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Ep. 11: DILEMAS

  20:10 - Distrito 20. Tokio, Japón.

  El callejón del Distrito 20 estaba sumido en una oscuridad densa, el aire frío impregnado del hedor a café rancio y sangre fresca que aún goteaba de los charcos oscuros en el pavimento. Las farolas parpadeaban con un zumbido eléctrico, proyectando sombras temblorosas sobre las paredes combatidas agrietadas, y el eco del reciente resonaba como un tambor apagado en el silencio de la noche. Kage Shiryo jadeaba en el centro del caos, su figura fornida envuelta en un abrigo negro de la CCG salpicado de sangre negra y roja. Su prótesis koukaku brillaba en su mano derecha, el garrote de acero manchado de vísceras, mientras su quinque ukaku colgaba flojo en su izquierda, el ca?ón aún humeante tras disparar flechas explosivas. Frente a él yacía Cho, el ghoul de los Donyu, desplomada contra el suelo con un agujero en el pecho donde el garrote la había golpeado, su rinkaku retrayéndose en espasmos mientras la sangre negra se extendía bajo ella como un lago viscoso.

  Kage gru?ó, su rostro enrojecido de furia mientras limpiaba la prótesis contra su manga, el metal chirriando contra la tela.

  —?Monstruos! —escupió, su voz ronca cortando el aire mientras giraba hacia Junko y Nobu, los otros dos Donyu que aún estaban en pie—. ?Voy a destrozarlos a todos!

  Junko, alto y delgado, retrocedía con pasos tambaleantes, su kagune rinkaku chispeando débilmente desde su espalda, los tentáculos rotos tras el impacto de las flechas de Kage. Nobu, estaba arrodillado junto a Cho, su rinkaku oscilando como una cola mientras intentaba levantarla, la sangre manchando sus manos. Ambos estaban heridos —Junko con cortes profundos en el brazo izquierdo, Nobu con el abdomen abierto por una flecha—, pero la adrenalina los mantenía en movimiento.

  —?Levántate, Cho! —gru?ó Nobu, su voz tensa mientras sacudía el hombro de la ghoul, sus ojos rojos brillando con desesperación—. ?No podemos dejarla aquí!

  Cho tosió, un sonido húmedo y gorgoteante, y abrió los ojos apenas lo suficiente para mirarlo.

  —Váyanse... —susurró, su voz rota mientras un hilo de sangre negra escapaba de su boca—. No... morirán por mí.

  Kage cargó de nuevo, su prótesis alzada para un golpe final, pero Junko reaccionó rápido. Disparó una ráfaga desesperada de tentáculos temblorosos desde su espalda, no para herir, sino para distraer. Los feroces látigos brillaron bajo la luz tenue, llenando el aire con un resplandor que obligó a Kage a cubrirse el rostro con un brazo, rugiendo de frustración mientras el ataque lo detenía momentáneamente. Nobu aprovechó la distracción, levantando a Cho con un gru?ido de esfuerzo y echándola sobre su hombro, su rinkaku golpeando el suelo para impulsarse hacia atrás.

  —?Corre, Junko! —gritó Nobu, girando hacia una pila de escombros al fondo del callejón.

  Junko ascendió, usó su rinkaku para lograr desplegarse lo suficiente e impulsarse en un salto torpe hacia una escalera de incendios oxidada que colgaba de la pared. Trepó con movimientos frenéticos, el metal gimiendo bajo su peso, mientras Nobu corría tras él, Cho colgando inerte en sus brazos. Kage disparó una última salva de flechas explosivas desde su quinque, pero las sombras y los escombros desviaron los proyectiles, que se estallaron contra una pared en una lluvia de polvo y fragmentos que llenaron el aire de un humo acre.

  —?Vuelvan aquí, malditos cobardes! —bramó Kage, su voz resonando mientras corría tras ellos, pero su pierna derecha tropezó con un pedazo de concreto roto, haciendo caer de rodillas con un golpe sordo.

  Cuando el polvo se asentó, los Donyu habían desaparecido, escabulléndose por los tejados hacia la noche. Kage golpeando el suelo con su prótesis, el impacto agrietando el pavimento mientras un rugido de impotencia escapaba de su garganta. Su respiración era un jadeo furioso, y sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y frustración mientras miraba las sombras vacías que lo habían derrotado.

