Friedrich observaba en silencio a los pocos prisioneros capturados.
Sin armadura, algunos desnudos, otros con mantas térmicas sobre el cuerpo.
Había dado la orden de no proporcionar abrigo extra salvo en casos necesarios.
Pero había algo que le carcomía el pensamiento.
Eran pocos. Muy pocos.
—?Por qué sólo hay cuarenta prisioneros? —preguntó.
Su asesor dudó.
—Se?or…
—?Qué sucede?
—Todos los heridos… son ejecutados en el campo. —dijo finalmente.
Friedrich lo miró, helado.
—?Quién dio esa maldita orden?
—El Proconsul Belli… Edward, se?or.
Friedrich se giró bruscamente.
—?Tráeme a ese desgraciado, ya!
Cuando Edward entró en el búnker, no alcanzó a hablar.
Fue recibido por un pu?etazo directo al rostro.
Cayó al suelo. Friedrich se le fue encima.
—??Quién mierda te dio autoridad para decidir qué hacer con los heridos?! —le gritó, golpeándolo dos veces más.
—??Te crees juez y verdugo!? ??A quién se le ocurre desperdiciar prisioneros!?
Edward sangraba por la nariz, confuso.
—Los hombres… estaban enojados…
—?Y qué carajo tiene que ver eso? —gru?ó Friedrich.
—Yo… solo hice lo que creí que era mejor…
—??Lo mejor!? —escupió Friedrich con desprecio.
—?No entiendes nada! ?No somos como ellos!
Lo soltó, con una mueca de asco.
—?Quién te ense?ó que la información se arranca con balas?
?Los prisioneros valen más vivos que muertos!
?Somos el alto mando, no una jauría de hienas!
Edward, temblando, sólo pudo asentir.
—Desde este momento quedas relevado de tu cargo.— Será notificado el Concilium Strategicum Intergalacticum y la Custodia Publicae Rectitudinis.
Te someterán a interrogatorio ético inmediato e investigación pública.
Friedrich se giró hacia su asesor.
—Y que se emita una orden directa:
Cese inmediato de ejecuciones de heridos.
Se necesitan prisioneros. Información.
No cadáveres.
—?Sí, se?or! —contestaron ambos al unísono.
Durante la noche, Friedrich observaba el cielo desde fuera de su litera.
El frío mordía, pero no tanto como los recuerdos.
Veinte a?os atrás.
Su hija.
La encontró colgada.
Su vida se detuvo ahí.
La imagen aún lo perseguía: su rostro, sus manos peque?as...
La primera vez que la sostuvo, la primera vez que rió.
Todo eso volvía ahora, como cuchillas en la nieve.
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Se culpaba.
No por haberla matado, sino por haberla llevado a ese mundo,
por no estar ahí cuando la ejecutaron,
por haber creído que una guerra podía ganarse sin perderlo todo.
Pero sabía que esos recuerdos,
por muy vivos que fueran,
no le darían la victoria ahora.
Se dio media vuelta.
Se acostó sobre el duro catre,
intentando dormir una vez más.
Sabía que sería inútil.
No había dormido bien en meses.
No desde antes que fuera asignado como Magister Belli de este infierno blanco.
Durante la madrugada, Friedrich fue despertado por una alerta de comunicación radio-holográfica.
Se incorporó con pesadez. Al salir de su litera, el cielo nocturno le ofrecía una vista casi irreal:
la órbita brillaba, repleta de buques estelares de la República, con luces azules cruzando la atmósfera como relámpagos silenciosos.
—Aquí Clasis Ordinaria Roma. ?Me atienden? —dijo una voz con estática.
—Friedrich en línea. Los copio fuerte y claro.
—Friedrich... qué gusto oírte. Te echamos de menos.
Tuvimos un contratiempo, pero llegamos. Cinco Legio listas para el desembarco.
Friedrich dejó escapar una leve sonrisa, aún con la voz ronca del sue?o.
—Muhammad. Qué alegría. Estamos en la zona 1-3-8. Las literas están listas y hay café caliente.
—Los muchachos te lo agradecerán. Empezaremos a bajar de inmediato.
—Aquí los esperamos.
A bordo de la nave capital NIC Clase República-Atenas, un Proconsul Belli se dirigía a sus soldados en formación.
La bodega de desembarco vibraba ligeramente bajo sus botas mientras hablaba desde una plataforma elevada.
