El crepúsculo te?ía el cielo de un rojo ardiente mientras las últimas luces del día se desvanecían en el horizonte. Biel permanecía en la plataforma del coliseo, observando cómo los ciudadanos se retiraban tras el combate. Susurros de esperanza flotaban en el aire, pero también un peso invisible recaía sobre sus hombros.
El viento soplaba con fuerza, removiendo su capa y despeinando sus cabellos como si la propia naturaleza sintiera la incertidumbre en su corazón. Domia... Ese nombre pesaba como una sombra sobre su mente. No conocía su verdadero poder, pero una cosa estaba clara: si Lip, el temido Rey Vampiro, había caído ante ella, entonces no era una amenaza común.
—?Qué debo hacer...? —murmuró Biel, apretando los pu?os.
—?Te preocupa Domia? —preguntó una voz grave y serena a su espalda.
Biel giró levemente la cabeza y vio al Rey de Claiflor acercarse con pasos pausados, su capa ondeando con majestuosa solemnidad. Sus ojos reflejaban el cansancio de los a?os, pero también una determinación férrea.
—Sí —respondió Biel, exhalando pesadamente—. No sé qué tan fuerte es, pero Sarah me dijo que su padre, Lip, luchó contra ella y.… perdió. Perdió su corazón.
El Rey frunció el ce?o, su expresión ensombreciéndose por los recuerdos.
—Si quieres saber más sobre ella, te lo diré.
Biel asintió y el Rey fijó su mirada en el horizonte antes de hablar, como si las palabras fueran dagas afiladas que hubiesen estado enterradas en su memoria por demasiado tiempo.
—Domia no es solo un enemigo. Es una sombra que devora todo lo que toca. No tiene piedad, no tiene escrúpulos... sometió pueblos enteros con la facilidad con la que el viento derrumba una vela encendida. Su presencia es un eclipse, apagando la luz allí donde pisa.
Biel sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero mantuvo su postura firme.
—?Por qué nadie hizo nada? —preguntó.
El Rey cerró los ojos por un instante, como si cada palabra que estaba por decir le supiera amarga.
—Porque no podían. Porque las leyes de los reinos prohíben intervenir en tierras ajenas a menos que sean convocados. Y ella lo supo... lo usó a su favor. Uno por uno, fue devorando reinos enteros: Malwaper, Siel, Teotia. Lugares que antes estaban llenos de vida ahora son solo ruinas y cenizas.
Biel apretó los dientes.
—?Y las Tierras Oscuras? ?También son suyas?
El Rey negó con la cabeza, sus ojos destellando con un tenue brillo de esperanza.
—No... esas tierras le pertenecieron a Lip el Rey Vampiro, pero en realidad solo era su marioneta. Ella lo resucitó con un pacto de sangre. Pero ahora... su hijo, Muskar, ha tomado el trono. Gracias a ello, ese territorio ya no está bajo su control. Sin embargo, algo no me cuadra...
—?Qué cosa?
El Rey bajó la voz, como si temiera que la propia noche escuchara sus palabras.
—Domia no ha hecho nada al respecto. No ha movido un solo dedo para reclamar esas tierras. Y eso significa dos cosas: o ya no le interesan... o está planeando algo aún peor.
Un silencio denso se formó entre ambos. Biel sintió el peso de esas palabras cayendo sobre su pecho como una losa de piedra.
—Entonces... ?Qué clase de ser es ella? —preguntó, con el ce?o fruncido.
El Rey lo miró directamente, con una seriedad tan cortante como el filo de una espada bien afilada.
—Domia no es humana. Es un monstruo con piel de mujer. No sé cuáles sean sus habilidades exactas, pero lo que sí sé... es que derrotó a Lip con una facilidad que desafía toda lógica. Y en aquel entonces, Lip era considerado imbatible.
Biel tragó saliva.
—Entonces... ?Cómo la derroto?
