cuidándolas. La enfermedad ya les esta haciendo un mal, como para nosotros agravar su dolencia.

  A las 6:35, salieron del apartamento rumbo al hospital. Caminando hasta la estación de metro más cercana, Hospital, donde las mismas caras de siempre compartían espacio: estudiantes somnolientos, enfermeras uniformadas, y uno que otro vendedor ambulante que ya recitaba su rutina como si fuera una letanía.

  —?Ya viste a Summer? —preguntó Camila mientras esperaban el metro.

  —No, pero seguro ya está desde las cinco de la ma?ana, como siempre —respondió Jesús—. Esa gringa es una máquina.

  —Ojalá yo tuviera esa energía a esta hora de la ma?ana…Se supone que le tocó turno de corrido hasta medio día, ?no? —Agrego Jesús viendo llegar el metro, abordando con Camila y tomando de prisa los primeros asientos para no ir de pie.

  —Se supone, igual quedamos de ir al nuevo puesto de comida mexicana que les mencione. Venden unos tacos que son, uf, riquísimos. —Decía con toda la emoción que un amante de la comida puede tener. A propósito, como van las cosas con-

  —No, ni lo menciones. —Sentenció Jesús sacando sus auriculares para entrar en su lugar de paz antes de entrar al caótico mundo del turno de urgencias. Camila lo miró con cierto desdén, y con un leve suspiro se volvió hacia si misma para ver su teléfono y revisar si ya habían publicado su artículo, redes sociales y demás.

  Al llegar al hospital, todo parecía extra?amente tranquilo, y, con un intercambio de miradas gemelar, ambos sabían bien lo que podía llegar a significar eso en el campo de la medicina. Los vigilantes los saludaban con familiaridad. El olor a desinfectante y café barato flotaba en el aire. En la sala de urgencias, algunos pacientes dormían sentados en las sillas plásticas mientras otros se quejaban con desgano con el que los tenían esperando por largas horas sin que los pasaran a consulta para examinarlos.

  Summer los recibió con una sonrisa amplia y ojos brillantes. Su espa?ol aún era imperfecto, pero el entusiasmo compensaba cualquier error gramatical.

  —?Buenos días, parceros! Ya llevamos tres pacientes con dengue y una se?ora que cree que tiene COVID. —Se volteó a verla brevemente y luego volvió hacia sus compa?eros. —Lo que, si tiene, es un ataque de pánico brutal —dijo mientras ajustaba su bata.

  —?Tan temprano y ya con resumen de turno! —una carcajada clásica de Jesús tuvo lugar—. ?Cómo haces para estar así de despierta?

  —Red Bull —respondió Summer, levantando la lata vacía como trofeo.

  —Eres consciente de que-. —Dijo Jesús, pero luego se detuvo súbitamente. —Sabes qué? Hágale con moral, a mi dame cafecito.

  —Of course! Doctor Casta?eda. —Dijo ella con su clásico inglés y pésima forma de pronunciar la ? de manera apropiada, cosa que en verdad era divertida de escuchar para Camila y Jesús.

  Durante las siguientes horas, la rutina se desarrolló como siempre: triage, evolución de pacientes, ingreso de casos leves, y una que otra urgencia real que cortaba el ritmo pacifico del día como una bofetada. Un ni?o con fiebre de origen desconocido. Una mujer con sangrado vaginal que insistía en que no podía estar embarazada. Un hombre desorientado, traído por la policía, hablando en ruso y balbuceando algo sobre “No abrir maletín, infección”.

  —?Y este? —preguntó Camila, hojeando la historia clínica improvisada.

  —Lo trajeron desde el aeropuerto —dijo el interno encargado—. Viajaba desde Europa del Este, tuvo una escala que perdió en Bogotá y ya, no nos ha dicho mucho tampoco. Empezó a comportarse extra?o en el vuelo. Nadie le entiende nada, pero parece que tiene fiebre, y… mira esto —Dijo sacando su teléfono móvil y mostrándoles una foto, se?alando las pupilas del paciente—. ?Eso es midriasis o estoy viendo mal?

  Jesús se inclinó hacia el móvil para cerciorarse de lo que estaba viendo. Girando sobre si mismo, Jesús miraba a la lejanía aquel hombre, detallándolo con la mirada. Respiraba rápido, sus ojos vidriosos y un leve temblor en las manos eran perceptibles a la distancia.

  —No sé qué tiene, pero me da mala espina como habla, ?Alguno de ustedes sabe ruso?

  Camila lo miró y, sin despegar la vista del paciente, como un ni?o inocente y sin saber bien el por qué, sintió un escalofrío que le puso la piel de gallina.

  —?Y los signos vitales? —preguntó Jesús, hojeando la hoja que acababan de llenar con letra de guerra.

