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Corrupción

  Zal’Matriak, planeta capital del Imperio, después del Gran Vacío.

  El Gran Salón de la Llama Silente se alzaba vivo y solemne.

  El metal orgánico de las paredes contrastaba con el tono crema de los huesos ancestrales incrustados en columnas y cornisas.

  Cada rincón estaba decorado con arte sagrado:

  Las Matriarcas durante la Era de la Atención.

  Las primeras razas unificadas.

  Y, en una estantería olvidada, un retrato polvoriento de un humano:

  Oscuro.

  Seco.

  Como si el Imperio se negara a reconocer su integración en su totalidad con orgullo.

  En medio del salón, las Matriarcas discutían.

  —Debemos ser precavidos con la oferta de paz blanca —dijo la Alta Lumineth, con voz grave—. La humanidad, como la ceniza, vuelve a encenderse si no se aplasta bien.

  Un Vul’hariano se inclinó desde su plataforma.

  —Altas se?oras… podríamos usar la paz como un velo.

  Mientras descansan, nosotros hablaremos a sus espíritus.

  Los Diecinueve planetas de los traidores pueden ser asegurados... desde dentro.

  —?Y qué de Vrek-Tan? —interrumpió un Qorathianio—. ?Lo dejaremos como símbolo de debilidad?

  Una Matriarca menor habló sin alzar la mirada:

  —Vrek-Tan será la línea. No un paso más.

  La paz será aceptada… sólo si los humanos nos lo ceden.

  No cederemos más poderío a una raza bárbara.

  —Hablaremos nosotras, las Altas Matriarcas de la Luz. —dijo la Alta Lumineth con voz firme y serena, mientras extendía una mano en dirección a la gran puerta—. Pueden retirarse. Serán convocados cuando llegue el momento.

  Los cincuenta asesores inclinaron la cabeza, cruzaron los brazos sobre el pecho y salieron en orden sagrado del Gran Salón.

  Detrás de ellos, las puertas se cerraron con un eco profundo, como si sellaran un destino.

  Durante una hora entera, esperaron fuera.

  Sirvientes de múltiples castas ofrecieron platos de néctar espeso, raíces aromáticas y líquidos brillantes en copas negras.

  Entonces, un Kaarhilsiano emergió de las puertas sagradas. Su armadura ceremonial brillaba con luz violeta.

  Llevaba al cinto una espada ritual aún manchada con aceite de consagración.

  Su voz resonó con autoridad:

  —Las Altísimas Matriarcas Eternas han hablado.

  Pasen ahora… a escuchar su sagrado veredicto.

  —Hemos deliberado. —dijo la Alta Lumineth, su voz como eco de mármol vivo—. Y las Altas Matriarcas del Imperio han hablado.

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  —La paz será concedida... bajo sagradas condiciones.

  Una Matriarca menor dio un paso al frente:

  —Primera condición: que la humanidad reconozca la autoridad del Imperio sobre los diecinueve mundos ocupados… y ceda Vrek-Tan como el vigésimo en honor a la Luz de la Unificación.

  Otra alzó su mano:

  —Segunda: que inicien un proceso irreversible de desarme y convergencia hacia nuestra estructura divina.

  Y una tercera:

  —Tercera: que su máxima figura de gobierno sea sustituida por una Alta Matriarca designada por este Consejo.

  La Alta Lumineth habló de nuevo:

  —Autorizamos el envío inmediato de una delegación diplomática a terreno neutral. Las condiciones han sido pronunciadas.

  Un Lurithsiano levantó la voz:

  —Divinas Matriarcas… ?y si los humanos rechazan estas condiciones?

  Un Qorathianio intervino con tono calculado:

  —Altas se?oras… quizás la primera demanda baste. Pretender despojarles de toda autonomía será tomado como imposición...

  Antes de que pudiera terminar, los Guardianes Kaarhilsianos desenvainaron sus espadas con violencia ritual, apuntando directo a su garganta.

  —??Cómo osas llamar absurda la voluntad de las Matriarcas?! —rugió el líder con furia encendida—. ?Eso es un sacrilegio!

  Pero entonces, en un acto de total sincronía, las Matriarcas hablaron a una sola voz:

  —?Alto!

  Su palabra fue como un trueno contenido. Toda la sala quedó en silencio, los corazones detenidos por el eco de una orden divina.

  La Alta Lumineth se adelantó.

  —No ha blasfemado. El pensamiento estratégico no es herejía.

  Habíamos previsto esa posibilidad… y tú has hablado con razón.

  Si rechazan las demás condiciones… la primera será suficiente.

  Marte había dado la orden al Principado de Russia de cesar toda hostilidad en el planeta.

  En se?al de compromiso, el mundo recibió un nuevo nombre: Nova Russia.