El Rey apoyó una mano en su hombro y lo miró con la gravedad de quien entrega una sentencia.
—No lo sé, Biel. Pero sí sé esto: eres el héroe que salvará a los reinos. Si Domia sigue con vida, la luz se extinguirá en este mundo.
El viento sopló con más fuerza, arrastrando las palabras del Rey como un eco que resonaba en su interior. Biel sintió una presión indescriptible en el pecho, pero su mirada se endureció.
No tenía todas las respuestas. No sabía cómo vencer a Domia.
Pero una cosa era segura.
No dejaría que esta sombra devorara lo que aún quedaba de este mundo.
En lo más alto del Palacio de Marciler, donde las sombras parecían aferrarse a las paredes como espectros hambrientos, la Emperatriz Domia se encontraba en su trono. Su figura se recortaba contra el resplandor de las antorchas, proyectando una silueta oscura y dominante.
Una risa burlona y llena de crueldad resonó por todo el Salón del Trono, rebotando en las columnas de mármol negro como un eco que impregnaba el aire de una amenaza latente. Su voz era como el goteo lento de un veneno que se filtraba en la mente de quienes la escuchaban.
Frente a ella, de rodillas sobre el frío suelo de piedra, Darian Vorthos, uno de los Novas, inclinaba la cabeza en se?al de respeto absoluto. Su armadura oscura reflejaba las llamas parpadeantes de las antorchas, pero su expresión se mantenía firme, imperturbable.
—Mi se?ora, los preparativos para la invasión de Lunarys están casi completos. —Su voz era grave, un eco contenido de la brutalidad que estaba por desatarse.
Domia inclinó la cabeza, una sonrisa retorcida curvando sus labios rojos como la sangre derramada en la guerra.
—Perfecto... —susurró con un placer venenoso—. Muy pronto esa peque?a y miserable ciudad estará en mis manos.
El aire se tensó cuando los portones del salón se abrieron de golpe. Iridelle Vauclair, una mujer de cabello plateado que caía en ondas afiladas como navajas, avanzó con paso elegante, pero con la rigidez de quien trae noticias inquietantes. Sus ojos, tan fríos como cuchillas de hielo, se clavaron en Domia antes de inclinarse levemente en una reverencia.
—Mi se?ora, he estado observando la ciudad, pero... no he visto ningún movimiento sospechoso por parte de sus habitantes. Siguen con su comercio, sin alarmas, sin preparativos para una defensa. Es como si la invasión no existiera en sus mentes.
Domia entrecerró los ojos, tamborileando los dedos sobre el reposabrazos de su trono.
—Qué ingenuos... —musitó, su sonrisa ensanchándose con un deleite perverso—. Eso solo hará todo más interesante. Nada me complace más que ver la desesperación en los rostros de aquellos que jamás imaginaron su fin.
Su risa fue un relámpago de burla y sadismo que estremeció el aire. Sin embargo, su diversión se esfumó de inmediato cuando su mirada se afiló como el filo de una daga.
—Hablando de eso… ?Qué hay de Biel?
Vauclair vaciló un segundo, algo poco común en ella.
—Mi se?ora… al parecer, Biel no se encuentra en Lunarys.
El aire se volvió denso en el salón. La sonrisa de Domia desapareció al instante, reemplazada por una expresión gélida. Su mirada ardía con la intensidad de un volcán a punto de estallar.
—?Cómo que no está en Lunarys? —su voz se deslizó con una frialdad cortante—. Te ordené que siguieras sus pasos. Ese humano es un problema. Un problema que quiero muerto.
Iridelle mantuvo la compostura, aunque la presión del aura de Domia hacía que el mismo aire pareciera más pesado.
—Según mis informantes, salió de la ciudad y se dirigió al Reino de Claiflor. Es probable que esté buscando ayuda.
Domia se reclinó en su trono, chasqueando la lengua con irritación.
—Claiflor... —repitió con desdén—. Ese reino siempre ha sido un fastidio. Pero no podrán hacer nada.