  —?Los encontraré! —gru?ó, poniéndose en pie con dificultad, la sangre goteando de un corte en su frente—. ?No escaparán de mí!

  14:00 - Distrito 17. Tokio, Japón.

  El sol de la tarde ba?aba el Distrito 17 con una luz cálida y dorada, filtrándose entre los árboles de un parque público donde el césped estaba salpicado de familias y estudiantes que disfrutaban del día. El aire estaba lleno del aroma a hierba recién cortada y el sonido de risas infantiles que resonaban desde un columpio cercano, un contraste brutal con el mundo que Hitomi Sasaki y Sekigan habitaban. Estaban sentados en una banca apartada, bajo la sombra de un cerezo cuyas ramas se mecían con la brisa, sus pétalos rosados ??cayendo como nieve lenta sobre el suelo. Hitomi había rastreado a Sekigan hasta aquí tras un informe anónimo que lo ubicaba en el distrito, y él, sorprendentemente, no había huido. Su túnica negra estaba rasgada en los bordes, y su parche reflejaba destellos del sol, pero su ojo visible —un gris profundo y atormentado— estaba fijo en ella con una mezcla de cautela y algo más, algo que parecía reconocimiento.

  Hitomi sostenía el maletín que contenía su Seijaku en su regazo, sus dedos apretando el asa mientras lo miraba, su abrigo gris abierto para dejar pasar la brisa.

  —No esperaba encontrarte aquí —dijo, su voz baja pero firme, cortando el murmullo del parque—. No en un lugar como este, tan... humano. ?Por qué no corriste?

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  Sekigan rió, un sonido bajo y áspero que apenas alcanzó a cubrir el canto de un pájaro cercano. Se recostó contra la banca, su postura relajada pero tensa, como un animal que podría saltar en cualquier momento.

  —No siempre estoy corriendo, Sasaki —dijo, su tono seco pero con un dejo de cansancio—. A veces... solo quiero ver algo que no sea sangre y sombras. Este lugar... me recuerda lo que pude tener. —Hizo una pausa, su ojo visible deslizándose hacia un grupo de ni?os que jugaban con una pelota—. Soy medio ghoul, ?sabes? Mi madre era humana. Mi padre... uno de ustedes me lo arrancó antes de que pudiera conocerlo. Crecí entre dos mundos, y ninguno me quiso.

  Hitomi lo miró fijamente, su respiración deteniéndose por un instante mientras procesaba sus palabras. El dolor en su voz era un eco del suyo, un reflejo del vacío que había sentido desde la muerte de Juuzou, y algo en su interior se agitó, una atracción inexplicable hacia esa vulnerabilidad compartida.

  — ?Qué significa ser medio ghoul? —preguntó, su tono suavizándose mientras se inclinaba hacia él—. ?Es por eso que luchas con Igarashi? ?Buscas... un lugar?

  Sekigan giró hacia ella, su ojo gris perforándola con una intensidad que la hizo estremecerse.

  —Significa no encajar nunca —dijo, su voz endureciéndose—. Soy demasiado humano para los ghouls, demasiado ghoul para los humanos. Mi kagune bikaku... salió tarde, después de a?os de hambre que casi me matan. Igarashi me dio un propósito, pero no una identidad. Lucho porque es lo único que sé hacer, pero cada vez que mato, me pregunto si soy el monstruo que todos dicen que soy. —Hizo una pausa, mirando sus manos, como si viera sangre invisible en ellas—. ?Y tú? ?Qué significa ser humano en un mundo que te pide matar sin preguntar?

  Hitomi tragó saliva, el peso de la pregunta golpeándola como un martillo. Los ni?os reían a lo lejos, y por un momento, envidió esa inocencia que ella había perdido hace mucho.

  —No lo sé —admitió, su voz temblando mientras miraba el maletín—. Siempre pensé que ser humano era proteger, pero luego... solo siento que destruyo. Maté ghouls sin pensar, y ahora me pregunto si alguno de ellos era como tú: atrapado, buscando algo más. Mushtaro me dijo que la CCG me robó mi humanidad, y odio que pueda tener razón.

