Continuaron avanzando, cuando Craquet llegó a las escaleras superiores, comprendió que los imperiales no habían subido más allá.
Susurró a su camarada:
—Trae cuatro más. Rápido.
Mientras mantenía su arma apuntada hacia la escalera, escuchó el golpeteo apresurado de botas humanas.
Cuando llegaron cuatro soldados más Craquet dio la orden.
Se movieron en formación cerrada, acercándose poco a poco.
Un imperial asomó la cabeza.
Craquet disparó.
El cerrojo sonó seco al recargar.
Otro enemigo cayó.
Los demás soldados abrieron fuego.
En menos de un minuto, los cuarenta imperiales restantes fueron abatidos, atrapados en una trampa de plasma y metralla.
El edificio estaba limpio.
Antonio bajó su arma lentamente, recorriendo el lugar con la mirada.
—??Heridos?! —gritó.
—?Aquí ninguno, se?or! —respondió un sargento, su voz cansada pero firme.
Antonio caminó hasta donde sus hombres se reunían entre escombros y cuerpos humeantes.
—?Bajas?
Un soldado consultó un peque?o registro holográfico, su rostro sombrío.
—Melish, Güero, Fransua, Eiserne, Caprera, Tigre, Hads, Cid, Grom, Mist, Andrés, L'Asso y Aragón... caídos en los primeros veinte minutos.
Antonio cerró los ojos un instante.
Solo un instante.
—Maldición —gru?ó, tragándose la rabia.
El comunicador radio-holográfico de Antonio crepitó con una serie de voces entrecortadas:
—Zona sur tomada —informó una voz femenina, jadeante—. Repito: zona sur asegurada. Unos trescientos imperiales en retirada, posible rumbo a Vizma.
—área oeste tomada —a?adió otra voz, más tranquila.
—Zona este bajo control —dijo un tercero.
Antonio llevó el comunicador a su boca.
—Zona central tomada —confirmó.
Un estruendo distante de disparos llegó a sus oídos.
Otra voz irrumpió, casi gritando:
—?La zona media sigue sin despejarse! —ruidos de combate resonaban tras las palabras—. ?Imperiales fuertemente atrincherados en coordenadas 18-87-50!
Antonio no dudó.
—Entendido. Vamos para allá.
Se volvió hacia sus hombres, la voz firme.
—A todas las unidades: concentración inmediata en la zona central.
—?Apoyo total!
Cuando Antonio dio la orden, su unidad empezó a moverse hacia la zona central.
Una columna de tanques apareció en la distancia, motores rugiendo, acelerando sobre el pavimento agrietado.
Se detuvieron frente a Antonio.
El comandante del primer tanque cubierto de polvo y ceniza emergió de la escotilla, casco bajo el brazo.
—?Se?or! —saludó, echando un vistazo rápido al panorama de ruinas antes de enfocarse en Antonio.
—Informe —pidió Antonio, directo.
—Las divisiones Panzer reportan que Vizma fue tomada —dijo el comandante—. Pero en la salida de Burevest, calles C-1 y C-2, hay fuerte presencia enemiga.
Ya destruyeron diez de nuestros blindados.
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Antonio frunció el ce?o.
—?No pudieron flanquear?
—Negativo, se?or. No mientras el centro siga en manos enemigas.
Antonio soltó una breve maldición entre dientes.
—?Cuántos blindados tienes disponibles?
—Tres Tarántula, dos Leclerc F1 y el mío.
—?Dónde está el resto?
—Ya cruzaron a Vizma o fueron destruidos en la emboscada.
Somos la última columna en Burevest, se?or.
Antonio se pasó una mano por la careta de su casco, frustrado.
—Malditos pendejos —murmuró.
Se obligó a centrarse.
—Te necesito conmigo. Tu columna dará apoyo pesado para limpiar el centro.
—?Entendido, se?or! —respondió el capitán, antes de volver a su tanque.
La compuerta se cerró con un golpe seco.
Los motores de los blindados rugieron a pleno.
Antonio ajustó su rifle, miró a sus hombres... y avanzaron hacia el último corazón de resistencia imperial.
Cuando Antonio llegó a la zona central, el infierno seguía vivo.
Edificios destripados se alzaban como esqueletos humeantes, pero algunos aún mostraban luces intermitentes en sus entra?as: signos claros de presencia imperial.
Antonio se acercó a una barda semidestruida de petramármol, asomándose con cuidado.
Allí vio a cuatro humanos caer bajo una ametralladora láser.
Su mandíbula se tensó.
—??Qué carajo está pasando aquí?! —rugió, más orden que pregunta.