  —PA en 110/70, FC 102, temperatura 38.6°C… está taquicárdico y febril, pero respirando por sí solo. Saturación normal —respondió el interno.

  —?No hay documentos? ?Pasaporte?

  —Solo una tarjeta doblada con caracteres cirílicos —dijo el mismo interno, sacando el pedazo de papel del bolsillo—. Ya preguntamos a inmigración. Al parecer lo subieron al avión porque se descompensó en el aeropuerto y el personal médico local no alcanzó a valorarlo.

  This text was taken from Royal Road. Help the author by reading the original version there.

  Camila, quien había dejado la mesa de internos, se acercó y miró al paciente por unos segundos, que ahora murmuraba algo en voz baja. Una voz quebradiza, un pulso irregular y con los ojos fijos en el techo.

  —?Qué dice?

  —Ni idea… —respondió Summer, que también se acercó—. Pero eso no es ruso común. Me suena más a.… no sé, algo viejo. Como un dialecto. Voy a grabar por si alguien lo puede traducir luego.

  Jesús se cruzó de brazos. —Lo mandamos a aislamiento. Febril, desorientado, sin idioma claro… Mejor pecar por exceso que por omisión. Si la jefa pregunta que carajos hace en aislamiento me echan el muerto a mí, o, le explican la situación, lo que les convenga más.

  Mientras el paciente era trasladado, el flujo de la sala seguía. Los médicos iban y venían. El aire acondicionado seguía sin funcionar bien. Los monitores pitaban. Los pacientes llegaban en camillas como fichas de dominó, uno tras otro.

  —Ya son las hijueputas 10:32 AM!, Let me go home! —Gritaba con cabeza sobre el escritorio la buena de Summer. —Hey Cami, should i just leave you all the work and go home? —Agregó a su siempre confiable amiga con el tono de victimización más crudo que jamás se haya oído. Mientras Jesús hacía una nota evolutiva en el sistema, su teléfono vibró. Era un mensaje del grupo de Telegram de la universidad:

  "?Alguien más vio lo del hospital en Rumania? Dicen que evacuaron por brote de algo raro. Pero los medios no dicen nada. Solo un video en Reddit, pero ya lo bajaron."

  Lo leyó y arrugó el ce?o. Extra?ado y confuso, se disponía a contestar, pero otro paciente entró. —Y nunca mejor dicho, demasiada paz en el recinto se me hacía raro. —Dijo levantándose de su lugar y acercándose a la recién ingresada.

  —Que tenemos? —Dijo Jesús a los camilleros que la trajeron en la ambulancia.

  —Mujer joven, acompa?ada por su madre, con vómito, cefalea intensa y visión borrosa. Tuvo un sincope y se golpeó la cabeza con el borde de la estufa, según nos relata la madre. TA: 97/65, Glasgow 11/15.

  No era tan extra?o como parecía. Hacia más de una semana que se habían recibido casos similares, todos con la misma sintomatología.

  —Tiene fiebre también —dijo Summer—. Dice que estuvo en contacto con un primo que volvió de viaje hace dos días.

  —?De dónde?

  —Hungría.

  —Es usted de aquí se?ora? —Preguntó Jesús.

  —Si doctor. Nacidas y criadas aquí en Medellín, lo que pasa es que mi sobrino volvió de un viaje y nos estuvo visitando con unos amigos de por allá por esos lados del mundo.

  Jesús y Camila se miraron. No dijeron nada, pero la coincidencia ya no era tan graciosa. Cada caso, similar a este en concreto, tenían un factor en común. Estuvieron en contacto con una persona del extranjero y días después, llegaban a urgencias.

  Al medio día, Summer se despidió con su típica energía, aunque esta vez con una mirada algo más preocupada.

  —Well guys, aquí les hago entrega del turno. Los que ingresaron hoy no es entran en mi responsabilidad. De todas maneras, si algo pasa, me escriben, ?Ok?

  —Tranquila, gringa. Anda a dormir un rato. Yo se que dormiste algo durante la noche, pero estaremos bien. Después de medio día es que empieza el apocalipsis verdadero —bromeó Camila.

  —Good, god, please have some mercy with them, they are humans too. —Summer sonrió, pero antes de irse, volvió a sacar el celular y les mostró el video que logró descargar antes que lo borraran. —Lo que me recuerda, chequen esto.

  Era de mala calidad, grabado desde un teléfono móvil. Se veían pasillos de hospital, luces parpadeando y alguien corriendo mientras se escuchaban gritos guturales al fondo. Alguien en la grabación, desfigurado, con movimientos torpes pero violentos, atacaba a una enfermera. Luego, un corte abrupto, y el fin del video.

