El Distrito 20 se desplegaba como un mosaico de decadencia contenida, un rincón de Tokio donde las luces de los apartamentos titilaban con un cansancio melancólico y las calles estrechas serpenteaban entre edificios de cemento agrietado, sus fachadas marcadas por a?os de lluvia y abandono. El zumbido de un generador lejano vibraba en el aire, mezclado con el goteo insistente de una tubería rota que formaba charcos oscuros en el pavimento, reflejando fragmentos de luz como espejos rotos. Desde una cafetería cerrada en la esquina, el aroma a café rancio se filtraba como un suspiro olvidado, mientras las sombras se retorcían bajo las farolas parpadeantes, proyectando figuras alargadas que parecían acechar en cada rincón. Hitomi Sasaki avanzaba por un callejón angosto, su abrigo gris rozando el suelo húmedo, el maletín de Seijaku aferrado en su mano derecha como un ancla contra las dudas que la carcomían. A su lado caminaba Koji Takamura, su figura fornida envuelta en un abrigo negro de la CCG, el cuello levantado contra el frío que cortaba como un cuchillo invisible. Sus botas resonaban con un ritmo firme contra el pavimento, y sus ojos grises escudri?aban las sombras con una mezcla de desconfianza y hastío que endurecía sus facciones.
—Esto es una maldita pérdida de tiempo —gru?ó Koji, su voz grave rompiendo el silencio mientras ajustaba el quinque en su cintura, un bikaku en forma de hacha con el mango gastado y rayado por a?os de combate—. Igarashi no es tan idiota como para dejar pistas en un lugar como este. ?Qué esperas encontrar, Sasaki? ?Una carta con su maldita firma?
Hitomi mantuvo la mirada al frente, sus pasos deliberados mientras el eco de las palabras de Mushtaro resonaba en su mente como un tambor sordo: La misión había llegado como una orden directa desde la base: investigar un supuesto punto de reunión de Igarashi en el Distrito 20, basado en un informe anónimo captado por un dron de vigilancia. Pero cada esquina que doblaba, cada sombra que cruzaba, la hundía más en un pantano de incertidumbre que amenazaba con tragarla. El recuerdo de Juuzou Suzuya —su risa infantil resonando en un almacén, sus ojos vacíos mirándola desde un charco de sangre— la perseguía como un espectro implacable, y las palabras de Mushtaro eran un veneno lento que corroía las certezas que alguna vez había sostenido como verdades absolutas.
—Espera respuestas —dijo al fin, su voz baja pero firme, cortando el aire frío como un filo—. Si Igarashi está aquí, no podemos ignorarlo. No después de lo que pasó en el Distrito 7. Esos agentes... no merecían morir así, despedazados como animales.
Koji soltó una risa seca, su aliento formando nubes blancas que se disipaban en la noche helada.
— ?Respuestas? —replicó, deteniéndose para mirarla con una ceja arqueada, su rostro curtido endureciéndose—. Lo único que encontrarás aquí es más sangre, Sasaki. Esos bastardos no razonan. Hijos demonios. Monstruos. Cuanto antes lo aceptes, mejor para todos.
Antes de que Hitomi pudiera responder, un crujido seco resonó desde el fondo del callejón, como el chasquido de un hueso al partirse bajo una presión invisible. Ella desplegó a Seijaku en un movimiento fluido, el tentáculo rinkaku brotando del maletín con un brillo carmesí que iluminó el pavimento mojado, proyectando sombras danzantes en las paredes agrietadas. Koji alzó su hacha con un gru?ido gutural, su postura tensa mientras giraba hacia el sonido, los músculos de sus hombros endureciéndose bajo el abrigo. Dos figuras emergieron de la penumbra, sus siluetas recortadas contra el resplandor lejano de una farola rota: los Donyu, un dúo de ghouls de Igarashi conocidos por su ferocidad implacable y su lealtad ciega a Dokuro.
