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Ep. 18: DESTRUCCIÓN

  02:00 - Distrito 13. Tokio, Japón.

  La fortaleza de Igarashi era un esqueleto en ruinas, sus muros de hormigón reducidos a fragmentos irregulares que se alzaban como lápidas en un cementerio olvidado. El cielo nocturno estaba cubierto de nubes grises que reflejaban el resplandor de los incendios moribundos, el humo alzándose en volutas espesas que llenaban el aire con un hedor a ceniza, sangre seca y carne podrida. El suelo estaba cubierto de escombros polvorientos, salpicados de charcos viscosos de sangre negra que brillaban bajo la luz tenue de la luna creciente, filtrándose por los agujeros del tejado derrumbado. Los restos de los focos industriales chispeaban débilmente entre los escombros, proyectando sombras danzantes que se retorcían como espectros sobre los cuerpos destrozados de ghouls y agentes de la CCG. El silencio era un peso opresivo, roto solo por el crujido de madera astillada y el gemido lejano del viento que silbaba a través de las grietas.

  En la plataforma central, donde Dokuro había caído de rodillas horas antes, Mushtaro estaba de pie, su figura delgada y oscura recortada contra el resplandor lunar. Su gabardina negra estaba rasgada, las manchas de sangre seca brillando como tinta fresca, y sus manos estaban cubiertas de sangre negra que goteaba entre sus dedos, formando charcos oscuros en el cemento agrietado. Su rostro estaba pálido manchado, la sangre negra trazando líneas desde las comisuras de su boca hasta su barbilla, un rastro fresco que goteaba por su cuello mientras masticaba lentamente, sus dientes triturando carne con un sonido húmedo y nauseabundo. Frente a él yacía el cuerpo destrozado de un ghoul menor de Igarashi, un joven de cabello casta?o cuyos ojos vidriosos miraban al vacío, el pecho abierto en un cráter sangriento donde Mushtaro había arrancado un trozo de carne con sus propias manos. La sangre negra goteaba de su boca mientras tragaba, un brillo rojo cortando sus ojos grises mientras miraba a los ghouls sobrevivientes que lo rodeaban, sus rostros pálidos y desencajados por el horror.

  —Esto es poder —dijo Mushtaro, su voz suave pero afilada como un bisturí, resonando en la plataforma mientras lamía la sangre de sus labios con un movimiento lento y deliberado—. No las máscaras rotas de Dokuro, no los sue?os vacíos de Aichuu. Poder real... el tipo que tomas con tus propias manos. —Arrancó otro trozo de carne del cadáver, el sonido de la carne desgarrándose llenando el aire mientras lo alzaba, la sangre goteando por su mu?eca—. Los humanos son ganado, sí... pero nosotros, los ghouls, también lo somos si no tomamos lo que nos pertenece.

  Dokuro, apoyado contra un fragmento de pared a pocos metros, temblaba de furia y agotamiento, su capa negra rasgada colgando como alas rotas, la sangre negra goteando de su pecho donde Koji lo había herido. Sus ojos verdes brillaban con un odio que apenas contenía, y su kagune koukaku oscilaba en su brazo derecho, dentado y tembloroso mientras intentaba levantarse.

  —?Eres un monstruo! —rugió, su voz resonando en las ruinas mientras se?alaba a Mushtaro con una mano temblorosa—. ?Comes a los nuestros! ?Nos traicionaste a todos! ?Qué eres, Musttaro? ?Qué demonios quieres?

  Mushtaro rió, un sonido bajo y melódico que heló la sangre de los ghouls que lo escuchaban, y dio un paso hacia Dokuro, dejando caer el trozo de carne al suelo con un plaf húmedo.

  — ?Qué quiero? —repitió, su tono endureciéndose mientras su sonrisa ensangrentada crecía—. Quiero un mundo donde no haya jaulas, Dokuro. Igarashi es una, y tú eres su carcelero. La CCG vino porque yo los invité, sí, pero esto —hizo un gesto hacia el cadáver— es mi fuerza. Como a los débiles para volverme más fuerte, para romper las cadenas que nos atan. —Se giró hacia los ghouls menores, sus ojos brillando con un destello rojo—. únanse a mí, y vivirán. Resistan, y serán mi próxima comida.