Apoyó un codo en el brazo del trono y deslizó un dedo sobre sus labios en un gesto pensativo.
—Para llegar allí, se necesitan dos días de viaje sin descanso. Y sin un ejército a su favor, Claiflor jamás se arriesgaría a ayudarle. Primero, tendría que pasar por su absurda prueba de duelo… y si pierde, no obtendría nada. Biel está acabado.
Pero entonces…
—Mi se?ora… —interrumpió Vauclair, con una sombra de duda en su voz—. Parece que Biel no viajó a pie…
Domia arqueó una ceja con impaciencia.
—?Qué insinúas? Habla de una vez.
— Al parecer no se fue en carruaje, sino que fue trasladado hasta Claiflor.
—?Cómo es posible eso? —bufó Domia.
—La ciudad cuenta con un mago de teletransportación.
El silencio cayó en el salón como un trueno seco.
Domia se quedó inmóvil por un segundo. Sus ojos, de un rojo incandescente, se ensancharon con incredulidad antes de que una mueca de furia deformara su rostro.
—?Qué has dicho? —Su voz resonó con la fiereza de una tormenta desatada.
Iridelle mantuvo su postura firme, pero su mandíbula se tensó.
—Lunarys tiene un mago capaz de abrir portales a grandes distancias. Si Biel llegó a Claiflor por ese medio… significa que ya no tiene la barrera del tiempo en su contra.
Domia apretó los pu?os, sus largas u?as negras clavándose en la piel de su palma. Luego, de pronto, una carcajada oscura emergió de sus labios. Su risa fue escalofriante, llena de una locura contenida que heló la sangre de todos los presentes.
—Interesante... ?Muy interesante!
Se levantó de su trono con un movimiento fluido, su capa oscura danzando tras ella como la sombra de una bestia ancestral. Sus ojos brillaban con una emoción retorcida.
—Entonces cambiaremos los planes. —Giró su cabeza lentamente hacia Darian, que aún permanecía arrodillado—. Adelantaremos la invasión.
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Darian alzó la vista, asintiendo con convicción.
—?Para cuándo, mi se?ora?
—Ma?ana.
La palabra cayó como un martillo en el salón.
—Lunarys caerá al amanecer. —Domia cerró los ojos y sonrió con una cruel satisfacción—. Biel no tendrá tiempo de regresar con un ejército. Solo podrá mirar desde lejos mientras todo lo que ama se convierte en cenizas.
Darian golpeó su pecho con el pu?o, inclinando la cabeza.
—Como usted ordene, mi se?ora. Comenzaré los preparativos de inmediato.
Domia volvió a reír, pero esta vez su risa fue un alarido de triunfo, un presagio de muerte que se extendió por todo el palacio como una maldición anunciando el fin de Lunarys.
Biel podía correr, podía buscar aliados.
Pero cuando la desesperación lo consumiera…
Sería Domia quien lo esperaría con los brazos abiertos.
El horizonte comenzaba a te?irse con los primeros destellos del amanecer, pero en el Palacio de Marciler, el aire era pesado, cargado de una tensión sofocante. La brisa de la madrugada traía consigo el presagio de una masacre inminente.
Domia, vestida con una imponente armadura negra con grabados carmesíes que parecían pulsar con una energía oscura, caminó hacia el gran balcón del palacio. Desde allí, la ciudad entera podía verla. Sus ojos escarlatas, tan fríos como el filo de una guada?a, recorrían a la multitud de nobles de alto rango que aguardaban en formación.
Los estandartes carmesíes ondeaban como llamas hambrientas sobre el campo de batalla, y en el centro de la plaza, alineados en perfecta disciplina, los Novas aguardaban la orden final.
Domia alzó una mano y el silencio se hizo absoluto. Era la voz del destino, la sombra que se cernía sobre Lunarys.