Un soldado, cubierto de polvo y sangre, se tiró a su lado disparando en dirección al enemigo.
—?Se?or! ?Los malditos imperiales se reagruparon aquí! —gritó—. ?Parece que las cucarachas se movieron cuando vieron que avanzábamos hacia Vizma... o los reportes mintieron!
Antonio maldijo en silencio.
—??Cuántas bajas?!
—?Ocho mil, se?or! —el soldado disparó otra ráfaga—. ?Habíamos recibido apoyo desde la zona sur hace cuarenta minutos, pero apenas tomamos un par de edificios al este!
—??Y el total de bajas?!
—?Imposible de confirmar, se?or! ?Es un puto caos!
Un rugido de motor surgió a lo lejos.
Entre el humo y la neblina de pólvora, un tanque emergió avanzando lento, como un leviatán metálico.
—?Ya llegaron! —gritó alguien.
Antonio tomó su comunicador, cambiando la frecuencia.
—?Blindados! ?Precaución! ?Imperiales atrincherados con ca?ones antitanque en la zona!
Se giró hacia el soldado a su costado.
—??Cuántos enemigos quedan aquí y dónde?!
—?Entre quince y dieciocho mil, se?or! —bramó el soldado—. ?Concentrados en el hospital central y en edificios dispersos alrededor!
Antonio pensó rápido.
Activó de nuevo el comunicador.
—?Ryan! ?Me recibes?
—?Fuerte y claro, se?or!
—?Tienes a la vista el hospital central?
—?Afirmativo!
Antonio apretó los dientes.
No había tiempo para asaltos lentos.
Cada segundo costaba vidas.
—?Hazlo arder por mí! —ordenó.
Ryan tomó el radio-comunicador auxiliar de su tanque.
—Pirroro, Chuy —ordenó—. Avancen y háganlo caer con plasma directo al hospital por favor.
—?Sí se?or! —respondieron casi al unísono.
Dos Tarántulas rugieron hacia adelante.
Un disparo de ca?ón imperial rasgó el aire.
Impactó contra el escudo energético de uno de los blindados, dispersando el golpe en una nube de chispas azuladas.
Las Tarántulas no se detuvieron.
En cuanto tuvieron línea de tiro, sus ca?ones de plasma abrieron fuego.
El primer impacto sacudió la fachada del hospital, arrancando fragmentos de Petramármol.
La estructura, ya agrietada, empezó a desplomarse de una sección en cascada bajo los golpes de energía.
Un segundo y un tercer disparo terminaron de destrozarlo.
Del humo emergió un imperial tambaleándose, un lanzacohetes sobre el hombro.
Un soldado humano lo avistó y disparó.
El imperial cayó, su cuerpo girando grotescamente, pero no antes de apretar el gatillo.
El proyectil impacto contra el escudo de un blindado, desactivándolo con un estallido eléctrico.
Desde dentro, Pirroro gritó:
—?Hijos de puta!
—?Pirro, retrocede o te harás da?o! —ordenó Ryan.
—?Con un carajo! —replicó el tanquista.
Mientras un blindado retrocedía, el otro giró su torreta y disparó de nuevo.
El disparo de plasma impactó una ventana lateral donde se encontraba un ca?ón imperial.
La explosión rompió el ca?ón gravitacional causando una disrupción de la gravedad alrededor, lanzando escombros, vigas, y cuerpos imperiales por los aires como mu?ecos rotos.
Ryan observó el desastre por las cámaras externas, apretando los pu?os.
—Maldición... —murmuró al radio—.
Esos hijos de perra deben estar sufriendo.
El hospital se derrumbaba poco a poco, envuelto en llamas y escombros.
Antonio había dado la orden de avanzar hasta tomar la zona central. Los tanques rugieron, acercándose a la carcasa ardiente del edificio.
Cada imperial que se asomaba para defenderse era acribillado por ráfagas de plasma o perforado por proyectiles explosivos.
La última línea imperial estaba siendo aniquilada.
Cuatro imperiales intentaron un flanqueo desesperado, pero fueron interceptados por quince marines humanos.
Sin opciones, los imperiales soltaron sus armas y alzaron las manos.
Entonces, sus armaduras simbióticas, programadas para impedir la rendición, comenzaron a incrustarles agujas en la carne viva, preparándose en los nervios y órganos.
—?Gyrun’Genthak! ?Gyrun’Genthak! —gritaban en su lengua madre, entre espasmos de dolor.
Los marines humanos se miraron.
Un soldado disparó, volando la cabeza de uno de los imperiales.
Los tres restantes, en puro terror, intentaron huir.
Un soldado del grupo levantó su lanzallamas.
El fuego brotó en un chorro voraz.
