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CAPITULO 2. DESAPARICIONES Y CONFUSION.

  Hospital Universitario San Vicente Fundación, Medellín

  Hora: 2:07 – 2:18 p.m.

  El aire acondicionado murmuraba con constancia, como un respirador mecánico gigante que mantenía vivo al hospital. En Urgencias, los sonidos solían ser muchos: monitores cardíacos pitando, pacientes tosiendo, pasos rápidos de médicos y enfermeros que iban y venían como si siguieran una coreografía invisible. Pero esa tarde, todo parecía fuera de lugar. Aunque nadie lo había dicho aún en voz alta, todos sabían, que lo peor estaba por venir.

  Camila revisaba unas hojas de evolución en el cubículo 4. Sus párpados le pesaban. Llevaba desde las 6:00 a.m. en el turno y el cansancio comenzaba a nublar sus pensamientos, como una neblina detrás de los ojos. Parpadeó un par de veces, se frotó las sienes y se estiró antes de dejar la historia clínica sobre la bandeja.

  Alzó la voz con tono casual.

  —?Alguien sabe si ya trasladaron la paciente del cubículo 7?

  Desde el pasillo, una enfermera que iba pasando la escuchó. —?Karen, la que vino por el caso de sincope, alta, morena, con la voz siempre rasposa de tanto cigarro a escondidas? Si, tengo entendido que ya está en UCI— respondió sin frenar el paso.

  Camila entrecerró los ojos. Se dirigió al cubículo 7, apartando la cortina de golpe. La cama estaba vacía. No solo vacía, sino revuelta, como si alguien se hubiera levantado de golpe. Las cobijas estaban tiradas, el monitor desconectado, y el suero colgando en un ángulo extra?o, apenas balanceándose, casi lucía como si una ventisca hubiera azotado el cubículo.

  —No me jodas… —murmuró.

  Se giró de inmediato y sacó su celular, revisando la historia clínica digital. El expediente seguía allí, sin evolución médica reciente, sin orden de traslado, sin alta. Y aún más inquietante: las pertenencias del paciente seguían en la silla de al lado. Su chaqueta, un peque?o cuaderno y un teléfono apagado.

  Justo en ese momento, por la puerta doble de Urgencias entraban Jesús y Summer, ya cambiados, listos para tomar cartas en el asunto. Jesús tenía una botella de agua medio vacía colgando de su mano izquierda, mientras con la derecha respondía un mensaje en su celular. Summer caminaba junto a él, ajustándose la trenza con una liga negra, aún con cara de recién despertada.

  —Camila! ?Estás bien? Jesús me contó lo que pasó. ?What the hell happened? —Preguntó Summer acercándose corriendo hacia su amiga, alegre de que estuviera intacta.

  —Te lo juro, si algún día me quedo dormida con el fonendo puesto y me toman una foto, me cambio de carrera —Una risa de Camila en referencia a un video viral que habían comentado en el grupo de internos. —Summer, estoy bien como puedes ver. Gracias por volver, prometo cubrir tu turno la próxima semana por esto.

  —Con lo que duermes tú, yo creo que no es si pasa, sino cuándo —le respondió Jesús, sonriendo con sorna. —Bien, hay que ponerse en marcha. ?Noticias del ruso? —Preguntó Jesús mirando instintivamente la habitación del prófugo.

  —Nada. Solo desapareció. Nadie lo vio salir. La cama está vacía. El sistema no tiene nada. Ni órdenes médicas, ni traslado. Literalmente, se esfumó.

  Jesús frunció el ce?o, su semblante cambiando de inmediato. Pasó de relajado a concentrado, casi clínico. Dio un paso al frente, se apoyó en el borde de la estación de enfermería.

  —?Revisaste cámaras?

  —No hay en ese pasillo. Seguridad no lo ha visto salir por ninguna de las puertas principales. Y nadie firmó ningún traslado.

  —?Y si se desorientó? ?Entró a otro cubículo o fue al ba?o? —sugirió Summer, pero incluso ella notaba que la teoría sonaba floja.

