El sol colgaba bajo en el cielo del Distrito 13, un disco pálido y sucio que apenas atravesaba las nubes grises, proyectando una luz mortecina sobre las ruinas de la fortaleza de Igarashi. El aire estaba saturado de un hedor espeso y asfixiante: sangre seca que cubría el suelo en charcos viscosos, ceniza húmeda que se pegaba a la piel como una segunda capa, y el olor dulzón y podrido de la carne quemada que emanaba de los cuerpos destrozados esparcidos entre los escombros. Los muros de hormigón, ahora fragmentos irregulares, se alzaban como lápidas rotas, las grietas marcadas por líneas de sangre negra que goteaban lentamente, coagulándose en el polvo gris que cubría todo como una mortaja. El viento silbaba a través de las ruinas, un lamento constante que arrastraba el crujido de madera astillada y el chispeo de cables expuestos, sus chispas azules iluminando brevemente las sombras que danzaban sobre el caos.
Aichuu Ono Tada estaba en el borde de la plataforma central, su figura frágil pero decidida recortada contra el resplandor enfermizo del amanecer. Su cabello blanco estaba empapado de sudor y sangre seca, cayendo en mechones desordenados sobre su rostro pálido, y sus ojos rosados ??brillaban con una mezcla de agotamiento, furia y un dolor que le apretaba el pecho como una garra helada. Su cuerpo delgado y frágil luchaba por mitigar, dejando una cojera que marcaba cada paso. Sus manos temblaban mientras apretaba los pu?os, las u?as ara?ando sus palmas hasta que la sangre goteó, sanando en segundos pero dejando un rastro pegajoso en el cemento agrietado. Sekigan estaba a su lado, su figura delgada envuelta en una chaqueta rasgada, sangre negra goteando de un corte profundo en su abdomen que aún no había cerrado del todo. Su kagune bikaku oscilaba tras él como un látigo negro, y su ojo gris brillaba con una determinación silenciosa mientras miraba a Mushtaro, quien estaba de pie en el centro de la plataforma, un espectro oscuro rodeado de muerte.
Mushtaro era una visión de calma letal, su gabardina negra rasgada ondeando con el viento, las manchas de sangre seca brillando como tinta fresca bajo la luz tenue. Sus manos estaban cubiertas de sangre negra que goteaba entre sus dedos, formando peque?os charcos oscuros que reflejaban el cielo grisáceo, y su rostro pálido estaba manchado, la sangre negra trazando líneas frescas desde las comisuras de su boca hasta su barbilla, un rastro que goteaba por su cuello mientras masticaba lentamente, sus dientes triturando carne con un sonido húmedo y nauseabundo. A sus pies yacía el cuerpo destrozado de Dokuro, el brazo cercenado a pocos metros, la sangre negra formando un lago viscoso que se extendía bajo la plataforma como una sombra viva. Sus ojos rojos brillaban con un destello inhumano, incluso para los ghouls, y una sonrisa torcida curvaba sus labios ensangrentados mientras miraba a Aichuu, un depredador evaluando a su presa.
—No esperaba verte tan pronto, albina —dijo Mushtaro, su voz suave pero afilada como un bisturí, resonando en el espacio destrozado mientras lamía una gota de sangre de su labio inferior, el gesto lento y deliberado—. Pensé que te esconderías después de escuchar la verdad... una red global, un mundo sin jaulas. Pero aquí estás, sangrando y cojeando, como si pudieras cambiar algo. —Chupó uno de sus dedos con una sonrisa petrificante—. Serie un buen banquete... exquisito.
Aichuu dio un paso adelante, su pierna herida temblando mientras el dolor la hacía gru?ir, pero sus ojos rosados ??se clavaron en él con una furia que ardía como un incendio.
—Eso no pasará y no voy a esconderme —espetó, su voz temblando con una mezcla de rabia y desesperación—. No después de lo que hiciste... comiendo a los nuestros, vendiéndonos a la CCG, hablando de humanos como ganado. Eres un monstruo, Mushtaro... y te detendré, aunque me cueste cada parte de mi frágil cuerpo.
Mushtaro rió, un sonido bajo y melódico que heló el aire, y dio un paso hacia ella, el goteo de sangre de sus manos marcando el suelo con un ritmo siniestro.
— ?Detenerme? —repitió, su tono endureciéndose mientras su sonrisa ensangrentada crecía—. No entiendes nada, Aichuu. No soy un monstruo... soy el futuro. Tú, con tus sue?os rotos y tus lágrimas, eres el pasado. Pero si quieres intentarlo...ven. Muéstrame qué tienes —sus ojos se detuvieron lentamente y fijaron en los de ella, él sabe la magnitud de su poder—, a ver si rivalizas contra .