La mujer, alta y delgada como un junco, tenía el cabello negro cortado en un flequillo irregular que caía sobre unos ojos rojos que brillaban como brasas en la oscuridad. Su kagune ukaku se desplegó desde sus hombros como alas quebradas, chispeando con fragmentos cristalinos que destellaban con un fulgor mortal. El hombre, corpulento y cubierto de cicatrices que cruzaban su rostro como un mapa de violencia pasada, blandía un rinkaku con púas afiladas que goteaba un líquido viscoso y negro, dejando marcas humeantes en el suelo que siseaban al contacto.
—?Investigadores! —siseó la mujer, su voz aguda cortando el aire como un alarido mientras disparaba una ráfaga de proyectiles cristalinos que silbaron como avispas enfurecidas, dejando estelas brillantes en la penumbra.
Hitomi se lanzó a un lado, el tentáculo de Seijaku girando en un arco rápido para desviar los fragmentos, que se incrustaron en la pared con peque?os estallidos de polvo y escombros que llovieron sobre el suelo. Koji cargó contra el hombre, su hacha trazando un arco brutal que chocó contra el rinkaku con un clang ensordecedor, enviando chispas naranjas que iluminaron sus rostros por un instante.
—?Cúbreme, Sasaki! —gritó, su voz resonando mientras bloqueaba un golpe que hizo temblar sus brazos, el impacto reverberando en sus botas contra el pavimento.
El combate estalló en un torbellino de violencia y caos. Hitomi giró hacia la mujer, su quinque cortando el aire como un látigo negro y golpeando su estómago con un crujido húmedo que resonó en el callejón. La ghoul gritó, un sonido agudo y desgarrado que rebotó contra las paredes, antes de retroceder tambaleándose y huir entre los escombros, su kagune ukaku chispeando mientras dejaba un rastro de sangre negra que brillaba como petróleo bajo la luz tenue. Koji, mientras tanto, rugió con furia mientras hundía su hacha en el pecho del hombre, el filo atravesando carne y hueso con un sonido nauseabundo que hizo eco como un trueno apagado. Giró el arma con un movimiento rápido y brutal, decapitando al ghoul en un chorro de sangre que salpicó su abrigo y el suelo, pintando el callejón de un rojo oscuro. El cuerpo cayó con un golpe sordo, la cabeza rodando hasta detenerse contra un montón de ladrillos rotos, los ojos abiertos en una mirada vacía que parecía acusar al cielo.
Koji jadeó, limpiando la hoja de su hacha contra su manga mientras se giraba hacia Hitomi, su pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas. Su rostro estaba salpicado de sangre negra, y sus ojos grises brillaban con una mezcla de furia contenida y satisfacción salvaje.
—Ves? —dijo, su voz ronca mientras se?alaba el cadáver con un gesto brusco—. Monstruos. No hay nada que investigar aquí, solo basura que eliminar. Deja de buscar fantasmas en cada esquina, Sasaki. Esto es lo que somos: exterminadores.
Hitomi miró el cuerpo decapitado, el charco de sangre extendiéndose bajo sus botas como un espejo oscuro que reflejaba su propio rostro pálido y agotado. Sus manos temblaron alrededor de Seijaku, y por un instante, vio no a un ghoul sin nombre, sino a una persona atrapada en un ciclo de violencia que ella misma perpetuaba. El hedor metálico de la sangre llenó sus pulmones, y un nudo se apretó en su garganta mientras las palabras de Koji chocaban con las de Mushtaro en su mente.
—Y si no lo fueran? —murmuró, su voz apenas audible sobre el goteo del agua y el zumbido lejano del generador—. ?Y si solo estuvieran luchando por algo... como nosotros? ?Y si la línea entre nosotros y ellos no fuera tan clara?
Koji frunció el ce?o, su mandíbula apretándose mientras abría la boca para replicar, pero un aplauso lento y deliberado lo interrumpió, resonando en el callejón como un eco burlón. Mushtaro emergió de una esquina, su gabardina oscura ondeando como una sombra líquida que se deslizaba sobre el pavimento. En su mano derecha sostenía una taza de café humeante, el vapor alzándose en volutas frente a su rostro pálido y afilado. Sus ojos grises brillaron con un destello rojo bajo la luz parpadeante de la farola, y su sonrisa era una curva afilada que cortaba la tensión del aire como un cuchillo invisible.