—?Nobles! —su voz resonó como el trueno antes de la tormenta—. Hoy es el día en que una ciudad de insignificantes plebeyos caerá ante nuestro poder.
Un rugido de aprobación se elevó entre los presentes. El sonido de las armaduras entrechocando y de las armas siendo empu?adas creó una sinfonía de guerra.
Domia continuó, su sonrisa cruel extendiéndose en su rostro.
—?Hoy, Lunarys será nuestra! ?Quiero que cada miserable que sea rebelde contra mí sea reducido a cenizas! No quiero sobrevivientes entre los que osen desafiar mi dominio.
Su mirada se clavó en los Novas, su élite personal, aquellos a quienes había elevado por encima de la nobleza común. Su voz descendió en un tono venenoso, penetrante.
—Darian Vorthos, Selene Draeven, Iridelle Vauclair, Shalok Vendrax, Cliver Soldemour… ustedes, la cumbre del poder entre los nobles, recuerden quién les otorgó su fuerza.
Los cinco se inclinaron en se?al de respeto, sus ojos brillando con la ambición de los depredadores que saben que la cacería está cerca.
—Vuestra misión es simple. —Domia caminó entre ellos con la seguridad de una diosa que dicta el destino de los mortales—. Atrapen al rey de Lunarys y tráiganlo ante mí. Sus súplicas serán la música con la que celebraré nuestra victoria.
Sus labios se curvaron en una mueca de burla antes de a?adir:
—Y en cuanto a los amigos de Biel… quiero que los exterminen. Que cuando él regrese, solo encuentre los cadáveres de quienes juraron proteger esa ciudad.
El silencio que siguió fue tan gélido que incluso el viento pareció contener la respiración. Luego, como una explosión contenida, los nobles alzaron sus armas, gritando su lealtad a Domia.
—?Por la Emperatriz! —vociferaron al unísono.
Sin más que decir, Domia levantó su espada, la hoja oscura reflejando la luz del amanecer como si bebiera su brillo.
—?Marchamos a la guerra!
Con un estruendo ensordecedor, la puerta de la muralla que dividía a los nobles de alto rango de los de bajo estatus—considerados poco más que plebeyos—se abrió de par en par. Un río de soldados se deslizó por las calles de Marciler, anunciando a todo pulmón la inminente caída de Lunarys.
Los ciudadanos observaban en silencio, algunos con el rostro sombrío, otros con lágrimas en los ojos. Sabían lo que significaba esto.
Pero entre susurros apagados por el miedo, algunas voces se alzaron con un rayo de esperanza.
—Quizá esta vez… no regrese. —murmuró un anciano, su voz cargada de a?os de sufrimiento.
Domia, que caminaba a la cabeza del ejército, se detuvo en seco.
El aire pareció cristalizarse en un instante.
Giró lentamente sobre sus talones, su mirada helada atravesando a la multitud como un cuchillo. No era una simple mujer. Era una tempestad de muerte envuelta en carne y hueso.
Sin previo aviso, en un parpadeo, apareció frente al anciano.
—?Eso has dicho? —susurró, inclinándose hacia él con una sonrisa venenosa.
El anciano abrió la boca, pero el miedo lo paralizó. Su temblorosa respiración fue lo único que rompió el silencio.
Domia exhaló con aburrimiento y, con un movimiento limpio, hundió su espada en su pecho.
El anciano soltó un quejido ahogado, y cuando la Emperatriz retiró la hoja, su cuerpo cayó con un golpe sordo al suelo de piedra, ti?endo las losas de rojo.
El eco de su muerte fue un susurro en el viento.
Domia alzó su espada ensangrentada, permitiendo que la sangre resbalara hasta el suelo como la última gota de esperanza que quedaba en la ciudad.
—Esto es lo que le pasa a la escoria que se atreve a desear mi caída.
Nadie osó replicar.
Con una última mirada de desprecio hacia la multitud, Domia dio media vuelta y continuó su marcha.