  Un símbolo claro: el Principado y su población no cederían el planeta, ni en identidad ni en dignidad.

  En el corazón de Marte, el edificio del Consilium Principatum se alzaba como una fortaleza de mármol pálido.

  El petramármol pulido relucía bajo la luz artificial. Una alfombra roja cruzaba el salón de reuniones.

  La solemnidad era palpable.

  Dentro, en el gran recinto, los representantes de cada principado tomaban sus asientos.

  El Praeses Consilii Principatuum se puso de pie en el estrado ceremonial. Su túnica púrpura ondeaba suavemente.

  —Agradezco la presencia de cada Primus Minister Provincialis en esta sesión extraordinaria del Consilium. —comenzó con voz firme—. Estamos aquí para debatir las medidas de seguridad entre los principados tras el cese de hostilidades en Nova Russia…

  Pero una voz interrumpió antes de que pudiera terminar.

  El Primus Minister de Nova Russia se había levantado sin esperar turno.

  Su rostro reflejaba cansancio, pero también determinación.

  —Debemos reforzar las defensas entre principados inmediatamente.

  No podemos permitirnos otra agresión hostil de naciones alienígenas como la que sufrimos. No otra vez.

  El murmullo en la sala fue inmediato.

  —Es entendible su inquietud… —dijo el Praeses Consilii Principatuum, su voz grave llenando la sala— pero hay que recordar: este es apenas el segundo contacto alienígena en la historia de la humanidad.

  El Primus Minister de Méxicum alzó la voz sin esperar permiso.

  —No hablamos de historia, se?or Praeses.

  Hablamos del presente. De trincheras llenas de cadáveres y ciudades en ruinas.

  Un silencio incómodo se apoderó de la sala. El Praeses frunció el ce?o y continuó:

  —El diez por ciento del presupuesto total ya ha sido destinado a defensa. Más de eso... y la vida de la plebe se verá afectada.

  Ya enfrentamos alzas en alimentos esenciales, energía y transporte.

  El Primus Minister de Suecium se levantó.

  —Con todo respeto, se?oría… nuestras fuerzas están desorganizadas. Un pu?ado de divisiones dispersas por los sectores.

  Debemos reestructurar el aparato militar federal antes de pensar en redistribuir recursos.

  —Nova Russia fue un caos, con todo respeto. —declaró el Primus Minister de Russia, apretando el pu?o sobre la mesa—. Reactivamos cinco flotas classis magna... y solo una se utilizó.

  —Y para colmo, la más débil. —agregó el Primus Minister de Thailandiae con tono acerado—. El Parlamentum desarmó las otras cuatro, y nos mandaron legios agotados, sin preparación climática, con equipo desgastado. ?Veteranos de la Gran Guerra Galáctica, no tropas frescas!

  —?Tullius saboteó el envío! —tronó el Primus Minister de Afghanistan, levantándose de golpe—. Sabía perfectamente que con las cinco flotas desplegadas, esto habría terminado en semanas y no un a?o como lo es actualmente.

  —El Parlamentum ya no representa los intereses del pueblo. —dijo el Primus Minister de Hibernia con voz grave—. Y no podremos confiar en él hasta que la CPR purgue ese nido de ratas disfrazadas de senadores.

  —Oficialmente, desde el Principado de Russia, solicitamos la inactivación del Parlamentum como estratégia de defensa. —dijo el Praeses de Russia, con voz firme y las manos apoyadas sobre la mesa de petramármol—. Ha demostrado lentitud... y una corrupción estructural inadmisible.

  El Praeses Consilii Principatuum se mantuvo en silencio por unos segundos. Luego habló, con diplomacia calculada:

  —Su petición ha sido escuchada... y no será ignorada.

  La Custodia Publicae Rectitudinis será instruida para recopilar las denuncias populares contra el Parlamentum. El CPR decidirá si actúa en nombre de la plebe.

  Hizo una pausa.

  —Respecto a los presupuestos y movilizaciones adicionales… todo quedará en suspenso hasta que la paz blanca sea formalizada por ambas partes.

  Días habían pasado desde la propuesta.

  El Imperio había aceptado, aunque no por voluntad de paz, sino por estrategia.

  La República, en cambio, envió a su delegación con la esperanza —no de una victoria diplomática— sino de alivio para su pueblo.

  El diálogo fue pactado en un planeta neutral, ubicado en los bordes de la galaxia Primus, más allá de los territorios reclamados, en un lugar donde ni la luz del Imperio ni la diplomacia de la República habían dejado huella.

  Allí, alejados del fuego y la gloria, las dos grandes potencias se miraron por primera vez sin armas… aunque sabían que cada palabra podía ser más peligrosa que una ofensiva orbital.

  El resultado de aquella reunión dependería, no del deseo de paz, sino de cuánto estarían dispuestos a ceder… sin traicionar sus principios

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