home

search

Ep. 9: CAMBIOS

  10:30 - Distrito 23. Tokio, Japón.

  El sol de media ma?ana ba?aba el Distrito 23 con una luz cruda y dorada, un resplandor que se filtraba entre los edificios industriales y los almacenes abandonados, proyectando sombras afiladas sobre el pavimento agrietado. El aire estaba cargado del olor a metal oxidado y aceite quemado, un aroma que se mezclaba con el zumbido lejano de camiones que circulaban por las avenidas cercanas. Las calles, aunque desgastadas, estaban vivas con el movimiento cotidiano: trabajadores con cascos amarillos descargando cajas en un muelle cercano, un vendedor ambulante gritando ofertas de yakitori desde un carrito humeante, y gaviotas graznando mientras revoloteaban sobre un montón de basura en un callejón. Era un mundo que parecía ajeno a la guerra entre ghouls y humanos, un telón de fondo de normalidad que hacía la misión de Sekigan y Mō aún más peligrosa.

  Sekigan avanzaba entre las sombras de un almacén destartalado, su túnica negra ondeando ligeramente con la brisa que se colaba por las ventanas rotas. Su parche reflejaba destellos del sol, y su ojo visible escaneaba cada esquina con una precisión fría, el bikaku latente bajo su piel listo para brotar al menor signo de amenaza. A su lado, Mō caminaba con pasos más relajados, su túnica arrugada manchada de polvo, su sonrisa torcida brillando bajo la luz como si disfrutara del caos que anticipaba. Jikininki los seguía a pocos pasos, su figura encorvada envuelta en harapos, la mitad destrozada de su rostro—un cráter de cicatrices y hueso expuesto desde la nariz hacia arriba—oculta bajo una capucha raída. Sus tentáculos rinkaku se agitaban inquietos bajo la tela, y un gru?ido bajo escapaba de su garganta, un eco psicótico que resonaba en el aire cálido.

  —Esto es una locura, Mestizo —dijo Mō, su voz baja pero cargada de diversión mientras pateaba una lata oxidada que rodó por el suelo—. Robar quinques de un almacén de la CCG a plena luz del día. Dokuro nos arrancará la cabeza si fallamos... o nos dará una medalla si lo logramos.

  Sekigan ajustó su postura, su mirada fija en el almacén objetivo: un edificio de acero grisáceo con puertas reforzadas y cámaras de seguridad parpadeando en las esquinas.

  —No le pedimos permiso —replicó, su tono firme pero con un dejo de tensión—. Si esperamos, la CCG lo reforzará. Es ahora o nunca. —Hizo una pausa, mirando a Mō—. Además, no confío en Dokuro. Algo está mal con Igarashi, y lo sabes.

  Mō rió, un sonido seco que cortó el aire.

  —?Claro que lo sé! —dijo, golpeándose el hombro de Sekigan—. Por eso estamos aquí, hermano. Que Dokuro se pudra en su trono. Esto es nuestro.

  Jikininki gru?ó, sus tentáculos alzándose brevemente antes de retroceder.

  —Sangre... —susurró, su voz rota y chillona resonando como un eco de locura—. Sangre... para nosotros.

  El plan era simple pero arriesgado: infiltrarse en el almacén, neutralizar a los guardias y tomar los quinques antes de que la CCG pudiera responder. Pero cuando llegaron a la entrada trasera, un crujido metálico los detuvo. La puerta se abrió de golpe, y cinco ghouls de los Kurokawa —la banda rival que se habían enfrentado antes— emergieron, sus kagunes ya desplegados: ukakus cristalinos y rinkakus dentados brillando bajo el sol. Al parecer, ellos también habían venido por los quinques.

  —?Malditos carro?eros! —gru?ó Mō, su kagune koukaku brotando como un escudo mientras corría hacia ellos—. ?Esto es nuestro!

  El combate estalló en un caos brillante bajo la luz del día. Sekigan esquivó un proyectil ukaku, su bikaku cortando el aire y atravesando el pecho de un ghoul flaco con un sonido húmedo. Mō bloqueó un rinkaku con su escudo, transformándolo en una espada que cercenó el brazo de otro enemigo en un chorro de sangre negra que salpicó el pavimento. Jikininki se lanzó con un alarido psicótico, sus tentáculos rinkaku girando como un torbellino de púas, destrozando a dos ghouls en pedazos que volaron por el aire, sus gritos ahogados por el crujido de sus propios huesos.

  Pero entonces, Sekigan vio algo entre los escombros: un maletín de quinque roto, y dentro, un documento sellado con el símbolo de Igarashi. Lo arrancó del suelo mientras bloqueaba otro ataque, leyéndolo rápidamente. Era una orden directa de Dokuro a los Kurokawa: Entregar los quinques al contacto en el Distrito 23. Eliminar a Sekigan y Mō si interfieren. Su respiración se detuvo, el papel temblando en su mano.

  -?Mes! —gritó, lanzándole el documento mientras cortaba a otro ghoul—. ?Dokuro nos vendió!

  Mō lo atrapó, sus ojos escaneando las palabras mientras su sonrisa se desvanecía.

  —?Hijo de puta! —rugió, su espada koukaku destrozando al último Kurokawa con un golpe que hizo temblar el suelo—. ?Quiere los quinques para él y nuestras cabezas en una bandeja!

  Jikininki gru?ó, lamiendo la sangre de sus tentáculos mientras miraba a Sekigan.

  If you spot this narrative on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation.