—?Qué espectáculo tan crudo y visceral! —dijo, su voz suave pero cargada de una burla que helaba la piel, cada palabra pronunciada con una calma que contrastaba con el caos del callejón—. La CCG en su máxima expresión, ?o debería llamarlos OECCG?: sangre, furia y una fe ciega en su justicia torcida. ?No te agota esto, Hitomi?
Hitomi alzó a Seijaku de nuevo, su pulso acelerándose mientras lo miraba con una mezcla de furia y cautela que tensaba sus hombros.
—?Tú! —espetó, su voz cortante como el filo de su quinque, resonando contra las paredes agrietadas—. ?Qué haces aquí? ?Habla o te atravieso ahora mismo!
Koji dio un paso adelante, su hacha lista en una mano mientras la otra se cerraba en un pu?o que temblaba de rabia.
—?Es uno de ellos! —gru?ó, su tono vibrando con desprecio mientras escupía al suelo—. ?Déjame encargarme, Sasaki! ?Este bastardo no merece respirar un segundo más!
Mushtaro alzó una mano en un gesto conciliador, su sonrisa intacta mientras daba un sorbo a su café, el vapor alzándose como un velo que oscurecía momentáneamente sus ojos.
—No tan rápido, grandote —dijo, su tono meloso pero afilado como una navaja—. No estoy con Igarashi, si eso es lo que piensas. Solo soy un alma errante... con una historia que podría interesarte, Hitomi. —Sus ojos se clavaron en ella, ignorando a Koji como si fuera una molestia insignificante—. ?Quieres saber por qué estoy aquí? No es por poder ni por sangre. Es por lo que perdí.
Antes de que Hitomi pudiera responder, Koji rugió y cargó hacia él, su hacha trazando un arco mortal hacia el pecho de Mushtaro.
—?Cállate y muere, bastardo! —gritó, el filo cortando el aire con un silbido que prometía violencia.
Mushtaro no se inmutó. Con un movimiento fluido, su kagune koukaku brotó de su hombro izquierdo, una espada con espinas carmesí que brillaba bajo la luz tenue. Bloqueó la hacha con un ruido metálico que reverberó en el callejón, las chispas saltando como luciérnagas enfurecidas. Koji empujó con fuerza, sus músculos tensándose bajo el abrigo, pero Mushtaro giró la espada con una facilidad insultante, desviando el arma y haciendo retroceder a Koji contra una pared con un golpe seco que hizo crujir su espalda. El investigador se quedó recostado a la pared, jadeando mientras su hacha se deslizaba fuera de su alcance.
—?Qué impaciencia! —dijo Mushtaro, su voz tranquila mientras retraía su kagune con un sonido húmedo, dando otro sorbo a su café como si nada hubiera pasado—. No vine a pelear, Hitomi. Vine a hablar. —Sus ojos volvieron a ella, perforándola con una intensidad que la hizo estremecerse—. ?Qué perdí, preguntas? Un hermano. Se llamaba Ren.
Hitomi bajó a Seijaku un poco, sus dedos temblando mientras lo miraba fijamente, atrapada entre la furia de Koji y las palabras de Mushtaro.
— ?Cómo? —preguntó, su voz temblando con una mezcla de curiosidad y desconfianza, apenas audible sobre los jadeos de Koji al intentar levantarse.
Mushtaro dio un paso adelante, su expresión suavizándose en una máscara de melancolía que parecía ensayada pero convincente.
—éramos dos huérfanos en las calles del Distrito 9 —dijo, su voz baja y cargada de un dolor fingido que resonó en el callejón como un eco distante—. Sobrevivíamos comiendo sobras, escondiéndonos de los humanos. Hasta que la CCG nos encontró. —Hizo una pausa, sus ojos grises brillando con un destello que parecían lágrimas contenidas, aunque su sonrisa permanecía—. Lo llevaron a un laboratorio. Lo criaron como rata de laboratorio, Hitomi. Lo cortaron pedazo a pedazo, estudiando su kagune, su sangre, su alma. Yo escapé, pero él... se quedó atrás, gritando mi nombre hasta que su voz se apagó para siempre. —Su mirada se clavó en ella, perforándola como una aguja—. ?No te suena familiar? Tú también perdiste a alguien, ?verdad? Ese chico de pelo blanco... Juuzou, creo que se llamaba.
