09:30 - Distrito 13. Tokio, Japón.
El sol de la ma?ana se alzaba sobre el Distrito 13, ba?ando la fortaleza de Igarashi con una luz pálida que se filtraba a través de las nubes grises, proyectando sombras largas y difusas sobre el hormigón agrietado. El aire estaba fresco, cargado del olor a tierra húmeda y el eco lejano de maquinaria que resonaba desde las calles industriales cercanas. Dentro de la fortaleza, en una sala secundaria apartada de los pasillos principales, Aichuu estaba sentada en el borde de una mesa de acero oxidada, sus piernas balanceándose ligeramente mientras miraba una caja de archivos polvorientos que había encontrado en un almacén olvidado. Su cabello blanco como la nieve caía en mechones desordenados sobre sus hombros, brillando bajo la luz que entraba por una ventana rota, y sus ojos rojos escaneaban los documentos con una mezcla de curiosidad y creciente inquietud. Su vestido blanco por encima de las rodillas con suaves toques elegantes en los bordes, se podía ver las venas rojizas que cruzaban su cuerpo.
Había estado buscando pistas sobre Mushtaro desde su llegada a Igarashi, impulsada por una sensación persistente de que el ghoul solitario sabía más de lo que dejaba ver. Los rumores entre los miembros menores lo pintaban como una sombra manipuladora, alguien que aparecía y desaparecía con una taza de café en la mano y palabras que cortaban como navajas. Esa ma?ana, mientras rebuscaba entre los archivos, encontró un informe garabateado a mano: una nota de a?os atrás que mencionaba a un ghoul con ojos grises y un kagune koukaku, un rinkaku y un ?Kakuja?. Era vinculado a una masacre en el Distrito 4. El nombre "Mushtaro" estaba subrayado con tinta roja, junto a una frase crítica: "El titiritero mueve los hilos desde las sombras" . Aichuu frunció el ce?o, sus dedos pálidos temblando mientras sostenía el papel, su mente girando con preguntas que no podía responder sola.
El sonido de pasos pesados ??la hizo girar, y Hiroshi entró en la sala, su figura delgada envuelta en su kimono desgastado, el cabello grisáceo despeinado que lo hacía ver cansado. Sus ojos oscuros se encontraron con los de ella, y por un momento, pareció sorprendido de verla allí, rodeada de papeles amarillentos y polvo.
—?Qué haces despierta tan temprano? —preguntó, su voz áspera pero con un dejo de curiosidad mientras se acercaba, deteniéndose a pocos pasos de la mesa.
Aichuu levantó el informe, sus ojos rosados ??brillando con una intensidad que cortó el aire.
—Buscaba respuestas —dijo, su tono firme pero cargado de una urgencia contenida—. Sobre Mushtaro. Encontré esto... dice que estuvo detrás de algo grande hace a?os, algo que Igarashi encubrió. ?Qué sabes de él, Hiroshi? Siempre aparece, siempre sabe más de lo que dice. ?Es uno de nosotros... o algo más?
Hiroshi suspir, apoyndose contra la pared con un crujido de sus pasos, sus brazos cruzndose entre s como si intentara contener algo que lo carcoma. Miró el informe por un instante antes de apartar la vista, su mandíbula tensándose mientras grababa.
—Mushtaro no es solo un ghoul solitario —dijo finalmente, su voz baja y cortante—. Lo vi una vez, hace a?os, antes de que Dokuro tomara fundara esto. Estaba en el Distrito 4 cuando pasó... esa masacre. No fue una pelea cualquiera; fue un mensaje. Humanos y ghouls, todos destrozados, como si alguien quisiera borrar algo. Mi familia... mi hija estaba entre ellos. Era un ghoul tranquilo, no luchaba, solo sobrevivía. Mushtaro la mató sin pesta?ear, y luego desapareció. —Hizo una pausa, sus pu?os apretándose entre ambos brazos—. Mi hija me habló de un legado una vez, antes de morir. Dijo que los ghouls llevamos siglos atrapados en esta guerra, pero que algunos, como Mushtaro, no luchan por sobrevivir... luchan por controlar. él no sigue a Dokuro, Aichuu. Creo que Dokuro le teme.
