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Edificio

  Dentro, Antonio evaluó la escena:

  cuatro imperiales destrozados por la explosión, otros tres semiocultos junto a una ametralladora...

  Una ametralladora que, por un instante, pareció "mirarlo".

  Antonio no dudó.

  Abrió fuego, destruyendo el arma y su soporte vivo en un chorro de plasma incandescente.

  Craquet se acercó:

  —?Qué ordena, se?or?

  —Cuatro hombres cubriendo la entrada.

  El resto, divídanse.

  Destruyan todas las armas antitanque que encuentren.

  Los Panzer deben avanzar hacia Vizma sin obstáculos.

  —?Sí, se?or! —respondieron al unísono.

  Craquet se unió a Antonio.

  Subieron las escaleras con precaución extrema.

  Cada paso era una amenaza invisible.

  Arriba, un pasillo oscuro los recibía.

  Antonio giró para cubrir un lado... y un disparo lo golpeó de lleno en el casco, lanzándolo de regreso contra la pared.

  Se cubrió instintivamente.

  —Del otro lado. Dos... no, cuatro enemigos —dijo entre dientes.

  Craquet, ya preparado, se posicionó.

  —Yo cubro. Usted avanza, se?or. Al muro derrumbado al frente.

  Antonio asintió.

  Craquet asomó primero y soltó un disparo para después jalar el cerrojo.

  Los imperiales respondieron de inmediato.

  Aprovechando la distracción, Antonio corrió al muro y se tiró detrás, jadeando.

  Craquet soltó otra ráfaga, recargó rápido el cerrojo entre disparos, y se pegó a la cobertura.

  Antonio cambió su cargador de plasma, asegurando el nuevo con una palmada seca.

  Esperó... escuchó los disparos enemigos...

  Y salió.

  Su arma vomitó una ráfaga de diez disparos de plasma.

  Los imperiales, sorprendidos y atrapados, cayeron uno tras otro.

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  —?Despejado! —gritó Antonio, su voz firme, implacable.

  —?Avanzamos! —ordenó.

  Una voz estalló en el comunicador radio-holográfico de Antonio:

  —?Se?or! ?Resistencia imperial en la ala C del edificio!

  El mensaje se vio acompa?ado por el zumbido furioso de disparos láser y estallidos de plasma.

  El infierno ya había comenzado.

  Antonio no necesitó más confirmaciones.

  Sabía que los imperiales restantes se habían replegado en masa hacia la ala C para resistir.

  Avanzaron.

  Pero al llegar a la sección, lo que encontraron fue peor de lo que habían anticipado.

  Una carnicería.

  Cadáveres humanos y alienígenas apilados en los pasillos.

  Cuerpos aún retorciéndose en charcos de sangre, miembros amputados esparcidos entre escombros.

  El combate había degenerado en un cuerpo a cuerpo desesperado.

  Y ellos... llegaban tarde.

  Cuando Antonio alcanzó la línea humana, fue recibido por una lluvia cerrada de disparos láser.

  Sin tiempo para análisis, gritó:

  —??Dónde carajo está la ametralladora?! —rugió sobre el rugido de los disparos.

  Un soldado se agazapó bajo una cornisa derruida, gritando entre jadeos:

  —?Está muerto, se?or! ?No sabemos dónde quedó!

  Antonio apretó los dientes.

  Vio a Craquet, encorvado tras un muro semidestrozado.

  —?Craquet! —rugió—. ?A la entrada! ?Llévate a dos! ?Trae a Nina y Joe! ?Ya!

  —?Sí, se?or! —Craquet se levantó de un salto, se?alando a dos soldados.

  —?Tú y tú, conmigo!

  Desaparecieron corriendo hacia la retaguardia, esquivando disparos que rompían ladrillos a su alrededor.

  Antonio se asomó brevemente desde su cobertura.

  La situación era peor de lo esperado.

  Las líneas estaban completamente mezcladas.

  Imperiales y humanos luchaban tan cerca que distinguir quién era quién era casi imposible en el caos del humo y el fuego.

  —??Cuántos hay en la ala C?! —gritó Antonio a uno de los supervivientes.

  —?No lo sé, se?or! —gritó un sargento, disparando a ciegas sobre una barricada—.

  ?Podrían ser setenta... tal vez ochenta...!

  Antonio gru?ó por la situación tan crítica.

  Antonio se deslizó hasta una cobertura baja.

  Sacó una granada, activó el detonador y retiró el seguro.

  Esperó el primer tic…Segundo tic.