Hitomi jadeó, el nombre golpeándola como un martillo contra su pecho. El recuerdo de Juuzou —su risa infantil resonando en un almacén, su sangre salpicando el suelo mientras ella gritaba su nombre— la inundó, y sus manos temblaron tanto que su quinque casi resbaló de su agarre.
—?No te atrevas a mencionarlo! —gritó, su voz quebrándose mientras lágrimas calientes picaban sus ojos, su respiración volviéndose errática—. ?No tienes derecho!
Koji se puso en pie, recuperando su hacha con un gru?ido mientras la sangre goteaba de un corte en su frente.
—?Es una maldita trampa, Sasaki! —rugió, su rostro enrojeciendo mientras se lanzaba de nuevo hacia Mushtaro—. ?Voy a cortarle la cabeza!
Mushtaro suspir, como si la interrupcin fuera un inconveniente menor. Su kagune koukaku brotó de nuevo, esta vez más rápido, la espada carmesí cortando el aire en un arco preciso. Golpeó el hacha de Koji con una fuerza que resonó como un gong, desviándola hacia un lado, y luego lanzó un golpe con la palma abierta que envió al investigador volando contra un montón de escombros. Koji chocó con un grito ahogado, el impacto levantando una nube de polvo mientras caía inmóvil, su hacha clavada en el suelo a varios metros.
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—Qué persistente —murmuró Mushtaro, retractando su kagune mientras daba otro sorbo a su café, su calma intacta—. Ahora, Hitomi, donde estábamos... Ah, sí. La CCG me arrancó a Ren, como te arrancó a Juuzou. Somos reflejos, tú y yo. Dos almas destruidas por el mismo monstruo. —Dio un paso más cerca, su tono suavizándose hasta convertirse en un susurro que se deslizó bajo su piel—. ?No quieres romper esas cadenas? ?Vengar lo que te quitaron? No tienes que seguir siendo su herramienta. Hay otro camino.
Hitomi retrocedió, su mente girando en un torbellino de recuerdos y dudas. La imagen de Juuzou riendo se mezclaba con la de un hermano ficticio gritando en un laboratorio, y el vínculo emocional que Mushtaro tejía la desgarraba como alambre de púas. Su respiración se volvió errática, y por un instante, sintió que el suelo bajo sus pies se desvanecía, el peso de su abrigo gris aplastándola contra la tierra.
—No... —murmuró, su voz apenas audible mientras sacudía la cabeza, las lágrimas cayendo por sus mejillas—. No eres como yo. No puedes serlo. Juuzou fue a hacer un acto noble, la CCG no lo obligó a nada.
— ?Estás seguro? —su voz rasposa resonó en el lugar como si fuera el único sonido existente allí—. ?Estás seguro de que tu superior —miró a Koji— y los demás te han estado diciendo la verdad?
Mushtaro sonar, una curva lenta que mostraba dientes afilados mientras dejaba la taza en el suelo con un tintineo suave que resonaba en el silencio.
—Piénsalo, Hitomi —dijo, girándose con un movimiento fluido de su gabardina que ondeó como alas negras—. La CCG no te dará justicia. Solo más sangre, más pérdidas. Nos veremos pronto, cuando estés lista para ver la verdad.
Mushtaro dio un par de pasos y miró de reojo a aquella investigadora y en menos de segundos desapareció entre las sombras de las calles oscuras, su risa baja resonando como un eco que la persiguió mucho después de que se fuera.
Koji se levantó lentamente, apoyándose en la pared mientras jadeaba, su rostro cubierto de polvo y sangre. Miró a Hitomi, su hacha temblando en su mano mientras la apuntaba con una mezcla de furia y desprecio.
—Estás dudando otra vez —dijo, su tono cortante como un filo, su voz rasposa por el dolor—. Estás cayendo en su maldito juego. Ese ghoul te tiene enredada, Sasaki. Si sigues así, nos arrastrará a todos al infierno. Decide de qué lado estás, o juro que lo haré por ti.
