El amanecer trajo consigo un aire cargado de presagios. Las hojas del bosque cercano murmuraban entre sí con un tono más grave de lo habitual, y el cielo, aunque claro, parecía retener un gris latente que no terminaba de disiparse. Zephyr despertó sintiéndose más consciente del peso en su pecho, una tensión que no venía del cuerpo sino del alma.
En el patio de entrenamiento, la clase de Sincronía Elemental avanzaba con normalidad. Los alumnos emparejados trabajaron en armonizar sus afinidades elementales para generar nuevas formas de control. Zephyr, sin embargo, estaba sola.
Kaela se acercó desde el otro extremo del campo, con una sonrisa que buscaba parecer ligera. Thalen la seguía, cruzando los brazos con gesto concentrado.
—Vamos, viento inquieto —dijo Kaela, con un leve toque en el hombro de Zephyr—. Ya es hora de que aprendas a bailar sin romper el suelo.
Zephyr se sonroja apenas. Aunque lo intentaba, no podía dejar de pensar en la creciente tensión con los maestros y las miradas que lo seguían a todas partes. Había escuchado susurros entre los pasillos. Incluso Lyssara parecía más silenciosa últimamente.
—Intentamos esto —intervino Thalen, lanzando una esfera de agua al aire—. Usa tu viento para envolverla, suavemente. Controla, Céfiro. Sin fuerza.
La esfera flotó. Zephyr alzó la mano. El viento respondió, pero titubeó. Recordó el accidente de días atrás. Su respiración se aceleró, la esfera tembló…
—Mírame —dijo Kaela, tomándole la otra mano—. No estás solo en esto. Yo estoy aquí.
Su voz fue como una estaca clavándose en el caos que lo embargaba. El viento se estabilizó. La esfera giró en espiral, envolviéndose con gracia antes de caer suavemente al suelo como una flor dormida.
Thalen ascendió, impresionado. —Poco a poco. Estás grabando como escuchando al viento… no solo a ordenarlo.
Por primera vez en unos días, Zephyr sintió una chispa de confianza. Quizás no todo estaba perdido.
Esa noche, Kaela le pidió que la acompa?ara. Lo conducido fuera del edificio principal, hasta el jardín de los lirios ígneos, un rincón escondido donde las flores ardían suavemente con tonos rojos y dorados. Era su lugar secreto.
Zephyr se detuvo ante una flor especialmente brillante. Las llamas que brotaban de sus pétalos no quemaban, pero daban calor. Kaela se sentó a su lado, en silencio por un momento, como si reuniera valor.
—Sabes qué es lo peor del fuego? —preguntó sin mirarlo—. Que brilla para todos, pero no puede ver su propia luz.
Zephyr giró hacia ella, confuso.
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—Te estás hundiendo en algo oscuro —continuó Kaela—. Y cada vez que intento alcanzarte, tú retrocedes. No quiero ser un peso para ti, Zephyr. No quiero ser tu ancla…
Lo miró, con los ojos húmedos y brillantes bajo la luz de los lirios.
—…solo tu fuerza cuando te sientas perdido.
Zephyr bajó la mirada. Su pecho latía con violencia. Quiso responde, pero las palabras no salieron. El miedo, la confusión, el peso del símbolo… todo lo había encadenado por dentro.
—Lo siento —susurró—. No sé si puedo permitir que alguien más cargue conmigo.
Kaela avanzando lentamente. No lo presionó. Solo tomó su mano por un momento antes de soltarla y levantarse. Y, sin mirar atrás, se perdió entre los lirios.
Mientras tanto, en la biblioteca, Ilyana recorría estanterías prohibidas con una linterna encantada. Bajo la sala principal había descubierto una cámara secreta, oculta tras un encantamiento de ilusión. Allí, entre textos antiguos de cubiertas marchitas, encontró el nombre: Velmora.
Un pueblo del norte, borrado de los mapas hace siglos. Había registros de desapariciones, se?ales de rituales no autorizados, y una nota del Consejo Antiguo: "Intervención innecesaria. Que el lugar se borre en el olvido.”
Velmora había estado vinculado al mismo símbolo que ahora marcaba a Zephyr. El texto no explicaba su propósito, pero sí repetía una advertencia:
“El equilibrio perfecto no es natural. Quien lo posea, será quebrado o consumido.”
Ilyana cerró el libro con fuerza contenida. Algo se movía, y el tiempo para ocultar la verdad se estaba agotando.
Esa noche, Zephyr no pudo dormir. El aire de su habitación era espeso, como si algo invisible respirara con él. Cerró los ojos… y la visión comenzó.
Estaba en un bosque que no conocía, cubierto de niebla espesa. Los árboles eran altos y nudosos, pero lloraban savia negra que manchaba la tierra. Pájaros de ojos vacíos volaban en círculos, sin emitir sonido. En el cielo, el símbolo giraba lentamente, como un reloj al revés.
Entonces la vio: una torre, devorada por raíces gigantes. En su cima, una figura. Alta, delgada, con cuernos curvos.
Zephyr intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. La figura alzó la mano, y una voz sin boca habló dentro de su cabeza:
“Debes recordar. Antes de que otros te fuercen a olvidar.”
Despertó de golpe, sudando. Su respiración era entrecortada. El cuarto estaba oscuro… pero no vacío.
La sombra estaba allí, de pie, más definida que nunca. No era solo una silueta: tenía contornos, textura, una presencia que oprimía el espacio.
—?Qué… qué eres? —preguntó Zephyr, temblando.
La sombra no respondió con palabras, pero su forma cambió ligeramente. Por un instante, su rostro parecía el de Zephyr… distorsionado, antiguo, dolido.
Luego habló.
“No soy tu enemigo, Zephyr. Soy lo que se rompe cuando el equilibrio se fuerza. Soy lo que queda cuando la verdad se silencia.”
Zephyr quiso huir, pero la sombra se desvaneció antes de que pudiera moverse. No hubo amenaza. Solo una última frase, susurrada en el aire:
“Ve al norte. Allí comenzará todo.”
Al día siguiente, Zephyr no fue a clase. Se sentó junto al estanque del ala oeste, con el símbolo palpitando débilmente sobre su pecho. Por primera vez, no sentía solo miedo. Había algo más: una necesidad de saber, de comprender.
Kaela se acercó, en silencio. No dijo nada. Solo se sentó a su lado y dejó que el sol de la ma?ana los envolviera.
Minutos después, Thalen llegó, cargando libros de sincronización avanzada.
—?Qué hacen ahí como dos estatuas de jardín? —bromeó, lanzándole uno de los libros a Zephyr—. Si vas a ser el centro de todas las miradas, al menos que sea por controlar bien tus tormentas.
Zephyr lo miró, luego a Kaela… y por primera vez en mucho tiempo, sonriendo con sinceridad.
El viento soplo a su alrededor. No con furia. No con miedo. Sino como una promesa.