El ejército de nobles llegó hasta las puertas principales de la ciudad y, sin titubeos, cruzaron los límites.
El viento arrastró consigo el eco de un presagio sombrío.
La guerra estaba a punto de comenzar.
Las profundidades del Palacio de Marciler eran un laberinto sombrío donde el eco de los lamentos olvidados aún flotaba en el aire. La humedad se pegaba a las paredes de piedra, y el único sonido que perturbaba la quietud era el crepitar de las antorchas.
Pero de repente, un estruendo desgarrador sacudió los cimientos del calabozo.
Los guardias apostados frente a una celda especial se sobresaltaron, sus corazones latiendo con fuerza ante la repentina perturbación.
—?Quién anda ahí? —gritó uno de ellos, empu?ando su lanza con nerviosismo—. Este lugar es prohibido. Solo la Emperatriz tiene permitido entrar. ?Muéstrate de inmediato!
Las sombras respondieron con un movimiento sinuoso, como si la oscuridad misma tomara forma y avanzara lentamente hacia la luz.
Una chica emergió de la celda.
Los guardias se paralizaron al verla.
—Imposible… —murmuró uno, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda—. ?Eres tú!
Ella se estiró con tranquilidad, como si acabara de despertar de un largo letargo, y luego sonrió con burla.
—Sorprendidos, ?verdad? —sus ojos brillaban con un destello afilado, la chispa de una furia contenida por a?os—. No pensaron que podría romper el sello, ?cierto?
Los guardias intercambiaron miradas temerosas.
—Eso no es posible. —El segundo guardia dio un paso atrás—. El sello solo podía ser deshecho por la Emperatriz.
La chica soltó una carcajada llena de desprecio.
—Exacto… pero parece que mi "querida hermana" cometió un error. Salió de Marciler, y con su ausencia, su vínculo con el sello se debilitó. Patética.
Los guardias apretaron los dientes y levantaron sus armas.
—Regresa a tu celda y espera a que la Emperatriz vuelva triunfante de la batalla.
La chica inclinó la cabeza con burla, como si estuviera escuchando a ni?os contar una historia absurda.
—?Triunfante? —repitió, su voz goteando sarcasmo—. ?De verdad creen eso?
Los guardias endurecieron sus posturas.
—?Por supuesto! Nadie puede oponerse a su voluntad. ?Lunarys caerá y Biel morirá!
La chica rió de nuevo, pero esta vez su risa no tenía humor, sino una frialdad capaz de helar la sangre.
—Creen que ella ganará… pero olvidaron algo.
—?Qué cosa? —preguntó uno de los guardias con voz temblorosa.
La chica chasqueó los dedos.
En ese mismo instante, los dos guardias cayeron al suelo como si hilos invisibles les hubieran cortado la voluntad. Sus cuerpos quedaron inmóviles, sus mentes atrapadas en la inconsciencia.
—Olvidaron que yo existo.
Sin perder un segundo más, avanzó con paso firme por los pasillos del calabozo, su determinación ardiendo con la intensidad de un fuego contenido demasiado tiempo.
Atravesó los corredores del palacio, ascendiendo hasta la gran sala del trono. Se detuvo en el centro, observando el asiento de su padre, donde alguna vez se dictaron leyes con justicia. Ahora, solo era un trono corrupto por la tiranía.
Cerró los ojos y susurró:
—Padre, madre… lo prometo. Recuperaré lo que nos fue arrebatado. Marciler volverá a ser libre.
Cuando salió del palacio, la ciudad estaba sumida en el caos emocional.
En la plaza central, una multitud se había reunido alrededor de un joven que lloraba sobre el cadáver de un anciano. La sangre todavía se esparcía por las losas de piedra, oscurecida por la sombra de la injusticia.
La chica se detuvo, observando la escena con el corazón golpeando con furia dentro de su pecho. Rabia. Dolor. Determinación.