Hitomi no respondió, su mirada fija en el charco donde la taza de Mushtaro reflejaba la luz de la farola, el líquido oscuro agitándose con cada gota de lluvia que comenzaba a caer. ?De qué lado estoy? La pregunta la consumió, y el peso de su abrigo gris nunca se había sentido tan sofocante, como si las cadenas de las que hablaba Mushtaro estaban cosidas en la misma tela.
03:15 - Distrito 11. Tokio, Japón.
Paranoia se arrastraba por un tejado en ruinas del Distrito 11, su cuerpo temblando bajo los harapos que colgaban sobre sus hombros huesudos. El viento cortaba como una navaja invisible, llevando consigo el olor acre a basura y metal quemado que impregnaba el aire, un hedor que se aferraba a su garganta como una mano fría. Había huido aquí tras su último encuentro con Hitomi, buscando refugio en las sombras de un distrito que parecía reflejar el caos de su mente, pero las voces en su cabeza eran un torbellino implacable. rugían, un coro ensordecedor que lo hacía retorcerse contra el borde del tejado, las u?as rotas ara?ando el concreto hasta dejar marcas sangrientas. susurraban otras, más débiles, desgarrándolo con contradicciones que lo llevaban al borde del colapso, su respiración entrecortada formando nubes blancas en la noche helada.
Abajo, en una calle llena de escombros y cables rotos que colgaban como venas de una ciudad muerta, vio a Kage Shiryo liderando una patrulla de la CCG. El hombre alto, con su prótesis brillando como un garrote de acero en la mano derecha, gritaba órdenes a dos agentes menores, sus abrigos negros ondeando tras ellos como alas de cuervos. Su rostro estaba marcado por ojeras profundas que parecían talladas en su piel, y su voz resonaba con un desprecio visceral que cortaba el aire como un látigo.
—?Revisen cada maldito rincón! —dijo Kage, su tono cortante mientras golpeaba un poste oxidado con su prótesis, haciendo saltar chispas naranjas que iluminaron su expresión furiosa—. ?Ese ghoul sarnoso está aquí! —dio una carcajada de burla; respiró el aire, sintiendo el ambiente—Lo huelo. ?Encuéntrenlo o no vuelvas a la base con vida!
Kiyoshi se encogió tras un pedazo de pared derrumbada, su respiración se aceleró mientras las voces lo golpeaban como martillos invisibles. aullaron, y sus kagunes—el rinkaku y el bikaku—temblaron en su espalda, ansiosos por brotar y desgarrar todo a su paso. Pero entonces, un destello gris cruzó su visión: Hitomi, caminando sola al borde de la patrulla, su abrigo manchado de sangre seca y su rostro pálido bajo la luz de una luna menguante que apenas atravesaba las nubes. gritaron las voces, y por un instante, el caos en su mente se aquietó, reemplazado por un anhelo enfermizo que lo consumía.
Se deslizó del tejado con un movimiento torpe, aterrizando en un montón de escombros con un golpe sordo que envió una peque?a punzada de dolor por su pierna herida, el hueso protestando bajo su peso. Se acercó, oculto tras una pila de ladrillos rotos y cables oxidados que colgaban como telara?as, su mirada fija en ella a través de la penumbra. Quería hablarle, suplicarle que lo viera como algo más que un monstruo, que lo aceptara como algo humano en medio de su tormenta. Pero las visiones lo asaltaron como relámpagos crueles: sangre en sus manos, el rostro de Hitomi desgarrado por sus propios kagunes, su abrigo gris empapado en un rojo brillante que lo cegaba. rugieron las voces, y un gemido escapó de su garganta, un sonido roto y desesperado que resonó en la noche como el lamento de un animal herido.
Kage giró al oírlo, sus ojos oscuros encontrando a Kiyoshi entre las sombras con una precisión depredadora.
—?Aquí está el peque?o! —gritó, su prótesis zumbando mientras disparaba su quinque ukaku: una ráfaga de flechas explosivas que cortaron el aire como un enjambre mortal, dejando estelas de luz en la oscuridad.
