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Criaturas sin mente.

  A las diez mil horas exactas, el asalto comenzaría.

  Cuando el reloj marcó las diez en punto, un Centurionis Magnus subió a medias la escalinata de tierra, silbato en mano. Miró su reloj una última vez. Luego, giró hacia sus soldados.

  —?Aquí se definirá todo! ?Como en la Gran Guerra, avanzaremos sobre ellos! ?Como en la Gran Guerra... ganaremos! —alzó el brazo. Su voz retumbó en las trincheras—. ?Por la libertad! ?POR LA REPúBLICA!

  —?POR LA REPúBLICA!

  —?A LA CARGA!

  El silbato sonó con furia. Y con él, los marines saltaron fuera de la trinchera con un salto grande gracias al exoesqueleto.

  Avanzaron corriendo entre la nieve y los cráteres humeantes. Las botas se hundían en la mezcla de lodo, tierra revuelta y hielo. Los primeros disparos láser enemigos no llegaron sino hasta que estaban a menos de cien metros de la línea imperial. Algunos tropezaban y caían, levantándose cubiertos de barro y nieve, pero no se detenían.

  Trasher se lanzó dentro de un cráter a menos de diez metros de la trinchera enemiga. Respiraba agitado, con la careta manchada de tierra. Sacó una granada del cinturón, quitó el seguro, contó dos pulsos, y la lanzó.

  Cinco segundos después: explosión y gritos imperiales.

  Impulsado por la adrenalina, Trasher salió corriendo. Al llegar a la trinchera, vio a un imperial aturdido, tambaleándose por la onda expansiva. Sin pensarlo, le clavó la bayoneta en el abdomen y disparó una ráfaga corta en la cara. Se giró y vio a otro arrastrándose: también le disparó, directo al pecho.

  Poco después se encontró con Poul. Se miraron, sin decir palabra, y siguieron avanzando por la trinchera serpenteante. Al girar en una intersección, cuatro imperiales corrían desorganizados. Fueron recibidos por una lluvia de plasma.

  Al llegar a un refugio, ambos se posicionaron a los lados de la entrada. Poul arrojó una granada. Tras la explosión, un imperial emergió entre llamas, sin un brazo, el rostro deshecho por las esquirlas, su armadura calcinada. Trasher lo remató con un culatazo seguido de una ráfaga larga que lo lanzó contra la pared.

  Sin detenerse, Trasher vació su cargador en otra dirección. Al quedarse sin munición, extrajo uno nuevo del portacargador de su pecho, lo encajó con fuerza, corrió la manija del cerrojo y siguió adelante.

  Entraron con cuidado en una peque?a sala. Poul iba al frente. Un disparo láser impactó de lleno en su careta, que resistió el golpe. Sin titubear, levantó su Kar 98kP y disparó. El proyectil de plasma atravesó el casco del imperial, cuyo cuerpo cayó inerte contra la pared, dejando tras de sí una mancha verde brillante.

  Poul retrocedió, recargando el cerrojo, pero una nueva ráfaga láser impactó cerca de su pierna. Trasher se interpuso, lo cubrió y abrió fuego con su StG 78 desde una posición segura. Al escuchar gemidos, se asomó y vio a un imperial en el suelo, gravemente herido. Se acercó lentamente.

  —?Vorn! —gimió el enemigo, con los ojos suplicantes.

  Trasher apretó el gatillo. Silencio.

  —?Poul, vámos!

  Al reincorporarse, Poul salió corriendo por la trinchera. A unos metros, vio a un imperial sometiendo a un marine en el suelo. Levantó su rifle, aceleró el paso y le clavó la bayoneta en las costillas. El enemigo cayó de lado, soltando un gemido ahogado mientras trataba de detener la hemorragia.

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  Poul no dudó. Le disparó en la cabeza. Corrió el cerrojo del Kar 98kP y se acercó al marine.

  —?Gracias! —jadeó el soldado, aún aturdido.

  —De nada —respondió Poul, con voz seca.

  El combate avanzaba bien. Ya habían tomado más de la mitad de la línea de trincheras enemigas. Uno de los marines activó una granada, quitó el seguro, contó los dos pulsos y la arrojó al siguiente segmento. Cuando explotó, los demás saltaron para asegurar la posición.

  Los imperiales que quedaban comenzaron a huir, abandonando sus puestos. Algunos marines celebraban, otros comenzaban a descansar.

  Fue entonces cuando una vibración se sintió en la tierra.

  Un temblor sordo. Constante.

  La niebla espesa no permitía ver mucho, pero algo se acercaba. Algo grande. Algo rápido.

  Trasher subió a una de las elevaciones de la trinchera, reforzada con bio-hueso y metal negro. Desde ahí, vio la silueta que rompía la bruma.

  Una criatura grotesca.

  No tenía ojos. Su boca era larga, partida en segmentos. Su cuerpo cuadrúpedo estaba semierguido, cubierto de placas dorsales. Era de un gris ceniciento, áspero como piedra podrida.

  Eran bioformas imperiales.

  Eran los Thal’Kr?n.

  Y no venía una. Venían miles.

  —?Oh no...! —susurró Trasher tras haber aumentado la visión en su careta .

