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Burocracia.

  Habían caminado tres kilómetros hacia el frente.

  Al llegar a las trincheras, se posicionaron.

  Las bayonetas de plasma ya estaban acopladas a sus rifles.

  Los soldados se alinearon en silencio junto al borde.

  El Centurionis Magnus César estaba al mando.

  —Solo diez minutos y marcharán —dijo Abbas, ahora Praefectus Tacticae, desde el búnker del centro de mando. —

  Espero verlos vivos.

  Los diez minutos pasaban como eternidades.

  Chaiwat y Niklas estaban hombro con hombro.

  No hablaban.

  Solo apretaban sus armas con fuerza.

  —Ya pueden marchar…los soldados —confirmó Abbas por el canal. —

  Dios los bendiga.

  —Entendido —dijo César, levantándose del banco donde esperaba.

  Tomó su casco, salió del refugio, y vio la bruma azulada de la ma?ana helada.

  A su lado caminaba su Hastator Primus, Hyun.

  La ciudadela de Ryscritingrado se extendía a lo lejos:

  edificios colapsados, calles abiertas por los cráteres,

  campos partidos por la artillería.

  César miró el cielo.

  Miró su reloj.

  Y luego miró a sus hombres.

  Diez mil almas.

  Diez mil destinos.

  Hizo sonar el silbato.

  De un salto, todos salieron de la trinchera.

  Setecientos metros los separaban del objetivo.

  Y no había cobertura.

  Chaiwat corría.

  Saltó con fuerza y sintió el peso de su M2060 contra el pecho.

  La bayoneta vibraba en la punta del ca?ón.

  Solo tenía una orden: avanzar.

  A los pocos segundos, los disparos láser comenzaron.

  Gritos.

  Cuerpos cayendo.

  El infierno abierto.

  Un camarada cayó a su lado.

  Unauthorized duplication: this narrative has been taken without consent. Report sightings.

  Chaiwat apenas lo vio en el rabillo del ojo de la cartera le dejo ver.

  Su brazo estaba destrozado: el hueso asomaba como un diente roto, la carne colgaba en jirones.

  —?Es láser...? —pensó mientras corría—. ?Cómo puede hacer eso?

  A los quinientos metros, se lanzó dentro de una trinchera secundaria.

  Sabía que su escopeta no serviría a esa distancia.

  Entonces lo escuchó.

  Un rugido.

  Un Spitfire surcó el cielo, veloz como una lanza ardiente.

  Sus ca?ones de plasma arrasaron el búnker enemigo.

  Los disparos cesaron. Solo un instante.

  Chaiwat no dudó.

  Salió.

  Y siguió corriendo.

  Ya habían cruzado más de tres cuartos de la tierra de nadie.

  Las ametralladoras láser imperiales hacían estragos a corta distancia.

  Los gritos humanos se mezclaban con el olor a carne quemada, más denso que la pólvora.

  La nieve se derretía.

  No por el sol, sino por el fuego.

  Chaiwat llegó a la trinchera enemiga.

  Disparó su escopeta.

  El proyectil estalló al impactar.

  Un imperial cayó de rodillas, su armadura destrozada, intestinos colgando, hueso y metal esparcidos.

  De un salto, Chaiwat se lanzó dentro.

  Avanzó por el pasillo de barro y sangre.

  En una intersección, un velothianio sin casco emergió.

  Piel morada, con ojos negros y sin expresión.

  Le clavó la bayoneta al torso, luego un golpe de culata en la cara.

  El enemigo tambaleó.

  Apuntó y disparó dejando un hueco abierto en su estómago. Un segundo disparo le arrancó la cabeza.

  Trozos de cerebro, sangre, ojos y fragmentos de cráneo volaron como semillas malditas.

  Chaiwat cargó tres cartuchos desde su cinturón.

  Los insertó con práctica fría.

  El mecanismo metálico hizo clic.

  Siguió avanzando.

  Cada disparo, una muerte.

  Cada muerte, un silencio.

  Ni gritos. Solo lamentos secos.

  Y aire que olía a miedo y vísceras.

  A unos pasos, Chaiwat se encontró con Niklas.

  Sostenía su rifle de plasma Kar 98kP.

  Se acercó rápido.

  —??Estás bien!? —preguntó, su voz saliendo filtrada por la máscara.

  —Sí —respondió Chaiwat.

  Su mirada estaba vacía.

  Sus mejillas, rojas de calor, frío o furia… ni él lo sabía.

  Niklas asintió.

  No dijeron más.

  Avanzaron juntos.

  Niklas al frente.

  Llegaron a un refugio semidestruido en la trinchera.

  Cuatro imperiales salían en desorden.