Kiyoshi se lanzó a un lado, sus kagunes rinkaku brotando en un estallido de carne y sangre para bloquear los proyectiles, que explotaron contra los escombros en una lluvia de polvo y fragmentos que llenaron el aire de un olor acre. Hitomi giró, su mano volando al maletín mientras desplegaba su Seijaku: el tentáculo rinkaku brillando con un fulgor carmesí.
—?Kage, espera! —gritó, su voz cortada por el estruendo mientras corría hacia él—. ?Necesitamos atraparlo vivo! ?Puedes saber algo de Igarashi!
—Por favor, Sasaki ?Es un maldito monstruo! —espetó Kage, cargando hacia Kiyoshi con su quinque koukaku alzado, el metal brillando como un garrote listo para aplastar—. ?Voy a destriparlo y colgar sus entra?as como trofeo!
Kiyoshi huyó, sus kagunes retrayéndose con un sonido húmedo mientras corría entre las ruinas, sus pasos tambaleantes resonando contra el pavimento agrietado. Su mente se fracturaba bajo la presión, las voces gritando en un caos que lo cegaba. rugieron, y el malentendido lo hundió más en un abismo de desesperación. Tropezó contra una pared derrumbada, cayendo de rodillas mientras jadeaba, sus manos ara?ando el suelo hasta que la sangre goteó de sus dedos rotos. susurró una voz más débil, y por primera vez, sintió el impulso desesperado de buscar una forma—cualquier forma—de silenciar el torbellino que lo consumía, su mirada perdida en la noche mientras las lágrimas se mezclaban con la suciedad y sangre de su rostro.
04:00 - Distrito 23. Tokio, Japón.
El almacén abandonado en el Distrito 23 era un esqueleto de acero y hormigón que se alzaba como un cadáver olvidado, sus paredes marcadas por grafitis descoloridos que sangraban bajo la lluvia ligera que tamborileaba contra el tejado agujereado. El viento silbaba entre las vigas oxidadas como un lamento interminable, y el suelo estaba cubierto de polvo grisáceo mezclado con fragmentos de vidrio roto que crujían bajo las botas. El hedor a carne podrida flotaba desde un rincón donde yacían restos de presas olvidadas, un recordatorio de la violencia que impregnaba el lugar. Sekigan, Mō y Jikininki se movían entre las sombras, sus figuras recortadas contra la luz tenue de una lámpara rota que colgaba del techo, enfrentándose a una banda rival de ghouls conocida como los Kurokawa, carro?eros que habían invadido el territorio de Igarashi en busca de los quinques almacenados allí.
Jikininki era una visión de horror y desolación, un ghoul de Igarashi cuya mitad superior del rostro—de la nariz hacia arriba—estaba destrozada, dejando un cráter de carne cicatrizada y hueso expuesto donde deberían estar sus ojos, su máscara metálica cubría tal aberración, pero sus acciones no. Su cabello negro colgaba en mechones desiguales, y su boca se retorcía en una mueca psicótica que mostraba dientes afilados y torcidos. Su kagune rinkaku brotaba de su espalda como un nido de serpientes dentadas, cada tentáculo retorciéndose con una furia incontrolable mientras goteaba un líquido viscoso que quemaba el suelo con peque?os seises. Representaba el lado más roto de los ghouls, una criatura forjada en el sufrimiento y la locura, y su alianza con Sekigan y Mō era una unión tensa pero funcional bajo las órdenes de Dokuro.
Sekigan esquivó un ukaku cristalino disparado por un ghoul flaco de los Kurokawa, su kagune bikaku brotando como un látigo negro y golpeando el pecho del atacante con un crujido húmedo que resonó en el almacén. El ghoul cayó con un grito ahogado, la sangre negra salpicando el suelo mientras Sekigan jadeaba, limpiando su kagune contra su túnica. Mō bloqueó un rinkaku dentado con su escudo koukaku, riendo con un sonido seco que llenó el espacio cavernoso como un eco roto. Transformó su escudo en una espada dentada con un rápido movimiento, cercenando el brazo del ghoul en un chorro de sangre que pintó las paredes de un rojo oscuro.