  —?Y eso qué es? —preguntó Jesús, ahora sí con el estómago un poco encogido.

  —Dicen que fue en Sibiu, en Rumania. Pero los medios no han dicho nada oficial. Solo que fue una “evacuación preventiva por fallo eléctrico”.

  —Claro, fallo eléctrico con un par de pacientes psiquiátricos incluidos —murmuró Camila, incómoda.

  Summer los miró por última vez. —Bueno, por cosas como estas les digo que cuentan conmigo… por si acaso, no dejen que nadie les muerda.

  Ambos rieron. Un poco forzado y tosco para su gusto, pero lo aceptaron. Y Summer, se fue.

  Pasadas un par de horas, Camila salió de la sala de Urgencias como quien busca aire entre las olas. El cuerpo le imploraba un poco de aire, pues llevaba más de cinco horas de pie sin parar, con un solo café amargo en el cuerpo y las piernas sintiéndose cada vez más pesadas. El pasillo hacia la máquina de café era largo y mal iluminado, con las luces parpadeando justo en el punto medio. Las enfermeras siempre bromeaban diciendo que ese tramo era “el limbo del turno”, donde se perdía el tiempo y la dignidad, sobre todo esto último. Una gotera ya había cobrado la dignidad de 3 doctores y 1 enfermera en el pasado mes, sin duda una trampa mortal.

  Al llegar a la máquina, notó que ya había cola. Tres personas: una auxiliar, un residente de cirugía y una estudiante de odontología. Hacían fila en silencio, cada uno en su propio mundo. —Maldita sea… ?Es que no puedo sentarme al menos 5 minutos con un puto café? — Al fondo del pasillo, por la puerta de emergencia, venia hablando consigo mismo uno de los internistas del hospital, aquel que había estado a cargo de la gran mayoría de pacientes que ingresaron por sincope a la unidad y tuvieron que mantener hospitalizados.

  Camila se acomodó detrás de ellos, cruzando los brazos. El frío del aire acondicionado mal calibrado le acariciaba los brazos como si fueran dedos flacos. Escuchó entonces un murmullo al fondo.

  —Te lo juro, lo oí hablando solo en ruso. Pero no era normal, era como… un rezo mezclado como con un grito contenido, parce eso fue muy raro, me dio fue miedo—decía una auxiliar, mirando hacia los lados—. Y tenía los ojos como en blanco. Yo no me quise acercar más, lo siento por los doctores que tienen que evaluar su evolución.

  —?Ese es el del aislamiento? —preguntó la estudiante, curiosa.

  —Sí. Lo trajeron directo del aeropuerto. Nadie sabe qué tiene. Pero… una doctora dijo que llegó con olor raro, como a hierro.

  Camila no intervino, pero sus cejas se alzaron un poco. En medicina, el “olor a hierro” tenía muchas interpretaciones, ninguna buena. Sangre, necrosis, o simplemente sugestión. En el fondo, sabia que lo mas seguro seria, que ese paciente estuviera a su cargo.

  Cuando por fin le tocó su turno, la máquina escupió un café decente. Amargo, con cuerpo, pero sin azúcar. Justo lo que necesitaba.

  —Manantial de Cristo! Gracias por este néctar de vida. —Maldijo por lo bajo al darse cuenta de la hora. —Yo sabia que tuve que haber sido anestesióloga en verdad…

  Volvió al pasillo. En la pared de la derecha, un televisor viejo mostraba noticias en mute. Las imágenes eran inconfundibles: humo, tanques, soldados en trinchera. Un nuevo titular recorría la parte inferior de la pantalla:

  “Rusia intensifica ofensiva en Ucrania. Reportes no confirmados hablan de uso de armas biológicas en zonas rurales.”

  Camila se quedó mirando. En ese momento, alguien más se le acercó. Era Sebastián, un residente de medicina interna con cara de no haber dormido en tres días.

  —?Viste eso? —preguntó él, se?alando la pantalla.

  —Sí… aunque no dicen nada concreto. Como siempre. ?Tu cómo vas?

  —Creo que peor que tú. Y claro. Pero mira esto —dijo, sacando su celular y mostrándole una imagen—. Es de Telegram. Un mapa de brotes infecciosos reportados por usuarios en tiempo real. Hay puntos en Rumania, Polonia, Hungría… y Rusia occidental. Todos con síntomas similares: fiebre alta, delirio, agitación psicomotriz, convulsiones.

  Camila lo miró con más atención.

  —?Y eso lo subieron hoy?

  —Esta ma?ana. A eso de las cinco. Mira la hora. Y hay uno en Bucarest con etiqueta “non-human aggression”. Parce la vaina está, pero delgadita por allá. Esto ya es otra cosa. ?Será que se viene nueva pandemia de COVID?