  —Literalmente entro en paro frente a nosotros y el monitor no daba ritmo. Sin pulso, en paro, febril y casi convulsionando, ?Serías capaz de moverte? —Comentó Jesús sobando su frente mientras pensaba que el caso cada vez era más tétrico.

  —Y la chica que llego con su madre? —Agregó Camila

  —Uno de los internos pasó por ahí hace un par de minutos, pero…

  —Pero? —Dijeron Summer y Jesús al unisonó.

  —No hay huellas, ni sábanas cambiadas, ni nadie reportó haberla visto moverse. Y lo raro es que dejó todo. Teléfono, cuaderno, zapatos. Como si se levantara descalzo y saliera corriendo —dijo Camila.

  Jesús se puso de pie de inmediato.

  —Vamos a revisar. Si salió por su cuenta, alguien debió haberlo visto. Y si está en alguna parte, lo encontraremos antes de que esto escale. ?La policía Cam? —Preguntó Jesús mientras guardaba su bata debajo del escritorio y sacaba una navaja suiza.

  —Vienen en camino, cerca de 1 hora. Según entendí, hay una ri?a a unas cuantas calles de aquí y las vías están cerradas. Así que, de momento, a esperar. —Jesús asintió y con un gesto, le indico a Summer y Camila que le siguieran.

  Caminaron por el pasillo principal de urgencias con paso firme. La luz artificial del techo proyectaba un brillo blanco azulado que parecía aún más frío ese día. Pasaron junto a un par de residentes y una auxiliar de enfermería que hablaban en voz baja sobre una intoxicación en el servicio de Pediatría. Nadie se había dado cuenta aún del vacío inquietante que había dejado ese paciente.

  Justo al doblar hacia la sala de procedimientos, se cruzaron con un interno: un chico de unos 23 a?os, delgado, de gafas gruesas y bata sin planchar. Era Esteban Márquez, “el primer secundario que entraba al tablero” por ser el lamebotas número uno del servicio que estuviera a cargo. Le decían "Marqués" por juego de palabras y por su tono un poco altivo. Siempre andaba con un termo de café en mano y teorías extra?as en la lengua.

  —Ey, ?también andan cazando al fantasma del cubículo 7? —dijo con tono burlesco.

  Jesús lo miró directo.

  —?Tú lo viste?

  —Sí. Hace como media hora pasé a tomar notas, y el tipo estaba despierto, pero raro. Ojos fijos al techo, sin parpadear. Sudaba a chorros. Murmuraba cosas que sonaban como ruso, o algo así. Me dio mala espina. Iba a avisar al residente, pero me distraje con una urgencia y cuando volví… ya no estaba.

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  Camila se adelantó, un poco molesta.

  —?Y no se te ocurrió decir nada?

  —Pensé que lo habían trasladado. Juro que no parecía en condiciones de levantarse solo.

  Jesús compartió una mirada rápida con Summer. El ambiente, ya cargado de tensión, se volvió más denso. Esteban, que solía ser exagerado, esta vez hablaba con una seriedad extra?a, como si él mismo no entendiera lo que había visto.

  —Vamos a revisar los ba?os, depósitos y pasillos laterales. No podemos reportar esto sin estar seguros. Pero algo no cuadra —dijo Jesús.

  Esteban se ofreció a ayudar y se unió al peque?o grupo. Recorrieron el ala norte del servicio de urgencias, tocando puertas, entrando a zonas poco transitadas, revisando incluso el cuarto de residuos hospitalarios. Nada. Ni una pista. Como si el eco del hospital o los desolados pasillos llenos de carteles de “Salida de emergencia” lo hubieran imbuido y escupido en un lugar aleatorio del hospital. Solo el zumbido de fondo del hospital… y un ligero olor metálico que nadie supo de dónde venía.

  Hora: 2:18 – 2:47 p.m.