Aichuu lo miró fijamente, el peso de sus palabras cayendo sobre ella como una losa. Sus cuatro kagunes —rinkaku, bikaku, koukaku y ukaku— eran una rareza que la hacía poderosa, pero también la ataban a Igarashi como un arma viva. Siempre había creído que su fuerza podía ser un puente hacia la coexistencia entre humanos y ghouls, pero las intenciones de Mushtaro, si Hiroshi estaba en lo cierto, eran un abismo que amenazaba con tragarse ese sue?o.
—?Controlar? —murmuró, su voz temblando mientras dejaba el informe sobre la mesa—. Entonces... ?qué soy yo en todo esto? ?Un arma para Dokuro, una herramienta para Mushtaro? Pensé que podía cambiar algo, Hiroshi, pero si él está detrás de Igarashi, ?qué significa mi lucha?
Hiroshi dio un paso hacia ella, su expresión suavizándose por un instante mientras la miraba a los ojos.
—Significa lo que tú decidas que signifique —dijo, su tono firme pero cálido—. Mi familia... mi propia hija me ense?ó que nuestra existencia es compleja porque no elegimos ser ghouls, pero sí elegimos qué hacemos con eso. Musttaro quiere poder, Dokuro quiere miedo, pero tú... tú tienes algo más. Esa esperanza tuya no es débil, Aichuu. Es un arma que ellos no entienden. —Hizo una pausa, sus ojos oscuros brillando con un destello de respeto—. Solo tienes que descubrir cómo usarla antes de que ellos te usen a ti.
Antes de que Aichuu pudiera responder, un joven ghoul entró en la sala, un miembro menor de Igarashi con el cabello negro desordenado y una cicatriz cruzando su mejilla. Llevaba una bandeja con pedazos desmembrados de cuerpos ya fallecidos, una tarea rutinaria, pero sus ojos se detuvieron en Aichuu con una mezcla de asombro y duda.
—Tú eres la albina, ?verdad? —dijo, su voz vacilante mientras dejaba la bandeja en una esquina—. La que puede hacer... todo eso con sus kagunes. Te vi entrenar con Dokuro. Mataste a esos agentes capturados como si nada, pero... ?por qué? ?De verdad cree que esto nos hará libres? Mi hermano murió por la CCG, y no veo que nada cambie.
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Aichuu se tensó, sus dedos apretándose contra el borde de la mesa mientras las palabras del ghoul resonaban en ella. Hiroshi frunció el ce?o, listo para intervenir, pero ella levantó una mano para detenerlo, sus ojos pálidos fijos en el joven.
—No sé si nos hará libres —admitió, su voz suave pero cargada de una honestidad cruda—. Lucho porque pensé que podía proteger a otros como tú, como tu hermano. Pero... no estoy segura de que esto sea lo correcto. Tal vez ninguno de nosotros lo sabe.
El ghoul la miró por un momento, luego avanzando lentamente y se fue, dejando un silencio pesado tras él. Aichuu respiró hondo, las dudas sobre la moralidad de su lucha crecían como grietas en su resolución, mientras la sombra de Mushtaro se alzaba más grande en su mente.
15:00 - Distrito 15. Tokio, Japón.
El sol de la tarde brillaba sobre el Distrito 15, un área comercial donde las calles estaban llenas de peatones y el ruido de los autos resonaba como un zumbido constante. Hitomi Sasaki caminaba sola por una cera concurrida, su abrigo gris ondeando con la brisa, el maletín de Seijaku colgando pesado en su mano. Había dejado la base de la CCG hace una hora, incapaz de soportar la tensión con Koji tras su última discusión, y ahora sus pasos la llevaban sin rumbo, su mente atrapada en las palabras de Sekigan del día anterior. El parque, los pétalos de cerezo, su confesión como medio ghoul —todo eso había abierto una herida en ella, una duda que crecía como un cáncer sobre su papel como investigadora.
Se detuvo frente a un puesto de ramen, el aroma a caldo de cerdo y cebolla verde llenando el aire mientras un vendedor gritaba ofertas a los transeúntes. Hitomi miró su reflejo en el vidrio del puesto: ojeras marcadas, cabello negro despeinado, ojos que parecían más viejos de lo que eran. ?Quién era ella realmente? Una agente de la CCG, entrenada para matar ghouls sin preguntar, o algo más, algo que Sekigan y Kiyoshi habían visto en ella: una humana atrapada en un ciclo de violencia que no entendía del todo.