—?Escuchen, soldados!
—Aquí, entre acero y escudos, están seguros.
Pero allá abajo... allá abajo es un infierno.
Prepárense para lo peor. Para enfrentarse a un enemigo que no duda en matar ni?os, en usarlos como carne de ca?ón.
Una pausa. Algunos bajaron la mirada. Otros cerraron los pu?os.
—Pero no odien a los soldados enemigos.
Muchos son víctimas, lavados, quebrados. El análisis lo confirma: no son libres. Son esclavos.
Se giró lentamente hacia ellos, con gravedad en los ojos.
—Sigan las órdenes del Magister Belli Friedrich.
Muchos de ustedes lo conocen. él rompió las líneas en Fortis.
Rodeó el planeta Washington PA en la Gran Guerra.
Hoy... nos abrirá paso de nuevo.
Un silencio cargado fue roto de pronto por un rugido.
—?URAA! —gritaron al unísono.
El Proconsul golpeó su pecho con el pu?o derecho y lo extendió hacia adelante.
Un gesto ritual, antiguo, nacido en las primeras guerras republicanas.
—?Por la República!
—?Por la República! —repitieron todos.
—?Hacia la victoria!
—?URA, URA, URA!
Los soldados abordaban los ATS-M30 Bellum Vexilliferum. Desde las ventanillas, la vista del planeta era sobrecogedora: zonas bombardeadas, paisajes grises y helados... y, en la distancia, líneas de trincheras que se extendían por varios kilómetros, aunque algo lejos de Morevsk más de doscientos kilómetros de distancia.
— Te apuesto que nos mandan allá, Jhon. — dijo Sipho con tono resignado.
— Espero que no, Sipho. — respondió Jhon. — No quiero pasar semanas rodeado de barro y nieve. Dicen que tenemos tanques Mark IX esta vez.
— Maldición... esas cosas destrozan trincheras.
— Ojalá ayuden a los de ahí abajo.
Cuando aterrizaron en las costas de Morevsk, los soldados descendieron en columnas. Marchaban en sincronía perfecta. Al frente, uno de ellos portaba la bandera de la República: el águila bicéfala alzaba sus alas bajo el sol naciente, presente en cada legio.
— Magister Belli Friedrich. — saludó un Proconsul Belli, golpeando su pecho con el pu?o antes de extenderlo.
— Es un honor volver a estar bajo sus órdenes.
— Proconsul Belli Ali, — respondió Friedrich imitando el gesto, — el honor es mío al tenerlo de nuevo en el frente.
Mientras conversaban, Friedrich observaba los desembarcos: más de cien mil vehículos de transporte llegaban, desde camiones CTT-Tarántula V1 hasta blindados VTT-Tarántula V2. Pero lo que más llamó su atención fueron los tanques Sturm A7Z y Mark IX. Eran justo lo que necesitaba para romper la estática de Polyusovsk.
— ?Cuántas legio traen consigo? — preguntó Friedrich.
— Cinco enteras: la XI, LXXI, XXXIX, IV y II del Ejército Republicano Popular.
Nada de restos esta vez, Magister. Solo hombres frescos.
— Esos "restos" han aguantado el frente todo este a?o. — dijo Friedrich con orgullo.
Ali se quedó callado un segundo.
— ?Un a?o entero?
— Sí. Uno entero. — respondió Friedrich, con la mirada fija en el horizonte.
Ali escupió al suelo con desdén.
— Mierda... — murmuró, sacando dos cigarros. Encendió ambos y le ofreció uno.
Friedrich lo aceptó en silencio.
Fumaron unos segundos bajo el cielo gris. Hasta que Friedrich dijo, sin mirar a nadie:
— Tengo dudas.
Ali lo miró, y simplemente asintió.
— Te entiendo.
En pocas horas, a menos de un kilómetro de Polyusovsk, varios cientos de obuses habían sido colocados. En la zona de artillería, la Legatus Tacticus Olga supervisaba los preparativos.
Mientras organizaba su área de mando, colocaba los comunicadores radio-holográficos y desplegaba los mapas holográficos sobre la mesa táctica. Desde su posición, podía distinguir múltiples piezas: Leichtes Feldhaubitze 18, Type 96 de 15 cm y Canon de 155 modèle Schneider... pero lo que más la impactó fue la presencia de cuatro Karl-Ger?t 040, monstruos mecánicos traídos para arrasar posiciones enemigas.