  Un murmullo de terror recorrió a los ghouls, sus rostros pálidos girando entre Mushtaro y Dokuro. Algunos retrocedieron, sus kagunes temblando mientras dudaban, mientras otros apretaban los pu?os, sus ojos llenos de furia contenida. Entonces, un ghoul joven, una chica de cabello corto y ojos rojos, dio un paso adelante, su rinkaku brotando como un torbellino de púas.

  —?No te seguiré, maldito caníbal! —gritó, lanzándose hacia Mushtaro con un alarido.

  Mushtaro esquivó el ataque con una gracia inhumana, girando a un lado mientras su propia kagune rinkaku brotaba, un tentáculo negro y afilado que atravesó el pecho de la chica en un estallido de sangre negra. El cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo, y Mushtaro se arrodilló junto a ella, arrancando un trozo de su hombro con un crujido húmedo mientras los demás miraban, paralizados. Masticó lentamente, la sangre goteando por su barbilla mientras sus ojos perforaban a Dokuro, un desafío silencioso que desató el caos.

  Dokuro rugió, su kagune koukaku transformándose en una lanza que apu?aló hacia Mushtaro, pero el ghoul solitario bloqueó el golpe con su rinkaku, el choque resonando en un estallido de chispas que iluminó las ruinas. Los ghouls menores se dividieron, algunos corriendo hacia Dokuro con gritos de lealtad, otros girando hacia Mushtaro con una mezcla de miedo y ambición. La plataforma se convirtió en un campo de batalla, rinkakus y bikakus cortando el aire, sangre negra salpicando el cemento mientras la estructura de poder de Igarashi se desmoronaba en un torbellino de traición y violencia.

  02:30 - Rincón oeste de la fortaleza.

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  En un rincón oeste de las ruinas, lejos del caos de la plataforma, Aichuu Ono Tada estaba sentado contra una pared agrietada, su pierna fracturada extendida frente a ella, el dolor un latido constante que resonaba en su cuerpo. Su cabello blanco estaba empapado de sudor y sangre seca, cayendo en mechones desordenados sobre su rostro pálido, y sus ojos rosados ??brillaban con lágrimas contenidas mientras miraba a Hiroshi, quien yacía a su lado, su abdomen abierto vendado con tela rasgada pero aún goteando sangre negra. Su regeneración constante zumbaba bajo su piel, sanando cortes menores pero incapaz de borrar el peso emocional que la aplastaba. Los gritos desde la plataforma llegaban como ecos distantes, y el hedor a sangre fresca llenaba el aire, un recordatorio visceral de lo que Mushtaro había desatado.

  —No puedo seguir así —susurró Aichuu, su voz temblando mientras sus manos apretaban el suelo, las u?as ara?ando el cemento hasta sangrar, solo para sanar en segundos—. Matamos... luchamos... pero ?para qué? Mushtaro ven a los nuestros, Dokuro nos usa... ?qué estoy haciendo, Hiroshi? ?Qué somos?

  Hiroshi jadeó, su mano temblorosa alzándose para tocar la de ella, sus dedos fríos y pegajosos con sangre.

  —No lo sé —dijo, su voz áspera y débil mientras la miraba con ojos nublados—. Pero... tú siempre quisiste algo más... paz... no dejes que esto te rompa, Aichuu. No él.

  Aichuu sollozó, un sonido crudo y desgarrador que resonó en el rincón, las lágrimas corriendo por su rostro mientras el peso de sus acciones la golpeaba. Había matado agentes, ghouls, había visto a sus amigos —Hiroshi, los Donyu— desangrarse por un sue?o que ahora parecía una mentira. Su unicidad —esos ojos rosados, su regeneración, sus cuatro kagunes— la había mantenido viva, pero también la había aislada, y la moralidad de su lucha se desmoronaba ante la realidad de Mushtaro. ?Era ella diferente, o solo otra arma en este caos?