—él no es como los demás —murmuró para sí misma, sus dedos apretando el maletín mientras recordaba su ojo gris, su dolor—. Medio ghoul, medio humano... y yo, ?qué soy? ?Solo una herramienta para la CCG?
Las palabras de Mushtaro resuenan en su memoria: "?Qué eres sin sus cadenas?" . Luego, las de Sekigan: "Somos espejos" . Ambos la habían desafiado a mirar más allá de su deber, y ahora, cada vez que cerraba los ojos, veía los rostros de los ghouls que había matado —sombras sin nombres, vidas que había apagado sin preguntar por qué. ?Era esa humanidad, o la había perdido en el momento en que tomó a Seijaku por primera vez?
Un ni?o pasó corriendo a su lado, tropezando y dejando caer un helado que se derritió en la acera. Hitomi se agachó instintivamente para ayudarlo, y el peque?o la miró con una sonrisa antes de correr tras su madre. El gesto, tan simple, la dejó temblando, una lágrima escapando por su mejilla mientras se ponía de pie. Sekigan había hablado de no encajar, de ser despreciado por ambos mundos, y ella empezaba a sentir lo mismo: una extra?a en su propia piel, cuestionando si el monstruo no estaba en los ghouls, sino en el sistema que la había moldeado.
19:45 - Distrito 13. Tokio, Japón.
La noche había caído sobre la fortaleza de Igarashi, las sombras alargándose en los pasillos mientras las luces industriales zumbaban con un brillo crudo. Aichuu caminaba por un corredor lateral, su mente aún revuelta por su conversación con Hiroshi y el encuentro con el ghoul joven, cuando un crujido la hizo detenerse. Giró, sus ojos rosados ??escaneando la penumbra, y vio a Kiyoshi emergiendo de una esquina, su figura tambaleante envuelta en harapos sucios, sus ojos rojos brillando con una mezcla de miedo y confusión.
Había oído rumores de un ghoul loco rondando el perímetro, alguien que hablaba solo y desaparecía en las sombras, pero verlo de cerca la dejó helada. Kiyoshi había decidido infiltrarse en Igarashi, impulsado por una obsesión creciente con Mushtaro tras sus visiones, buscando respuestas que las voces en su cabeza no podían darle. Sus kagunes —rinkaku y bikaku— temblaban en su espalda, pero no brotaron, y su respiración era un jadeo irregular mientras la miraba.
—Tú... —susurró, su voz quebrada mientras daba un paso hacia ella, sus manos temblando—. Eres... la albina. La fuerte. ?Lo conoces? ?Un Musttaro? él... él está en mi cabeza. Me dice cosas... me rompe.
Aichuu dio un paso atrás, sus manos alzándose instintivamente, pero algo en su vulnerabilidad la detuvo. Sus ojos rojos se encontraron con los de él, y vio un destello de humanidad bajo el caos, un alma rota que reflejaba su propia lucha.
—No sé quién eres —dijo, su tono firme pero suave—. Pero sí, estoy buscando a Mushtaro. ?Qué te hizo? ?Por qué estás aquí?
Kiyoshi se derrumbó contra la pared, un gemido escapando de su garganta mientras las voces lo golpeaban: ?Mátala! ?Ella sabe! Pero otro, más débil, susurró: ?Es como tú! Sus manos ara?aron su rostro, dejando marcas de sangre goteantes, y sus palabras salieron entrecortadas.
—No sé... qué es real —dijo, sus ojos vidriosos fijos en ella—. Lo vi... con su café. Me miró... y ahora no puedo escapar. Las voces... me dicen que mate, pero yo... no quiero. Quiero... entender. —Hizo una pausa, su cuerpo temblando—. ?Tú entiendes? ?Qué somos?
Aichuu respiró hondo, el impacto de su vulnerabilidad golpeándola como un pu?o. Sus cuatro kagunes latían bajo su piel, pero no los desplegó; en cambio, dio un paso hacia él, su voz suavizándose.
—No sé qué somos —admitió—. Pero... creo que no tenemos que ser solo monstruos. Tal vez... tal vez podamos encontrar algo más, juntos.
Kiyoshi la miró, un destello de claridad cruzando sus ojos antes de que las voces lo arrastraran de nuevo. Se giró y huyó por el pasillo, dejando a Aichuu con una mezcla de compasión y confusión que profundizó sus dudas sobre Mushtaro y su propio camino.