—?Esto es vida, mestizo! —gritó Mō, su sonrisa torcida brillando bajo la luz parpadeante—. ?Sangre, caos y nosotros en la cima! ?Vamos, Jikininki, muéstrales lo que tienes!
Jikininki soltó un alarido psicótico, un sonido que helaba la sangre y resonaba como un lamento de ultratumba. Sus tentáculos rinkaku giraron en un torbellino de púas, cortando a dos ghouls de los Kurokawa en pedazos con una ferocidad que dejaron trozos de carne y sangre esparcidos por el suelo. Su risa era un chillido roto, y su cuerpo se sacudía con espasmos mientras avanzaba, un torbellino de destrucción que encarnaba el horror puro.
Sekigan bloqueó otro golpe, su bikaku girando para derribar a un ghoul corpulento que intentó flanquearlo.
—?Cuidado, Mo! —dijo, su voz tensa mientras miraba a Jikininki destrozar a otro enemigo—. ?Estos bastardos no se rinden fácil!
El líder de los Kurokawa, un ghoul alto con ojos hundidos y un kagune ukaku que chispeaba como alas rotas, disparó una ráfaga de proyectiles flameantes que rozó el hombro de Mō, arrancándole un gru?ido mientras la sangre goteaba por su túnica. Sekigan cargó hacia el líder, su bikaku golpeándolo contra una pared con un crujido que hizo temblar el polvo del techo. Mō se unió, su espada koukaku cortando el aire, pero el líder esquivó, lanzando un ataque que derribó a Sekigan al suelo con una patada que le cortó el aliento.
Jikininki rugió, sus tentáculos atrapando al líder por las piernas y levantándolo como una mu?eca rota.
—?Carne! —chilló, su voz quebrada
Mientras lo sostenía con sus cuatro kagunes empezó a jalar sus extremidades—ambos brazos y ambas piernas—hasta desgarrarlas y dejarlas caer al suelo. Solo quedó el torso de aquel ghoul que fue aplastado por Jikininki, dejando un gigantesco carbón de sangre y huesos, el cuerpo inmóvil y sin vida.
Mō corrió hacia Sekigan, extendiendo una mano huesuda para ayudarlo a levantarse.
—?Levántate, mestizo! —dijo, su risa rota resonando mientras la sangre manchaba su túnica.
Sekigan tomó su mano, poniéndose en pie mientras jadeaba, su ojo visible encontrando el de Mō a través de la penumbra.
—Gracias —murmuró, su voz firme pero cargada de gratitud—. No te dejo atrás tampoco. Ni a ti, Jikininki.
Jikininki giró hacia ellos, su risa psicótica suavizándose en un gru?ido bajo mientras sus tentáculos se retorcían.
—Sangre... juntos... —dijo, su voz un susurro roto mientras miraba la carnicería a su alrededor.
Los demás Kurokawa huyeron, dejando un rastro de cuerpos y sangre tras de sí. Mō rió, golpeando el hombro de Sekigan con una fuerza que lo hizo tambalearse.
—?Eso es, Parchado! —dijo, su risa resonando mientras miraba a Jikininki—. Pero mira este desastre. Si queremos este lugar para Dokuro, necesitamos un plan mejor. Estos carro?eros eran solo el principio.
Sekigan ascendiendo, limpiando sus labios con la manga de su propia túnica, su respiración aún agitada.
—Dokuro no esperará —dijo, su tono endureciéndose mientras observaba a Jikininki lamer la sangre de sus tentáculos—. Pero esto... nos une. Los tres. No importa qué pase, lo hacemos juntos.
Mō lo miró, su sonrisa suavizándose por un instante mientras asentía, su mano apretando el hombro de Sekigan.
—Juntos, Mestizo —dijo, su voz baja pero cálida—. Con esta loca de nuestro lado, que el mundo se pudra. Nosotros seguimos en pie.
Jikininki gru?ó, un sonido que podría haber sido aprobado, mientras sus tentáculos se retraían con un sonido húmedo, su figura destrozada recortada contra la luz parpadeante como un símbolo de la desolación que los unía.
JIKININKI