  El recorrido por los pasillos laterales dejó una sensación difícil de sacudir. Cada puerta abierta y cada rincón revisado sin resultados no aliviaba, sino que a?adía peso al ambiente. No era solo un paciente perdido, era la posibilidad de una falla en el sistema… o algo peor. El tipo no podía haber salido por su cuenta. Nadie lo había visto, ningún registro lo respaldaba, y, sin embargo, su cama seguía vacía, la chica de la ma?ana al parecer también lo estaba, y todo iba de mal en peor. Era como si el aire mismo los hubiese absorbido.

  Mientras regresaban a la estación de enfermería, Esteban no paraba de hablar.

  —Lo que me sacó de onda fue que... cuando murmuraba, sus palabras eran cortadas, como si no tuviera saliva, ?saben? Pero no se veían espasmos. Era como si hablara con otro en su cabeza.

  Camila lo interrumpió, algo impaciente.

  —Lo que no entiendo es como alguien, medicamente muerto, puede susurrar, hablar, levantarse y deambular por sí solo. Marqués, ?tú sabes algo del idioma ruso?

  —No, pero he visto películas —respondió con una sonrisa débil.

  —Entonces no sabes si lo que murmuraba era ruso o si solo estaba delirando —concluyó ella con tono seco.

  Jesús se detuvo frente a la estación. Revisó el reloj. 2:29 p.m.

  Summer ya hablaba por teléfono con uno de los médicos de planta, mientras revisaba la bitácora de ingreso.

  —El Doctor Velázquez dice que lo notifiquemos como “desaparición de paciente no controlado” y que seguridad revise cámaras externas. Pero honestamente, ?esto les parece normal? —preguntó, levantando la vista. Tenía el ce?o fruncido, pero lo que más llamaba la atención era el leve temblor en su mano izquierda.

  Jesús no podría haber estado más de acuerdo con ella. Todo pintaba como una narración de ciencia ficción. Abrió el navegador del computador y, casi por inercia, revisó las noticias. Una alerta roja parpadeaba en el sitio de la Agencia Internacional de Salud Pública. El titular lo hizo fruncir el ce?o:

  "Federación Rusa desmiente brote infeccioso en región fronteriza con Ucrania. OMS solicita acceso inmediato a zona restringida."

  El artículo hablaba de aldeas evacuadas y abandonadas hace aproximadamente 5 días, soldados que sellaban pueblos enteros, y una supuesta gripe hemorrágica que la prensa independiente llamaba "El murmullo", aunque nadie confirmaba nada oficialmente. Solo rumores. Pero Jesús sintió un nudo en el estómago.

  Camila leyó sobre su hombro y soltó un suspiro.

  —?Y si ese paciente... venía de allá?

  —No precisamente de allá, pero lo más seguro es que tenga algo que ver. Tengo un muy mal presentimiento Camila. —respondió él sin despegar la mirada de la pantalla—. Y si es así, no solo tenemos a un paciente desaparecido. Tenemos a alguien potencialmente contagioso caminando por un hospital lleno de inmunosuprimidos, pediátricos y embarazadas.

  Summer soltó una risa breve, seca. Una de esas risas que no tienen alegría, sino nervios.

  —Qué bonito panorama. ?Le digo a la doctora que cerramos el servicio ya o esperamos a que alguien convulsione en la sala?

  Jesús no respondió de inmediato. Se llevó la mano a la nuca, pensativo. Algo lo inquietaba aún más que la desaparición. Era esa extra?a sensación en el pecho. Como lo mencionó el mismo, un mal presentimiento, como si algo estuviera a punto de romper la superficie, de revelarse con violencia.

  Una media hora después, una auxiliar de enfermería —Mónica, bajita, cabello te?ido de rojo vino— se acercó a la estación de enfermería visiblemente alterada.

  —?Ustedes saben algo de un paciente que estaba en el ba?o del ala B?

  Todos alzaron la cabeza.

  —?Qué pasó? —preguntó Camila visiblemente ansiosa.

  —Una se?ora fue a entrar y salió pálida, dice que había un tipo en bata médica… sangrando por la nariz, los ojos… y que le gru?ó como un animal. Pensó que era una broma, pero yo fui a ver y el ba?o estaba cerrado con seguro desde adentro. Golpeé y no contestaron. Luego escuché algo caer, como un golpe seco. Fui a buscar ayuda.

