17:26 - Centro de Detención Ghoul, Cochlea, Distrito 23. Tokio, Japón.
Del sótano emanaba un hedor asfixiante a moho y sangre seca, una peste que se adhería a la garganta como una maldición. Las paredes de concreto estaban cubiertas de marcas y ara?azos, testimonios mudos de las luchas desesperadas de quienes habían sido víctimas de Kage Shiryo antes. Una única bombilla parpadeaba con una luz amarillenta que apenas iluminaba la escena, proyectando sombras retorcidas que parecían bailar al compás del horror. En el centro, encadenado a una silla oxidada y rota, se encuentra Riku, un joven ghoul cuya osadía de cazar en territorio prohibido lo había llevado directamente a las garras de su verdugo.
Riku temblaba convulsivamente, sus ojos—una mezcla de negro y rojo—inundados de terror y lágrimas. Las cadenas que lo sujetaban se hundían en su piel, cortándola sin piedad con cada intento de escapar. Su kagune, un bikaku en forma de cola escamosa, había sido amputado brutalmente en la base, dejando un mu?ón sangrante que pulsaba con cada latido. El dolor que lo asolaba era insoportable, pero lo que presagiaba lo peor estaba por llegar.
La puerta se abrió de golpe con un chirrido metálico, y entró Kage Shiryo, aquel joven investigador, de unos veintitantos a?os. Su figura impuso de inmediato una presencia inhumana: el largo cabello liso de tono marrón apagado caía en desorden sobre su frente, enmarcando unos ojos que ardían con una locura vengativa. Vestía una camiseta blanca sin mangas que dejaba al descubierto sus brazos tatuados; en el derecho, un dragón mítico se retorcía en vivos tonos de azul y rojo, y en el izquierdo, intrincados patrones geométricos y runas se desplegaban en azul profundo. Su brazo izquierdo estaba cubierto por una armadura hecha de quinque por parte de la CCG, compuesta de placas negras y grises, mientras en esa misma mano sostenía una lata de café, cuyo aspecto anodino contrastaba brutalmente con la violencia que estaba por desatarse.
Kage se detuvo frente a Riku, su mirada helada y su sonrisa torcida reflejaban un odio profundo y una satisfacción inhumana. Tras un amargo sorbo de café, depositó la lata sobre una mesa oxidada repleta de instrumentos letales: cuchillos relucientes, tenazas afiladas, un martillo oxidado, agujas largas y finas como púas, serruchos peque?os y un frasco de ácido que desprendía un olor penetrante a muerte. Con una precisión casi ritual, tomó su quinque "Tsumuji", el guantelete forjado a partir del kagune de un ghoul asesinado, y lo hizo girar entre sus dedos como si jugara con la vida.
—Sabes por qué estás aquí, insignificante ghoul? —preguntó con voz aguda, imitando el tono juguetón de un ni?o, pero con un filo que podía cortar el alma.
Riku intentó hablar, pero el terror lo dejó mudo, obligándolo a emitir apenas un gemido. Kage inclinó la cabeza, dejando caer su flequillo sobre unos ojos que destilaban furia, y esbozó una sonrisa retorcida.
—No importa. Pronto lo haras.
Con pasos calculados, se acercó a la mesa. Mientras tarareaba una melodía infantil, eligió un cuchillo peque?o cuya hoja, brillante bajo la luz intermitente, parecía sentada de violencia. Los tatuajes en su brazo derecho, en especial el dragón que parecía moverse con vida propia, se intensificaron en la penumbra.
—Los ghouls como tú... arrebataron muchísimas cosas —murmuró con voz quebrada por la rabia—. Mi familia, mi paz, mi humanidad. Me mutilaron, hasta arrancarme el brazo. Creyeron que destruirme apagaría mi furia. Pero mírame ahora: soy lo que merecen, soy su .
En ese instante, el pasado de Kage estalló en una vorágine de recuerdos atroces: el grito de su madre agonizante, la desesperación de su padre siendo devorado y, sobre todo, el momento en que le arrancaron el brazo. Cada imagen se grabó en su mirada, alimentando un odio que lo transformó en una máquina letal de venganza.