— ?Cuándo comenzarán los ataques, Yuri? — preguntó con tono medido.
— Escuché que a las diez mil horas se lanzará el asalto. — respondió su asesor Yuri. — Se esperan refuerzos imperiales en las próximas horas.
— ?Hablaron de cobertura de fuego?
— Hasta ahora no, se?ora.
— Perfecto. Dile a los artilleros que cuando terminen, descansen. La noche será larga.
En el frente, Trasher y Poul formaban parte del destacamento que intentaría tomar el puente de Polyusovsk antes de que llegaran los ciento cincuenta mil imperiales. Diez mil marines cubrirían diez kilómetros de trincheras. Las unidades humanas ya habían recorrido hasta cincuenta kilómetros de línea defensiva y querían evitar que la guerra se estancara.
— ?Escuchaste la noticia? — dijo Poul, con tono expectante.
— ?Los refuerzos? — respondió Trasher, acomodando el rifle automático de plasma en su brazo.
— Sí. Dicen que llegó artillería pesada. Olga está al mando. — sonrió mientras masticaba un chicle recién sacado de su cinturón. — Por fin esos hijos de puta van a probar lo bueno.
— Ojalá. — asintió Trasher. — También escuché que destituyeron al Proconsul Belli Edward. Lo mandaron a la CPR.
— Sí. Fue por la orden de no capturar prisioneros. Ahora tenemos que traer los que podamos. — escupió al suelo con desprecio. — Malditos imperiales...
— Espero que Dios los mande directo al infierno. — murmuró Trasher, con los ojos fijos en el horizonte.
— Que así sea. — respondió Poul.
En Morevsk, los minutos eran contados.
Cientos de camiones habían sido asignados para el resto del IX Cuerpo de Marines, y otros seis mil Tarántula transportaban a doscientos cuarenta mil soldados de la XXXIX Legio del EJRP.
Se estimaba que llegarían en menos de diez horas, elevando el número total de refuerzos a más de trescientos mil hombres.
Abbas sentía el alivio a la vuelta de la situación… pero una duda lo carcomía: esa nave imperial que había pasado en órbita.
No sabía si traía refuerzos, o si era una trampa.
No sabía… y odiaba no saber.
Pero no podía permitirse titubear.
Eran las ocho.
Faltaban dos horas para el asalto.
—?Dónde estás, Hyun? —murmuró Abbas, revisando los informes holográficos.
—?Hyun Woo!
—?Disculpe, se?or! ?Qué sucede? —preguntó su asesor, aún con rostro adormecido.
—Necesito que transmitas un mensaje.
—Claro, se?or.
—Comunícate con Olga. Dile que necesito cortina de fuego a las 0930 horas.
—?Sí, se?or! —respondió, golpeando su pecho con el pu?o y estirando el brazo en se?al de respeto.
En el área de artillería, Olga recibió la orden.
Ya había preparado a sus hombres.
Tenía los ca?ones cargados, los mapas desplegados, los blancos listos… y su vieja espada desenfundada.
La misma que su madre le había dado, sesenta a?os atrás.
A las nueve treinta exactas, el segundero del reloj coincidió con el filo de su espada.
—?FUEGO! —ordenó, descendiendo el arma con fuerza.
Tres cientos obuses rugieron al unísono.
El cielo tembló.
La tierra de nadie en Polyusovsk fue pulverizada en cuestión de segundos.
Trincheras imperiales colapsaron.
Los cuerpos salían despedidos.
Los imperiales, desesperados, intentaban replegarse mientras el mayor ataque de artillería de toda la guerra caía sobre ellos.
El suelo temblaba también bajo los pies de los marines.
En la línea de asalto, Trasher y Poul esperaban en las escaleras de salto.
Los diez mil marines estaban tensos.
Algunos rezaban.
—Padre nuestro, que estás en el universo, cuídanos del mal...
Otros recitaban versículos antiguos:
— Tú eres mi mazo de guerra, instrumento de batalla: contigo destrozaré naciones, contigo destruiré reinos.
— Porque Jehová juzgará con fuego y con su espada a todo mortal, y muchos serán los muertos de Jehová.
— Bendito sea el Se?or, mi roca, que adiestra mis manos para la guerra y mis dedos para la batalla.