  Los disparos de plasma comenzaron a sonar, pero las criaturas apenas se inmutaban. Trasher disparó una larga ráfaga. Solo logró derribar a una... de diez mil.

  Cuando las primeras llegaron a la trinchera, fue una masacre.

  Una de ellas atrapó a un marine y lo partió en dos como si fuera de papel. Otro fue lanzado por los aires, desmembrado.

  —?ATAQUEN, MATEN ESAS COSAS! —gritó alguien en la línea frontal.

  Los disparos se intensificaron. Las bioformas arremetían con brutalidad, matando marines por decenas. Una alzó a un soldado por la cabeza y lo usó como arma, golpeando a otros mientras rugía.

  Trasher y Poul disparaban desesperados. No había tiempo para apuntar. Solo disparar y rezar.

  Entonces ocurrió.

  Una bioforma alcanzó a Poul. Lo sujetó por la cintura y apretó.

  Se escuchó el crujido de huesos quebrándose. La sangre brotó por su boca, nariz y ojos.

  —?Mátame! —suplicó, con la voz rota por el dolor.

  Trasher no dudó. Le disparó en la cabeza.

  Silencio. Un segundo eterno.

  Y luego, ira.

  —?AHHHHH! —gritó Trasher, desencajado, descargando una larga ráfaga mientras retrocedía, con lágrimas de furia y horror en los ojos.

  —??RETIRADA! ?RETIRADA!* —gritaban desde las trincheras capturadas.

  Los marines comenzaron a correr, desesperados, volviendo hacia sus líneas. Pero entonces... ocurrió lo impensable.

  El cielo estalló.

  Un bombardeo de artillería aliado comenzó a caer sobre la tierra de nadie, sin advertencia, sin compasión.

  En el centro de mando, Abbas observaba en silencio, con los pu?os apretados y los ojos vidriosos. La rabia lo quemaba por dentro, pero era la tristeza la que lo consumía. Sabía que había condenado a cientos de sus hombres.

  Y sin embargo... no tenía opción.

  —Maldita sea... —susurró.

  Si no lo hacía, las criaturas imperiales habrían cruzado hasta el siguiente frente. Y entonces serían miles los muertos. Tal vez más.

  En el campo, el caos era total.

  Los marines corrían entre explosiones, gritos, disparos, cuerpos despedazados por fuego amigo. Algunos no sabían si correr hacia adelante o hacia atrás.

  Trasher corría con la cara llena de tierra, sangre y lágrimas. No sentía los pies. No sentía nada.

  "?Por qué no esperan a que lleguemos? ?Aún estamos aquí, cabrones!", pensó mientras apretaba los dientes. Cada paso se sentía más pesado, y el recuerdo de Poul lo asfixiaba.

  "Le disparé yo... Fui yo..."

  Y entonces, el estruendo final.

  Un proyectil cayó frente a él. Solo tuvo tiempo de mirar hacia arriba.

  La tierra se abrió.

  Y Trasher desapareció.

  Partes de su cuerpo volaron en todas direcciones, desintegradas en el fuego del mismo bando por el que había peleado.

  Cuando el resto de las tropas alcanzó la trinchera, muchos cayeron de rodillas, jadeando, buscando agua donde pudieran. Otros se posicionaron de inmediato, abriendo fuego contra las bioformas que aún seguían corriendo entre los escombros.

  El bombardeo había matado a más de nueve mil de esas criaturas.

  Pero el precio fue brutal.

  De los diez mil marines que habían encabezado el asalto, solo dos mil seguían con vida.

  Las ametralladoras de plasma Psm MG-1 y las cinéticas Maxim comenzaron a rugir en cuanto cesó el bombardeo. El frente se encendió de nuevo. Los pocos Thal’Kr?n restantes eran acribillados sin piedad. La línea humana formó una cortina de fuego tan densa que ni el infierno mismo podría atravesarla.

  La masacre de las últimas bioformas fue despiadada.

  El asalto había durado menos de una hora.

  En ese lapso, habían perdido ocho mil hombres.

  Y justo cuando el silencio regresaba, llegaron los refuerzos imperiales a reforzar las posiciones en Polyusovsk.

  Doscientos mil enemigos.

  Frente a ellos, sus propias fuerzas apenas sumaban noventa mil —y muchos estaban heridos, rotos o desmoralizados.

  Pero no podían retirarse.

  Porque habían llegado tarde…

  a este infierno blanco.

  Abbas revisaba en silencio los informes que parpadeaban en las pantallas holográficas. Su rostro estaba pálido, con ojeras profundas. No hablaba. Solo veía.

  Hyun, su asesor, se acercó con cautela.

  —Se?or… debería comer algo —dijo en voz baja.

  —No voy a comer —respondió Abbas sin apartar la mirada de los reportes—. No mientras mis hombres mueren allá fuera… por mi maldita culpa.

  Hyun dudó.

  —S-sí, se?or… como ordene —murmuró antes de retirarse.

  Abbas se quedó solo. Cerró los ojos. Apretó los pu?os.

  —Perdóname, Se?or… por lo que he hecho —susurró, con la voz rota

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