  Sekigan la observar en silencio, un destello de empatía cruzando su rostro.

  —Somos espejos, entonces —dijo finalmente, su tono más suave—. Dos almas rotas por un mundo que nos desprecia. La diferencia es que tú aún puedes elegir. Yo... no sé si alguna vez tuve esa opción.

  Hitomi lo miró, sus dedos soltando el maletín mientras una conexión silenciosa se formaba entre ellos, una cuerda frágil tejida de dolor y preguntas sin respuesta.

  — ?Y si ninguno de nosotros es el monstruo? —murmuró, más para sí misma que para él—. ?Y si el verdadero monstruo es este mundo que nos obliga a serlo?

  Sekigan no respondió, pero su ojo gris se suavizó, y por un instante, la distancia entre ghoul y humana se desdibujó bajo la sombra del cerezo.

  22:30 - Distrito 23. Tokio, Japón.

  La noche en el Distrito 23 era un manto de sombras industriales, los almacenes abandonados alzándose como cuerpos de acero bajo la luz de una luna menguante. El aire estaba cargado del olor a aceite quemado y metal húmedo, y el silencio era roto por el crujido de pasos sobre grava. Mō caminaba entre las ruinas, su túnica negra arrugada ondeando con la brisa, su sonrisa torcida brillando bajo la luz tenue mientras su kagune koukaku latía bajo su piel, listo para brotar. Frente a él, los Donyu —Junko, Cho y Nobu— emergieron de las sombras, heridos pero vivos tras su fuga de Kage. Cho, apoyada en Nobu, cojeaba con una mano presionando el agujero en su pecho, su rinkaku retraído pero goteando sangre negra. Junko, con el brazo izquierdo colgando inútil, mantenía su ukaku listo, mientras Nobu, su bikaku oscilando, miraba a Mō con desconfianza.

  —?Vaya desastre! —dijo Mō, riendo mientras pateaba una lata oxidada que rodó por el suelo—. Sobrevivieron al loco de la prótesis. No sé si felicitarlos o matarlos por diversión.

  Cho dio un paso adelante, su rostro pálido pero sus ojos rojos brillando con furia.

  —No estamos aquí para pelear —dijo, su voz ronca pero firme—. Nos traicionaron. Dokuro nos envió a ese almacén sabiendo que la CCG estaría ahí. Queremos respuestas.

  Mō se recostó contra una pared, su sonrisa ensanchándose.

  —Respuestas, ?eh? —dijo, su tono burlón pero con un filo oscuro—. La vida es simple: sobrevives o mueres. La violencia es el idioma que todos entendemos. Dokuro juega sus cartas, y nosotros sangramos por él. Así ha sido siempre. ?Qué esperaban? ?Honor entre demonios?

  Cho frunció el ce?o, su mano temblando mientras se?alaba a Mō.

  —No confió en la violencia como solución —replicó—. Nos hace peores que ellos. Matamos, y la CCG nos mata, y el ciclo no termina. ?No hay algo más? ?Algo que valga la pena?

  Nobu gru?ó, sus kagune estaba chispeando.

  —Es una ilusa —dijo, mirando a Cho—. La violencia es lo que somos. Sin ella, estaríamos muertos hace mucho.

  Junko, aún sosteniendo a Cho, negó con la cabeza, sus ojos oscilando inquietos.

  —No lo sé —murmuró, su voz baja—. Ella tiene un punto. ?De qué sirve sobrevivir si solo somos armas para Dokuro?

  Mō rió, un sonido seco que llenó el aire.

  —?Qué dilema! —dijo, golpeando la pared con un pu?o—. Me gusta el caos, pero admito que Dokuro apesta a traición. Sobreviven como quieran, pero si me cruzan, los cortos en pedazos. —Se giró, caminando hacia las sombras—. Piensen rápido, chiquillos. El juego está cambiando.

  Los tres se quedaron en silencio, divididos entre la desconfianza de Cho y la lealtad de Junko y Nobu a su propia naturaleza, un conflicto interno que los dejaba tambaleándose en la noche.

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