El sol apenas despuntaba sobre los torreones de la Escuela ti?endo el cielo de tonos dorados y escarlata. Zephyr se encontraba en el claro trasero del campus, el mismo donde habían enfrentado a la bestia la noche anterior. Sus pensamientos eran un remolino constante, como el viento que no cesaba en su interior. Había algo diferente desde aquella batalla: un eco dentro de él, un latido dual que no podía ignorar.
—No puedes dormir, ?verdad? —dijo una voz suave detrás de él.
Era Kaela, envuelta en una capa ligera, el cabello rojo recogido con descuido, pero sus ojos brillaban con una calidez que no tenía que ver con su afinidad elemental.
—Demasiadas preguntas —respondió él sin mirarla—. Es como si todo lo que creía entender… se estuviera quebrando.
Kaela se sentó junto a él en la hierba húmeda. —Lo vi ayer. Cuando usaste viento para impulsarme… no fue casualidad. Fue instinto. Y fue hermoso.
Zephyr ladeó la cabeza, sorprendido por sus palabras. Ella lo miraba, pero no como una compa?era. Había algo más. Algo naciendo lentamente.
—No fue solo poder —continuó Kaela, bajando la mirada—. Fue conexión.
Zephyr no supo qué responder.
Ese mismo día, la profesora Lyssara los reunió en el Anfiteatro Inferior. Su figura destacaba aún entre la docena de aprendices presentes, con su largo cabello rojo ondeando al viento y su mirada esmeralda que parecía atravesarlos a todos.
—Hoy no entrenarán su elemento en solitario —anunció—. Hoy aprenderán un arte olvidado: la Sincronía Elemental. Solo los que logren armonizar con otro podrán canalizar fuerzas superiores.
Hubo un murmullo generalizado. Thalen, Derek y otros se miraban con curiosidad y desconfianza.
—?Y cómo se logra esa sincronía? —preguntó Thalen.
—Con confianza —respondió Lyssara—. Y vulnerabilidad.
Zephyr fue emparejado con Kaela. Derek con Thalen. Otros quedaron mezclados al azar.
El ejercicio era simple en teoría: debían unir sus elementos para crear una forma de energía conjunta. Pero cada intento terminaba en fallos: fuego que salía descontrolado, viento que dispersaba las llamas, agua que extinguía sin propósito.
Kaela fruncía el ce?o. —No estamos conectando.
—Quizá… estamos conteniéndonos demasiado —dijo Zephyr—. Intenta liberar tu fuego por completo. No temas quemarme.
Ella lo miró, y por un momento, el miedo que había contenido durante a?os pareció disiparse. Kaela extendió sus manos. Las llamas brotaron. Zephyr alzó las suyas y dejó que el viento fluyera, no para resistirlas, sino para abrazarlas.
El resultado fue un torbellino ígneo que danzó a su alrededor como un fénix. Por un instante, todos guardaron silencio.
Lyssara asintió levemente. —Así se ve la sincronía.
Después del entrenamiento, Derek se les acercó. Su rostro no mostraba admiración, sino frialdad.
—Interesante pareja —dijo con tono ambiguo—. Aunque confiar demasiado rápido puede ser peligroso.
Kaela lo fulminó con la mirada. —?Tienes algún problema, Derek?
—No contigo —dijo, pero sus ojos se clavaron en Zephyr—. Solo con los que juegan con dos elementos como si eso los hiciera especiales.
—No lo elegí —respondió Zephyr, firme.
Derek se marchó sin decir más.
Esa noche, mientras los demás dormían, Zephyr se despertó por un susurro. Una corriente de aire entraba por su ventana entreabierta. En el cristal empa?ado, alguien —o algo— había dejado un símbolo con escarcha: dos espirales entrelazadas, una con líneas irregulares como llamas, la otra con curvas suaves como brisa.
Abrió la ventana, pero no vio a nadie. Solo el silencio de los árboles. Y, sin embargo, sintió que lo observaban.
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Cuando el viento y el fuego se funden, el equilibrio se rompe… o nace algo nuevo.
Las palabras resonaron en su mente, aunque nadie las dijo en voz alta.
Al día siguiente, pidió a Kaela entrenar juntos en privado. Fueron a un claro oculto entre pinos y estatuas antiguas de antiguos guardianes.
—?Otra ronda de sincronía? —preguntó ella con una sonrisa.
—Quiero entender qué fue eso que creamos —dijo Zephyr.
Entrenaron durante horas. Hubo fallos, momentos frustrantes, pero también instantes de conexión. Rieron cuando una ráfaga descontrolada apagó el fuego de Kaela y le dejó el cabello chamuscado. Lloraron de risa cuando Zephyr cayó de espaldas al ser empujado por su propia corriente.
Finalmente, agotados, se tumbaron en la hierba, mirando el cielo.
—?Crees que esto sea real? —preguntó Kaela.
—?El entrenamiento?
—No. Esto… lo que estamos formando. Tú, Thalen, Derek… y yo.