  Camila tragó saliva. De pronto, el café no sabía tan bien.

  —?Jesús ha visto esto?

  —Le pasé el link. Pero seguro está metido en alguna nota. ?Y Summer?

  —Ya se fue. Pero alcanzó a mostrar un video igual de raro. Gritos, luces parpadeando, gente corriendo en bata. Todo parece salido de una película de terror.

  Sebastián asintió con expresión seria.

  —Esto no es solo una epidemia. Es algo más.

  Para las 2:03 PM, el turno era sin dudas lo que nunca se esperaba Jesús que fuera. Mientras revisaba unos laboratorios, Alicia, la enfermera jefa lo llamó desde la puerta con urgencia. No gritó, pero su rostro bastaba para saber que era urgente.

  —?Doctor, el paciente ruso! ?Está convulsionando!

  Un Hijueputa tomo lugar antes de ponerse de pie. Corrieron. Camila apareció desde el extremo contrario del pasillo, ya poniéndose los guantes. En la sala de aislamiento, aquel paciente de metro setenta, con tez cada vez más blanca, cabello rojizo, estaba rígido como un arco invertido, los ojos en blanco, las venas del cuello dilatadas. Espuma roja salía de su boca y la camilla temblaba por los movimientos bruscos.

  —?Diazepam! ?10 mg IV, ya! —ordenó Jesús, mientras otro médico colocaba un ambú por precaución.

  Camila preparaba la vía cuando notó algo extra?o. Los dedos del paciente se estaban curvando hacia adentro, como si se cerraran solos, pero no era una contractura espástica. Era algo más… coordinado. Como si intentara sujetar algo invisible.

  —?FC en 170! ?Arritmia irregular! —gritó la enfermera.

  —?Carga desfibrilador a 200! ?Prepara adrenalina! —exclamó Jesús.

  El monitor pitó. Una línea discontinua, caótica. Luego, el silencio. Paro cardíaco.

  —Iniciando RCP de inmediato. Camila, compresiones, Yo ventilo, ?interno! carga adrenalina.

  —?Vamos! ?No te me vayas ahora! —gritó Camila.

  Un minuto.

  Dos.

  Tres.

  Nada.

  —De nuevo.

  Un minuto.

  Dos.

  Tres.

  Nada.

  -Otra más.

  Un minuto.

  Dos.

  Tres.

  Nada.

  —Carajo… Hora de muerte: 2:11 PM. Camila, enfermera, afuera conmigo. Interno, te toca llenar la hoja de difusión y su historia clínica. Necesito todos los datos que pudimos haber omitido.

  A Camila nunca le resultó fácil perder un paciente, y esta no sería la excepción a la regla. Con la mirada perdida, secándose el sudor y tras un chasquido de dedos por parte de Jesús volvería a la realidad. Este se dejó caer contra la pared, sudando. Camila miró la habitación donde estaba el cuerpo, aun temblando por la descarga eléctrica.

  El silencio se volvió espeso.

  —?Qué vamos a hacer? —preguntó ella.

  —Reportar al comité de infecciones. Y a vigilancia epidemiológica.

  —?Y si no contestan?

  —Reportar al comité de infecciones. Una cosa no quita la otra. —Dijo con cierto tono de duda. —Qué fue lo último que le dieron al paciente enfermera?

  —Nada doctor, llevaba ya casi un día aquí, el estaba viendo, yo lo había revisado hace nada, hace una hora y él estaba bien.

  —Camila, revisaste su historia? ?Algo anormal? ?Consumo de drogas? ?Medicamentos? ?Alguna patología de base?

  Camila iba a responder, pero un grito los interrumpió desde el pasillo.

  —??DOCTOR!! ??DOCTOR, VENGA!! ??SE MOVIó!! ??EL MUERTO SE MOVIó!!

  Era el camillero que iba a trasladar el cuerpo. Jesús y Camila salieron disparados hacia La sala de aislamiento, pero estaba vacía. La camilla, volcada. El cuerpo… ya no estaba.

  Una línea de sangre marcaba el suelo, arrastrada hacia la puerta trasera del área de forma visible.

  Jesús se paralizó por un segundo. El monitor cardíaco aún seguía encendido, mostrando una línea recta. Sin vida. Pero el cuerpo se había ido.

  —No puede ser… —susurró Camila—. ?Esto no puede ser!

  —Cierren el área, Camila, llama a la policía. —ordenó Jesús, levantando la voz—. ?Nadie entra ni sale! ?YA!

  El hospital, como una bestia vieja y oxidada, empezó a crujir en sus cimientos. Y algo, en los corredores traseros, volvió a respirar.

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