  —?Granada! —rugió, lanzándola con fuerza.

  La explosión sacudió el pasillo.

  En cuanto retumbó, los soldados humanos se lanzaron a posiciones de disparo, cubriéndose tras columnas y escombros.

  Los imperiales, sorprendidos, se asomaron brevemente.

  Fueron recibidos por una lluvia de fuego preciso.

  En ese momento, Craquet apareció arrastrándose junto a dos figuras.

  —?Nina reportándose, se?or! —gritó, mientras cargaba su ametralladora.

  —?Aquí! ?Abran fuego! —ordenó Antonio.

  Nina se deslizó hasta una posición firme.

  Joe, pegado a su lado, abrió las cajas de munición y conectó el alimentador.

  Cuando todo estuvo listo, la ametralladora de plasma rugió.

  Una marea de disparos azulados llenó el ala C, castigando sin piedad las posiciones enemigas.

  Antonio no perdió tiempo.

  —?Papa y Po! ?Avancen bajo la cobertura! —gritó, lanzándoles paquetes de explosivos.

  —?Colóquenlos junto a ellos! ?Rápido!

  Los dos soldados corrieron, agachados, cubriéndose bajo el fuego de supresión.

  Cuando Po alcanzó la mitad del corredor, un disparo de ca?ón de energía lo alcanzó de lleno.

  La explosión lo desintegró en un instante.

  Trozos de carne y sangre hirviente salpicaron las paredes y a los hombres cercanos.

  —?Mierda! —rugió Antonio, sintiendo la onda expansiva.

  —?Cubran sus traseros! ?Fuego, fuego, fuego!

  Papa se ocultó tras un montículo de escombros, a apenas diez metros del ca?ón enemigo.

  Volteó hacia su unidad, se?alando desesperadamente.

  —?M34! ?Ahora!

  Un soldado no dudó.

  Sacó la granada de su cinturón, retiró el seguro y la lanzó.

  Papa la atrapó en el aire, activándola en un movimiento fluido.

  Esperó el segundo tic... y la lanzó.

  La M34 estalló cinco segundos después.

  El ca?ón láser imperial explotó en una nube de fuego, fragmentos de metal fundido y humo ácido llenaron el pasillo.

  Cuatro imperiales, envueltos en llamas internas, salieron tambaleándose.

  Sus cuerpos ardían desde adentro, con trozos de acero fundido incrustados en su carne.

  Los pocos supervivientes imperiales —cuarenta y dos— no esperaron a ser cazados.

  Corrieron hacia los pisos superiores, buscando reforzar su posición en los niveles altos.

  Antonio no perdió tiempo.

  —?Divídanse! —ordenó—. ?Escaleras laterales y persecución directa! ?No los dejen respirar!

  Los soldados avanzaron.

  Al pasar junto a los imperiales agonizantes, algunos apenas giraron la vista.

  Otros ni siquiera eso.

  Un soldado humano, endurecido por la batalla, escupió en la cara de un imperial que aún alzaba la mano, envuelto en llamas.

  —Ojalá sufras —gru?ó.

  El imperial, apenas consciente, murmuraba:

  —?Vorn...! ?Vorn...!

  Pero nadie se detuvo y nadie escuchó.

  Craquet avanzó rápido por el pasillo vacío.

  Activó una granada, la lanzó con fuerza.

  La explosión reventó el corredor, y un imperial salió volando dos metros, estrellándose contra una columna.

  Craquet no dudó, apuntó, disparó y jaló el cerrojo y avanzó.

  Un ruido a su derecha, un imperial Valkirion, enorme, de cuatro brazos, se lanzó sobre él.

  Craquet cayó de espaldas, forcejeando.

  El Valkirion intentó agarrar su cintura y aplastarlo.

  Craquet luchaba para mantener su rifle entre ambos.

  Un compa?ero apareció, hundiendo su bayoneta entre las costillas del alienígena, perforando el pulmón.

  El Valkirion cayó de rodillas, jadeando en vano.

  Craquet recuperó su rifle, apuntó, y le disparó a quemarropa en la cara.

  El cadáver cayó como un saco de carne.

  —Gracias —murmuró Craquet, incorporándose.

  Continuaron avanzando, cuando Craquet llegó a las escaleras superiores, comprendió que los imperiales no habían subido más allá.

  Susurró a su camarada:

  —Trae cuatro más. Rápido.

  Mientras mantenía su arma apuntada hacia la escalera, escuchó el golpeteo apresurado de botas humanas

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