Los imperiales ardieron al instante, sus cuerpos retorciéndose como mu?ecos de trapo en llamas.
—?AHHHHH! ?VORN! ?AHHHHH! —gritaban, envueltos en llamas, implorando una salvación que no llegaría.
Un soldado levantó su rifle, apuntando para rematarlos.
Su compa?ero le detuvo, agarrándole del brazo.
—Déjalos quemarse... —dijo, apoyando su arma contra el hombro—.
Se lo merecen.
El calor de las llamas lamía el aire, llevando consigo el olor grasiento de carne quemada.
En el centro de mando improvisado en Morevsk, Friedrich caminaba hacia la playa.
Le habían informado que los imperiales capturados hacía tres días seguían sin hablar.
Mientras avanzaba, desabrochó la funda de su pistola.
—?Qué sucede? —preguntó, su voz como piedra, mientras su mano reposaba en el cinturón.
—Se?or, se niegan a hablar —informó el interrogador, sin levantar la mirada.
Los prisioneros, despojados de sus armaduras simbióticas —que habían intentado matarlos por desertores—, estaban sentados en sillas al aire libre.
Friedrich se acercó.
Se sentó frente a uno de ellos.
Sacó su pistola y la colocó sobre la mesa.
Sin prisa, retiró el cargador y lo puso a un lado.
Luego miró directamente a los ojos del imperial.
—Es gracioso cómo no quieres hablar —dijo, con una sonrisa ácida— después de que te dejamos vivir.
El imperial respondió en su lengua:
—Sha’kael Zelak’Matra. Th?n’arak Zul’Matra.
Friedrich giró apenas la cabeza.
—?Traducción?
—"No hablo. Mi sangre y mi alma me atan", se?or —dijo el interrogador, casi en un susurro.
Friedrich soltó una carcajada seca.
—?Carajo! —bufó con desprecio—. Este hijo de puta cree que aún tiene honor aquí.
Tomó su arma.
Insertó el cargador con un clic seco.
La colocó de nuevo sobre la mesa.
Su rostro endurecido como acero.
—No lo voy a repetir —dijo en voz baja, helada—.
Dime todo lo que sepa tu Imperio de mierda.
No me interesa tu raza. No me interesa tu honor.
Solo la información.
El imperial, sin miedo, sin vacilar, repitió:
—Sha’kael Zelak’Matra. Th?n’arak Zul’Matra.
Friedrich ya no necesitó traducción.
Tomó el arma.
Le disparó cuatro veces en la cara.
La pólvora especial dejó en el aire un olor denso a muerte quemada.
El imperial cayó hacia atrás, inerte.
Friedrich se levantó, guardando su pistola en su funda de un solo movimiento.
Miró a los otros prisioneros, que no dijeron una palabra.
—Ese bastardo aún creía en su honor —escupió Friedrich, su voz cargada de un odio frío— después de ver a su raza matar ni?os inocentes.
Y sin más, se dio media vuelta y regresó al centro de mando. Al llegar al centro de mando improvisado en Morevsk, Friedrich fue recibido por el eco de botas apresuradas y pantallas parpadeando.
Un soldado se cuadró y le entregó un reporte.
Friedrich no lo leyó aún.
Simplemente caminó hacia el centro de operaciones, su mente ya anticipando lo que vendría.
—Situación —ordenó con una calma helada.
Su asesor se acercó, con el rostro cansado.
—Se?or —informó—. Se confirma: Burevest tenía más presencia imperial que Vizma, pero el pueblo ha sido limpiado completamente.
Además... —hizo una pausa breve—. Han capturado a doscientos prisioneros.
Friedrich asintió lentamente.
Se pasó una mano por su cabello rubio, despeinándolo.
—Ok —dijo, voz seca—.
Manda camiones para traerlos.
Espero que les hayan quitado sus armaduras simbióticas.
—Sí se?or. —El asesor tragó saliva—. Hubo treinta muertos durante el proceso. Pero después se las retiraron y quemaron.
Friedrich apenas movió un músculo.
—Ok —repitió.
Avanzó hacia la mesa de operaciones.
—Llama a los generales.
Ahora seguiremos avanzando.
Se inclinó sobre el mapa holográfico.
—Que todos los grupos se reagrupen en Vizma y regresen.
Manda a la IX y XII Legión del Ejército de Defensa del EJPP a custodiar las posiciones.
—?Sí, se?or!
Friedrich se quedó mirando los puntos rojos en el mapa —representaciones de los enemigos que aún quedaban en el continente.
Sus hombres habían ganado Burevest y Vizma.
Pero la guerra apenas había comenzado.
Y él lo sabía.