Sus ojos ardieron con una ira contenida mientras murmuraba para sí misma:
—Hermana… no te perdonaré por lo que has hecho.
Continuó caminando, y a su paso, algunas personas repararon en su presencia.
—?Quién es ella? —susurró un hombre.
—Salió de la otra muralla… —murmuró otro—. Debe ser uno de esos nobles arrogantes.
—?Oye, ni?a! —un hombre de rostro curtido por el sufrimiento la encaró—. ?Vienes a burlarte de nuestro dolor? ?Eres como la Emperatriz? ?Acaso vas a matarnos como ella lo hizo?
La chica detuvo su avance y lo miró directamente.
—Esto termina hoy.
El tono de su voz no era una súplica ni una amenaza. Era una promesa.
La gente quedó en silencio, sorprendida por la firmeza en su mirada.
—?Acaso no eres una de ellos? —preguntó una mujer, temblando aún por el horror de la ejecución que acababan de presenciar.
La chica negó con la cabeza y, con una seguridad inquebrantable, pronunció su verdad.
—No. No soy como ellos. Mis pensamientos son justos, no manchados por la crueldad de mi hermana.
El murmullo entre la multitud creció.
—?Hermana…?
Los ojos de la gente se abrieron con asombro.
—Entonces, ?usted es…?
La chica alzó la barbilla y dejó que su voz resonara con fuerza.
—Mi nombre es Noor Kawano. Soy la legítima heredera al trono de Marciler.
Los presentes quedaron boquiabiertos, incapaces de procesar lo que acababan de escuchar.
—Mi hermana me encerró y les hizo creer que había muerto para poder tomar el poder… pero ya no más.
El silencio fue sepulcral, como si el destino mismo estuviera conteniendo el aliento.
Pero entonces, una voz se alzó entre la multitud:
—?Esto es un milagro!
—?La verdadera heredera ha regresado!
Los susurros se convirtieron en un clamor.
Noor no perdió tiempo. Su mirada se endureció con determinación mientras susurraba para sí misma:
—Es hora de comunicarme con una vieja amiga…
El sol comenzaba a descender en el horizonte de Claiflor, ti?endo el cielo con tonos anaranjados y carmesíes. El viento fresco movía suavemente las hojas de los cerezos, esparciendo pétalos rosados por el aire.
Biel se encontraba sentado fuera del palacio, con la mirada perdida en la nada. A pesar de que había asegurado la alianza con Claiflor, algo en su interior no le dejaba sentirse en paz.
De repente, un cálido abrazo lo envolvió.
—Querido Biel… —susurró Keshia con dulzura, apoyando su rostro contra su pecho—. ?Qué te ocurre? Te veo distraído, sin motivación…
Biel suspiró y bajó la mirada.
—Es Domia. Ahora sé lo que es en realidad… Cruel. Sádica. Capaz de cualquier cosa para obtener lo que quiere.
Keshia tomó su rostro entre sus manos con suavidad y sonrió.
—No te preocupes, porque yo…
De repente, su cuerpo se estremeció.
Un susurro se filtró en su mente como el eco de un recuerdo lejano.
"Keshia… ?Me escuchas?"
Keshia abrió los ojos de golpe, su respiración se volvió errática.
"Oye, amiga, ?me escuchas? Soy Noor… tu amiga de la infancia."
Las lágrimas brotaron instantáneamente de los ojos de Keshia.
—?Noor…! —sollozó, llevándose las manos al rostro—. No puede ser… Me dijeron que habías muerto… Pasé a?os llorándote…
"Ahora no es momento de hablar de eso," dijo Noor con urgencia. "Dime… ?se encuentra por ahí un chico llamado Biel?"
Keshia parpadeó con sorpresa.
—?Biel? —miró a su amado, que la observaba con confusión—. Sí… mi querido Biel está aquí justo a mi lado.
"Querido…?" Noor hizo una pausa antes de soltar una risa traviesa. "No me digas que es tu prometido."