Aichuu rugió, un sonido gutural que resonó en las ruinas, y sus cuatro kagunes brotaron como una sinfonía de destrucción. Su rinkaku, sus tentáculos transparentes, venosos y afilados, cortó el aire con un silbido mortal, lanzándose hacia Mushtaro con una velocidad que levantó polvo y escombros. Su bikaku osciló como un látigo, girando en un arco que buscaba flanquearlo, mientras su ukaku, parecido a unas alas esqueléticas y translúcidas, disparaba una ráfaga de proyectiles cristalinos que destellaron bajo la luz grisácea, un torbellino de muerte que llenó el aire de un zumbido agudo. Su koukaku, una armadura dentada en su cuerpo entero, brilló mientras se preparaba para bloquear, sus piernas temblando por el esfuerzo pero impulsado por una furia que no podía contener.
Mushtaro esquivó el rinkaku con una gracia inhumana, girando a un lado mientras su propio rinkaku brotaba, un tentáculo negro y dentado que chocó contra el de Aichuu en un estallido de chispas y sangre negra, el impacto resonando como un trueno. Su koukaku emergió en su brazo derecho, una lanza dentada que bloqueó el bikaku de Aichuu, cortando el aire con un silbido que dejó un rastro de polvo, mientras su cuerpo se movía con una precisión fría y letal. Los proyectiles ukaku de Aichuu lo alcanzaron, perforando su hombro izquierdo en un chorro de sangre negra que salpicó el suelo, pero Mushtaro apenas gru?ó, su regeneración cerrando la herida en segundos mientras avanzaba, su sonrisa torcida creciendo con cada paso.
—?Eso es todo! —rugió Aichuu, lanzándose hacia él, su rinkaku girando en un torbellino que destrozó el cemento bajo sus pies, un ataque desesperado que buscaba atravesarlo.
Mushtaro respondió, su rinkaku extendiéndose como un relámpago negro, cortando el aire y desestabilizando el muslo derecho de Aichuu en un chischás que la hizo retroceder, el dolor un relámpago blanco que la hizo tambalearse. Su koukaku apu?aló hacia ella, apenas hundiéndose en su hombro izquierdo con un crujido húmedo que a penas pudo perforar la armadura de la albina,, la sangre negra brotando como un río mientras caía de rodillas, pero no era la de ella, era la sangre que emanaba el kagune de Mushtaro. Repentinamente, entre escombros, Sekigan rugió, su bikaku cortando el aire hacia Mushtaro, pero el ghoul macabro giró, su rinkaku destrozando el ataque en un estallido de sangre negra que salpicó el suelo, dejando a Sekigan retrocediendo con un corte profundo en el pecho que goteaba sangre.
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—No eres rival —dijo Mushtaro hacia el parchado, su voz fría y cortante. Empezó a acercarse hacia a Aichuu, su koukaku alzándose como una guillotina sobre ella—. Eres fuerte, albina... pero no lo suficiente.
Aichuu gritó, su ukaku disparando una ráfaga final que Mushtaro bloqueó con su koukaku, los proyectiles cristalinos explotando en una nube de polvo que llenó el aire, pero él avanzó a través del caos, su rinkaku cortando el brazo derecho de Aichuu en un chorro de sangre negra que salpicó la plataforma, el miembro cayendo con un ruido sordo y húmedo mientras ella caía hacia atrás, su visión nublándose mientras el dolor la consumía. Su regeneración comenzó a tejer la carne, pero era lenta, demasiado lenta, y Mushtaro se arrodilló frente a ella, su rostro a centímetros del suyo, la sangre de su boca goteando sobre el cemento entre ellos.
—Podrías haber sido parte de esto —susurró, su tono siniestro mientras arrancaba un trozo de carne del brazo cercenado de Aichuu, masticándolo lentamente mientras la miraba—. Pero elegiste sangrar por nada.
Un rugido cortó el aire, y Kage Shiryo irrumpió en la plataforma desde el oeste, su figura fornida envuelta en un abrigo negro rasgado y manchado de sangre, su prótesis de kagune brillando como un garrote de acero en su mano derecha, mientras sus quinques, el gigante guantelete en su brazo y el ukaku que parecía una ballesta, colgaba en su izquierda, las flechas explosivas destellando bajo la luz grisácea. Su derecho goteaba sangre roja a través de una venda sucia, y su rostro estaba contorsionado en una mueca de furia salvaje mientras cargaba hacia Mushtaro, su respiración un gru?ido áspero que resonaba en las ruinas.