  Un grito cercano la hizo girar, y vio a un ghoul menor corriendo hacia ellos, su bikaku oscilando como un látigo. Aichuu se levantó, cojeando sobre su pierna rota, y su rinkaku brotó, atravesando al ghoul en un chorro de sangre negra que salpicó su rostro. El cuerpo cayó, y ella se desplomó de nuevo, jadeando mientras las lágrimas seguían cayendo, el sabor metálico de la sangre en su boca un recordatorio de lo que había jurado cambiar.

  —No quiero esto —susurró, su voz quebrándose mientras miraba a Hiroshi—. Pero no sé cómo parar...

  Hiroshi presionó su mano, un gesto débil pero firme.

  —Entonces... encuentra un camino —dijo, su respiración entrecortada resonando en el silencio—. No dejes que Mushtaro gane... no así.

  Aichuu ascendiendo, las lágrimas goteando por su barbilla mientras el caos de la plataforma rugía en la distancia, su resolución temblando pero no rota, una chispa de esperanza luchando contra la desilusión que la consumía.

  03:00 - Almacén trasero de la fortaleza.

  En el almacén trasero, las sombras eran un refugio frágil contra el caos que se desataba en el centro de la fortaleza. Las paredes agrietadas dejaban entrar ráfagas de aire frío que silbaban entre los escombros, y la luz de la luna se filtraba por el tejado roto, proyectando un resplandor plateado sobre los cuerpos destrozados y las cajas volcadas. Jikininki estaba acurrucada en un rincón, su figura encorvada envuelta en harapos rayos que ondeaban con el viento, la mitad destrozada de su rostro —un cráter de cicatrices y hueso expuesto— brillando bajo la luz lunar como una máscara rota. Sus tentáculos rinkaku se agitaban inquietos tras ella, oscilando como serpientes hambrientas, y sus ojos rojos estaban desenfocados, perdidos en un torbellino de voces que rugían en su cabeza: ?Mata! ?Sangre! ?No eres nada!

  Había estado allí desde su encuentro con Kiyoshi, su mente fracturada luchando por encontrar un ancla tras el ataque psicótico que la había consumido. Los gritos desde la plataforma llegaban como ecos distorsionados, y el olor a sangre fresca —la sangre de los ghouls que Mushtaro devoraba— llenaba sus fosas nasales, despertando un hambre que chocaba con el destello de lucidez que Kiyoshi había plantado en ella. Gru?ó, sus manos ara?ando el suelo hasta que la sangre negra goteó de sus dedos, sanando en segundos mientras las voces la desgarraban.

  —?Qué... soy? —susurró, su voz chillona resonando como un lamento roto mientras sus tentáculos golpeaban el suelo, agrietando el cemento en un estallido de polvo—. Sangre... siempre sangre... pero él... él dijo... seguir...

  Las imágenes de Kiyoshi —su desesperación, su mano temblorosa tocando la suya— pasaban por su mente, un faro frágil en la tormenta de su psicosis. Pero el hedor de la sangre fresca la golpe de nuevo, y un alarido escapó de su garganta, un sonido gutural que resonó en el almacén mientras sus tentáculos brotaban, destrozando una caja cercana en una explosión de madera astillada. Cayó de rodillas, jadeando mientras las voces gritaban más fuertes, pero una parte de ella —peque?a, débil— luchaba por encontrar un lugar, un propósito más allá de la matanza.

  Un ghoul menor irrumpió en el almacén, huyendo del caos de la plataforma, su rinkaku oscilando mientras corría hacia ella. Jikininki giró, sus ojos rojos brillando con una mezcla de locura y dolor, y sus tentáculos lo atravesaron en un chorro de sangre negra que salpicó las paredes. El cuerpo cayó, y ella se arrodilló junto a él, sus manos temblando mientras tocaba la sangre, el hambre rugiendo en su interior. Pero se detuvo, un gru?ido bajo escapando de su garganta mientras retrocedía, las voces chocando con el recuerdo de Kiyoshi.

  —No... solo sangre —susurró, su voz temblando mientras se desplomaba contra la pared, su cuerpo temblando—. Quiero... algo... más...

  El silencio volvió al almacén, roto solo por su respiración agitada, mientras la lucha interna por encontrar su lugar la desgarraba, un eco de la desilusión que se extendía por Igarashi.

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