Keshia sonrió con orgullo y abrazó a Biel con más fuerza.
—Sí, es mi querido Biel.
Biel observó la escena con incredulidad.
—Keshia… ?con quién hablas? —se inclinó ligeramente hacia ella, notando cómo su expresión pasaba de felicidad a una especie de celos infantiles.
"Keshia, toca la frente de Biel para que pueda hablar con él."
Los ojos de Keshia se entrecerraron con desconfianza.
—?Acaso me quieres quitar a mi querido Biel? —dijo con un tono celoso.
Noor suspiró con impaciencia.
"?No es momento para esto! ?Domia está en camino a Lunarys en este mismo instante!"
Keshia se quedó helada.
—?Q-qué dijiste?
Biel notó su expresión pálida y frunció el ce?o.
—Keshia… ?Qué sucede?
Sin responderle, Keshia se giró y, sin previo aviso, besó la frente de Biel.
Biel se puso rojo como una antorcha.
—?O-oye, espera un segundo! ?Qué estás haciendo?
Pero en ese instante, una voz desconocida retumbó en su mente.
"Oye, chico… ?Tú eres Biel, ?verdad?"
Biel se tensó.
—Sí… soy yo. ?Quién eres?
"Soy Noor Kawano. Soy de Marciler… la hermana de Domia."
Biel se puso de pie bruscamente, sintiendo cómo su pecho se comprimía por la sorpresa.
—??Qué dijiste?!—sus pu?os se apretaron instintivamente.
"No me malinterpretes," dijo Noor con firmeza. "No soy como mi hermana. Estoy aquí para ayudarte."
Biel guardó silencio por un momento. Las palabras de Noor sonaban sinceras, pero…
—?Por qué debería creerte?
Noor sabía que la desconfianza de Biel era justificada, así que fue al grano.
"Domia se dirige a Lunarys en este momento para invadir la ciudad."
El corazón de Biel se detuvo por un segundo.
—??Qué…?!—un escalofrío recorrió su espalda.
—Eso es imposible… —susurró, tratando de ordenar sus pensamientos—. Ella misma dijo que invadiría en 15 días… y aún faltan 4 días.
"Domia se enteró de que estás en Claiflor… y por eso aceleró la invasión."
Biel sintió que su sangre hervía.
—Así que todo fue una trampa…
Sus manos temblaban de pura rabia.
—Noor, ?por qué me ayudas?
Noor tomó aire antes de responder.
"Porque quiero derrocar a mi hermana y recuperar Marciler."
—?Recuperar Marciler?
"Yo soy la heredera legítima… pero Domia me encerró en una celda y les hizo creer a todos que había muerto. Además, impuso un sello que me impedía comunicarme con el exterior. Pero ahora que ha salido de Marciler… el sello se debilitó, y pude romperlo."
Biel cerró los ojos un momento, sintiendo el peso de la información.
—…Ya veo.
"Dime, ?lograste conseguir la ayuda de Claiflor?"
Biel sonrió con ironía.
—Sí. Y por alguna razón, ahora soy el prometido de Keshia.
"Ya veo." Noor soltó una risita burlona.
Biel bufó y miró a Keshia, quien le sacó la lengua en tono juguetón.
Pero la realidad volvió con un golpe.
"Tienes que prepararte."
La voz de Noor se volvió seria.
"Domia llegará a Lunarys en cuatro horas. Todavía tienes tiempo para reunir un ejército, pero debes actuar ya. Si esperamos más, será demasiado tarde."
Biel respiró hondo y cerró los pu?os.
—Está bien.
Se giró hacia Keshia con una mirada determinada.
—Voy a hablar con el Rey. No podemos perder ni un segundo más.
Keshia asintió, su mirada reflejando la misma determinación feroz.
Noor sonrió para sí misma, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, había esperanza.
La guerra estaba a punto de comenzar.
Y esta vez, sería el principio del fin para Domia.