La noche había caído sobre Altheria con una calma que no era quietud, sino contención. Como un lago helado a punto de resquebrajarse. Zephyr se movía por los pasillos de la escuela con pasos rápidos, silenciosos, cada sombra a su alrededor parecía alargarse más de lo normal. Desde su encuentro con Ilyana en la sala secreta, el símbolo de los espirales no había dejado de arderle, no en la piel… sino más profundo.
Esa tarde, Ilyana lo había citado de nuevo. Esta vez no hubo palabras. Solo un gesto con la cabeza y un movimiento casi imperceptible de su mano, deslizándolo detrás de un estante de grimorios polvorientos, hasta una compuerta aún más profunda, oculta tras una pared encantada que solo cedió con un susurro que Zephyr no logró entender,
El cuarto al que accedieron olía a ceniza vieja y tinta derramada. Paredes repletas de símbolos tallados a mano, unos reconocibles —elementos, runas de contención, sellos antiguos— y otros imposibles de definir. En el centro, sobre un pedestal de obsidiana, descansaba un código con lomo de cuero oscuro, sin título.
Ilyana no lo miraba mientras hablaba. Su voz era baja, casi reverente.
—Todos los que portaron este símbolo... murieron.
El silencio se volvió más denso.
— ?Cómo? —preguntó Zephyr, sabiendo que no le gustaría la respuesta.
—No lo sabemos. Algunos enloquecieron. Otros simplemente… se desvanecieron. Unos pocos ardieron desde adentro.
Dio un paso hacia él, y por primera vez, lo miró directo a los ojos.
—Pero todos compartían algo: una fractura en el alma y aun más ya lo tenían marcado en el cuerpo, caso contrario a ti, es algo que aún no entendemos.
Zephyr tragó saliva. El símbolo que veía en sus sue?os, en el libro del encapuchado misterioso, pero aún más que invocaba, había sido el responsable de muertes.
—?Y si yo…?
—Tienes algo que ellos no —dijo ella, y por un instante, algo parecido a esperanza brilló en su mirada—. No sé si será suficiente. Pero no estás solo.
Zephyr abrió el libro. Las páginas crujieron como hojas secas. Imágenes de los espirales, antiguos rituales, cuerpos marcados por fuego y viento entrelazados… y siempre el mismo desenlace: muerte.
Excepto una página, sin texto. Solo un dibujo: una figura solitaria, de pie entre dos columnas quebradas, ya sus pies, el símbolo girando como un reloj que desanda el tiempo.
En otra ala de la escuela, Lyssara discutía con el Maestro Corven. Su tono, firme; su postura, tensa como una hoja dispuesta a cortar.
—Zephyr no es una amenaza. No aún.
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Corven frunció el ce?o, apoyado contra una mesa repleta de informes.
—Dijiste lo mismo del muchacho de Aurenhall. Y terminó llevándose media aldea antes de… extinguirse.
Lyssara lo miró con una mezcla de rabia y culpa.
—Este no es igual. Lo veo en sus ojos. La sombra no ha tocado su voluntad. Aún.
—Y qué haremos cuando sí lo haga? ?Esperar a que la mitad de Altheria arda?
Hubo un largo silencio. Al final, Corven suspir y giró hacia la ventana.
—Tienes una semana. Convénceme de que puede controlarlo. O yo mismo lo entregaré al Alto Círculo.
El entrenamiento del día siguiente fue un desastre.
Zephyr intentó invocar una corriente de viento para redirigir una lluvia de llamas proyectadas por Kaela, pero en lugar de disiparlas, el aire se condensó como un látigo y rompió los escudos de seguridad del campo. Solo la rápida intervención de Lyssara evitó que alguien saliera herido.
—Estás perdiendo el equilibrio —le dijo ella más tarde, mientras curaba con magia las grietas en su brazo.
—No estoy seguro de que tenga uno —respondió Zephyr, agotado.
Kaela los miraba desde lejos. Sus ojos reflejaban algo más que preocupación. Era dolor… y miedo.
Esa noche, Zephyr no durmió. La biblioteca lo llamaba. Bajó en silencio, los pasillos desiertos como un cementerio de memorias. Ilyana no estaba, pero lo esperaba una nota en su escritorio:
“Algunas verdades solo se revelan cuando dejas de temerlas.”
La sala secreta se abrió sola esta vez. El libro seguía allí, abierto en la página del símbolo girando.
Zephyr cerró los ojos, y el mundo se apagó.
En su sue?o, caminaba por un bosque envuelto en niebla negra. No había viento, ni estrellas. Solo un murmullo distante, como voces bajo el agua.
Frente a él apareció de nuevo la figura alta, de cuernos curvos como raíces secas… pero con ojos humanos. No rojos. No vacíos. Humanos. Llenos de tristeza, de comprensión… y de algo más.
El ser extendió una mano, y del suelo brotó el símbolo, girando lento, inverso al tiempo. Como si invocara lo que ya no debía existir.
Zephyr dio un paso atrás.
—?Quién eres?
No hubo respuesta. Pero escuchó una frase, sin boca, sin eco, sin idioma:
“El equilibrio no siempre es pureza. A veces es... ruptura.”
Despertó empapado en sudor, con la sensación de que algo lo había seguido de regreso.
Durante el desayuno, Kaela se sentó junto a él sin decir palabra. Solo deslizó su mano sobre la suya, breve, como si temiera que el contacto la quemara.
—Estoy aquí —susurró.
él no respondió, pero su mirada se suavizó.
Desde el otro extremo del comedor, Derek los observaba en silencio, y Lyssara mantenía la vista fija en un pergamino que no leía.
Ilyana lo esperaba más tarde en la biblioteca. Esta vez, sus ojos estaban llenos de determinación.
—?Qué viste?
Zephyr dudó. Luego lo dijo todo: el bosque, la figura, los ojos humanos.
Ella no se sorprendió. Solo asintió.
—Algunos textos antiguos sugieren que el símbolo es una puerta. No hacia algo. Sino hacia alguien.
Zephyr sintió que el aire se volvía más denso.
—?Alguien?
Ilyana cerró el libro con suavidad.
—Las palabras cambian con los siglos. “Guardianes”. “Portadores”. “Vigías”. En otras eras… los llamaban “invitados”.
Lo miró fijamente.
—Tal vez lo que ves… no es solo poder. Es una presencia. Una espera.
Esa noche, Zephyr se quedó en su habitación. No entrenó. No estudió. Solo observó su reflejo en la ventana, como si esperara ver en sus propios ojos alguna pista, alguna se?al.
Y la vio.
Apenas un destello.
El símbolo no estaba encendido. Pero vibraba. Como si respondiera a una llamada lejana.
Y en el reflejo, por un instante apenas, creyó ver los cuernos… y los ojos.
Y en silencio, comprendió que aquello que lo observaba… ya no lo hacía desde afuera.
Pero desde dentro.