Sin dudarlo, Kage lanzó el cuchillo al muslo de Riku. La hoja se hundió en la carne, y el grito desgarrador que emergió se mezcló con el eco del sótano. Con una risa desquiciada, Kage giró el cuchillo lentamente, disfrutando de cada movimiento que abría una herida que pronto se inundaría de sangre.
—?Grita, demonio! —exclamó con perversión—. Hazlo por mí, para que tu sufrimiento sea un himno a mi diversión.
La sangre se derramó copiosamente, formando un charco carmesí en el frío suelo. Riku apenas podía suplicar, pero Kage no se detuvo. Con brutalidad, su pu?o enguantado impactó la cara de Riku, fracturándole el pómulo en un crujido espantoso.
—No finjas ser humano —gru?ó Kage, con voz baja y venenosa—. Nunca lo serás. Eres una abominación, una plaga que merece ser erradicada.
Después de limpiar el cuchillo con un pa?uelo macabro, Kage se detuvo unos instantes para disfrutar del terror en los ojos de su víctima. Luego, se dirigió a una vieja vitrina donde, entre fotografías desgastadas y recortes de periódicos, encontró un álbum destartalado. Con manos temblorosas pero decididas, hojeó las páginas amarillentas hasta detenerse en la imagen de su familia irreconocible para aquel ghoul.
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—Esa era mi familia —murmuró con voz rota—. La familia de un hombre que confió en esos monstruos... esos despreciables ghouls.
Con el álbum temblando en sus manos, Kage cerró violentamente las páginas, sellando el pasado con un gesto lleno de rabia. Volvió junto a Riku, retomando su papel de verdugo sin piedad. Con el frasco de ácido en mano, destapó el líquido corrosivo, dejando que su olor penetre en cada rincón del sótano.
—Esto te hará sufrir como nunca lo has imaginado —aseguró mientras vertía el ácido sobre el brazo mutilado, viendo cómo la piel se derretía en un espectáculo grotesco de músculos y tendones.
El clímax de su sadismo llegó cuando, en un instante de pura depravación, Kage decidió infligir un dolor que trascendiera lo imaginable. Con la mirada fija en Riku, observó el rostro del ghoul, ahora distorsionado por el sufrimiento, y, en un acto escalofriantemente calculado, levantó el cuchillo. Con rapidez una cruel, clavó la hoja en el ojo izquierdo de Riku. La impactante herida explotó en una mezcla de sangre, vísceras y el sonido de la carne rasgada. El grito de Riku se convirtió en un gemido ahogado, un lamento que se ahogó en la atmósfera asfixiante del sótano.
Pero Kage no se detuvo ahí. Tomó un serrucho peque?o y comenzó a trabajar en el brazo ya mutilado de Riku, separando fragmentos de hueso y carne con una meticulosidad que recordaba a Juuzou Suzuya. Canturreaba una canción infantil mientras trabajaba, como si fuera una tarea mundana.
—?Sabes? Esto me recuerda a cuando mi brazo fue arrancado —comentó con una sonrisa siniestra—. Solo que tú no tienes la oportunidad de sobrevivir.
Desenvainó su quinque Tsumuji, aquel arma que parecía un guantelete gigante. Con sus fuerzas comenzó a devastar el rostro del ghoul, la sangre salpicando en la camiseta blanca de Kage, como si de una cascada rojiza se tratara. Su furia parecía no tener fin y su sonrisa sádica y maquiavélica se podía verso saturada de aquel líquido espeso y carmesí.
La diversión para Kage se manifestaba como un ciclo sin fin.
Finalmente, Kage sacó su quinque "Hiuchi", la ballesta explosiva, y disparó una flecha directamente al abdomen de Riku. La explosión resonó en el sótano, destrozando aún más el cuerpo del ghoul. El aire se llenó de humo y restos de carne chamuscada.