Zephyr respiró hondo. —No lo sé. A veces siento que no debería confiar en nadie. Que si me acerco demasiado… perderé más de lo que estoy dispuesto a perder.
Kaela giró el rostro hacia él. —?Perdiste a alguien?
Zephyr no respondió de inmediato. En su mente, la imagen de Althea apareció, fugaz pero intensa.
—Sí.
Ella asintió, sin presionar. El silencio que compartieron fue más íntimo que cualquier palabra.
—?Y tú? —preguntó él.
—Perdí muchas cosas —susurró Kaela—. Pero ahora… no quiero perder esto.
Hubo un momento de pausa. Ella se acercó levemente, como si fuera a decir algo más. Sus labios estaban cerca, pero se detuvo. No era el momento.
—Buenas noches, Zephyr —dijo finalmente, sonriendo con suavidad.
—Buenas noches, Kaela.
Desde un risco lejano, una figura encapuchada los observaba. Sus ojos brillaban con un fulgor tenue, y en su cuello colgaba un amuleto con el mismo símbolo que apareció en el cristal.
—El viento ha cambiado de dirección —murmuró—. Y el fuego... ya no duerme.
La figura se desvaneció entre la niebla.
Esa noche, Zephyr regresó a su habitación con el cuerpo pesado y los pensamientos aún más densos. La sincronía con Kaela lo había dejado exhausto, pero también inquieto. Cerró la puerta con suavidad, se dejó caer sobre el colchón de paja con sábanas raídas y apenas su cabeza tocó la almohada, el mundo se desvaneció en sombras.
Y entonces… so?ó.
Pero no era un sue?o cualquiera. Era un recuerdo, vívido como si el tiempo hubiese sido doblado.
Estaban en los campos que rodeaban su aldea natal, él y Althea, corriendo entre las flores silvestres con la alegría despreocupada de los días inocentes. Sus risas llenaban el aire, compitiendo con el zumbido de los insectos y el canto del viento. Althea, con el cabello volando como una bandera tras ella, lo perseguía con una vara en la mano, fingiendo que era una espada mágica. Zephyr fingía tropezar para hacerla reír más fuerte.
Entonces, sin previo aviso, el cielo cambió. Las nubes se arremolinaron como presagio de algo mayor. Una tormenta comenzó a formarse con velocidad inusual, y los primeros truenos rasgaron el horizonte. Corrieron, entre carcajadas nerviosas, buscando refugio.
Lo encontraron bajo un antiguo roble, cuyas raíces se entrelazaban como brazos protectores sobre la tierra. Mojados, con la respiración agitada, se sentaron juntos, muy cerca, la tormenta golpeando el mundo alrededor como un tambor ancestral.
Allí, por un instante suspendido en el tiempo, todo pareció detenerse.
Althea lo miró. Sus ojos brillaban, no de miedo, sino de algo más profundo. El silencio entre ambos se llenó de una tensión dulce, casi tangible. Zephyr se inclinó apenas hacia ella, y ella no se apartó. El sonido del mundo se desvaneció, como si el universo contuviera el aliento…
Pero el beso no llegó.
Un estruendo, como si el mismo cielo se quebrara, sacudió el aire. Ambos se sobresaltaron. La magia del momento se desvaneció como el vapor en el viento.
Zephyr apretó los párpados en su sue?o, deseando volver a ese instante. A ese casi.
Pero el recuerdo cambió. El mundo se volvió gris y la imagen de Althea se desdibujó como si fuera arrastrada por una corriente invisible. La lluvia cesó. El roble se desvaneció.
Y en medio de la nada, una figura caminó hacia él.
Un joven con sonrisa apacible y ojos intensos como el mismo mar, Aleix, su primo. su hermano en todo, menos en sangre.
—Zephyr —dijo su voz, profunda, resonante como si no viniera solo de sus labios, sino de los mismos recuerdos—. No olvides quién eres.
Zephyr sintió el nudo en el pecho.
—?Por qué apareces ahora?
Aleix extendió una mano hacia él, pero no lo tocó. Su expresión era serena, como si ya supiera las respuestas a preguntas que Zephyr aún no se había hecho.
—Recuerda lo que siempre deseaste. Aquella promesa bajo el cielo … proteger a los que no tienen fuerza para hacerlo por sí mismos.
El mundo comenzó a quebrarse como un cristal helado.
—La fuerza solo tiene sentido si nace del amor —continuó Aleix—. Del compromiso. De la elección.
—?Elección…? —susurró Zephyr.
Aleix asintió.
—No temas el fuego que hay en ti, ni la brisa que te guía. Ambos son parte de lo mismo. De ti.
Y con una sonrisa final, se desvaneció.
Zephyr despertó jadeando. El amanecer comenzaba a te?ir el cielo con la misma luz cálida del día anterior. Se sentó en la cama, el pecho aún agitado, el corazón golpeando contra sus costillas como un tambor de guerra.
—Althea… Aleix… —murmuró—. No los olvidaré. Lo juro.
Y en su mente, algo se alineó. No era solo un aprendiz más. No era solo viento o fuego, era un guardián en formación.