Unos días después, el ecosistema político de las Matriarcas volvió a sacudirse.
Representantes del Principado de los Estados Unidos Planetarios, hasta entonces una entidad humana independiente, comenzaron negociaciones secretas con diplomáticos del Imperio Interestelar.
No fue decisión del pueblo.
Fue una traición silenciosa de sus líderes.
Dolidos por su derrota en la última guerra, algunos prefirieron inclinarse ante los invasores antes que reconciliarse con el resto de la humanidad.
La Custodia Publicae Rectitudinis intentó intervenir.
Pero fue demasiado tarde.
La unión fue firmada.
La humanidad, una vez más, se dividía.
Los días siguientes transcurrieron con una calma tensa. Una calma que no era paz…
Era preludio.
órbita de Lyberty, antigua capital del Principado.
Una fragata imperial patrullaba la zona, ahora reconvertida en colonia imperial.
—?Se?or! ?Nave terrana en aproximación! —gritó un oficial desde la consola—. A diez segundos-luz. Sin respuesta.
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El almirante, veterano de decenas de campa?as, se inclinó sobre la pantalla. Su rostro curtido no mostraba miedo… solo cálculo.
—Establezcan contacto. Ahora. Necesitamos saber si es diplomacia... o rebelión.
Las frecuencias se multiplicaron.
Silencio absoluto.
La nave terrana se detuvo en órbita por un instante.
Luego, sin mensaje ni advertencia, liberó una cápsula hacia la atmósfera.
—?Qué demonios...? —murmuró el almirante, frunciendo el ce?o—. ?Un módulo de desembarco?
Pero antes de que alguien pudiera reaccionar, la nave aceleró.
En un destello repentino de luz blanca… desapareció en FTL.
La cápsula descendía. Lentamente. Demasiado lentamente.
—?Se?or! Lecturas inusuales. Hay un... mineral desconocido en su núcleo.
Está... inestable. Muy inestable.
No hubo tiempo.
La cápsula explotó.
Una onda de energía pura barrió la órbita.
La fragata tembló.
Pantallas chispearon.
El vacío se iluminó con líneas doradas que nacían desde la superficie del planeta.
Grietas colosales cruzaban Lyberty como venas ardientes.
La corteza del planeta se quebraba.
El núcleo... colapsaba.
—?La detonación es... es imposible! ?Se?or, el planeta... está destruyéndose! —gritó el oficial de sensores.
Nadie respondió.
Solo observaron.
Cómo Lyberty moría.
Cómo el símbolo de una traición era… borrado del mapa.
Los gritos de los oficiales resonaron en la sala de mando mientras las pantallas mostraban el planeta desintegrándose.
Lyberty ya no era un mundo.
Era una lluvia de fuego, roca y ceniza flotando en la oscuridad.
El vacío se llenaba de fragmentos incandescentes.
No quedaba nada.
El almirante permanecía de pie, con la piel pálida y la mandíbula tensa.
Miraba en silencio la destrucción, incapaz de procesar lo que acababa de suceder.
—?Cómo... cómo pudieron...? —susurró.
Ningún oficial respondió.
Todos estaban clavados en sus asientos, viendo cómo la arrogancia imperial se partía en millones de pedazos junto al planeta.
Y entonces, llegó el mensaje.
Calmado. Sin emoción.
Más aterrador que mil explosiones.
"Plura horum armorum habemus. Ne dubites nos eis usuros esse si opus erit. Haec est sola nostra admonitio."
La voz era humana. Precisa. Definitiva.
Los traductores empezaron a hacer su revelando el mensaje:
“Tenemos más de estas armas. No duden que las usaremos si es necesario. Este es nuestro único aviso.”
El almirante la escuchó en silencio.
Sus ojos reflejaban algo nuevo: no sólo miedo, sino duda.
Lyberty, símbolo de poder imperial, ya no existía.
Los terranos, a quienes habían llamado "primitivos", acababan de ense?arles el precio de subestimarlos.
Nadie en la fragata dijo una palabra más.
Solo el eco silencioso de un mensaje flotando en el espacio.
Y el nuevo conocimiento de que la humanidad…
podía borrar mundos.