Cuando el humo se disipó, Kage se inclinó sobre su víctima, sus ojos brillaban con una mezcla de odio y satisfacción. Con cada estremecimiento de Riku, parecía saborear el dolor ajeno, deleitándose en la agonía que había provocado.
—?Eso es! —exclamó con una risa sádica—. Siente cada segundo de este tormento, ghoul. Que tu grito sea la sinfonía que alimente mi venganza.
La violencia en el sótano alcanzó su clímax: el grito desgarrador de Riku, la sangre que salpicaba las paredes y el sonido de la carne rasgada se mezclaban en un caos que parecía eterno. Con una frialdad que desafiaba toda compasión, Kage aprovechó el momento para hundir su quinque "Tsumuji" en el pecho de Riku, atravesando su corazón con una precisión letal. El cuerpo del ghoul se convulsionó violentamente antes de desplomarse, inerte y sin vida.
—Uno menos —murmuró Kage mientras limpiaba el quinque con un pa?uelo manchado de sangre.
Recogió la lata de café de la mesa, dio un último sorbo y la aplastó sin remordimiento contra la superficie oxidada, dejando que el crujido del metal se fundiera con el eco del sufrimiento. Se levantó lentamente, dejando el cuerpo encadenado a la silla como un macabro recordatorio de su cruzada implacable, y abandonó el sótano, tarareando aquella melodía infantil que se había convertido en el himno de su venganza.
Mientras avanzaba por los oscuros corredores del centro de detención, cada paso retumbaba como una sentencia de muerte para los ghouls. El odio que ardía en su interior se alimentaba de cada recuerdo doloroso, de cada herida que había sufrido en el pasado. La imagen de su familia perdida se entrelazaba con cada acto de brutalidad, impulsándolo a no detenerse hasta ver a cada ghoul pagar el precio de su existencia. Eso lo había convertido en un amante de la tortura.
En la penumbra de aquel lugar repleto de desolación, se escuchaba en el techo la lluvia ácida. Entre luces parpadeantes, Kage se detuvo ante una celda repleta de ghouls nuevos, donde otros agentes de la CCG se reunían. Pero él permaneció apartado, observando en silencio, su rostro marcado por cicatrices y tatuajes que contaban la historia de su odio. El reflejo de su brazo engastado en armadura y su mirada vacía, pero al mismo tiempo perversa, eran el testimonio de un hombre que había dejado atrás cualquier rastro de humanidad.
En ese instante, cuando un grupo de ghouls inexpertos intentaron escapar de la celda, Kage se lanzó de nuevo a la cacería. La violencia se reanudó con ferocidad: golpes, gritos y el sonido ensordecedor de huesos quebrándose se mezclaban en un caos brutal. Cada tajo y cada pu?etazo llevaban la impronta de un odio sin límites, mientras Kage, con total eliminación, se regocijaba en el sufrimiento de sus víctimas.
Al finalizar la refriega, con los cuerpos destrozados a sus pies, Kage se detuvo unos instantes para saborear el silencio ensordecedor. En su interior, la imagen de aquellos ghouls destrozados y la herida de su pasado seguían siendo la fuerza motriz de su cruzada. No había compasión, no había redención; solo existía el placer y la diversión oscura de la venganza.
De vuelta en su refugio, con la madrugada asomándose, Kage se miró en un espejo agrietado. Su rostro joven, soportado por la violencia y el odio, reflejaba la implacable sede de justicia retorcida. Con un último sorbo de su lata de café, ahora casi vacía, se reafirmó en su juramento: no descansaría hasta ver a cada ghoul arrodillado ante él, pagando por el dolor que él había sufrido.
Mientras la noche se desvanecía en el amanecer, Kage Shiryo se volvió hacia la oscuridad con la certeza de que su cruzada era eterna. Cada herida, cada grito y cada gota de sangre derramada se convertirían en el eco perpetuo de su venganza, un recordatorio imborrable de que el verdugo nunca olvida y que el odio, cuando es puro y despiadado, es la única fuerza capaz de cambiar el destino.