—?Maldito monstruo! —rugió Kage, su voz temblando con una furia que ocultaba un miedo profundo mientras disparaba una salva de flechas explosivas que detonaron alrededor de Mushtaro, levantando nubes de polvo y escombros que llenaron el aire.
Mushtaro giró, su rinkaku cortando el aire y destrozando las flechas en un estallido de chispas, mientras su koukaku bloqueaba el quinque guantelete de Kage, el impacto resonando como un ca?onazo que fracturó el suelo bajo sus pies. Kage gru?ó, su garrote aplastando el cemento en un intento de alcanzarlo, pero Mushtaro era más rápido, su rinkaku atravesando el muslo izquierdo de Kage en un chorro de sangre roja que lo hizo caer de rodillas, gritando, su prótesis temblando mientras intentaba levantarse.
—?No eres nada! —espetó Kage, su voz quebrándose mientras disparaba otra flecha que Mushtaro esquivó, el explosivo detonando contra un muro derrumbado en una lluvia de escombros.
Mushtaro rió, su koukaku apu?alando hacia Kage, hundiéndose en su hombro derecho con un crujido húmedo que fracturó el hueso, la sangre roja brotando como un géiser mientras Kage caía hacia atrás, jadeando, su quinque cayendo al suelo con un clang metálico. Mushtaro se alzó sobre él, su rinkaku oscilando como unas serpientes listas para morder, pero se detuvo, girando hacia Aichuu, quien intentaba arrastrarse hacia Sekigan, su brazo regenerándose lentamente en un torbellino de carne rosada.
—No vale la pena matarte aún —dijo Mushtaro, su tono frío mientras miraba a Kage—. Eres un perro rabioso... pero útil. Vivirás... por ahora.
Aichuu jadeó, su visión nublándose mientras la sangre negra goteaba de su hombro y muslo, el dolor un fuego que la consumía mientras Sekigan corría hacia ella, su bikaku retrayéndose mientras la levantaba, su ojo gris brillando con lágrimas contenidas. Kage yacía en el suelo, su sangre roja formando un charco bajo él, su respiración entrecortada resonando en el silencio mientras Mushtaro se giraba, caminando hacia las sombras, su gabardina ondeando como un sudario.
Hitomi Sasaki y Koji Takamura llegaron al borde de la plataforma, sus figuras temblando mientras el polvo se asentaba. Hitomi tenía el muslo y su frente vendados, la sangre roja goteando por su pierna, y su mano temblaba mientras sostenía su Seijaku, el tentáculo quinque carmesí oscilando listo para atacar. Koji cojeaba, su brazo fracturado colgando en un cabestrillo, su hacha quinque goteando sangre negra mientras sus ojos grises se clavaban en la escena: Aichuu herida, Kage derrotado, Mushtaro desapareciendo en las sombras.
—?Mar maldita! —rugió Koji, su voz áspera cortando el aire mientras corría hacia Kage, cayendo de rodillas junto a él—. ?Qué demonios pasaron aquí!
Kage gru?ó, su mano temblando mientras apretaba su hombro sangrante.
—Ese... maldito... es demasiado fuerte —jadeó, su voz quebrándose mientras la sangre goteaba de su boca—. Nos destrozó... a todos...
Hitomi corrió hacia Aichuu y Sekigan, sus ojos llenos de lágrimas mientras se arrodillaba junto a ellos, su mano temblando mientras tocaba el rostro pálido de Aichuu. Su corazón se estremecía con el pensar de perder a Sekigan, un ghoul que la entendía, ya Aichuu, la única que, por lo escuchado, puede hacerle verdadero frente a Mushtaro.
—No se rindan —susurró, su voz temblando con una mezcla de miedo y súplica—. Por favor... no se rindan.
Aichuu jadeó, su visión nublándose mientras la sangre negra goteaba de sus heridas, pero sus ojos rosados ??encontraron los de Sekigan, un destello de resistencia brillando en ellos mientras apretaba su mano, un pacto silencioso que la mantuvo al borde de la muerte. El silencio volvió a las ruinas, pesado y asfixiante, mientras el eco de la derrota resonaba en cada rincón, un presagio de la tormenta que aún estaba por venir.
Desde las sombras, Mushtaro observaba, su sonrisa torcida brillando en la penumbra mientras el sabor de la carne de Aichuu aún llenaba su boca, un recordatorio visceral de su victoria. Pero en su mente, un eco extra?o resonó—los ojos rosados ??de Aichuu, mirándolo con una furia que no podía borrar—, un destello que lo persiguió mientras desaparecía en la oscuridad, dejando tras de sí un campo de sangre y promesas rotas.