  —Traición... —chilló, su voz un eco de desolación—. Sangre... traición...

  Sekigan respiró hondo, su mente girando.

  —No podemos volver con Dokuro —dijo, su tono endureciéndose—. Pero no podemos dejar los quinques aquí. Los tomamos y decidimos después.

  Mō asintiendo, su sonrisa regresando, más afilada que nunca.

  —Juntos, Mestizo —dijo, golpeando su hombro—. Que Igarashi se pudra. Nosotros hacemos nuestro camino.

  13:00 - Distrito 14. Tokio, Japón.

  El sol brillaba alto sobre el Distrito 14, un área residencial de calles anchas y edificios bajos donde los ni?os jugaban en un parque cercano, sus risas resonando entre los árboles. Hitomi Sasaki caminaba por una cera concurrida, su abrigo gris abierto para dejar pasar la brisa cálida, el maletín de Seijaku colgando de su mano. Había pasado la ma?ana revisando informes en una oficina de la CCG, buscando conexiones entre Igarashi y los ataques recientes, pero el mundo a su alrededor —las madres empujando carritos, los ancianos charlando en bancos— la hacía sentir más desconectada que nunca. La complejidad del conflicto entre humanos y ghouls se desplegaba ante ella como un rompecabezas roto, y las palabras de Mushtaro y Kiyoshi eran piezas que no encajaban.

  Koji Takamura caminaba a su lado, su figura fornida envuelta en un abrigo negro que parecía absorber la luz del sol. Sus ojos grises estaban fijos en ella, su mandíbula tensa mientras ajustaba el quinque en su cintura.

  —No estás enfocada, Sasaki —dijo, su voz cortante rompiendo el murmullo de la calle—. Te vi esta ma?ana revisando esos informes. Dudaste cada vez que aparecía el nombre de ese ghoul del café. Mushtaro. ?Qué te hizo?

  Hitomi frunció el ce?o, deteniéndose junto a un puesto de flores donde una anciana regaba lirios blancos.

  —No me hizo nada —replicó, su tono firme pero con un dejo de duda—. Solo... me hizo pensar. Hay más en esto que solo matar ghouls, Koji. ?Nunca te preguntas por qué luchan? ?Qué los empujó?

  Koji resopló, cruzando los brazos.

  —Son monstruos —dijo, su voz baja pero cargada de desprecio—. Vamos gente, Sasaki. No hay 'por qué'. Solo sangre y caos. Si no puedes verlo, no estás lista para esta misión.

  Hitomi lo miró, sus dedos apretando el maletín.

  —Y si no todos lo son? —preguntó, su voz suavizándose—. ?Y si algunos están atrapados, como nosotros? No estoy diciendo que deje de matarlos. Solo... que no sé si somos tan diferentes.

  Koji dio un paso hacia ella, su expresión endureciéndose.

  —Estás cambiando —dijo, su tono acusador—. Ese ghoul te metió ideas en la cabeza, y si no lo sacas, te arrastrará con él. No puedo protegerte si dudas en cada pelea.

  Hitomi respiró hondo, mirando los lirios blancos que brillaban bajo el sol.

  —No necesito que me protejas —dijo finalmente—. Necesito entender. Si no lo hago, ?qué sentido tiene todo esto?

  Koji sacudió la cabeza, girándose para seguir caminando.

  —Entender no te salvará —murmuró, su voz apenas audible—. Solo te matará más rápido.

  14:30 - Distrito 11. Tokio, Japón.

  El calor del mediodía pesaba sobre el Distrito 11, el sol reflejándose en los charcos de agua sucia que salpicaban los callejones entre las ruinas. Kiyoshi Udagawa se arrastraba por un tejado derrumbado, su cuerpo temblando bajo los harapos, el sudor goteando por su rostro pálido. Las voces en su cabeza eran un torbellino implacable, amplificadas por la luz brillante que parecía perforar su cráneo. ?Mátalos! rugían, un coro ensordecedor que lo hacía retorcerse. ?Huye! susurraban otras, más débiles, desgarrándolo con contradicciones.

  Abajo, un grupo de ghouls carro?eros —cuatro figuras flacas con kagunes rinkaku desplegados— rebuscaba entre los escombros, buscando restos de carne humana. Uno de ellos lo vio, sus ojos rojos brillando con hambre.

  —?Mira eso! —gru?ó el líder, se?alando a Kiyoshi—. ?Comida fresca!

  Kiyoshi intentó huir, pero las voces lo traicionaron. ?Lucha! gritaron, y sus kagunes —rinkaku y bikaku— brotaron en un estallido de carne y sangre. Cayó del tejado, aterrizando entre ellos con un grito roto. Los ghouls atacaron, sus rinkakus cortando el aire, pero Kiyoshi se movió como un animal acorralado, su rinkaku atravesando el pecho del líder mientras su bikaku decapitó a otro en un chorro de sangre.

  Las voces lo golpeaban: ?Mátalos a todos! ?No mereces vivir! Pero mientras el último ghoul caía, Kiyoshi se derrumbó entre los cuerpos, jadeando. La luz del sol ba?aba la sangre a su alrededor, y por un instante, las voces se aquietaron. Miró sus manos temblorosas, cubiertas de sangre negra, y un pensamiento emergió entre el caos: Soy un monstruo...

  Se levantó lentamente, estabilizándose su respiración.

  —No puedo huir de esto —murmuró, su voz rota pero firme—. Pero puedo... ser yo.

Recommended Popular Novels