  Niklas apuntó y disparó.

  El disparo de plasma abrió un agujero en el cráneo del primero.

  Un chorro de sangre, vísceras y masa encefálica hirviendo salió disparado.

  Corrió el cerrojo con fluidez.

  Chaiwat disparó su escopeta.

  El retroceso sacudió su hombro.

  Dos imperiales volaron en pedazos.

  Los brazos cercenados quedaron colgando de los bordes,

  la carne desgarrada como trapos húmedos.

  El último cayó mientras gritaba.

  Levantaba su única mano intacta.

  —?Vorn! —grito entre sollozos

  Niklas lo miró y le disparó como acto de piedad.

  Desde las trincheras humanas, un rugido de metal rasgaba el amanecer.

  Tres A7Z y cuatro Panzer VI Nilpferd emergieron del humo, pesados y decididos.

  Su avance marcaba el fin de la resistencia imperial en Ryscritingrado.

  Mientras tanto, en Marte.

  El Parlamentum Solarii ardía.

  Senatores civiles, de cámaras altas e inferiores, debatían con fuego en los ojos.

  El praeses maximus ya había entregado la propuesta de alto al fuego.

  Y el caos reinaba.

  —?La guerra debe continuar! —bramó Tullius—. ?La paz no es paz si conlleva cadenas en el cuello!

  —?Y matar a nuestra gente en su nombre, tampoco lo es! —respondió un senator civilis—. ??De qué sirve hablar de libertad con la boca manchada de sangre!?

  —?Mi boca está llena de verdad! —espetó Tullius con furia.

  —?Y de cadáveres! —replicó otro.

  —?Orden en la sala! —tronó el Praeses Parlamenti, de pie, golpeando su atril—.

  ?No veo hombres civilizados!

  ?Solo nidos de bestias revolcadas en mierda que gritan como cerdos con toga!

  ?Volverán a hablar... HABLAR!

  O la sesión se clausurará bajo vergüenza pública.

  —?Debemos considerar las consecuencias de seguir esta guerra! —exclamó un senator civilis.

  —Las marchas se han multiplicado: Roma Nova, Nueva Tecnochtla, Nuevo Sol, Manschenwall, Cidadalta, Aurimar, Veredalma, Croissance, Valbrume, Forgeciel, Lumièrevive…

  Y eso sin contar las protestas en todo el Principado de Iaponia y Norvegia.

  —?El pueblo, al que representamos, no quiere que un senador de cámara alta decida su destino! —a?adió otro senator civilis, dirigiendo su mirada filosa a Tullius—.

  Custodia publicae rectitudinis estaría interesada en investigar sus acciones, senador.

  Parece que actúa bajo su propia agenda.

  —?Mientes descaradamente! —gritó Tullius, visiblemente desesperado—. ?No sigo ninguna agenda! ?Solo lucho por el bien común de la República!

  —?Una interrupción más, senator Tullius, y será retirado por desacato! —tronó el Praeses Parlamenti, golpeando su atril—.

  ?Esto es una camera legislativa, no un circo gladiatorio!

  —?Perdóname, se?oría! —dijo Tullius, obligado por la presión y el temor.

  —?Propongo que esto se someta a votación! —alzó la voz un senator civilis—.

  ?Tullius debe ser investigado! ?Qué hace aún aquí, si jamás fue elegido por el pueblo?

  —?El pueblo me escogió! —gritó Tullius, sudando frío.

  Buscaba argumentos que ya ni él creía.

  Todos sabían la verdad.

  —?Senator Tullius, salga de inmediato! —ordenó el Praeses Parlamenti, golpeando su atril con fuerza—.

  ?Voluntariamente, o llamaré a los custodes parlamenti! ?Esta sala no es su feudo!

  Tullius se quedó inmóvil por un segundo.

  Miró a su alrededor… no encontró aliados.

  Resignado, bajó la mirada y salió por las puertas del parlamentum.

  Pero su partida no trajo calma.

  Trajo sospecha.

  Y dejó moscas aleteando cerca de él.

  —La votación se llevará a cabo —declaró el Praeses Parlamenti con solemnidad—.

  El pueblo decidirá si buscamos vías diplomáticas para un alto al fuego y una paz duradera… o si continuamos con la guerra.

  —Cada planeta de la República emitirá su voto.

  En dos semanas, esta cámara se reunirá nuevamente para debatir el resultado y actuar en consecuencia.

  Hizo una pausa.

  Sus ojos recorrieron el hemiciclo.

  —Esta será la decisión más importante de nuestra era.

  Y el juicio de la historia… no será indulgente.

  Por primera vez la república hablaba de paz y no de guerra.

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