  Jesús se giró a mirar a Camila y luego a Summer.

  —Vamos ya.

  El grupo se dirigió sin perder tiempo hacia el ba?o del ala B. Esteban se quedó atrás, como si algo dentro de él no quisiera seguirlos. El pasillo estaba vacío, silencioso, y las luces parpadeaban sutilmente como si el sistema eléctrico estuviera cansado.

  Jesús llegó primero. Golpeó con fuerza.

  —?Hola! ?Hay alguien ahí?

  Silencio.

  Golpeó de nuevo. Esta vez más fuerte.

  —Soy personal médico. Si no responde, forzaré la puerta.

  Pero nada.

  Se miraron entre sí. Camila asintió. Jesús retrocedió medio paso y, con navaja suiza en mano, levantó una pierna y dio una patada directa a la cerradura. El ruido seco resonó en el pasillo, y la puerta se abrió lentamente con un chirrido pesado.

  El ba?o estaba vacío.

  Excepto por una bata blanca, ensangrentada, en el suelo. Y en el espejo, una mancha roja, como una mano... o la sombra de lo que antes era parecido a una mano.

  Jesús tragó saliva.

  —Esto ya no es un caso clínico.

  Camila asintió en silencio. Summer, detrás de ellos, ya marcaba el número de la dirección médica.

  Y en algún lugar del hospital… un gemido bajo, gutural, comenzaba a escucharse.

  —?Hola? —dijo Jesús, avanzando unos pasos—. ?Se?or? ?Está bien?

  Un sonido seco, como un quejido contenido, vino desde el ba?o del fondo. Camila lo se?aló con el mentón, mientras sacaba su celular y abría la linterna. La luz reveló una figura encorvada, moviéndose de forma errática. El paciente estaba de espaldas, con los hombros temblando levemente, como si riera o llorara.

  Jesús dio un paso más, lentamente.

  —Soy el doctor Jesús Casta?eda. Solo quiero revisar cómo está… ?puede voltearse?

  La figura se detuvo. El sonido cesó.

  Pasaron 3 segundos.

  Luego 5 segundos.

  Y entonces, giró la cabeza. No del todo. Solo lo justo para mostrar una parte de su rostro cubierto de sangre seca, ojos inyectados en rojo brillante y una boca que murmuraba algo sin voz.

  Camila retrocedió instintivamente.

  —Jesús…

  —Shhh —dijo él, alzando una mano.

  De pronto, el paciente se lanzó hacia ellos. Pero no corriendo. No con fuerza. No aún. Fue un movimiento torpe, desarticulado, pero con intención clara de atacar. Jesús logró cerrar la puerta del ba?o a tiempo, atrapando el cuerpo del hombre del otro lado, que golpeaba como un animal desesperado. Murmuraba, sí. Palabras sin sentido, repetitivas, como una oración en bucle.

  —?Auxilio! —gritó Camila, golpeando la pared—. ?Necesitamos seguridad aquí!

  El golpe final vino con fuerza. Jesús perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, justo cuando el paciente empujó con fuerza suficiente para abrir la puerta de par en par.

  Fue entonces cuando entró édgar, el vigilante del turno de la tarde, acompa?ado de un auxiliar fornido llamado Jairo. Ambos se lanzaron encima del paciente, sujetándolo con fuerza contra el suelo.

  —?Está enloquecido! —gritó édgar, jadeando—. ?Me mordió el brazo, hijueputa!

  Jesús se levantó y se acercó con Camila para ayudarlos a inmovilizarlo. El hombre forcejeaba con fuerza inhumana. Gritaba ahora, sin sentido. Y no hablaba… murmuraba. Palabras inconexas, una y otra vez, con tono apagado y tembloroso.

  —El murmullo —dijo Jairo, medio en broma, con la voz entrecortada—. Ya está como dicen en las redes…

  Jesús lo miró de reojo.

  —?Qué dijiste?

  Jairo, llevando sus manos a la cabeza como alguien que quiere mantener la cordura, se acercó a Jesús.

  —Estamos muertos. Ya está aquí.

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